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lunes, 16 de junio de 2025

IRLANDA VISTA POR... JAMES JOYCE

Desde mediados del siglo pasado, todos los años se celebra el Bloomsday el 16 de junio. Es un día festivo que irlandeses en general y dublineses en particular aprovechan para vestirse de época (la del Ulises) y recorrer los espacios de la ciudad que recorrió el protagonista de la novela.

Sabido es que Joyce no vivió mucho tiempo en su Irlanda natal. Y no es que le echaran de ella por razones morales o políticas. Él, como otros muchos irlandeses de su época, se fueron buscando otros horizontes más amplios. Bueno por eso y por otros motivos, algunos de los cuales se dejan entrever en este poema que lleva por título el gas de un mechero.





GAS DE UN QUEMADOR



Señoras y señores, aquí están reunidos

para saber por qué la tierra y los cielos han temblado

a causa de las sombrías y siniestras mañas

de un escritor irlandés en tierras extranjeras.

Me envió un libro hace diez años:

lo leí unas cien veces,

del derecho, del revés, por arriba, por abajo,

de lejos y de cerca.

Lo imprimí todo hasta la última palabra

mas con la gracia de Dios

las tinieblas de mi mente se rasgaron

y entreví el vil propósito del autor.

Pero tengo un deber para con Irlanda:

guardo su honor en mis manos,

tierra de encanto que siempre mandó

a sus escritores y artistas al destierro

y con espíritu de chanza irlandesa

traicionó a sus caudillos uno por uno.

Fue el humor irlandés, húmedo y seco,

el que arrojó cal viva a los ojos de Parnell;
son los cerebros irlandeses los que salvan de la ruina

la barcaza que hace agua del obispo de Roma

pues todos saben que el Papa no puede eructar

sin el permiso de Billy Walsh.

¡Oh Irlanda mi primero y único amor

donde Cristo y César uña y carne son!

¡Oh tierra de encanto donde el trébol crece!

(Permítanme, señoras, que me suene).

Os manifiesto, sin que me importen un pito vuestras censuras,

que imprimí los poemas de Mountainy Mutton

y una obra teatral que escribió (la habéis leído, seguro)

donde se dice “bastardo”, “bujarrón” y “ramera”,

y otra pieza sobre la Palabra y San Pablo

y sobre algunas piernas de mujer que recordar no puedo,

escrita por Moore, caballero auténtico,

que vive de sus rentas con el diez por ciento.
Ejemplar de la B. C.

Imprimí libros místicos a docenas,

imprimí el breviario de Cousins

aunque (les ruego me perdonen) tales versos

provocarían acidez en sus traseros.

Imprimí folklore del norte y del sur

de Gregory la de la Boca Dorada.

Imprimí poetas tristes, tontos y solemnes.

Imprimí a Patrick cómo-se-llame.

Imprimí al gran John Milicent Synge

que se remonta sobre un ala angélica

con la camisola del aventurero que tomó como botín

de la bolsa de viajante del gerente de Maunsel.

Mas nada quiero saber de ese condenado sujeto

que anduvo por aquí vestido de amarillo austriaco,

declamando italiano por horas

a O’Leary Curtis y John Wyse Power

y escribiendo de Dublín, sucia y querida,

de tal forma que ningún impresor, ni aun africano, lo toleraría.

¡Mierda y cebollas! ¿Pensáis que imprimiré

los nombres del monumento a Wellington,

Sidney Parade y el tranvía de Sandymount,

la pastelería de Downes y la confitura de Williams?

¡Que me condene si lo hago… que al fuego me condene!

¡Hablar de los Topónimos irlandeses!

Me asombra, por mi alma,

que el autor olvidase mencionar Curly’s Hole.

No, señoras, mi imprenta no tomará parte

en libelo tan burdo contra mi madrastra Erin.

Me apiado de los pobres: he aquí la razón por la que empleé

a un escocés pelirrojo para que me lleve las cuentas.

¡Pobre hermana Escocia! Su sino es horrible.

Ya no encuentra más Estuardos que vender.

Mi conciencia es pura como la seda china,

mi corazón es blando como la manteca.

Colm les podrá decir que hice una rebaja

de cien libras en el presupuesto

que le anticipé para su revista irlandesa.

Amo a mi país: ¡lo juro por los arenques!

Ojalá pudierais ver cómo lloro

cuando pienso en los trenes y barcos de emigrantes.

Por eso publiqué a los cuatro vientos

mi guía de ferrocarriles del todo ilegible.

En el vestíbulo de mi institución impresora

la pobre aunque digna prostituta

practica la lucha libre cada noche

con su artillero británico de ajustados pantalones

y el forastero aprende el don de la charla

de la ebria y roñosa ramera dublinesa.

¿Quién fue el que dijo: no resistáis al mal?

He de quemar ese libro con la ayuda del diablo.

entonaré un salmo mientras lo veo arder

y guardaré las cenizas en una urna de una sola asa.

Haré penitencia con pedos y gemidos

de hinojos sobre mis rodillas.

Esta próxima cuaresma descubriré

mis nalgas penitentes al aire

y sollozando junto a mi imprenta

mi horroroso pecado confesaré.

Mi capataz irlandés de Bannockburn

hundirá su diestra en la urna

y su devoto pulgar estampará una cruz

Memento homo sobre mi trasero.




***


miércoles, 14 de mayo de 2025

UN LIBRO, UN POEMA (Mahmud Darwish)

Ejemplar del KM
#unlibrounpoema

Publicada hace poco más de un mes, esta antología de poemas de Mahmud Darwish recoge una muestra amplia y suficiente de su quehacer como poeta. Tiene, además, el mérito de incluir algunos poemas que nunca habían sido traducidos al castellano. Una forma estupenda de acercar la poesía de Darwish a la masa lectora en castellano, en una edición de bolsillo pero muy bien cuidada. 



ENAMORADO DE PALESTINA 


Enamorado de Palestina Tus ojos son una espina en mi corazón, 
me duele… pero la adoro, 
la guardo del viento, 
me la clavo más allá de la noche y los dolores, me la clavo 
y la herida enciende la luz de las lámparas, 
su mañana se vuelve mi presente. 
La quiero más que a mi alma, 
y en cuanto ojo y ojo se encuentran, olvido 
que un día, del lado de fuera de la puerta, ¡fuimos dos! 

Tus palabras… eran un himno: 
yo intentaba cantar 
pero la pena cercaba el labio en primavera. 
Tus palabras, como las golondrinas, alzaban el vuelo: 
en otoño emigraban contigo de las puertas y umbrales 
de nuestras casas a donde quisiera el deseo… 

Nuestros espejos se rompieron, 
la tristeza se multiplicó por mil 
y recogimos las astillas de una voz…
que entonaba ¡la elegía del país! 
La sembraremos juntos en el cuerpo de una guitarra 
que tocaremos 
en las azoteas de nuestra catástrofe 
para piedras y lunas deformes. 
Porque la había olvidado… olvidado, oh voz desconocida: 
al marcharte se oxidó la guitarra… ¿O ha sido por mi silencio? 

Ayer te vi en el puerto, 
viajera sin parientes… sin provisiones. 
Corrí hacia ti como un huérfano 
que pregunta a la sabiduría de sus abuelos: 
¿Cómo es que han empujado a los huertos verdes 
a prisión, al exilio, a una dársena 
y ahí siguen, a pesar de la travesía, 
a pesar de los vientos salobres y los deseos, 
ahí siguen siempre verdes? 
Escribo en mi diario: 
Amo las naranjas. Odio el puerto. 
Y sigo escribiendo: 
En el puerto 
me detuve. El mundo tenía ojos de invierno 
y nosotros, mondas de naranjas. Detrás de mí, el desierto.

