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miércoles, 7 de noviembre de 2018

ELIZABETH BARRETT BROWNING

Elizabeth Barrett Browning (1806-1861) fue en su época una de las poetas mejor consideradas. De hecho, fue candidata a poeta laureada después de la muerte de William Wordsworth, es decir, algo así como ser reconocida como mejor poeta de la época en su país.

Su actividad literaria fue muy intensa y comenzó a muy temprana edad. Así, por ejemplo, a los once años comenzó a escribir su propia epopeya homérica, La batalla de Maratón. 

En la actualidad, y en castellano, solo disponemos de esta colección de sonetos, cuyo título puede sorprender en un primer momento: Sonetos del portugués, Los sonetos de la dama portuguesa, Sonetos de la portuguesa. Y es que la cuestión no se centra en la autora o el autor de los sonetos, sino en el idioma.

El equívoco título no es tal si recordamos el subterfugio que utiliza la poeta y que buscaba esconder el contenido íntimo de los poemas. Ella los escribe como si fueran la traducción de una colección de poemas que ha encontrado escritos en portugués. 

De esta manera queda enmascarada la autoría y el contenido íntimo, pues en realidad son poemas de amor que ella dirige a su amante, Robert Browning, y a quien el padre de la escritora rechazaba como futuro yerno. De ahí que con buen criterio Carlos Pujol indique en la introducción que la traducción exacta sería "traducidos del portugués".

Uno de los sonetos más conocidos y reproducidos de la colección es el XLIII que copio aquí en la traducción de Pujol: 


¿De qué modo te quiero? Pues te quiero
hasta el abismo y la región más alta
a que puedo llegar cuando persigo
los límites del Ser y el Ideal.

Te quiero en el vivir más cotidiano,
con el sol y a la luz de una candela.
Con libertad, como se aspira al Bien;
con la inocencia del que ansía gloria.

Te quiero con la fiebre que antes puse
en mi dolor y con mi fe de niña,
con el amor que yo creí perder

al perder a mis santos... Con las lágrimas
y el sonreír de mi vida... Y si Dios quiere,
te querré mucho más tras de la muerte.


Y en su versión original:


Nota: La selección que utilizaremos en la tertulia de diciembre ya está subida.

martes, 11 de diciembre de 2018

CATALINA A CAMOENS

Cuenta Carlos Pujol que los Sonetos del portugués iban a titularse Sonetos del bosnio, pero que fue la sugerencia del marido de Elizabeth la que hizo que finalmente se llamaran como se llaman. La propuesta en cuestión vino motivada por este poema que, según parece, era uno de los preferidos de él. 

En el poema el yo poético es el de Catalina de Ataide, la amada del gran poeta luso, muerta a la tempranísima edad de veinticinco años, y quien se dirige a su amado desde el lecho de muerte.

Catalina fue el amor que inspiró los primeros versos de Camoens; sin embargo, la familia de ella no quería saber nada de esta relación por la escasa fortuna del poeta y se encargó de que lo mandaran al exilio.


Al morir mientras él se encuentra en el extranjero
y aludiendo a los versos en los que el poeta
se refería a su dulce mirar.


No entrarás por esta puerta
que contemplo sin cesar.
¡Adiós! Se va la esperanza,
viene la muerte, no tú.
    Ven, amor mío,
    ven a cerrar
estos ojos que llamaste
los de más dulce mirar.

Cuando oía tu canción
en antiguas primaveras,
olvidando otros elogios
sólo escuchaba los tuyos,
    y repetía
    el corazón:
Benditos sean mis ojos
si le parecen tan dulces.

Todo cambia y esta tarde
baña un sol frío la puerta.
¿Susurrarías ahora
igual que antes: Te amo mucho…
    cuando la muerte
    nubla triunfal
los ojos que ayer llamaste
los de más dulce mirar?

Si estuvieras a mi lado
junto a la cama en que muero,
aunque antaño desdeñaste
su hermosura, sé que ahora
    los llamarías
    siendo veraz,
por el amor que hay en ellos,
los de más dulce mirar.

Y si entonces los mirases
y ellos te viesen a ti,
todo su brillo perdido
volverían a tener.
    Por el amor
    y de verdad
fueran belleza radiante
los de más dulce mirar.

Pero, ay, que sólo me ves
con ojos de enamorado
como una leve sonrisa
soñando tras abanicos;
    y así repites
    sin saber más
en tus serenos ensueños:
los de más dulce mirar.

Mientras el alma se sale
de mi cuerpo lento y pálido,
siempre ansioso por oír
estas palabras de amor,
    ¡oh, mi poeta,
    ven a mí ya!
Tardío amor, ven, son tuyos
los de más dulce mirar.

Poeta mío, profeta,
al alabar su dulzura,
¿es que no viste que está
apagándose su luz?
    ¿Es que no viste
    que ya jamás
devolvería la tumba
los de más dulce mirar?

Silencio. Sólo se escucha
el surtidor en el patio,
cae el agua sobre el mármol
como cae el corazón
    desde el suspiro
    hasta la muerte,
muerte que anuncia su triunfo
sobre los ojos más dulces.

