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sábado, 20 de mayo de 2017

ALIKE y EL HOMBRECITO VESTIDO DE GRIS

Hace pocos días me encontré con un vídeo de animación que inmediatamente me recordó un famoso cuento de Fernando Alonso que a finales de los 70 y comienzo de los 80 arrasaba en los centros de enseñanza. Durante aquellos años, lo mismo se utilizaba para practicar la lectura en voz alta que para ponerlo en escena, tanto para trabajar el comentario de texto como para trabajar en una tutoría. Me estoy refiriendo a El hombrecito vestido de gris (no dejéis de leerlo, son dos minutos escasos)

El relato de Alonso y el corto de Martínez Lara tienen muchos puntos en común. Desde luego, el tema es el mismo y también el espíritu que los anima. Además, ambos se dejan querer en internet y están disponibles de forma libre, gracias a la voluntad de sus autores, a cuantas personas deseen acceder a ellos, cosa que a ambos les honra.

Si el cuento se hizo con el Lazarillo en 1977, el cortometraje de animación ganó el Goya de 2016 en su categoría.


EL HOMBRECITO VESTIDO DE GRIS

Había una vez un hombre que siempre iba vestido de gris.
Tenía un traje gris, tenía un sombrero gris, tenía una corbata gris y un bigotito gris.
El hombrecito vestido de gris hacía cada día las mismas cosas.
Se levantaba al son del despertador.
Al son de la radio, hacía un poco de gimnasia.
Tomaba una ducha, que siempre estaba bastante fría; tomaba el desayuno, que siempre estaba bastante caliente; tomaba el autobús, que siempre estaba bastante lleno; y leía el periódico, que siempre decía las mismas cosas.
Y, todos los días, a la misma hora, se sentaba en su mesa de la oficina.
A la misma hora.
Ni un minuto más, ni un minuto menos.
Todos los días, igual.
El despertador tenía cada mañana el mismo zumbido.
Y esto le anunciaba que el día que amanecía era exactamente igual que el anterior.
Por eso, nuestro hombrecito del traje gris, tenía también la mirada de color gris.
Pero nuestro hombre era gris sólo por fuera.
Hacia adentro... ¡un verdadero arco iris!
El hombrecito soñaba con ser cantante de ópera.
Famoso.
Entonces, llevaría trajes de color rojo, azul, amarillo... trajes brillantes y luminosos.
Cuando pensaba aquellas cosas, el hombrecito se emocionaba.
Se le hinchaba el pecho de notas musicales, parecía que le iba a estallar.
Tenía que correr a la terraza y...
-¡Laaa-lala la la la laaa...!
El canto que llenaba sus pulmones volaba hasta las nubes.
Pero nadie comprendía a nuestro hombre.
Nadie apreciaba su arte.
Los vecinos que regaban las plantas, como sin darse cuenta, le echaban una rociada con la regadera.
Y el hombrecito vestido de gris entraba en su casa, calado hasta los huesos.
Algún tiempo después las cosas se complicaron más.
Fue una mañana de primavera.
Las flores se despertaban en los rosales.
Las golondrinas tejían en el aire maravillosas telas invisibles.
Por las ventanas abiertas se colaba un olor a jardín recién regado.
De pronto, el hombrecito vestido de gris comenzó a cantar:
-¡Granaaaadaa...!
En la oficina.
Se produjo un silencio terrible.
Las máquinas de escribir enmudecieron.
Y don Perfecto, el Jefe de Planta, le llamó a su despacho con gesto amenazador.
Y, después de gritarle de todo, terminó diciendo:
-¡Ya lo sabe! Si vuelve a repetirse, lo echaré a la calle.
Días más tarde, en una cafetería, sucedió otro tanto.
El dueño, con cara de malas pulgas, le señaló un letrero que decía:
Se prohíbe cantar y bailar
Y lo echó amenazándole con llamar a un guardia.
Nuestro hombre pensó y pensó.
¡No podía perder su empleo!
Tampoco quería andar por el mundo expuesto a que lo echaran de todas partes.
Y, al fin, se le ocurrió una brillante idea.
Al día siguiente, fingió tener un fuerte dolor de muelas.
Se sujetó la mandíbula con un pañuelo y fue a su trabajo.
Así no podría cantar.
¡Aunque quisiera!
Y día tras día, año tras año, estuvo nuestro hombrecito, con su pañuelo atado, fingiendo un eterno dolor de muelas.

                                       La historia termina así.
                                       Así de mal. Así de triste.
                                       La vida pone, a veces, finales
                                       tristes a las historias.
                                       Pero a muchas personas
                                       no les gusta leer finales
                                       tristes; para ellos hemos
                                       inventado un final feliz...

