viernes, 21 de octubre de 2016

VLADÍMIR MAIAKOVSKI

Maiakovski (1893-1930) fue un personaje exagerado, tal vez con una excesiva conciencia de sí mismo, que vivió una época convulsa a la que se entregó con pasión. Puede que la mejor aproximación a su vida y a su obra sea la novela de Juan Bonilla, Prohibido entrar sin pantalones, pero allá cada cual con sus gustos y preferencias.

Su poesía la han recogido en castellano numerosas editoriales, por lo que es muy fácil poder acercarse a ella. Las que aquí aparecen son las dos últimas, ambas del año pasado. La primera, Poesía lírica, clásica antología en cuanto al formato. La segunda, Para la voz, un estuche con tres cuadernos profusamente ilustrados, todo un lujo para los sentidos y una tentación para los bibliófilos.




¡ESCUCHEN!

¡Escuchen!
Si 
encienden las estrellas —
¿quiere decir que alguien lo necesita?
¿Quiere decir que alguien quiere que existan?
¿Quiere decir que alguien llama perlas a esos escupitajos?
Y esforzándose,
entre ventiscas de polvo meridional
irrumpe en lo de Dios,
teme haberse retrasado,
llora,
besa su mano nudosa,
le pide —
¡que sin falta aparezca la estrella!,
y jura —
que no soportará esa tortura sin estrellas!
Y luego 
anda angustiado,
pero tranquilo en apariencia,
le dice a alguien:
"¿entonces, ahora, no te sientes mal?
¿No tienes miedo?
¿No?"
¡Escuchen!
Si las estrellas
las encienden,
¿quiere decir que alguien lo necesita?
¿Q
uiere decir que es indispensable
que cada atardecer
por encima de los techos
se encienda por lo menos una sola estrella?

Traducción de Irina Bogdaschevski.

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