¿Vendrás? Me siento muy sola,
todo es amargo a mi lado,
y tu voz, amado mío,
no me despierta los párpados.
    Ha muerto amor,
    llorad, llorad,
junto al ciprés si es que fuisteis
los de más dulce mirar.

Sonaba el ángelus, cerca
de aquel convento paseábamos
y los coros atraían
los ángeles al coloquio.
    Veía el cielo
    el alma audaz.
Sonreíste. ¿Es eso impuro,
los de más dulce mirar?

Al pasar en tu caballo
y ver tras la celosía
de aquel palacio otro rostro
que no es el rostro de siempre,
    ¿en un murmullo
    repetirás:
Desde aquí me contemplasteis,
los de más dulce mirar?

Cuando las damas en torno
de tu guitarra te digan:
Canta, poeta, los versos
de la dama que murió,
    ¿entre las lágrimas,
    no fingirás
entonando la canción
de la del dulce mirar?

¡Oh, melodiosas palabras
muchas veces repetidas!
Entre todas tus canciones
la mejor ésta será,
    la escucha el alma
    una vez más
entre el ruido de este mundo…
Los de más dulce mirar.

El clérigo va a rezar,
el coro está de rodillas,
otras músicas solemnes
el alma pronto oirá.
    ¡Oh, miserere,
    oh, ten piedad!
Ya no será Catalina
la de más dulce mirar.

Guarda esta cinta que es mía
(me la quité del cabello),
y cuando llores sobre ella
no te sentirás tan solo,
    pues desde el cielo
    yo sin cesar
en ti posaré estos ojos,
los de más dulce mirar.

Pero ahora, cuando aún
estoy aquí, brillan más;
tú, amor mío, echa en olvido
todo lo que es mi pasado:
    estas palabras
   dedicarás
a otra más bella que yo:
la de más dulce mirar.

Pero, ¿qué hacéis, ojos míos?
Sois desleales si el llanto
dejáis caer por el bien
de su esperanza y su vida.
    Sería indigno
    para el mortal
que un llanto ruin enturbiara
los de más dulce mirar.

Velaré por su futuro,
bendeciré su esplendor;
quiero que cante a otros ojos
de mirar mucho más dulce.
    Que los proteja
    su ángel guardián,
y que sean para él
los de más dulce mirar.

sábado, 13 de enero de 2024

ELIZABETH BARRETT BROWNING (POESÍA VICTORIANA)

Editoriales: Alba, Cátedra
En los manuales de literatura se suele tomar el año 1832 como la fecha que marca la división entre el romanticismo y la época victoriana. Aquel año moría Walter Scott y ya no existían ni Keats ni Shelley ni Byron. Los poetas más destacados de este período van a ser Tennyson, Browning, Elizabeth Barrett, Arnold, FitzGerald, los prerrafaelistas (D. G. Rossetti, Morris, Swinburne, Ch. Rossetti), Patmore, J. Thomson, [Hopkins], F. Thompson y Meredith (R. L. Stevenson y O. Wilde son mucho más conocidos como novelistas y como dramaturgos). 

Pero lo cierto es que el siglo XIX es el siglo del estallido de la novela en toda Europa y si preguntáramos en la calle por esos nombres, seguro que solamente les iban a sonar los dos últimos, Stevenson —La isla del tesoro, El extraño caso del Dr Jekyll y Mr Hyde— y WildeEl retrato de Dorian Gray, La importancia de llamarse Ernesto, El príncipe feliz—. Al que habría que añadir otro nombre todavía con mayor proyección internacional, Charles Dickens, a quien debemos atribuir el dudoso gusto de inventar el afectado sentimentalismo navideño.

Para contextualizar la poesía que se practicó durante la época del largo reinado de la reina Victoria (1837-1901) conviene señalar algunas características que Pujals recoge en su Historia de la literatura inglesa

  • Interés por las mejoras sociales y un fuerte sentido humanitario.
  • Cierta satisfacción derivada del incremento de la riqueza propiciada por el desarrollo industrial y científico.
  • Sentido muy acusado del deber, lo que favorece la aceptación de la autoridad y una insuficiente práctica del humor.
  • Falta de innovación y experimentación poética, a cambio de búsqueda de la perfección.
En ese contexto intelectual y social se desarrolla la obra Elizabeth Barrett Browning, de la que solamente existen traducciones al castellano de Los sonetos del portugués y Aurora Leigh. La última traducida hace solamente cinco años en Alba editorial y hace tres años en Ediciones Cátedra. Es, sin duda, la obra más ambiciosa de la autora. Se trata de una novela en verso blanco, donde se desarrollan las ideas de la propia Elizabeth sobre la vida y el arte a través de la protagonista. Quien haya leído Jane Eyre se dará cuenta de que son obras en las que se concitan los mismos problemas y se ofrece una interpretación del mundo muy similar. No en vano estamos hablando de la misma época y de la misma sociedad. 

*** 


domingo, 3 de junio de 2018

REIVINDICACIÓN Y DISFRUTE DE LOS CLÁSICOS

Tenía pensado ocuparme hoy de otro tema, pero el comentario que redacté ayer sobre la última obra de Muñoz Molina ha provocado un correo en el que una lectora atenta y amable me daba un cariñoso tirón de orejas. Me recordaba que los clásicos son la fuente de la que bebe toda la literatura —totalmente de acuerdo— y que para ser este un espacio dedicado principalmente a la literatura, apreciaba ella que no ofrecía a los clásicos suficiente asiduidad. 

A la amable lectora ya le he mandado una respuesta. Pero mientras la redactaba, he pensado que, a propósito del verso que Muñoz Molina utiliza para titular su libro, bien podía dejar aquí los sonetos de los que procede, y disfrutar de ellos tal y como se merece este espléndido día que ha amanecido aquí donde resido.

Primero el del genial Camões, quien, como dice Francisco Rico, ha merecido el raro honor de seguir siendo considerado una obra maestra después de que la épica perdiera todo su antiguo prestigio, y que es el punto de partida del de Quevedo:

Amor é um fogo que arde sem se ver;
É ferida que dói, e não se sente;
É um contentamento descontente;
É dor que desatina sem doer.

É um não querer mais que bem querer;
É um andar solitário entre a gente;
É nunca contentar-se e contente;
É um cuidar que ganha em se perder;

É querer estar preso por vontade;
É servir a quem vence, o vencedor;
É ter com quem nos mata, lealdade.

Mas como causar pode seu favor
Nos corações humanos amizade,
Se tão contrário a si é o mesmo Amor? 

Ahora, el de don Francisco:

Es hielo abrasador, es fuego helado,
es herida que duele y no se siente,
es un soñado bien, un mal presente,
es un breve descanso muy cansado.


Es un descuido que nos da cuidado,
un cobarde, con nombre de valiente,
un andar solitario entre la gente,
un amar solamente ser amado.

Es una libertad encarcelada,
que dura hasta el postrero parasismo;
enfermedad que crece si es curada.

Este es el Niño Amor, este es su abismo:
¡mirad cuál amistad tendrá con nada
el que en todo es contrario de sí mismo!

Y ya puestos, uno de Lope, que tiene el mismo tema, tan de moda en la época, como era el de la definición del amor por medio de la paradoja, y que tanto juego les dio. 

Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;

no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;

huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor süave,
olvidar el provecho, amar el daño;

creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.


El uso de los contrarios les viene a todos ellos de la poesía trovadoresca; ahora bien, ellos supieron extremar sus bondades estéticas. La forma, el soneto, de Petrarca. Ya véis lo importante que es tener en cuenta los recursos que la tradición pone en nuestras manos.

Disfrutad del domingo y de la belleza de estos tres sonetos.

***

Si alguien necesitara traducción del portugués, aquí hay dos.

sábado, 11 de septiembre de 2021

35 SONETOS, PESSOA

Ejemplar del KM
Pessoa es siempre una sorpresa y un júbilo. Sorpresa, porque cuando creíamos saberlo todo o casi todo sobre su obra, una nueva publicación viene a ofrecer un nuevo punto de vista, enriqueciendo las mil caras del mayor escritor portugués del siglo XX. Júbilo, porque cada inédito que sale a la luz es siempre un gozo para quienes lo leemos. 

Estos 35 sonetos no forman parte de los miles de páginas aún inéditas del lisboeta. La edición de Esteban Torre para Renacimiento es de 2013 —Leteo se ha encargado de volverla a editar en 2020 en Argentina—, y en realidad fueron publicados por primera vez en 1918. 

Sea como fuere, estos sonetos fueron escritos en inglés, idioma que dominaba desde su infancia; de hecho, cuando era adolescente, ganó el Premio Reina Victoria. Pessoa mandó a la prensa inglesa para comprobar qué acogida podían tener. Pero todo eso lo cuenta muy bien Esteban Torre en el excelente prólogo.

Aquí tenéis un par de ejemplos del Pessoa más metafísico (John Donne, sin duda, fue su modelo):



III

Cuando pienso que el verso más extraño
tendrá más Vida que mi vida entera,
y me verán mejor en ese engaño
que mirando en mi alma verdadera;

y cuando sé que existirán mañana
fieles lectores de mi poesía,
pero con una idea tan lejana,
que nada rima con el alma mía;

una furia terrible, ante el fracaso
de un mundo así, me ahoga y me condena
a las noches de horror y desvarío

donde sigo esta angustia paso a paso;
hasta que no soy más que rabia y pena,
y no hay palabras ya para mi hastío.





XXVI

El mundo es un tapiz de sombra y sueño,
y hay sólo una verdad en su mentira:
el que mira una luz en su diseño
no la conoce mientras más la mira.

Y es un espejo que, de cada cosa,
nos muestra un solo lado, y que nos miente;
pues la rosa que vemos no es la rosa,
y el espacio que ocupa es diferente.

El pensamiento nubla la esperanza
de encontrar una luz en la extrañeza
que habita en el pensar. Lo que tenemos

palabras son: saber, verdad, mudanza.
El mundo es falso; pero ¿qué es certeza?
Y sabemos que nunca lo sabremos.