La semana pasada fui a cargar la bolsa a la biblioteca —Celan me exige mucha atención y tiempo— y entre los libros que me llevé para casa estaba el del autor de los me gusta tuiteros, a quien conozco solamente por lo que publica en su cuenta. Pero leer 150 caracteres no es lo mismo que leer un libro. Como tampoco es lo mismo saludar a una persona todos los días cuando coincidimos en el ir y venir diario, que entablar una larga e interesante conversación con ella.
El poemario ha sido una de las gratas sorpresas del año. Desde el estupendo poema-dedicatoria que abre el libro, y que aquí os dejo, hasta el último de ellos, todos desbordan buen hacer, buen ritmo, imaginación poética, dominio de la escritura y una poderosa invitación a levantar la cabeza y seguir adelante. Una opción perfecta de lectura para las tardes de otoño.
Para
mi madre,
que
me mostró la puerta y me tendió una llave;
que
me enseñó que los únicos caminos
son
los que nos acercan a nosotros mismos,
lo
demás es arena.
Me dijo:
escribe
con distancia
pero
sin olvidar el cuarzo
negro de la mina diaria,
lo marchito y oscuro
que ya está en las semillas.
Añadió:
Vivir
es defenderse de la vida,
y
volvió a asegurarlo:
el que mira las olas ya
ha vencido el naufragio;
sólo quien se conoce
puede oír el silencio que precede a los golpes,
puede sentir el mar que
hay en las caracolas.
Me enseñó
que en cada nombre se esconde lo nombrado;
que en la palabra noche
fluyen
ríos oscuros de carbón y cenizas,
que cuando digo madera
la
voz se me puebla de raíces y carne,
que cuando digo te
quiero
en mi boca despierta la
cereza y la lluvia.
Y estas palabras suyas las
llevaré grabadas para siempre
Nada
tiene sentido
por eso
todo vale la pena
porque todo
puede ser de la altura que le des a tus pasos.
Para seguirle el rastro: