miércoles, 5 de febrero de 2014

LA ENSEÑANZA DE LA FILOSOFÍA A DEBATE, y 2

En este debate sobre la enseñanza de la Filosofía como materia de estudio en el bachillerato creo percibir un aire gremialista que no me gusta nada. Y me gusta menos porque en ese bando encuentro profesionales de la materia a los que admiro y quiero. Es sin duda legítima y necesaria la defensa del puesto de trabajo, pero no parece que la razón por la que se deba introducir en la enseñanza una asignatura sea el mantenimiento de los puestos de trabajo del personal que la imparte. La razón de los beneficios de esa actividad no puede hallarse fuera de la actividad misma.

La palabra filosofía, como bien se encargan de recordarlo los manuales de bachillerato, significa amor por la sabiduría, pasión por el conocimiento, ganas de saber. Nace en la Grecia clásica como actividad específica y aglutina a buen puñado de sabios cuyo deseo de conocer origina un progreso inequívoco en la sociedad y un abandono paulatino del pensamiento mágico e irracional. Es decir, gracias a los filósofos empezamos a salir de la ignorancia y las tinieblas para empezar a conocer cómo funciona el mundo y qué somos.

El filósofo no era, por tanto, una persona que se sumergía en pensamientos abstrusos, cuyo sentido se escapaba a la inmensa mayoría de la sociedad. Quien se dedicaba a saber quería encontrar respuestas a los sucesos que ocurrían a su alrededor. De hecho, se dice que quien inventó el término fue Pitágoras, a quien hoy identificamos como matemático. Más aún, en la famosa Academia de Atenas, la de Platón, sobre la puerta de entrada estaba escrito aquello de Nadie entre sin saber geometría. Y si nos paramos a mirar los títulos de las obras que escribió Aristóteles, el más grande filósofo de la Antigüedad, descubriremos que la mayor parte de ellas se dedican a lo que hoy identificamos como ciencias (física, biología, meteorología, geografía, astronomía...)

Ocurre que la Filosofía es la que se ha dedicado al saber, sin más especificaciones, hasta que los distintos conocimientos han ido teniendo cuerpo suficiente como para independizarse y hacerse con un nombre y una actividad. De la Filosofía, de ese preguntarse por todo y reconocer que no sabemos nada, se van desgajando con el tiempo los demás saberes, porque la especialidad que generan ya no puede ser atendida como se merece sin un acopio exhaustivo de conocimientos técnicos. Y esto comienza en Occidente con la Revolución científica (Copérnico, Brahe, Kepler, Galileo, Newton...), aunque todos ellos se reconocieran como filósofos y hoy no los identifiquemos como tales.

Y en este parir conocimiento la Filosofía se ha ido quedando sin una actividad claramente reconocible como propia. Cada nueva hija, cada nueva ciencia, ha ido abandonando la casa familiar y se ha llevado sus trastos, sus técnicas y su metodología para construir una nueva casa, aunque la ciudad del saber abarca todas esas casas. Y en este momento ninguna persona sensata que se haga aquella vieja pregunta tan típicamente filosófica como era ¿qué es el hombre? acudirá a la Filosofía para encontrar una respuesta. Hoy sabemos que para responder qué somos necesitamos, fundamentalmente, ir a la casa de su hija la Biología.

Es difícil señalar en la actualidad qué parcela del saber, de la actividad cultural, queda reservada a la Filosofía. A mí me gusta pensar que la Filosofía tiene que seguir aglutinando ese impulso por el descubrimiento, esa mirada crítica y autónoma sobre la sociedad y su quehacer. Sapere aude, no te conformes con lo que te digan, busca la luz del conocimiento y pon todo bajo sospecha. Pero también es cierto que esa actitud profundamente filosófica es la que anima a todos los grandes científicos que son y han sido, porque si no fuera así, no llegarían a ser realmente grandes.

Y es por eso mismo por lo que decía en el anterior comentario que a mí lo que me interesa no es que se imparta o no la Filosofía como asignatura. Lo que me interesa es contar con un profesorado, con un conocedor de la materia, que tenga esa actitud apasionada por el saber, por el descubrimiento, por la curiosidad y que lo sepa transmitir a sus alumnos, ya que el saber a cerca de algo implica siempre otras áreas del conocimiento. Si es así, y explique la materia que explique, estará haciendo filosofía. Tal y como hacía Kant en sus clases; tal y como hacen hoy miles de profesores que no son de filosofía en escuelas, institutos y universidades en todo el mundo.

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