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sábado, 26 de octubre de 2024

EUGENIO MONTEJO

Ejemplar del KM
Descubrí hace relativamente poco tiempo la poesía de Eugenio Montejo gracias a un programa de música clásica. En aquel programa la presentadora del mismo leyó un poema que me atrajo profundamente. Lo busqué. Lo encontré, y junto a él vinieron otros tantos poemas que me entusiasmaron. El poema era "Adiós al siglo XX" y daba título y comienzo al poemario al que pertenecía. Desde entonces he andado leyendo de vez en cuando poemas sueltos de este autor venezolano. Hace un par de semanas vi que su poesía se encontraba recogida en Pre-Textos y que el ejemplar estaba disponible en la biblioteca del Koldo Mitxelena. Me lo llevé a casa.

Si tuviera algo que decir sobre su obra y su estilo (podéis leer y oír muchas opiniones y comentarios más autorizados que los míos en internet), además del decir más directo y sencillo de que me gusta mucho, podría decir que su poesía es profundamente sugestiva, que tiene el don de la palabra limpia y que con ella crea un mundo donde yo me encuentro plácidamente acogido, que tiene un estilo noble, hermoso y muy cuidado, y que sus poderosas y originales imágenes son bellísimas. 

Pero lo que yo diga tiene poco interés. Lo verdaderamente interesante son sus creaciones poéticas. He aquí un minúsculo muestrario de su luminosa poesía:

ADIÓS AL SIGLO XX


                                           A Álvaro Mutis

Cruzo la calle Marx, la calle Freud;
ando por una orilla de este siglo,
despacio, insomne, caviloso,
espía ad honorem de algún reino gótico,
recogiendo vocales caídas, pequeños guijarros
tatuados de rumor infinito.
La línea de Mondrian frente a mis ojos
va cortando la noche en sombras rectas
ahora que ya no cabe más soledad
en las paredes de vidrio.
Cruzo la calle Mao, la calle Stalin;
miro el instante donde muere un milenio
y otro despunta su terrestre dominio.
Mi siglo vertical y lleno de teorías...
Mi siglo con sus guerras, sus posguerras
y su tambor de Hitler allá lejos,
entre sangre y abismo.
Prosigo entre las piedras de los viejos suburbios
por un trago, por un poco de jazz,
contemplando los dioses que duermen disueltos
en el serrín de los bares,
mientras descifro sus nombres al paso
y sigo mi camino.





LOS ÁRBOLES

Hablan poco los árboles, se sabe.
Pasan la vida entera meditando
y moviendo sus ramas.
Basta mirarlos en otoño
cuando se juntan en los parques:
sólo conversan los más viejos,
los que reparten las nubes y los pájaros,
pero su voz se pierde entre las hojas
y muy poco nos llega, casi nada.

Es difícil llenar un breve libro
con pensamientos de árboles.
Todo en ellos es vago, fragmentario.
Hoy, por ejemplo, al escuchar el grito
de un tordo negro, ya en camino a casa,
grito final de quien no aguarda otro verano,
comprendí que en su voz hablaba un árbol,
uno de tantos,
pero no sé qué hacer con ese grito,
no sé cómo anotarlo.






MUDANZAS


Mudanzas por el mar o por el tiempo,
en un navío, en una carreta con libros,
cambiando de casas, palabras, paisajes,
separándonos siempre para que alguien se quede
y algún otro se vaya.
Despedirnos de un cuerpo de mujer
que se mira ya lejos como un pueblo,
donde las noches fueron más largas que los siglos
en lámparas y hoteles.
Mudanzas de uno mismo, de su sombra,
en espejos con pozos de olvido
que nada retienen.
No ser nunca quien parte ni quien vuelve
sino algo entre los dos,
algo en el medio;
lo que la vida arranca y no es ausencia,
lo que entrega y no es sueño,
el relámpago que deja entre las manos
la grieta de una piedra.




ESCRITURA

Alguna vez escribiré con piedras,
midiendo cada una de mis frases
por su peso, volumen, movimiento.
Estoy cansado de palabras.

No más lápiz: andamios, teodolitos,
la desnudez solar del sentimiento
tatuando en lo profundo de las rocas
su música secreta.

Dibujaré con líneas de guijarros
mi nombre, la historia de mi casa
y la memoria de aquel río
que va pasando siempre y se demora
entre mis venas como sabio arquitecto.