Te he visto en los cardos de los montes, 
pastora sin ovejas 
perseguida, entre las ruinas… 
Tú eras mi jardín y yo el forastero 
que llamaba a tu puerta, oh corazón. 
En mi corazón… 
la puerta, la ventana, los cimientos, las piedras fraguan. 

Te he visto en las cántaras de agua y de trigo 
hechas añicos. Te he visto camarera en clubes nocturnos. 
Te he visto en las ranuras de las lágrimas y las heridas. 
Tú eres en mi pecho otro pulmón… 
Tú, tú, la voz de mis labios… 
Tú el agua, tú el fuego. 

Te he visto a la entrada de la cueva… 
tendiendo en la cuerda la ropa de tus huérfanos. 
Te he visto a la lumbre y en las calles… en los corrales… en la sangre del sol. 
Te he visto en los cantos de orfandad y desposesión. 
Te he visto rebosante de sal y de arena. 
Eras preciosa como la tierra… como los niños… como el jazmín. 

Y juro: 
Que con las pestañas de mis ojos tejeré un pañuelo 
y bordaré un poema a tus ojos 
con un nombre que dicho derrite el corazón… 
para alimento de las ninfas del bosque. 
Escribiré una frase más hermosa que las promesas y los besos: 
«Era palestina. ¡Y lo sigue siendo!». 

En una noche de tormenta abrí la puerta y la ventana 
a la luna anquilosada de nuestras noches, 
y dije: ¡Es mi turno! 
Más allá de la noche y de los muros… 
he hecho una promesa a las palabras y a la luz. 
Tú eres mi jardín virginal… 
–y nuestras canciones, 
espadas que blandimos. 
Eres leal como el trigo… 
–y nuestras canciones, 
simiente que sembramos. 
Eres como una palmera en la imaginación, 
que no la troncha tormenta ni machete, 
que no deja que le arranquen las crenchas 
las fieras del desierto o del bosque… 
Pero a mí, exiliado tras los muros y la puerta, 
ponme a salvo en tus ojos
ponme donde estés 
ponme como sea: 
recobraré el color de cara y cuerpo, 
la luz del corazón y la mirada, 
la sal del pan y de las melodías 
y el sabor de la tierra y el país. 
Ponme a salvo en tus ojos, 
haz de mí tabla de olivo en la choza de la miseria, 
haz de mí aleya del libro santo de mi infortunio, 
haz de mí juguete… piedra de la casa 
para que otra generación recuerde 
el sendero a casa. 

Palestina en ojos y tatuaje 
palestina en el nombre 
palestina en los sueños y las penas 
palestina en el pañuelo, los pies y el cuerpo 
palestina en las palabras y el silencio 
palestina en la voz 
palestina en el nacimiento y en la muerte. 
Te llevaba en mis viejos cuadernos, 
fuego para mis versos. 
Te llevaba de provisión en mis viajes. 
En tu nombre grité en los valles: 
¡La caballería cruzada… bien la conozco, 
aunque sea otra la batalla! 

Tened cuidado… Cuidado 
con el relámpago que mi canto saca del pedernal. 
Yo soy la flor de la juventud, la gala de los caballeros. 
El destructor de los ídolos. 
Los confines del Levante los siembro 
de poemas ¡que los buitres perdonan! 
En tu nombre he gritado al enemigo: 
Comeos mi carne si me quedo dormido, gusanos. 
De los huevos de las hormigas no nacen águilas… 
Pero un huevo viperino… 
¡esconde una serpiente! 
¡La caballería cruzada… bien la conozco, 
mas por encima de ella sé que 
yo soy la flor de la juventud, la gala de los caballeros!

Traducción: Luz Gómez.

Otras ediciones en castellano:  

Disponéis de una selección abundante de poemas en la página

***


martes, 10 de diciembre de 2024

CRIATURAS EFÍMERAS, Mauro Bonazzi

Traducción: Manuel Cuesta
He sucumbido a la belleza de este libro. Lo he leído en un par de sentadas. Fascinante. No se me ocurre mejor publicidad que transcribir el primer capítulo que Mauro Bonazzi titula como Ser humanos, que de eso y no de otra cosa trata este bellísimo paseo por la vida... y por la muerte.


Ser humanos 

(a modo de prefacio)


Corazón, corazón, de irremediables penas agitado, 

¡álzate! Rechaza a los enemigos oponiéndoles 

el pecho, y en las emboscadas traidoras sostente

con firmeza. Y ni, al vencer, demasiado te ufanes,

ni, vencido, te desplomes a sollozar en casa. 

En las alegrías alégrate y en los pesares gime 

sin excesos. Advierte el vaivén del destino humano. 

Arquíloco de Paros


 La civilización griega produjo una reflexión luminosa sobre el sentido de la condición humana —sobre aquello que somos y sobre el valor de nuestras vidas— que fue capaz de atravesar los siglos influyendo y estimulando a grandes escritores y grandes pensadores. Lo hizo partiendo del tema de la muerte: ese es el punto de acometida. La muerte es, en efecto, un escándalo, un misterio: algo que no conseguimos y no podemos aceptar. Pero el problema no es tanto el hecho en sí de tener que morir. (De eso nos hacemos cargo todos.) Lo que resulta insoportable es la idea de que ese hecho —el hecho de que, antes o después, tendremos que irnos— amenaza con quitar valor a nuestra existencia aquí y ahora. Porque ¿qué sentido tiene algo que no existía, existe y no existirá? ¿Qué valor tiene una cosa que está destinada a desaparecer en el olvido? He aquí la pregunta a la que es necesario encontrar una respuesta, ya que aquí está la clave para entender el sentido de nuestra existencia. Estamos nosotros y está este inmenso universo que nos circunda. ¿Cuál es la relación? ¿Somos completamente reductibles a esa realidad, o no lo somos? Y, si no lo somos, ¿cuál es el sentido de lo que somos y hacemos? ¿Cómo dar valor a nuestra existencia? Nuestros conocimientos han aumentado de manera exponencial a lo largo de los siglos, pero estas preguntas siguen ahí a la espera de una respuesta. Ofrecer tal respuesta, y con la pretensión de que sea definitiva, no es, sin embargo, la finalidad de estas páginas, que se plantean un objetivo mucho más modesto: reconstruir las distintas propuestas que en el mundo griego —y en algún que otro autor que continuó por esa vía— se articularon con el propósito de esclarecer qué somos. Seres incompletos: nosotros, los hombres, somos los seres deseantes por excelencia. Pero ¿qué es, en realidad, lo que buscamos? 

La tensión fundamental que nos anima es la que opone acción y conocimiento. Se trata de las dos famosas definiciones del ser humano de las que habló Aristóteles, dando voz al sentir griego: el animal político y el animal racional. Parecen dos definiciones, así de entrada, fácilmente compatibles. En seguida veremos que no lo son. De ahí que la nuestra sea una condición tan complicada. Porque el deseo de actuar, de construir y demostrar lo que valemos, no necesariamente se aviene con el deseo de entender, de comprender lo que nos rodea y nuestro lugar en el seno de un universo enorme. Pero eso no es todo, naturalmente: si comprender la tensión entre vida activa y vida contemplativa resulta fundamental, otras oposiciones más discretas —pero no menos importantes— resultan igualmente decisivas en la medida en que ayudan a entender mejor esta oposición central. El modelo de la vida contemplativa se basa, en efecto, en la oposición entre conocimiento e ignorancia, mientras que el modelo de la vida activa se basa en la oposición entre poder y debilidad. Y es precisamente en la liquidación de estas dos polaridades donde surge la lección más interesante que nos dejó en herencia el mundo antiguo. 