Pero, nuestro pobre hombrecito, merecía que le dieran una oportunidad.
Así que...
Cierto día, conoció a un director de orquesta.
Y éste quiso oírle cantar.
El hombrecito, muy contento, pero con un poco de miedo, salió al campo con el director de orquesta.
Y allí, rodeados de flores y de pájaros, nuestro hombrecito se quitó el pañuelo y cantó mejor que nunca.
El director de orquesta estaba tan entusiasmado que lo contrató para inaugurar la temporada del Teatro de la Ópera.
Y la noche de su presentación, que se anunció en todos los periódicos, don Perfecto, el Jefe de Planta, los vecinos que le habían regado, el dueño de la cafetería y todos los que le habían perseguido con sus risas, hicieron cola y compraron entradas para oírle cantar.
Y asistieron al triunfo del hombrecito.
Y el hombrecito quemó todos sus trajes y corbatas de color gris.
Tiró por la ventana el despertador.
Se afeitó el bigotito de color gris y nunca, nunca más, volvió a tener la mirada de color gris.

  ¿FIN?

viernes, 10 de mayo de 2019

EL HOMBRECILLO DE PAPEL, de Fernando Alonso

Fernando Alonso (1941, Burgos) es un autor de literatura infantil absolutamente reconocido y premiado en numerosas ocasiones. Su título estrella, reproducido tanto en papel como sobre un escenario en infinidad de ocasiones, es El hombrecito vestido de gris.

Hoy traigo hasta aquí El hombrecillo de papel a petición de alguien que hace muchos años abandonó la edad infantil, pero no su ilusión ni los ojos nuevos con que lo mira todo. 

Aquí lo tienes, Carlos.

Librerías que disponen de ejemplares


Era una mañana de primavera y una niña jugaba en su cuarto. Jugó con un tren, con una pelota y con un rompecabezas. Pero pronto se aburría de todo. 




Luego empezó a jugar con un periódico. Hizo un sombrero de papel y se lo puso en la cabeza. Después, hizo un barco y lo puso en la pecera. La niña se cansó también de jugar con el sombrero y el barco. Entonces hizo un hombrecillo de papel con un periódico. Y estuvo toda la mañana jugando con él.

Por la tarde, la niña bajó al parque para jugar con sus amigos. Iba con ella el hombrecillo de papel. Al hombrecillo de papel le gustaron mucho los juegos de los niños. Y los niños estaban muy contentos con aquel amigo tan raro que tenían. 


El hombrecillo de papel de periódico era muy feliz. Y quería que los niños estuvieran contentos. Por eso, comenzó a contarles las historias que sabía. Pero sus historias eran historias de guerra, de catástrofes, de miserias...

Al oír aquellas historias, todos los niños se quedaron muy tristes. Algunos se echaron a llorar. Entonces el hombrecillo de papel pensó: "Lo que yo sé no es bueno, porque hace llorar a los niños". 

Y echó a andar, solo, por las calles. Iba muy triste. porque no sabía hacer reír a los niños. De pronto, vio una lavandería. El hombrecillo de papel dio un salto de alegría y, con paso decidido, entró. "Aquí podrán borrarse todas las cosas que llevo escritas; todo lo que hace llorar a los niños", pensaba.

Cuando salió...  ¡Nadie le habría reconocido! Estaba blanco como la nieve, planchado y almidonado.


Dando alegres saltos se fue hacia el parque. Los niños le rodearon muy contentos, y jugaron al corro a su alrededor. 
El hombrecillo de papel sonreía satisfecho. 

Pero, cuando quiso hablar... ¡De su boca no salía ni una palabra! Se sintió vacío por dentro y por fuera. 

Y muy triste, volvió a marcharse. Caminó por todas las calles de la ciudad y salió al campo. Entonces, de pronto, se sintió feliz. Su corazón de papel daba saltos en el pecho. Y el hombrecillo sonreía, pensando que tenía un pájaro guardado en su bolsillo. 

Y comenzó a empaparse de todos los colores que veía en el campos: del rojo, amarillo y rosa de las flores; del verde tibio de la hierba; del azul del agua y del cielo y del aire... Luego, se fue llenando de palabras nuevas y hermosas. 

Y cuando estuvo lleno de color y de palabras nuevas y hermosas, volvió junto a los niños.

Mientras descansaban de sus juegos y sus risas, el hombrecillo les habló. 
Les habló de todas las personas que trabajaban para los demás; para que la vida fuera mejor, más justa, más libre y más hermosa. 

Sobre el parque y sobre los ojos de los niños cayeron estas palabras como una lluvia fresca. 

La voz del hombrecillo de papel se hizo muy suave cuando les habló de las flores... Y de los pájaros del aire... Y de los peces del río y del mar... Los ojos de los niños y del hombrecillo de papel se llenaron de sonrisa. Y cantaron y bailaron cogidos de las manos.

Y todos los días, a partir de aquella tarde, el hombrecillo de papel hacía llover sobre la ciudad todo un mundo de color y de alegría.