Con piedra viva escribiré mi canto
en arcos, puentes, dólmenes, columnas,
frente a la soledad del horizonte,
como un mapa que se abra ante los ojos
de los viajeros que no regresan nunca.




MANOA

No vi a Manoa, no hallé sus torres en el aire,
ningún indicio de sus piedras.
Seguí el cortejo de sombras ilusorias
que dibujan sus mapas.
Crucé el río de los tigres
y el hervor del silencio en los pantanos.
Nada vi parecido a Manoa
ni a su leyenda.

Anduve absorto detrás del arco iris
que se curva hacia el sur y no se alcanza.
Manoa no estaba allí, quedaba a leguas de esos mundos,
—siempre más lejos.

Ya fatigado de buscarla me detengo,
¿qué me importa el hallazgo de sus torres?
Manoa no fue cantada como Troya
ni cayó en sitio
ni grabó sus paredes con hexámetros.
Manoa no es un lugar
sino un sentimiento.


A veces en un rostro, un paisaje, una calle
su sol de pronto resplandece.
Toda mujer que amamos se vuelve Manoa
sin darnos cuenta.
Manoa es la otra luz del horizonte,
quien sueña puede divisarla, va en camino,
pero quien ama ya llegó, ya vive en ella.




PÁJAROS

Oigo los pájaros afuera,
otros, no los de ayer que ya perdimos,
los nuevos silbos inocentes.
Y no sé si son pájaros,
si alguien que ya no soy los sigue oyendo
a media vida bajo el sol de la tierra.
Quizás es el deseo de retener su voz salvaje
en la mitad de la estación
antes que de los árboles se alejen.

Alguien que he sido o soy, no sé,
oye o recuerda,
si hay algo real dentro de mí son ellos,
más que yo mismo, más que el sol afuera,
si es musical la fuerza que hace girar el mundo,
no ha habido nunca sino pájaros,
el canto de los pájaros
que nos trae y nos lleva.




TERREDAD

Estar aquí por años en la tierra,
con las nubes que lleguen, con los pájaros,
suspensos de horas frágiles.
A bordo, casi a la deriva,
más cerca de Saturno, más lejanos,
mientras el sol da vuelta y nos arrastra
y la sangre recorre su profundo universo
más sagrado que todos los astros.

Estar aquí en la tierra: no más lejos
que un árbol, no más inexplicables;
livianos con otoño, henchidos en verano,
con lo que somos o no somos, con la sombra,
la memoria, el deseo, hasta el fin
(si hay un fin) voz a voz,
casa por casa,
sea quien lleve la tierra, si la llevan,
o quien la espere, si la aguardan,
partiendo juntos cada vez el pan
en dos, en tres, en cuatro,
sin olvidar las sobras de la hormiga
que siempre viaja de remotas estrellas
para estar a la hora en nuestra cena
aunque las migas sean amargas.




TAL VEZ

Tal vez sea todo culpa de la nieve
que prefiere otras tierras más polares,
lejos de estos trópicos.

Culpa de la nieve, de su falta,
-la falta que nos hace
cuando oculta sus copos y no cae,
cuando pospone, sin abrirlas, nuestras cartas.

Tal vez sea culpa de su olvido,
de nunca verla en estas calles
ni en los ojos, los gestos, las palabras.
Tantas cosas dependen noche y día
de su silencio táctil.

Nuestro viejo ateísmo caluroso
y su divagación impráctica
quizá provengan de su ausencia,
de que no caiga y sin embargo se acumule
en apiladas capas de vacío
hasta borrarnos de pronto los caminos.

Sí, tal vez la nieve,
tal vez la nieve al fin tenga la culpa…
Ella y los paisajes que no la han conocido,
ella y los abrigos que nunca descolgamos,
ella y los poemas que aguardan su página blanca



LA TIERRA GIRÓ PARA ACERCARNOS

La tierra giró para acercarnos,
giró sobre sí misma y en nosotros,
hasta juntarnos por fin en este sueño,
como fue escrito en el Simposio.
Pasaron noches, nieves y solsticios;
pasó el tiempo en minutos y milenios.
Una carreta que iba para Nínive
llegó a Nebraska.
Un gallo cantó lejos del mundo,
en la previda a menos mil de nuestros padres.
La tierra giró musicalmente
llevándonos a bordo;
no cesó de girar un solo instante,
como si tanto amor, tanto milagro
sólo fuera un adagio hace mucho ya escrito
entre las partituras del Simposio.