No se trata de una historia que avanza hacia una conclusión: cada propuesta viene acompañada de dudas y objeciones que evidencian sus límites. Y esto rige tanto para la vida política como para la vida contemplativa (es decir: para ambos ejes principales de la búsqueda, porque es en la acción y en el pensamiento donde nos revelamos como aquello que somos); rige tanto para la poesía como para la filosofía (sin perjuicio de que ambas a menudo se hayan enfrentado en lo que a estos problemas se refiere). No es cuestión, en resumidas cuentas, de proponer ningún posicionamiento en favor de una u otra tesis, sino solo algunas aclaraciones que nos ayuden a ver con mayor nitidez los problemas y a comprender mejor nuestra complejidad. 

Contándonos las peripecias de impávidos héroes y viajeros del pensamiento —de Aquiles o de Atenea, de Ulises o de los filósofos—, los griegos en el fondo nos enseñaron la belleza de la fragilidad y la importancia de las dudas; porque seguimos sin lograr construir la ciudad perfecta y sin encontrar las respuestas que buscábamos. Los griegos cantaron la grandeza del héroe que inaugura el camino político de los hombres y reflexionaron sobre la exigencia de conocer y entender. (Este es otro rasgo fundamental de lo que somos.) ¿Actuar o conocer? Alejadas y opuestas, ambas opciones coinciden, así y todo, al final del recorrido, encontrando en los hombres el mismo amasijo de miseria y grandeza. La ilusión de dominar a los demás y dominar el mundo, o de conquistar y comprender todos los secretos de la realidad —en esa ambición recurrente de hacernos como los dioses—, semejante ilusión encierra algo patético... pero también algo heroico. Somos heroicos precisamente en nuestra fragilidad obstinada, por esa capacidad que tenemos de no rendirnos, de seguir haciéndonos preguntas en un intento de poner orden en el mundo —y en nosotros mismos— con las acciones y con los pensamientos. 

Fue, en resumidas cuentas, una conclusión inesperada —si es que de "conclusión" cabe hablar— aquella a la que llegaron los griegos. Porque ellos se habían puesto en marcha resueltos a derrotar a la muerte, o a poner de manifiesto su vanidad y su inconsistencia... y al final resulta que es precisamente ella —o la conciencia, mejor dicho, de su poder inexpugnable— lo que nos hace verdaderamente humanos, pues solo nosotros podemos preguntarnos —y en parte entender— su misterio y su escándalo. No pueden ni los animales, ni las plantas; no pueden ni siquiera los dioses, a quienes los griegos miraron siempre con envidia. Pero no se trata solamente de la muerte: igual de importante es el tiempo. También de este —del tiempo que transcurre— somos, en efecto, los únicos capaces de entender el poder inexorable. (Ni los animales ni los dioses pueden.) Y también ese matiz va implícito en el significado de ephémeros, el término que mejor expresa nuestra condición. Los hom- 15 Ser humanos bres son, entonces, "criaturas de un solo día"; cosa que puede significar "seres de vida breve", pero también "seres expuestos –sujetos– al cambio del tiempo". Porque somos seres determinados por el tiempo y tenemos que aprender a vivir en él, construyendo un equilibrio entre nosotros y las cosas (un equilibrio inestable, pero nuestro al fin y al cabo). O tenemos que aprender, mejor dicho —por repetir las palabras del gran poeta arcaico Arquíloco de Paros que citábamos a modo de exergo del presente prefacio—, a reconocer el «vaivén» que domina la existencia de los hombres. («Advierte el vaivén [rysmós, ‘ritmo’] del destino humano"). No hay respuestas definitivas al final de la búsqueda, sino únicamente la constatación de que el oficio de vivir es un reto difícil... pero, por eso mismo, apasionante. 

Entre tanto el mundo sigue ahí, inescrutable y enigmático (ya sea aquel disco plano y rodeado por el río Océano del cual hablaba Homero, o el universo infinito de la ciencia contemporánea): a un paso de revelar no se sabe qué verdades, pero al cabo siempre silencioso y esquivo. 

La fascinación que los antiguos griegos han ejercido sobre la modernidad es innegable. Con demasiada frecuencia, sin embargo, los modernos han tratado de apropiarse de los antiguos griegos de manera unilateral, exaltando ora su compostura, ora su desorden. Por un lado tenemos, en efecto, la Grecia de Johann Joachim Winckelmann, olímpica y armoniosa, paradigma de una belleza ideal y sin tiempo, una suerte de paraíso perdido en el que aún era posible una unión entre el hombre y la naturaleza, un mundo lejano y casi inalcanzable en su perfección marmórea... y por otra parte está la Grecia de Friedrich Nietzsche: trágica, dionisiaca y desordenada, que reposa sobre un fondo de horror difícil de eliminar. La verdadera Grecia probablemente esté en el medio y es ambas: una Grecia abierta, irresoluta, incompleta; inquieta y, por eso mismo, cercana e interesante también hoy (porque siempre está dispuesta a acompañar a quien busca). No sabemos adónde nos dirigimos ni qué terminaremos haciendo. Entre tanto, sin embargo, seguimos, avanzamos. Lo cual no es poco y, de hecho, es en esa invitación a reconocernos en nuestra propia incompletitud —pero sin rendirnos ni dejar de hacernos preguntas— donde está la impronta más auténtica del mundo antiguo: 

Entre tanto Grecia viaja, continuamente viaja

(Del poema "A la manera de Y. S.", Poesía completa).

PS: Podéis oirle respondiendo preguntas de estudiantes en el programa Aprendemos juntos 2023.


***


sábado, 26 de octubre de 2024

EUGENIO MONTEJO

Ejemplar del KM
Descubrí hace relativamente poco tiempo la poesía de Eugenio Montejo gracias a un programa de música clásica. En aquel programa la presentadora del mismo leyó un poema que me atrajo profundamente. Lo busqué. Lo encontré, y junto a él vinieron otros tantos poemas que me entusiasmaron. El poema era "Adiós al siglo XX" y daba título y comienzo al poemario al que pertenecía. Desde entonces he andado leyendo de vez en cuando poemas sueltos de este autor venezolano. Hace un par de semanas vi que su poesía se encontraba recogida en Pre-Textos y que el ejemplar estaba disponible en la biblioteca del Koldo Mitxelena. Me lo llevé a casa.

Si tuviera algo que decir sobre su obra y su estilo (podéis leer y oír muchas opiniones y comentarios más autorizados que los míos en internet), además del decir más directo y sencillo de que me gusta mucho, podría decir que su poesía es profundamente sugestiva, que tiene el don de la palabra limpia y que con ella crea un mundo donde yo me encuentro plácidamente acogido, que tiene un estilo noble, hermoso y muy cuidado, y que sus poderosas y originales imágenes son bellísimas. 

