Blas de Otero ha sido uno de mis primeros poetas. Me lo puso delante de los ojos
Milagros Polo, la profesora de Lengua y Literatura en aquel destartalado y maravilloso Cardenal Cisneros, cuando cursaba COU y desde entonces le soy fiel. Incluso me gustan sus poemas religiosos y eso que las creencias no son lo mío. Pero Blas de Otero es distinto, tiene la fuerza de los más grandes y cada verso que escribe es una conmoción, un terremoto. Aún recuerdo la impresión que me produjo el tremendo soneto
Hombre cuando mi querida profesora nos lo dio para que lo comentáramos.
Esto es ser hombre: horror a manos llenas.
Ser —y no ser— eternos, fugitivos.
¡Ángel con grandes alas de cadenas!
Blas de Otero es, además, el mejor sonetista contemporáneo en lengua castellana. Sus sonetos son sólo comparables a los de los clásicos Lope, Góngora o Quevedo. Fluyen con absoluta naturalidad y tienen un decir completo y redondo.
Así, pues, no tengo nada más que mostrar mi agradecimiento a los de Galaxia Gutenberg por haber tenido la buena idea de recoger toda su obra en un
tocho que, aunque sobrepasa las 1200 páginas, todavía aguanta el calificativo de libro de bolsillo. Aquí está, efectivamente, cuanto escribió, tanto en prosa como en verso, que siempre es grato tener reunida en un solo volumen la obra de un autor. Y menos mal que no
rompió todos sus versos.
A LA INMENSA MAYORÍA
Aquí tenéis, en canto y
alma, al hombre
aquel que amó, vivió, murió
por dentro
y un buen día bajó a la calle:
entonces
comprendió: y rompió todos su versos.
Así es, así fue. Salió
una noche
echando espuma por los ojos, ebrio
de
amor, huyendo sin saber adónde:
a donde el aire no
apestase a muerto.
Tiendas de paz, brizados
pabellones,
eran sus brazos, como llama al viento;
olas
de sangre contra el pecho, enormes
olas de odio, ved, por
todo el cuerpo.
¡Aquí! ¡Llegad! ¡Ay!
Ángeles atroces
en vuelo horizontal cruzan el
cielo;
horribles peces de metal recorren
las
espaldas del mar, de puerto a puerto.
Yo doy todos mis versos por un
hombre
en paz. Aquí tenéis, en carne y
hueso,
mi última voluntad. Bilbao, a once
de
abril, cincuenta y uno.