(Sí, habéis intuido bien, este es el poema cuyo comienzo se cita en la película Iñárritu, 21 gramos, y aquí tenéis el anecdotario de por qué y cómo se incluyó en la película).



EN LA PLAYA

Al desnudarse a solas en la playa
sintió de pronto que uno de sus senos
se fue volando.
Lo vio un instante cruzar a ras del agua
y después mar adentro
hasta el final del horizonte,
hecho ya un punto en la tiniebla de los barcos.
Sin inmutarse, como una palma de la orilla,
con el cabello suelto al aire
se deshizo de las últimas ropas
y nadó largo tiempo en vastos círculos
alrededor de su deseo.
Sabía que todo, más tarde o más temprano,
deja la carne y huye,
así ahora las formas de su cuerpo,
como peces en otro espacio recluidos,
vueltos al mar quedaban libres
entre el vaivén de los eternos elementos.


***


jueves, 10 de octubre de 2024

WHAT IS FAME? A FANCIED LIFE IN OTHERS' BREATH

Editorial
No sé qué obras leerán los bachilleres angloparlantes del más alto representante del clasicismo inglés, supongo que algún fragmento que aparezca en las antologías escolares y, tal vez, algunas sentencias (en castellano) extraídas de acá o de allá, porque como señalaba Pujals en su Historia de la literatura inglesa, Pope es un maestro insigne del pareado heroico, y el poeta del cual se pueden citar más frases lapidarias. Si dejamos a un lado el nivel de cultura general, quien desee leer al escritor inglés en castellano tendrá que conformarse con este título publicado por Cátedra en 2017. Claro que si me atengo a lo que mi Historia de la literatura de 6º curso decía sobre el autor, acaso pueda resultar un lujo cultural que Antonio Lastra se haya tomado el trabajo de traducirlo: Fue un hombre enfermizo y contrahecho, lleno de encono y de amargura. Su obra más famosa es el poema "El rizo robado", composición histórico-burlesca en la que se satiriza la sociedad de su tiempo. Está inspirada en "El facistol" de Boileau y es un reflejo de aquella época ultrarrefinada del "rococó", llena de frivolidad y amaneramiento. El estilo de Pope es frío y correcto, muy neoclásico. No se puede decir que fuera un texto ni objetivo ni ponderado, y desde luego no animaba a la lectura.

Sin embargo, siendo Pope un escritor del clasicismo del XVIII, ofrece en dos de sus poemas de temprana fecha (1717), Eloisa to Abelard y Elegy to the Memory of an Unfortunate Ladyrasgos claramente prerrománticos. Aquí, si no, la traducción que Silvina Ocampo realizó para que opinéis con libertad:


ELOÍSA A ABELARDO



De estas hórridas celdas y soledades hondas
en donde la celeste Contemplación reposa,
donde reina la fiel Melancolía atenta,
¿qué expresan los tumultos de las vestales venas?
¿Por qué mis pensamientos huyen de este retiro?
¿Por qué en mi corazón arde el fuego escondido?
La culpa es de Abelardo, si yo amo todavía,
y ha de besar su nombre, todavía, Eloísa.


¡Fatal y amado nombre! Permanece el secreto
de estos labios sellados con sagrado silencio;
mi corazón, escóndelo en su íntimo disfraz
donde mezclado a Dios su amada Idea yace;
visible se hace el nombre — ¡ah, no escribas, mi mano!
íntegro está ya escrito— ¡mis lágrimas, borradlo!
Eloísa perdida, vano es que llore y rece,
su corazón aún dicta, y su mano obedece.


¡Inexorables muros cuyo orbe oscuro tiene
tristezas voluntarias, suspiros penitentes!
¡Oh rocas desgastadas por piadosas rodillas!
¡Oh grutas y cavernas con ásperas espinas!
¡Túmulos donde vírgenes de ojos pálidos velan,
santos cuyas estatuas a llorar aprendieron!
Silenciosa, inmutable como vosotras, fría,
no me ha tornado en piedra todavía el olvido.
Divide el corazón la ardua naturaleza;
soy parte de Abelardo, no soy toda del Cielo;
ni llantos que por siglos vanamente existieron,
ni oraciones, ni ayunos, de la ansiedad son frenos.


