Para las amigas y los amigos amantes del verano.
Para la cuadrilla de Madrid, que estará sufriendo los rigores del mismo.
Supongo, es un suponer, que Turina escribió esta música pensando en las tórridas noches del verano andaluz y que se imaginaba a sí mismo sentado en alguna silla de anea en busca de la brisa apaciguadora de la madrugada para que le hiciera olvidar el fuego de las abrumadoras horas de la tarde.
Yo, en cambio, escribo estas líneas a las 7 de la mañana en algún lugar al borde del Cantábrico. La temperatura es más que agradable y no necesito, de momento, ninguna ayuda de brisas ni de abanicos.
Si estáis entre el grupo de quienes sufren los excesos térmicos, dadle al play y dejaos llevar por la refrescante caricia del piano de Antonio Soria.
VERANO
Dejadme que os hable de la fuerza,
de la pasión que no conoce
límites,
de esta plenitud sin sombra
que es el corazón latiendo vida:
es el verano,
y son los veinte años
que se abren paso construyendo el
mundo
con una historia nueva cada día,
derribando noches a fuerza de
palabras entre amigos,
quizás
al borde del mar
o
en una plaza antigua,
o
en una casa que no es la nuestra.
Es el verano
y es la luz
que impregna cada cosa con una
vida nueva,
como si fuera imposible la
muerte,
como si no existiera distancia
entre la realidad
y el deseo,
como si cada cosa fuera el centro
del mundo
y el porvenir fuera el presente.
Es el verano
y es la vida
que se manifiesta a cada paso
y en cada objeto,
voluminosa, redonda, sin fisuras,
llenándolo todo,
orgullosa de sí misma
e inconsciente.
Es el verano
y es el ritmo,
la forma de fluir el tiempo en
cada gesto,
el modo en que desplazamos la
mirada por los cuerpos,
la manera en que una y otra vez
la piel
nos dice que está viva
y nos manifiesta esa propensión
al hedonismo.
El ritmo, la luz, la vida,
los veinte años:
la plenitud sin sombra.