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Antonio Duarte
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José Ignacio Ricarte Díez
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Benet Casablancas
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Idoia Otegui
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Albert Galvany
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Alberto Lombo Montañés
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Álvaro Ibáñez Fagoaga
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del cómic adulto»
Daniel Gómez Salamanca
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"El espacio puede tener un horizonte y el tiempo un final, pero la aventura del aprendizaje es interminable". Timothy Ferris. La aventura del Universo.
Esta es la cubierta de la tirada de 500 ejemplares que encargó Rimbaud, la primera y la única que se hizo en vida del poeta. De aquellos ejemplares solamente recogió una docena, los demás quedaron almacenados en la imprenta hasta que pudiera pasar a pagarlos. Nunca llegó a ocurrir eso. Su hermana Isabelle hizo correr el bulo de que él, Arthur, los había quemado. En 1901 un bibliófilo los encontró en los almacenes de la imprenta.
Verlaine, que fue uno de los que recibió un ejemplar, dejó escrito que era una prodigiosa autobiografía psicológica, escrita en esta prosa de diamantes que es propiedad exclusiva de su autor ("Les hommes d'aujourd'hui", Œuvres en prose complètes, Gallimard, La Pléiade, 1972, p. 802).
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Colombine kalea |
Cuando murieron mis padres, una de mis hermanas me hizo llegar dos cuadernos que se encontraban entre los objetos que aparecieron al limpiar el piso. El primero, el de papel milimetrado, es de mi época escolar (tenía 8 o 9 años). Cuando los recibí, eché un vistazo y los metí en una carpeta. Hace unos días la carpeta y todo su contenido terminó en el contenedor de papel. No soy nada nostálgico y prefiero deshacerme de todo lastre antes que dejar ese trabajo a quien pueda venir detrás. En cualquier caso, antes de tirarlos, fotografié algunas páginas por si las utilizaba en este blog. Hoy las saco a relucir.
La verdad es que darían para realizar multitud de comentarios: sobre la escuela de los años 60, sobre costumbres y escritura, sobre contenidos, sobre mi falta de atención y mi penosa ortografía...
Es esto último lo que más me sorprende hoy en unos cuadernos donde yo escribía lo que se me indicaba, pero que nadie corregía. A la vista están esos errores tan abultados y notorios como la confusión entre la b y la v, la mayúscula de los nombres de los meses o la falta casi absoluta de tildes...
Sin embargo, de todos los deslices que se pueden apreciar en estas pocas páginas, los que más me divierten y me asombran son los que aparecen en las resoluciones del segundo y tercer problemas. En ambos, según parece, me puse a resolver el anterior, como si hubiera olvidado la inmediata lectura del problema y alguien me hubiera advertido de que había entrado en un bucle, pues me volvía a entretener con el anterior (?). Que eso me ocurriera dos veces de forma continua habla bastante mal de mi grado de atención. Dicho esto, advertid que el segundo, además, está mal resuelto.
El segundo cuaderno pertenece a mi estancia en el instituto. De este recuerdo más cosas porque yo entonces tenía 14 años (15 justo al terminar el curso). Se trata de un cuaderno que teníamos que presentar antes de que el curso terminara. En él debían plasmarse esquemas de todos los temas que la profesora había ido explicando durante el mismo. Obligatoriamente, cada esquema tenía que aparecer acompañado por algún dibujo realizado a mano o algún otro material (no valían fotografías) como hojas, por ejemplo, siempre y cuando el tema lo permitiera (esto solamente afectaba a los temas botánicos).
Como bien figura en la primera página, yo estaba en 5º de bachiller y la existencia de las tildes seguían siendo un auténtico problema para mí. Muy significativo es que mi propio apellido figurase sin ella nada más abrir el cuaderno.
Creo recordar, pero es sabido que los recuerdos los ordena el capricho a su entera voluntad, que empecé a ser consciente del uso de las tildes gracias a una gran profesora que tuve en COU, con la que descubrí el más fascinante y entretenido mundo de la literatura en general y de la poesía en particular. Su nombre: Milagros Polo. Si hacéis clic aquí podréis ver sus trabajos como investigadora.