Cuando llegan tus cartas y las abro temblando
el conocido nombre despierta mi ansiedad.
¡Oh nombre para siempre amado y siempre triste!
¡Aun murmurado en lágrimas que en suspiros persiste!
Cuando descubro el mío también yo me estremezco,
alguna atroz desdicha lo persigue de cerca.
Recorriendo las líneas derrámanse mis ojos
guiados por una triste variedad de dolores.
¡De amor ardiendo o bien mustia en mi lozanía,
en un convento sola, y en tinieblas perdida!
La religión severa calmó indómitas llamas,
de la pasión murieron aquí el Amor, la Fama.


Mas escríbeme todo para que unirse puedan
todos nuestros suspiros, mis penas a tus penas.
Ni enemigos, ni dichas, ese poder nos roba,
¿y Abelardo podrá ser menos bondadoso?
Las lágrimas son mías, no pretendo ahorrarlas,
reclama el amor llantos que en la oración sobraron.
Mis ojos no persiguen otra labor amable;
lo que pueden hacer sólo es leer y llorar.


Comparte mi dolor, admite ese consuelo;
¡ah, más que compartirlo dame toda tu pena!
Enseñó a escribir cartas el Cielo a desdichados,
a doncellas cautivas, a amantes desterrados:
inspirados de amor, respiran, hablan, viven,
constantes a su fuego, el alma enardecida;
desea vincularse la virgen sin temor,
eximir los rubores, dar todo el corazón,
avivar intercambios suaves del alma al alma,
del Polo hasta las Indias propagar su ansiedad.


Cuando el amor llegó con nombre de amistad,
sabes con qué inocencia sentí tu primer llama;
con virtudes angélicas te formó mi conciencia,
la emanación total de un bello entendimiento.
Esos ojos sonrientes, atenuando sus rayos,
brillaban con dulzura de una luz celestial.
Te contemplé inocente: tu canto el Cielo oyó;
las verdades divinas las enmendó tu voz.
De labios semejantes, ¿qué preceptos no encantan?
Bien pronto me enseñaron que no es pecado amar:
retorné a los senderos de los sentidos goces,
no quise hallar un ángel, lo que amaba era un hombre.
De los santos la dicha, vaga y remota veo;
ni les envidio el Cielo que por ti sólo pierdo.


Inducida a casarme, recuerdo que exclamaba:
¡Maldigo toda ley que el amor no ha inventado!
Liviano como el aire frente a lazos terrestres
abre alas el amor, y en un momento vuela.
Riqueza, honor aguardan a la fiel desposada;
augustos son sus actos, venerada su fama;
transformará todo eso la pasión verdadera.
¿Qué son para el amor, fama, honor y riquezas?
Y cuando profanamos del Dios celoso el fuego,
para vengarse inspira un amor sin sosiego,
y ordena equivocados lamentos a mortales
que buscan el amor y solitarios aman.
Si el dueño de este mundo sucumbiera a mis pies,
despreciaría todo, su trono y sus riquezas:
ser yo la emperatriz de César no quisiera,
sólo del hombre que amo la amante quiero ser,
y si es que existe un nombre, todavía más libre
y más enamorado, por ti lo llevaría.
¡Oh dicha afortunada! Cuando se atraen las almas,
cuando el amor es libre y la ley natural:
entonces poseer, ser poseída, no es
un vacío vehemente, un dolor en el pecho;
los pensamientos se unen al salir de los labios,
y mutuos los deseos del corazón renacen.
Esto podrá ser dicha, si es que en el mundo existe,
la dicha que una vez fue de Abelardo y mía.


¡Ah, cómo cambió todo! ¡Un nuevo horror asciende:
un amante desnudo yace atado, lo hieren!
¿Dónde estaba Eloísa y su voz y su mano,
su puñal deteniendo el horrible mandato?
¡Ah, Bárbaro, detente!, y el ultraje refrena,
si el crimen fue común, que lo sea la pena.
Muda ya de vergüenza, reprimido el furor,
dejo que hablen mis lágrimas, mis ardientes rubores.


