Resulta muy difícil poner un poco de racionalidad cuando una creencia está muy arraigada. Es tan difícil que, incluso cuando se aportan las evidencias, las negamos. Esta misma semana he podido comprobarlo.
Dos alumnos, por algo que aquí no viene a cuento, exponían la muy extendida creencia de que los números se escribían en su origen de la manera en que se recoge en esta imagen:
Les dije que si bien era una historia muy bonita, no era cierta. No hubo manera de que creyeran mi palabra. Al fin y al cabo era solamente mi palabra contra la suya, y sus maestros anteriores se lo habían enseñado así.
Internet no valía como prueba, pues para ellos es algo así como el espacio donde caben todas las mentiras —razón del todo no les falta, pero esa es otra historia—.
Al día siguiente les llevé el libro al que pertenece la imagen, obra de un matemático compatriota suyo y seguramente el máximo especialista en historia de los números. Allí leyeron lo que a continuación copio textualmente:
Explicaciones fantásticas a propósito del origen de las cifras "árabes"
Según una tradición popular que persiste en Egipto y el norte de África, las cifras "árabes" fueron inventadas por un vidriero geómetra originario del Magreb, el cual imaginó que podría dar a cada una de las nueve cifras significativas una forma evocativa en función del número de ángulos contenidos en el trazado de cada una de ellas: un ángulo para el grafismo de la cifra 1; dos ángulos para la cifra 2; tres ángulos para la 3, y así sucesivamente (fig. 24.1 A).
Solamente se les ocurrió decir que no era verdad, que Georges Ifrah estaba equivocado. Y es que resulta muy difícil deshacernos de las convicciones cuando están asociadas al mundo de los afectos, tanto, que incluso delante de las evidencias que nos presentan, seguimos acogiéndonos a la creencia establecida. No basta con ver para creer.