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Editorial |
Confío en que el simple hecho de citar unas cuantas líneas del "preludio" de esta tan encantadora como breve biografía resulte argumento suficiente para defender la opinión que sostengo:
De todos los poetas de nuestro tiempo, ese gesto conmovedor, esa necesidad de dar su vida a otros no ha poseído a nadie de manera tan arrebatadora, tan abnegada y trágica como a Paul Verlaine. Porque ninguno ha sido tan débil ante la presión del destino. Toda su virtud poética es grandeza vuelta del revés, es debilidad. Como no podía dominarlo le quedaba el lamento; como no era capaz de dar forma a los acontecimientos, resplandecen en su obra como belleza desnuda e indómita, humana al mismo tiempo que divina. De ese modo produjo una lírica primigenia, pura humanidad, sencilla queja, humildad, balbuceo, ira y reproche, sonidos primitivos en sublime forma, el sigiloso llanto del niño al que han pegado, el grito de miedo del extraviado, el tierno llamado del pájaro solitario al caer la tarde. Otros poetas han tenido ademanes mucho más variados: el del que clama y reúne con sonoro cuerno a los caminantes que acuden de todas direcciones; el del mago que teje sonidos como teje el susurro de las hojas, el rumor del viento y el borbotar del agua; el del maestro que condensa en oscuros proverbios toda la sabiduría de la vida. Él en cambio no tenía otra cosa que el ademán del débil que necesita a otros, los gestos del mendigo. Pero esos gestos los poseía maravillosamente, en todos sus acentos y matices: poseía el débil llanto del hombre débil, a veces resonando en el confuso balbuceo del borracho, poseía el tierno y aflautado sonido del deseo vago y melancólico, pero también el duro martillar contra el propio pecho, el flagelante azote del penitente y la íntima oración de gratitud que murmuran las mujeres pobres en los escalones de la iglesia. Otros poetas estaban tan entrelazados con el universo que ya no era posible distinguir si las grandes tormentas temblaban en su pecho, el mar rugía en ellos o era su palabra la que hacía estremecer los prados y acariciaba tierna los sembrados en forma de viento. Eran personas que daban y reunían vida, dioses por el milagro de la creación y al mismo tiempo sus sacerdotes. Verlaine nunca fue más que un ser humano, un ser humano débil, que ni siquiera era capaz de "enumerar los delitos de su corazón", pero precisamente la carencia de lo personal daba como resultado lo archisingular, lo arquetípico, lo más puramente general y humano. Verlaine era blanda masa, sin capacidad de impregnación y sin resistencia: cada cosa, incluso los fugaces dolores de segundos solitarios, similares a aromas, que normalmente se disgregan o se condensan en sorda tristeza, cada línea de la vida que cruzaba la estela de su destino tenía un relieve puro, una huella clara, sincera. Las confusas potencias del destino, que zarandearon con ímpetu su vida y la desgarraron, se funden en su obra en esencias, en cristales.
Aunque esto —junto a la gloria de haber promovido con sus versos el ennoblecimiento y desarrollo de una cultura— es lo más alto y sublime que se puede decir de los versos de un poeta, semejante valoración de algunos de sus seguidores (especialmente de los jóvenes literatos franceses) aún parece demasiado poco. Celebran en Verlaine al inventor consciente de una nueva ars poetica, el iniciador de nuevas eras líricas, ignorantes de la torpeza de sus comienzos, que incluso el literato Verlaine, aquella triste caricatura en la que lo habían convertido el ruido y los cafés del Quartier Latin, rechazaba indignado. Porque toda la fuerza y grandeza de esa lírica hunde sus raíces en la intemporalidad, en la maravillosa intimidad de su sentimiento, eternamente humano, invariable, y sobre todo en lo inconsciente de su surgimiento. Sólo los intelectuales crean "orientaciones", y Verlaine era tan poco intelectual como bon enfant, el niño tambaleante e inconsciente en cuyas manos abiertas para el juego los versos caían como flores de cerezo y hojas volanderas. Era un creador, un poeta. Y la poesía es pensamiento sin lógica (aunque no contra la lógica), vínculo que no sigue las leyes del pensamiento, sino los dictados, las vagas sensaciones que siguen a las palabras susurradas, los secretos acuerdos de las corrientes subterráneas que murmuran en la oscuridad. Es pensamiento sin consecuencia, instinto e intuición, síntesis que brota sin ley alguna, anudamiento y no encadenamiento. Melodía y no escala cromática. Y, en ese sentido, él era un creador inconsciente, escuchador de los acordes secretos. Nunca fue un pensador, aunque su aguda y eléctrica capacidad de observación, su ingenio galo y su sensibilidad estilística fueran capaces de iluminar a pequeños círculos, pero le faltaba —como en todo— la fuerza, la coherencia. Sabía captar e iluminar las olas que llegaban a su vida, pero nunca fue suyo el rasgo furioso y heroico de los grandes poetas alemanes: devolverlas al oscuro espejo del universo, lanzar al mundo los rayos de la curiosidad y la torturante pulsión vital, indagar la visión del universo, el temblor y el sentido de la lejanía. Espíritu fugaz y débil como era, no amaba lo definitivo, la calma y la posesión, el sentido y la fuerza, los elementos de la existencia; se entregaba por completo a la eflorescencia de las cosas, a la dulzura del devenir, al dolor del paso del tiempo, a la tortura y ternura de los sentimientos que nos acarician, a las cosas, en pocas palabras, que llegan hasta nosotros, y no a las que tenemos que buscar e investigar. Nunca fue arco tendido que se lanza a sí mismo cual flecha al infinito, sino tan sólo arpa de Eolo, juego y lenguaje de los vientos que venían. Se arrojó de buen grado en brazos de todos los peligros: las mujeres, la religiosidad, la bebida y la literatura. Todo eso lo asfixió y lo desgarró, pero las gotas de sangre vertidas son poemas espléndidos, acontecimientos imperecederos, sentimiento primigenio y cristalino.
Y así, hasta el final. Pocas veces se encuentran en el mismo texto el placer de la belleza y el del conocimiento. En esta biografía se encuentran a partes iguales.
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Ejemplar de la Biblioteca Central |
Bronces de cierva y ciervo de la época Edo |
Jarrón en forma de bárbaro danzante, dinastía Ming |
Pinturas murales funerarias, dinastía Han |
Urnas cinerarias, siglo XIII |
Aspecto general de la sala del Buda Amida |
Estela budista del norte de Qi |
Una de mis piezas preferidas. Orquestilla de amazonas (entre 618 y 907) |
Soldados de infantería para acompañar a algún noble en su tumba |
Buda Amida |
Quemador de perfume en forma de grulla, época Edo |
Tigre (id al enlace, merece la pena) |
Vaso ritual |
Quemador de perfume en forma de pagoda |
Quemador de perfume en forma de dragón |
Panteras al acecho en la orilla del Đồng Nai |