miércoles, 21 de octubre de 2015

LA BANALIZACIÓN DE LA CULTURA

21 de octubre de 1772: nace Coleridge.
21 de octubre de 1790: nace Lamartine.
21 de octubre de 1833: nace Nobel.
21 de octubre de 1879: Edison consigue que su primera bombilla alumbre durante 48 horas.
21 de octubre de 1908: nace Oteiza.
21 de octubre de 1914: nace Martin Gardner.
21 de octubre de 1971: Neruda gana el Premio Nobel de Literatura.
21 de octubre de  1982: García Márquez, Nobel de Literatura.

La lista no es exhaustiva, solamente he recogido algunos nombres significativos de la literatura y de la ciencia, y ni tan siquiera están los aniversarios de las defunciones. Sin embargo, un comentario casual realizado por un personaje intrascendente, en una película tan trivial como el comentario, aparece en periódicos, emisoras de radio y canales de televisión. Se analiza, se compara y se airea como si se tratara de un acontecimiento relevante. La industria es la industria.

Ante eventos de este tipo es difícil pensar en el cine como séptimo arte, como manifestación elevada y sustancial de la cultura. Y no soy tan ingenuo como para creer que toda película que se graba tiene una intención estética, filosófica o instructiva; como tampoco la tienen miles de libros que se imprimen cada año, miles de canciones que se componen cada temporada, o los miles de edificios que se levantan a diario por todo el planeta.

Ahora bien, en el caso de la arquitectura parece que todos discernimos entre lo que es un edificio funcional y sin ninguna sustancia artística, como son todas las casas en las que vivimos la inmensa mayoría de la población, y una construcción relevante, claramente original, con nuevos elementos que aportar al paisaje urbano, al colectivo de personas que viven en ese entorno y a la propia arquitectura en cuanto ejercicio técnico.

La obra de arte tiene un impulso del que carece la ejecución cotidiana. Nos hace reflexionar, nos sugiere enfoques nuevos, nos ofrece puntos de vista inhabituales, nos enfrenta a nuestro propio yo y, aunque sólo sea durante el tiempo que estamos delante de ella, nos hace crecer como personas. Todo ello sin mencionar la carga estética que comporta. Lo demás es simple producto para consumo rápido.

En este sentido, me resulta incomprensible el bombardeo mediático ante una efemérides absolutamente banal, que nada aporta al cine, ni a la ciencia, ni a la ficción. En este sentido, cada vez me resulta más difícil ver en el ejercicio cinematográfico una actividad artística y cada vez la percibo más como una actividad industrial cuyo fin exclusivo es vendernos un producto. Y una industria muy poderosa, pues concita la participación de todos los medios. Tal vez sea porque la banalización de la cultura comienza con la banalización de la información.

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