Pero lo que yo diga tiene poco interés. Lo verdaderamente interesante son sus creaciones poéticas. He aquí un minúsculo muestrario de su luminosa poesía:

ADIÓS AL SIGLO XX


                                           A Álvaro Mutis

Cruzo la calle Marx, la calle Freud;
ando por una orilla de este siglo,
despacio, insomne, caviloso,
espía ad honorem de algún reino gótico,
recogiendo vocales caídas, pequeños guijarros
tatuados de rumor infinito.
La línea de Mondrian frente a mis ojos
va cortando la noche en sombras rectas
ahora que ya no cabe más soledad
en las paredes de vidrio.
Cruzo la calle Mao, la calle Stalin;
miro el instante donde muere un milenio
y otro despunta su terrestre dominio.
Mi siglo vertical y lleno de teorías...
Mi siglo con sus guerras, sus posguerras
y su tambor de Hitler allá lejos,
entre sangre y abismo.
Prosigo entre las piedras de los viejos suburbios
por un trago, por un poco de jazz,
contemplando los dioses que duermen disueltos
en el serrín de los bares,
mientras descifro sus nombres al paso
y sigo mi camino.





LOS ÁRBOLES

Hablan poco los árboles, se sabe.
Pasan la vida entera meditando
y moviendo sus ramas.
Basta mirarlos en otoño
cuando se juntan en los parques:
sólo conversan los más viejos,
los que reparten las nubes y los pájaros,
pero su voz se pierde entre las hojas
y muy poco nos llega, casi nada.

Es difícil llenar un breve libro
con pensamientos de árboles.
Todo en ellos es vago, fragmentario.
Hoy, por ejemplo, al escuchar el grito
de un tordo negro, ya en camino a casa,
grito final de quien no aguarda otro verano,
comprendí que en su voz hablaba un árbol,
uno de tantos,
pero no sé qué hacer con ese grito,
no sé cómo anotarlo.






MUDANZAS


Mudanzas por el mar o por el tiempo,
en un navío, en una carreta con libros,
cambiando de casas, palabras, paisajes,
separándonos siempre para que alguien se quede
y algún otro se vaya.
Despedirnos de un cuerpo de mujer
que se mira ya lejos como un pueblo,
donde las noches fueron más largas que los siglos
en lámparas y hoteles.
Mudanzas de uno mismo, de su sombra,
en espejos con pozos de olvido
que nada retienen.
No ser nunca quien parte ni quien vuelve
sino algo entre los dos,
algo en el medio;
lo que la vida arranca y no es ausencia,
lo que entrega y no es sueño,
el relámpago que deja entre las manos
la grieta de una piedra.




ESCRITURA

Alguna vez escribiré con piedras,
midiendo cada una de mis frases
por su peso, volumen, movimiento.
Estoy cansado de palabras.

No más lápiz: andamios, teodolitos,
la desnudez solar del sentimiento
tatuando en lo profundo de las rocas
su música secreta.

Dibujaré con líneas de guijarros
mi nombre, la historia de mi casa
y la memoria de aquel río
que va pasando siempre y se demora
entre mis venas como sabio arquitecto.

Con piedra viva escribiré mi canto
en arcos, puentes, dólmenes, columnas,
frente a la soledad del horizonte,
como un mapa que se abra ante los ojos
de los viajeros que no regresan nunca.




MANOA

No vi a Manoa, no hallé sus torres en el aire,
ningún indicio de sus piedras.
Seguí el cortejo de sombras ilusorias
que dibujan sus mapas.
Crucé el río de los tigres
y el hervor del silencio en los pantanos.
Nada vi parecido a Manoa
ni a su leyenda.

Anduve absorto detrás del arco iris
que se curva hacia el sur y no se alcanza.
Manoa no estaba allí, quedaba a leguas de esos mundos,
—siempre más lejos.

Ya fatigado de buscarla me detengo,
¿qué me importa el hallazgo de sus torres?
Manoa no fue cantada como Troya
ni cayó en sitio
ni grabó sus paredes con hexámetros.
Manoa no es un lugar
sino un sentimiento.


A veces en un rostro, un paisaje, una calle
su sol de pronto resplandece.
Toda mujer que amamos se vuelve Manoa
sin darnos cuenta.
Manoa es la otra luz del horizonte,
quien sueña puede divisarla, va en camino,
pero quien ama ya llegó, ya vive en ella.




PÁJAROS

Oigo los pájaros afuera,
otros, no los de ayer que ya perdimos,
los nuevos silbos inocentes.
Y no sé si son pájaros,
si alguien que ya no soy los sigue oyendo
a media vida bajo el sol de la tierra.
Quizás es el deseo de retener su voz salvaje
en la mitad de la estación
antes que de los árboles se alejen.

Alguien que he sido o soy, no sé,
oye o recuerda,
si hay algo real dentro de mí son ellos,
más que yo mismo, más que el sol afuera,
si es musical la fuerza que hace girar el mundo,
no ha habido nunca sino pájaros,
el canto de los pájaros
que nos trae y nos lleva.




TERREDAD

Estar aquí por años en la tierra,
con las nubes que lleguen, con los pájaros,
suspensos de horas frágiles.
A bordo, casi a la deriva,
más cerca de Saturno, más lejanos,
mientras el sol da vuelta y nos arrastra
y la sangre recorre su profundo universo
más sagrado que todos los astros.

Estar aquí en la tierra: no más lejos
que un árbol, no más inexplicables;
livianos con otoño, henchidos en verano,
con lo que somos o no somos, con la sombra,
la memoria, el deseo, hasta el fin
(si hay un fin) voz a voz,
casa por casa,
sea quien lleve la tierra, si la llevan,
o quien la espere, si la aguardan,
partiendo juntos cada vez el pan
en dos, en tres, en cuatro,
sin olvidar las sobras de la hormiga
que siempre viaja de remotas estrellas
para estar a la hora en nuestra cena
aunque las migas sean amargas.




TAL VEZ

Tal vez sea todo culpa de la nieve
que prefiere otras tierras más polares,
lejos de estos trópicos.

Culpa de la nieve, de su falta,
-la falta que nos hace
cuando oculta sus copos y no cae,
cuando pospone, sin abrirlas, nuestras cartas.

Tal vez sea culpa de su olvido,
de nunca verla en estas calles
ni en los ojos, los gestos, las palabras.
Tantas cosas dependen noche y día
de su silencio táctil.

Nuestro viejo ateísmo caluroso
y su divagación impráctica
quizá provengan de su ausencia,
de que no caiga y sin embargo se acumule
en apiladas capas de vacío
hasta borrarnos de pronto los caminos.

Sí, tal vez la nieve,
tal vez la nieve al fin tenga la culpa…
Ella y los paisajes que no la han conocido,
ella y los abrigos que nunca descolgamos,
ella y los poemas que aguardan su página blanca



LA TIERRA GIRÓ PARA ACERCARNOS

La tierra giró para acercarnos,
giró sobre sí misma y en nosotros,
hasta juntarnos por fin en este sueño,
como fue escrito en el Simposio.
Pasaron noches, nieves y solsticios;
pasó el tiempo en minutos y milenios.
Una carreta que iba para Nínive
llegó a Nebraska.
Un gallo cantó lejos del mundo,
en la previda a menos mil de nuestros padres.
La tierra giró musicalmente
llevándonos a bordo;
no cesó de girar un solo instante,
como si tanto amor, tanto milagro
sólo fuera un adagio hace mucho ya escrito
entre las partituras del Simposio.

(Sí, habéis intuido bien, este es el poema cuyo comienzo se cita en la película Iñárritu, 21 gramos, y aquí tenéis el anecdotario de por qué y cómo se incluyó en la película).



