Me gustan mucho los ensayos de Umberto Eco. Me parece un intelectual fantástico, de una enorme y vastísima cultura, que dice muy bien aquello que quiere explicar. Así, con la ilusión de volver a caer en las redes de su pensamiento, con la esperanza de encontrar algún que otro secreto sobre la pericia necesaria para construir un relato, compré este libro. Sin embargo, su lectura me ha desilusionado.
Pensaba, es cierto, que con este título, profundizaría más en sus propias novelas, aportaría pistas nuevas sobre sus propias técnicas como narrador (que las ofrece, pero muy a cuentagotas). Creía que me sumergiría en el punto de vista del escritor creativo que es, sin abandonar la visión del agudísimo crítico que ha sido en la mayoría de sus textos. Pero me ha defraudado.
Quizás las expectativas fueran demasiado altas. Es posible que mi admiración por él haya velado en parte la lectura de este texto. Aún así, creo que soy objetivo si digo que buena parte del libro, todo el capítulo cuarto, es una repetición de lo que ya nos ofreció en su hermoso título El vértigo de las listas. Me parece que tampoco exagero si digo que el capítulo tres supone una caída en un exceso de intelectualismo semiótico, que no da respuesta a la pregunta que él mismo plantea sobre cómo un personaje ficticio puede emocionarnos más incluso que un personaje real.
Otra vez será. Al fin y al cabo, Eco es uno de los grandes.
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