¿Podrías olvidar aquel solemne día,
cuando al pie del altar, yacíamos las víctimas?
¿Podrías olvidar qué lágrimas cayeron
diciendo adiós al mundo con juventud ferviente?
Cuando con fríos labios besé el velo sagrado,
palidecieron lámparas, temblaron los altares.
Se asombraron los santos al oír mis promesas;
la conquista lograda vaciló en creer el Cielo,
y a los tristes altares cuando yo me acercaba,
no en la cruz, en tus ojos, mis ojos se clavaban.
Ni indulgencia ni celo pedía, sino amor;
y si pierdo tu amor habré perdido todo.
Con miradas, palabras, ven, alivia mi pena;
todo eso para darme por lo menos te queda.
En ese amado seno deja que me demore
bebiendo el delicioso veneno de tus ojos,
en tu labio anhelante, abrazada a tu pecho;
dame lo que tú puedas — y soñaré yo el resto.
¡Ah, no!, más bien instrúyeme a gozar de otras cosas,
y con otras bellezas encántame los ojos.
Muéstrame claramente la morada suntuosa;
que Abelardo se aleje de mi alma y busque a Dios.


Piensa que tu rebaño merece tu cuidado,
niños en tu oración, plantas entre tus manos.
En la primera edad del vasto mundo huyeron
buscándote en montañas e infinitos desiertos.
Elevaste altos muros; y el desierto sonrió,
abriose el Paraíso en el yermo, en las sombras.
Ningún huérfano vio los bienes de su padre
irradiar esplendores sobre nuestros altares;
ningún santo de plata de algún avaro obsequio
sobornó acá la ira de un defraudado Cielo;
simples son nuestros techos, piadosas construcciones,
vocales solamente de elogios al Creador.
Entre estos muros tristes (que atan los días solos),
de agujas coronadas, con musgos estas bóvedas
donde terribles arcos tornan días en noches
y confusas ventanas vierten luz majestuosa,
tus ojos difundían rayos conciliadores
y alegraban las horas con fulgores de gloria.
Ningún rostro divino nos trae ahora dichas,
todo es dolor turbado y lágrimas continuas.
En los otros que rezan yo busco mi fervor,
(¡Oh fraude tan piadoso de caridad, de amor!)
y ¿por qué depender de oraciones ajenas?
¡Ah, tú, que eres mi padre, mi hermano, esposo, ven!
Y deja que conmueva con numerosos nombres,
hija, hermana y esposa, congregados, tu amor.
Reclinados en rocas esos pinos oscuros
murmuran en el viento y ondulan en la altura,
los arroyos que vagan brillando entre montañas,
las grutas que hacen eco a los torrentes de agua,
jadeantes en los árboles, los moribundos vientos,
por la brisa ondulada el lago estremecido:
todas estas escenas a meditar no inspiran
ni entregan al descanso la visionaria virgen.
Entre las arboledas nocturnas y las grutas,
sonora es la aflicción, se entremezclan las tumbas,
y la Melancolía inmóvil nos prodiga
un silencio de muerte y un reposo temible;
su lúgubre presencia ensombrece estos ámbitos,
entristece las flores, oscurece los pastos,
de las altas cascadas los murmullos ahonda
e inspira un más profundo horror entre los bosques.


¡Quedaré para siempre en este claustro, siempre!
¡Qué entristecida prueba de amor y de obediencia!
Sólo podrá la muerte romper eternos lazos:
y aun permanecerá mi frío polvo aquí,
con todas sus flaquezas, sus llamas sometidas,
cuando no sea un crimen que a las tuyas se mezclen.


¡Desdichada! Me creen de Dios, en vano, esposa:
¡soy consabida esclava del amor y del hombre!
¡Cielo, asísteme! ¿Cómo nace en mí esta plegaria?
¿Nace en mí por piedad o por desesperanza?
Aquí donde la helada castidad se retira,
el amor halla altares con fuegos prohibidos.
El arrepentimiento no me aflige bastante;
lloro por el amante y no por el pecado;
considero mi culpa, su visión me enardece,
me arrepiento de goces pasados, quiero nuevos:
ora contemplo el Cielo, lloro ofensas antiguas,
ora pensando en ti, mi inocencia maldigo.
¡De tantas enseñanzas pérfidas para amantes,
la ciencia más difícil, sin duda, es olvidar!
¿Podré olvidar el crimen sin perder la razón?
¿Aborrecer la ofensa y amar al ofensor?
¿Del pecado arrancar el adorado objeto?
¿Podré yo distinguir nuestro amor de la pena?
¡Tarea irrealizable, abjurar su pasión
para alguien que ha perdido como yo el corazón!
Antes que llegue mi alma a un apacible estado
¡cuántas veces tendrá que amar y detestar!
La desesperación, el pesar, la esperanza,
el desdén logran todo, todo salvo olvidar.
Si el Cielo se apodera del alma le da llamas,
no la toca, la rapta; la inspira, no la apaga.
¡Oh, enséñame a vencer a la naturaleza,
renunciar a mi amor, a mi vida — a la nuestra!
Llena mi corazón con la imagen de Dios;
puede rivalizar y sucederte Él sólo.