EN LA PLAYA

Al desnudarse a solas en la playa
sintió de pronto que uno de sus senos
se fue volando.
Lo vio un instante cruzar a ras del agua
y después mar adentro
hasta el final del horizonte,
hecho ya un punto en la tiniebla de los barcos.
Sin inmutarse, como una palma de la orilla,
con el cabello suelto al aire
se deshizo de las últimas ropas
y nadó largo tiempo en vastos círculos
alrededor de su deseo.
Sabía que todo, más tarde o más temprano,
deja la carne y huye,
así ahora las formas de su cuerpo,
como peces en otro espacio recluidos,
vueltos al mar quedaban libres
entre el vaivén de los eternos elementos.


***


jueves, 10 de octubre de 2024

WHAT IS FAME? A FANCIED LIFE IN OTHERS' BREATH

Editorial
No sé qué obras leerán los bachilleres angloparlantes del más alto representante del clasicismo inglés, supongo que algún fragmento que aparezca en las antologías escolares y, tal vez, algunas sentencias (en castellano) extraídas de acá o de allá, porque como señalaba Pujals en su Historia de la literatura inglesa, Pope es un maestro insigne del pareado heroico, y el poeta del cual se pueden citar más frases lapidarias. Si dejamos a un lado el nivel de cultura general, quien desee leer al escritor inglés en castellano tendrá que conformarse con este título publicado por Cátedra en 2017. Claro que si me atengo a lo que mi Historia de la literatura de 6º curso decía sobre el autor, acaso pueda resultar un lujo cultural que Antonio Lastra se haya tomado el trabajo de traducirlo: Fue un hombre enfermizo y contrahecho, lleno de encono y de amargura. Su obra más famosa es el poema "El rizo robado", composición histórico-burlesca en la que se satiriza la sociedad de su tiempo. Está inspirada en "El facistol" de Boileau y es un reflejo de aquella época ultrarrefinada del "rococó", llena de frivolidad y amaneramiento. El estilo de Pope es frío y correcto, muy neoclásico. No se puede decir que fuera un texto ni objetivo ni ponderado, y desde luego no animaba a la lectura.

Sin embargo, siendo Pope un escritor del clasicismo del XVIII, ofrece en dos de sus poemas de temprana fecha (1717), Eloisa to Abelard y Elegy to the Memory of an Unfortunate Ladyrasgos claramente prerrománticos. Aquí, si no, la traducción que Silvina Ocampo realizó para que opinéis con libertad:


ELOÍSA A ABELARDO



De estas hórridas celdas y soledades hondas
en donde la celeste Contemplación reposa,
donde reina la fiel Melancolía atenta,
¿qué expresan los tumultos de las vestales venas?
¿Por qué mis pensamientos huyen de este retiro?
¿Por qué en mi corazón arde el fuego escondido?
La culpa es de Abelardo, si yo amo todavía,
y ha de besar su nombre, todavía, Eloísa.


¡Fatal y amado nombre! Permanece el secreto
de estos labios sellados con sagrado silencio;
mi corazón, escóndelo en su íntimo disfraz
donde mezclado a Dios su amada Idea yace;
visible se hace el nombre — ¡ah, no escribas, mi mano!
íntegro está ya escrito— ¡mis lágrimas, borradlo!
Eloísa perdida, vano es que llore y rece,
su corazón aún dicta, y su mano obedece.


¡Inexorables muros cuyo orbe oscuro tiene
tristezas voluntarias, suspiros penitentes!
¡Oh rocas desgastadas por piadosas rodillas!
¡Oh grutas y cavernas con ásperas espinas!
¡Túmulos donde vírgenes de ojos pálidos velan,
santos cuyas estatuas a llorar aprendieron!
Silenciosa, inmutable como vosotras, fría,
no me ha tornado en piedra todavía el olvido.
Divide el corazón la ardua naturaleza;
soy parte de Abelardo, no soy toda del Cielo;
ni llantos que por siglos vanamente existieron,
ni oraciones, ni ayunos, de la ansiedad son frenos.


Cuando llegan tus cartas y las abro temblando
el conocido nombre despierta mi ansiedad.
¡Oh nombre para siempre amado y siempre triste!
¡Aun murmurado en lágrimas que en suspiros persiste!
Cuando descubro el mío también yo me estremezco,
alguna atroz desdicha lo persigue de cerca.
Recorriendo las líneas derrámanse mis ojos
guiados por una triste variedad de dolores.
¡De amor ardiendo o bien mustia en mi lozanía,
en un convento sola, y en tinieblas perdida!
La religión severa calmó indómitas llamas,
de la pasión murieron aquí el Amor, la Fama.


Mas escríbeme todo para que unirse puedan
todos nuestros suspiros, mis penas a tus penas.
Ni enemigos, ni dichas, ese poder nos roba,
¿y Abelardo podrá ser menos bondadoso?
Las lágrimas son mías, no pretendo ahorrarlas,
reclama el amor llantos que en la oración sobraron.
Mis ojos no persiguen otra labor amable;
lo que pueden hacer sólo es leer y llorar.


Comparte mi dolor, admite ese consuelo;
¡ah, más que compartirlo dame toda tu pena!
Enseñó a escribir cartas el Cielo a desdichados,
a doncellas cautivas, a amantes desterrados:
inspirados de amor, respiran, hablan, viven,
constantes a su fuego, el alma enardecida;
desea vincularse la virgen sin temor,
eximir los rubores, dar todo el corazón,
avivar intercambios suaves del alma al alma,
del Polo hasta las Indias propagar su ansiedad.


Cuando el amor llegó con nombre de amistad,
sabes con qué inocencia sentí tu primer llama;
con virtudes angélicas te formó mi conciencia,
la emanación total de un bello entendimiento.
Esos ojos sonrientes, atenuando sus rayos,
brillaban con dulzura de una luz celestial.
Te contemplé inocente: tu canto el Cielo oyó;
las verdades divinas las enmendó tu voz.
De labios semejantes, ¿qué preceptos no encantan?
Bien pronto me enseñaron que no es pecado amar:
retorné a los senderos de los sentidos goces,
no quise hallar un ángel, lo que amaba era un hombre.
De los santos la dicha, vaga y remota veo;
ni les envidio el Cielo que por ti sólo pierdo.


Inducida a casarme, recuerdo que exclamaba:
¡Maldigo toda ley que el amor no ha inventado!
Liviano como el aire frente a lazos terrestres
abre alas el amor, y en un momento vuela.
Riqueza, honor aguardan a la fiel desposada;
augustos son sus actos, venerada su fama;
transformará todo eso la pasión verdadera.
¿Qué son para el amor, fama, honor y riquezas?
Y cuando profanamos del Dios celoso el fuego,
para vengarse inspira un amor sin sosiego,
y ordena equivocados lamentos a mortales
que buscan el amor y solitarios aman.
Si el dueño de este mundo sucumbiera a mis pies,
despreciaría todo, su trono y sus riquezas:
ser yo la emperatriz de César no quisiera,
sólo del hombre que amo la amante quiero ser,
y si es que existe un nombre, todavía más libre
y más enamorado, por ti lo llevaría.
¡Oh dicha afortunada! Cuando se atraen las almas,
cuando el amor es libre y la ley natural:
entonces poseer, ser poseída, no es
un vacío vehemente, un dolor en el pecho;
los pensamientos se unen al salir de los labios,
y mutuos los deseos del corazón renacen.
Esto podrá ser dicha, si es que en el mundo existe,
la dicha que una vez fue de Abelardo y mía.


