Leo en el capítulo que Joseph Brodsky dedica al poeta Mandelstam, El hijo de la civilización —Menos que uno, Círculo de lectores, 1988— este elogioso comentario: Hablando con toda franqueza, yo no conozco nada en la poesía mundial que pueda compararse a la calidad reveladora de esos cuatro versos de su poema "Versos del soldado desconocido", escrito un año antes de su muerte:
Un desorden arábigo, una confusión,
la luz de las velocidades afilada en su haz,
y con sus oblicuas suelas
un rayo permanece en equilibrio en mi retina.
No dudo de la sensibilidad de un premio Nobel para leer en su lengua materna. Tal vez pueda dudar de la pericia del traductor que se encontró con la inmensa dificultad de traducir al castellano cuatro versos que previamente estaban traducidos al inglés por Brodsky.
Leo y releo en un intento de aproximarme a la belleza que se me indica, pero no lo consigo. También es cierto que me falta el resto del poema y la poesía se construye mediante connotaciones, palabras que establecen juegos y armonías entre ellas, además de ritmos y sonidos que en la traducción de la traducción se han perdido.
Acudo a la traducción que tengo en casa de J. García Gabaldón. Leo el poema en su totalidad y se me abre su belleza doliente, su desgarrada y triste hermosura
1
Que este aire sea testigo
de su corazón de largo alcance,
y en las trincheras, un omnívoro y activo
océano sin ventana es la materia...
¿De qué sirven estas estrellas delatoras?
Todo deben escrutar. ¿Para qué?
En la reprobación del juez y del testigo,
en un océano sin ventana, está la materia.
Recuerda la lluvia, rudo sembrador
—su anónimo maná—,
cómo bosques de crucecitas señalaban
al océano o cuña militar.
Habrá gente débil y fría
que matará, sentirá hambre y frío
y en una célebre tumba
yacerá el soldado desconocido.
Enséñame, débil golondrina
que has desaprendido a volar,
cómo dominar esta tumba aérea
sin timón y sin alas.
Y de Lérmontov, Mijail
te entregaré un severo informe
de cómo la bóveda enseña a la tumba
y una fosa de aire imanta.
2
Con temblorosos racimos de uva
nos amenazan estos mundos,
y de ciudades furtivas,
dorados lapsus, delaciones,
bayas de hielo tóxico, penden
las elásticas tiendas de campaña de las constelaciones,
los dorados sebos de las constelaciones.
3
Mezcla arábiga, picadillo,
luz pulverizada por la velocidad del rayo.
Con sus suelas oblicuas
permanece el rayo en mi retina.
Millones de muertos de saldo
abrieron una senda en el vacío:
¡Buenas noches! Le desean
lo mejor las enterradas fortalezas.
Incorruptible cielo atrincherado,
cielo de multitud de muertes al por mayor,
por ti, lejos de ti, íntegro,
llevo mis labios a las tinieblas.
Por maltrechos cráteres,
terraplenes, desprendimientos,
demoraba y abrumaba:
El sombrío, virulento y
humillado genio de las tumbas.
4
Muere bien la infantería
y canta bien el coro nocturno
sobre la aplastada sonrisa de Svejk,
sobre la llanza d epájaro de Don Quijote,
y sobre el metatarso de pájaro del caballero.
Y el inválido se hace amigo del hombre—
a ambos les aguarda el trabajo—
y en la valla del siglo, con muletas
de madera llama la familia.
¡Eh, la camaradería, el globo terrestre!
5
¿Para qué debe crecer el cráneo
por toda la frente —de sien a sien—?
¿Para que en sus queridas órbitas
puedan penetrar las tropas?
En vida crece el cráneo
por toda la frente —de sien a sien—,
Se atormenta por la nitidez de sus suturas,
se aclara con la cúpula del entendimiento,
espumea con el pensamiento, se sueña.
Cáliz de cálices y patria de patrias,
cofia recamada de pespuntes de estrellas,
gorrito de la felicidad —padre de Shakespeare...
6
Claridad del fresno, sutileza del sicomoro,
apenas enrojecido regresa a casa,
como si de desmayos los dos cielos
con su pálido fuego cubriera.
Sólo el exceso nos une.
Delante no hay un abismo, sino un error en el cálculo.
Y luchar por el aire necesario
es la gloria a otro no reservada.
Y saturando mi conciencia
con una vida agitada,
¿beberé acaso este brebaje no escogido?
¿Comeré mi propia cabeza bajo el fuego?
¿Para eso se preparó la tara
del hechizo en el espacio vacío'
¿Para que las estrellas blancas
apenas enrojecidas regresaran a casa?
¿Escuchas, madrastra el campamento estelar,
la noche que caerá ahora y luego?
7
Vierten sangre las aortas,
y en las filas, un susurro resuena:
Yo nací en el noventa y cuatro,
yo nací en el noventa y dos...
Y apretando en el puño el triturado
año de nacimiento, en tropel, con la manada,
cubierta la boca de sangre, susurro:
—Yo nací en la noche del dos al tres
de enero del noventa y uno,
año sin esperanza, y los siglos
me rodean con el fuego.
Ciertamente, la estrofa cambia y el sentido se completa. Recojo el esplendor herido de las palabras. Lo hago mío. Pero me faltan la capacidad de pentración de Brodsky y el idioma materno del escritor ruso. Me quedo desolado en mi impotencia. Querer y no llegar.