¡Ah, cómo cambió todo! ¡Un nuevo horror asciende:
un amante desnudo yace atado, lo hieren!
¿Dónde estaba Eloísa y su voz y su mano,
su puñal deteniendo el horrible mandato?
¡Ah, Bárbaro, detente!, y el ultraje refrena,
si el crimen fue común, que lo sea la pena.
Muda ya de vergüenza, reprimido el furor,
dejo que hablen mis lágrimas, mis ardientes rubores.


¿Podrías olvidar aquel solemne día,
cuando al pie del altar, yacíamos las víctimas?
¿Podrías olvidar qué lágrimas cayeron
diciendo adiós al mundo con juventud ferviente?
Cuando con fríos labios besé el velo sagrado,
palidecieron lámparas, temblaron los altares.
Se asombraron los santos al oír mis promesas;
la conquista lograda vaciló en creer el Cielo,
y a los tristes altares cuando yo me acercaba,
no en la cruz, en tus ojos, mis ojos se clavaban.
Ni indulgencia ni celo pedía, sino amor;
y si pierdo tu amor habré perdido todo.
Con miradas, palabras, ven, alivia mi pena;
todo eso para darme por lo menos te queda.
En ese amado seno deja que me demore
bebiendo el delicioso veneno de tus ojos,
en tu labio anhelante, abrazada a tu pecho;
dame lo que tú puedas — y soñaré yo el resto.
¡Ah, no!, más bien instrúyeme a gozar de otras cosas,
y con otras bellezas encántame los ojos.
Muéstrame claramente la morada suntuosa;
que Abelardo se aleje de mi alma y busque a Dios.


Piensa que tu rebaño merece tu cuidado,
niños en tu oración, plantas entre tus manos.
En la primera edad del vasto mundo huyeron
buscándote en montañas e infinitos desiertos.
Elevaste altos muros; y el desierto sonrió,
abriose el Paraíso en el yermo, en las sombras.
Ningún huérfano vio los bienes de su padre
irradiar esplendores sobre nuestros altares;
ningún santo de plata de algún avaro obsequio
sobornó acá la ira de un defraudado Cielo;
simples son nuestros techos, piadosas construcciones,
vocales solamente de elogios al Creador.
Entre estos muros tristes (que atan los días solos),
de agujas coronadas, con musgos estas bóvedas
donde terribles arcos tornan días en noches
y confusas ventanas vierten luz majestuosa,
tus ojos difundían rayos conciliadores
y alegraban las horas con fulgores de gloria.
Ningún rostro divino nos trae ahora dichas,
todo es dolor turbado y lágrimas continuas.
En los otros que rezan yo busco mi fervor,
(¡Oh fraude tan piadoso de caridad, de amor!)
y ¿por qué depender de oraciones ajenas?
¡Ah, tú, que eres mi padre, mi hermano, esposo, ven!
Y deja que conmueva con numerosos nombres,
hija, hermana y esposa, congregados, tu amor.
Reclinados en rocas esos pinos oscuros
murmuran en el viento y ondulan en la altura,
los arroyos que vagan brillando entre montañas,
las grutas que hacen eco a los torrentes de agua,
jadeantes en los árboles, los moribundos vientos,
por la brisa ondulada el lago estremecido:
todas estas escenas a meditar no inspiran
ni entregan al descanso la visionaria virgen.
Entre las arboledas nocturnas y las grutas,
sonora es la aflicción, se entremezclan las tumbas,
y la Melancolía inmóvil nos prodiga
un silencio de muerte y un reposo temible;
su lúgubre presencia ensombrece estos ámbitos,
entristece las flores, oscurece los pastos,
de las altas cascadas los murmullos ahonda
e inspira un más profundo horror entre los bosques.


¡Quedaré para siempre en este claustro, siempre!
¡Qué entristecida prueba de amor y de obediencia!
Sólo podrá la muerte romper eternos lazos:
y aun permanecerá mi frío polvo aquí,
con todas sus flaquezas, sus llamas sometidas,
cuando no sea un crimen que a las tuyas se mezclen.


¡Desdichada! Me creen de Dios, en vano, esposa:
¡soy consabida esclava del amor y del hombre!
¡Cielo, asísteme! ¿Cómo nace en mí esta plegaria?
¿Nace en mí por piedad o por desesperanza?
Aquí donde la helada castidad se retira,
el amor halla altares con fuegos prohibidos.
El arrepentimiento no me aflige bastante;
lloro por el amante y no por el pecado;
considero mi culpa, su visión me enardece,
me arrepiento de goces pasados, quiero nuevos:
ora contemplo el Cielo, lloro ofensas antiguas,
ora pensando en ti, mi inocencia maldigo.
¡De tantas enseñanzas pérfidas para amantes,
la ciencia más difícil, sin duda, es olvidar!
¿Podré olvidar el crimen sin perder la razón?
¿Aborrecer la ofensa y amar al ofensor?
¿Del pecado arrancar el adorado objeto?
¿Podré yo distinguir nuestro amor de la pena?
¡Tarea irrealizable, abjurar su pasión
para alguien que ha perdido como yo el corazón!
Antes que llegue mi alma a un apacible estado
¡cuántas veces tendrá que amar y detestar!
La desesperación, el pesar, la esperanza,
el desdén logran todo, todo salvo olvidar.
Si el Cielo se apodera del alma le da llamas,
no la toca, la rapta; la inspira, no la apaga.
¡Oh, enséñame a vencer a la naturaleza,
renunciar a mi amor, a mi vida — a la nuestra!
Llena mi corazón con la imagen de Dios;
puede rivalizar y sucederte Él sólo.


¡Feliz es el destino de la Vestal sin culpas!
Por el mundo olvidada, se olvidará del mundo:
eterna luz del sol, inmaculada mente,
aceptadas plegarias, resignados deseos;
labores y descansos puntualmente cumplidos;
"obediencia del sueño, que llora o que despierta"
deseos sosegados, siempre iguales afectos,
lágrimas que deleitan y que inspiran el Cielo.
La gracia la circunda, la iluminan sus rayos,
le dan sueños dorados ángeles en voz baja,
la rosa del Edén que eternamente brilla
y alas de serafines con perfumes divinos;
por ella blancas vírgenes epitalamios cantan;
oyendo celestiales arpas ella se muere;
con visiones de eterno día se desvanece.


El alma errante emplea otros sueños distintos,
otros arrobamientos de una profana dicha:
al fin de cada día triste y atormentado
devuelve la venganza ilusiones robadas;
entonces la conciencia dormida ya está libre,
y mi alma sin sus lazos se entrega toda a ti.
¡Maldecidos horrores de la noche consiente!
¡Con qué esplendor exalta el pecado deleites!
Demonios tentadores suprimen restricciones
y reavivan en mi alma las fuentes del amor.
Yo te escucho y te veo, estudio tus encantos
y enlazo tu fantasma con mis ávidos brazos.
Despierto — y ya no te oigo, no te contemplo ya,
me esquiva tu fantasma, como tú, sin bondad.
Clamo en voz alta el nombre: no escucha lo que digo
si le tiendo mis brazos vacíos se desliza.
Para soñar de nuevo cierro mis ojos dóciles;
¡surgid, amados fraudes, vosotras, ilusiones!
¡Ah!, no, ya me parece que vagando seguimos
llorando nuestras penas, entre páramos tristes,
donde hay pálidas hiedras y una ruinosa torre,
y ahondando el abismo oscurecidas tocas.
Te elevas de repente; me llamas desde el Cielo;
las nubes se interponen, braman olas y vientos,
me estremezco gritando, la misma pena encuentro;
me despierta el dolor que había abandonado.


Severamente buenas, por ti ordenan las Parcas
del placer y la pena la fresca interrupción;
larga muerte tu vida, calmo y fijo reposo;
ni la sangre se aviva ni el pulso se enardece:
tranquila como el mar antes que hubiera viento,
o espíritus que ordenan al agua movimientos,
dulce como los sueños de un perdonado santo,
de un Cielo prometido, como el destello suave.


¡Ah, ven aquí, Abelardo, no tienes que temer!
La antorcha de Afrodita no arde para los muertos.
¡Refrenado el deseo seremos condenados;
permanecerás frío—, aunque Eloísa te ame!
Llamas sin esperanza, eternas como aquellas
que iluminan los muertos y las urnas estériles.
¡Ah, qué imágenes surgen donde clavo mi vista!
Mis amadas ideas sin cesar me persiguen,
se elevan entre árboles, frente al altar se elevan,
oscureciendo mi alma ante mis ojos juegan;
gasto la luz del alba, suspiro por tu amor,
tu imagen se intercala entre mi Dios y yo,
parecería que oigo tu voz en cada cántico,
las cuentas del rosario van marcando mis lágrimas.
Cuando fragantes nubes del incensario vuelan
y el sonido del órgano profundo mi alma eleva,
de ti un solo recuerdo elimina la pompa;
confunde los altares, cirios y sacerdotes;
mi alma se hunde y se ahoga entre mares de llamas,
mientras tiemblan los ángeles, y los altares arden.


Mientras estoy postrada, con una pena humilde,
la virtud de las lágrimas en mis ojos se aflige.
Mientras que imploro, trémula, rodando sobre el polvo
una incipiente gracia se abre en mi corazón.
Ven aquí si te atreves, con todos tus encantos,
y oponiéndote al Cielo dispútale mi alma;
con tus alucinantes ojos mírame, ¡ven!
Borra cada brillante idea de los Cielos,
toma todas mis lágrimas, mi gracia y mi tristeza;
toma los infructuosos castigos y oraciones;
mientras asciendo, ráptame de las santas mansiones,
asiste a los demonios y arráncame de Dios.


¡No!, huye de mi lado — a distancias polares;
eleva entre nosotros océanos, los Alpes.
¡Ah!, no vengas, no escribas y no pienses en mí,
no compartas ni un ansia que por ti yo he sentido,
renuncio a tus promesas, tu memoria abandono;
renuncia a mí, olvídame, otórgame tu odio.
¡Semblante seductor (que aún miro), bellos ojos,
pródigo amor, dilectos pensamientos, adiós!
¡Oh Virtud celestial, oh Gracia tan serena,
maravilloso olvido de las tristes tareas,
hija del firmamento, luminosa Esperanza,
resplandeciente Fe, temprana eternidad!
Entrad, amables huéspedes, todos los apacibles,
envolvedme en eterno descanso: recibidme.


Contemplad en la celda a Eloísa extendida,
inclinada en penumbras de la muerte vecina.
En el viento más tenue un espíritu clama,
voces que no son ecos entre los muros hablan.
Aquí, mientras vigilo lámparas moribundas
de vecinos sepulcros, oigo oscuros murmullos,
"¡Hermana, ven, hermana, (parece que dijeran)
este lugar es tuyo, hermana triste, ven!
Temblé, lloré y recé una vez como tú,
víctima del amor aunque ahora soy pura.
Mas todo es calma en este sueño eterno;
aquí el Amor, la Pena, olvidan sus lamentos,
aun la Superstición pierde todo temor,
pues absuelve estos males no el hombre sino Dios".


¡Ah! ya voy, preparad las rosadas glorietas,
las celestiales palmas, las flores sempiternas,
donde haya pecadores que encuentren su descanso,
donde las refinadas llamas arden seráficas.
Y tú, Abelardo, al último oficio triste asiste,
suaviza mi trayecto a los reinos del día;
mira mis labios trémulos, mis ojos que se inquietan,
besa mi último soplo, toma mi alma que vuela.
¡Ah!, no — con las sagradas vestiduras aguarda,
con el cirio piadoso en tu mano temblando,
presenta al crucifijo mi levantada vista,
enséñame y aprende de mí misma a morir.
Y contempla a Eloísa — ¡la que un día fue amada!
Entonces no será ya un crimen contemplarla.
¡Ved!, dejan mis mejillas las transitorias rosas,
y el último destello languidece en mis ojos,
hasta que no queden ni pulso ni suspiro
y no seas amado, mi Abelardo, por mí.
Muerte grande, elocuente, solamente nos pruebas,
si amamos a los hombres, que es polvo el amor nuestro.


Después, cuando el destino tu semblante destruya
(la causa de mis dichas y de todas mis culpas),
en extático trance que se extingan tus ansias,
nubes brillantes bajen, los ángeles te guarden,
que el brillo de la gloria baje del Cielo abierto,
como yo enamorados, que los santos te besen.


Que ampare nuestros nombres una tumba afectuosa,
a tu fama inmortal agregando mi amor.
Dentro de muchos siglos, pasadas ya mis penas,
cuando mi corazón belicoso esté quieto,
si dos enamorados vagando trae la suerte
a estas fuentes y muros blancos del Paracleto,
unirán sus cabezas sobre el pálido mármol,
bebiendo uno del otro las abrasadas lágrimas,
con temor compasivo, presiento que dirán,
"No tengamos que amarnos como éstos han amado".


En medio de los salmos del numeroso coro,
del sacrificio horrible que engrandece la pompa,
en las desnudas piedras, si unos ojos amantes
se posan donde nuestras frías reliquias yacen,
del Cielo robará con devoción momentos
una lágrima humana, que será perdonada.
Y si el destino quiere que un poeta futuro
en su suerte y la nuestra halle similitudes,
condenado por años a deplorar la ausencia,
a imaginar encantos que ya no habrá de ver —
si existen otros seres que tanto tiempo aman —
deja que nuestra tierna y triste historia cante;
dirá mejor mi pena el que mejor la sienta,
y calmarán sus cantos mi pensativo espectro.

 

Ah, lo que dice la sentencia de Pope es esto: ¿Qué es la fama? Una vida imaginada en el aliento de los demás. O en traducción más literaria de Gregorio González Azaola (1821): ¿Y qué viene á ser la fama? Una vida imaginaria que respira en los demás.

***

viernes, 27 de septiembre de 2024

SIN IR MÁS LEJOS, Fermín Herrero

Ejemplar de la Biblioteca Central
Como no he leído nada de Fermín Herrero, no dudo ni un momento en llevarme a casa este ejemplar que resultó ganador en 2016 del XXXII Premio Jaén de Poesía.

Humildad, impulso acético, paisaje cotidiano, costumbrismo, cierta querencia por lo sublime y, en ocasiones, un vaivén entre un ligero hermetismo y una propensión a la claridad. Diría yo que estás son algunas de las características presentes en este próximo, por cercano, Sin ir más lejos. Diría incluso más: todas ellas se pueden detectar en el primer poema, auténtica poética de voluntad definitoria:


La poesía

es la conciencia.

Muchas veces la profané,

lo haré de nuevo. Es más,

ya la estoy traicionando.

La poesía no tiene

complacencia, trabaja

a favor del olvido

de uno mismo.

En ausencia de Dios ,

lo espera; si se esconde,

lo busca, porque sabe

de su insignificancia. Lo diré

por derecho: la poesía

ha de mostrarse. La bondad

se ve, no necesita

verborrea. Y a cada uno

según sus obras.

La poesía es la conciencia,

ese invento judío, según Hitler.

Es una enfermedad

que afecta los más débiles

de la especie.

  

A mí, de todas formas, me gustan más los poemas con cierto aire machadiano, en los que el pensamiento metafísico no se encuentra en su enunciación, sino en la presencia misma de la naturaleza soriana:


Este cielo de frío, limpio como

una patena. Ocho días de cierzo

han dejado un azul altísimo, todo

tersura, lucidez, acaso certidumbre.

Así que estoy aún. Un cielo inmaculado,

sin respuestas, es una afirmación.

Estoy. Aún estoy. No se queda la luz 

en la materia, la hace suya. Un cielo

crudo, para que nadie se envicie

con otro abril. Debiera renunciar 

también a tanto y tanto, sin preguntarme

cómo está tan arriba lo de dentro.

Ocho días de cierzo, con sus noches.


O este otro:


Nevado el Duero, maniatado desde hace días

por la helada, resplandece el sol de mediodía.

Restalla su cristal, casi no puedo

abrir los ojos. ciertamente deslumbra

la grandeza, nos hace enmudecer. Hasta

Hasta los álamos eternos de la ribera contemplan

su reflejo con un estupor de invierno

y muerte. Incluso el hielo parece triste

en los juncares. mientras el río nada

dice, le da las aguas, corriente abajo,

un arroyuelo mínimo que culebrea

con mucho esfuerzo sin apenas

notarse entre la broza.

Ha conseguido desatarlo el sol

y con qué intimidad, con cuánta sencillez

suena al oído, hablando muy bajito, su rumor

de cauce ingrato y de caudal exiguo.


Y cierra el poemario de manera simétrica, jugando a ser capicúa:


La extrañeza,

el encanto y la gracia.

Y la pérdida.

No hay 

más. O sí,

lo que trasciende.

Y la ilusión, al menos,

de ser libres.

Mientras dura

el poema.

***


lunes, 23 de septiembre de 2024

TRADUCIR POESÍA (Pied Beauty, Hopkins)


PIED BEAUTY


Glory be to God for dappled things –

  For skies of couple-colour as a brinded cow;

    For rose-moles all in stipple upon trout that swim;

Fresh-firecoal chestnut-falls; finches’ wings;

  Landscape plotted and pieced – fold, fallow, and plough;

    And áll trádes, their gear and tackle and trim.



All things counter, original, spare, strange;

  Whatever is fickle, freckled (who knows how?)

    With swift, slow; sweet, sour; adazzle, dim;

He fathers-forth whose beauty is past change:

                       Praise him.



***


BELLEZA MACULADA


Gloria a Dios por las cosas variopintas:
por los cielos cual reses berrendas, a dos tintas;
por la mota rosada que en la trucha que nada pinta pintas de antojo;
las caídas castañas, frescas ascuas al rojo;
las alas del pinzón; y las campañas ensambladas de partes: redil, labor, barbecho;
y todos los oficios con sus artes, su apero, su pertrecho.

Todo lo peregrino, singular; cuanto de raro y vario ha sido hecho
con modo de mudar, todo lo que motea (mas ¿a quién se le alcanza?)
con premura y templanza, acritud y dulzura; aquello que fulgura y que sombrea,
así lo engendra Aquél cuya hermosura se halla más allá de la mudanza:
                                                                                                       Loado sea.



Traducción: José Guillermo García Valdecasas.




ABIGARRADA BELLEZA


Gloria a Dios por todo lo abigarrado;
por los cielos bicolores como una vaca berrenda,
por las motitas rosas que puntean a la trucha que nada,
cataratas de castaño de recientes brasas, alas de pinzones,
el paisaje parcelado y juntado, el aprisco, el barbecho y el arado,
y todos los oficios, sus aperos y arreos, sus adornos.

Todas las cosas contrarias, originales, singulares, extrañas;
todo lo voluble y con pecas (¿quién sabe cómo?)
con lo veloz, lo lento; con lo grato, lo agrio, con lo fulgurante, lo fosco;
de todo es padre, y su belleza no cambia:
alabadlo.



Traducción: Antonio Rivero Taravillo.




ABIGARRADA HERMOSURA


Gloria a Dios por las cosas manchadas,
por los cielos, lo mismo que una vaca, berrendos,
y el punteado rosa de la trucha en el río;
por esas frescas brasas que caen de los castaños; las alas del pinzón;
el paisaje, todo manchas y piezas; el redil, el barbecho, la besana;
y los oficios, con su tráfago y orden de equipos y poleas.

Todas las cosas, opuestas y primarias, extrañas y frugales,
todo lo que oscila abigarrado, o moteado tiembla (¿y quién sabría cómo?),
—rápido, lento; agrio, dulce; nítido, oscuro:
todo lo origina, lo procrea continuo. Él, belleza sin cambio.
Alabadle.



Traducción: Dámaso Alonso.



Parece que George Steiner consideraba que este "Pied Beauty" de Hopkins era uno de los poemas más difíciles de traducir de la lengua inglesa si no el que más. De hecho, D. Alonso en su artículo preliminar a la traducción que realizó de Seis poemas de Hopkins (Poetas españoles contemporáneos, Gredos, 1952) comienza con este párrafo: Quizá nunca traductor alguno estuvo tan convencido como yo del propio fracaso, sintió tal necesidad de confesar su traición, el alcance y los motivos de su traición. Algunos ingleses leerán estas líneas, y entre ellos no faltarán antiguos amigos de Hopkins que también las han de leer, de seguro, compatriotas míos, de esas docenitas escasas que en cualquier país comprenden y aman la poesía. Quisiera moderar la indignación de los lectores ingleses: evitar el desnorte de los de España. Las dificultades de la traducción de Hopkins son insuperables. Y lo cerraba con estas frases: Mas tan difícil es esta poesía que, a pesar de mis esfuerzos, a pesar de haber consultado mis dudas y mis vacilaciones con amigos bondadosos y competentes, temo haber errado más de lo que hubiera querido. Van, pues, desde ahora mis versiones sujetas y crítica y corrección.


Quien sepa inglés enseguida se habrá dado cuenta de las continuas aliteraciones, del recurso a palabras polisémicas, de la importancia de los ritmos internos y del juego con los sonidos que de alguna forma se pueden captar, aun sin conocer el idioma, en el limpio recitado que hace Carolyn Rose Garcia. Todas esas cualidades de la poesía se pierden en las traducciones; lo mismo que se pierde, incluso visualmente, la organización del texto. Mientras que en inglés, sepamos algo o nada del curtal sonnet, percibimos organización en el conjunto de los versos que componen el poema, en las traducciones hay un discurrir de palabras más o menos acertadas que intentan acercarnos la belleza del original. Diré más: incluso un agnóstico militante puede emocionarse con este poema leyendo Naturaleza donde dice Dios. 

Afortunadamente, con envoltura más acertada o menos acertada, el significado del poema nos llega perfectamente gracias al trabajo de traducción. Esta entrada, en sí misma, es un reconocimiento y un ejercicio de gratitud a todos esos cientos de miles de personas que en todo el mundo se ocupan de traducir textos escritos en idiomas absolutamente desconocidos, de los que no tendríamos ninguna noticia si no fuera por esa encomiable labor de acercarlos a nuestra lengua materna, sea esta la que sea. 

***