¡Feliz es el destino de la Vestal sin culpas!
Por el mundo olvidada, se olvidará del mundo:
eterna luz del sol, inmaculada mente,
aceptadas plegarias, resignados deseos;
labores y descansos puntualmente cumplidos;
"obediencia del sueño, que llora o que despierta"
deseos sosegados, siempre iguales afectos,
lágrimas que deleitan y que inspiran el Cielo.
La gracia la circunda, la iluminan sus rayos,
le dan sueños dorados ángeles en voz baja,
la rosa del Edén que eternamente brilla
y alas de serafines con perfumes divinos;
por ella blancas vírgenes epitalamios cantan;
oyendo celestiales arpas ella se muere;
con visiones de eterno día se desvanece.


El alma errante emplea otros sueños distintos,
otros arrobamientos de una profana dicha:
al fin de cada día triste y atormentado
devuelve la venganza ilusiones robadas;
entonces la conciencia dormida ya está libre,
y mi alma sin sus lazos se entrega toda a ti.
¡Maldecidos horrores de la noche consiente!
¡Con qué esplendor exalta el pecado deleites!
Demonios tentadores suprimen restricciones
y reavivan en mi alma las fuentes del amor.
Yo te escucho y te veo, estudio tus encantos
y enlazo tu fantasma con mis ávidos brazos.
Despierto — y ya no te oigo, no te contemplo ya,
me esquiva tu fantasma, como tú, sin bondad.
Clamo en voz alta el nombre: no escucha lo que digo
si le tiendo mis brazos vacíos se desliza.
Para soñar de nuevo cierro mis ojos dóciles;
¡surgid, amados fraudes, vosotras, ilusiones!
¡Ah!, no, ya me parece que vagando seguimos
llorando nuestras penas, entre páramos tristes,
donde hay pálidas hiedras y una ruinosa torre,
y ahondando el abismo oscurecidas tocas.
Te elevas de repente; me llamas desde el Cielo;
las nubes se interponen, braman olas y vientos,
me estremezco gritando, la misma pena encuentro;
me despierta el dolor que había abandonado.


Severamente buenas, por ti ordenan las Parcas
del placer y la pena la fresca interrupción;
larga muerte tu vida, calmo y fijo reposo;
ni la sangre se aviva ni el pulso se enardece:
tranquila como el mar antes que hubiera viento,
o espíritus que ordenan al agua movimientos,
dulce como los sueños de un perdonado santo,
de un Cielo prometido, como el destello suave.


¡Ah, ven aquí, Abelardo, no tienes que temer!
La antorcha de Afrodita no arde para los muertos.
¡Refrenado el deseo seremos condenados;
permanecerás frío—, aunque Eloísa te ame!
Llamas sin esperanza, eternas como aquellas
que iluminan los muertos y las urnas estériles.
¡Ah, qué imágenes surgen donde clavo mi vista!
Mis amadas ideas sin cesar me persiguen,
se elevan entre árboles, frente al altar se elevan,
oscureciendo mi alma ante mis ojos juegan;
gasto la luz del alba, suspiro por tu amor,
tu imagen se intercala entre mi Dios y yo,
parecería que oigo tu voz en cada cántico,
las cuentas del rosario van marcando mis lágrimas.
Cuando fragantes nubes del incensario vuelan
y el sonido del órgano profundo mi alma eleva,
de ti un solo recuerdo elimina la pompa;
confunde los altares, cirios y sacerdotes;
mi alma se hunde y se ahoga entre mares de llamas,
mientras tiemblan los ángeles, y los altares arden.


Mientras estoy postrada, con una pena humilde,
la virtud de las lágrimas en mis ojos se aflige.
Mientras que imploro, trémula, rodando sobre el polvo
una incipiente gracia se abre en mi corazón.
Ven aquí si te atreves, con todos tus encantos,
y oponiéndote al Cielo dispútale mi alma;
con tus alucinantes ojos mírame, ¡ven!
Borra cada brillante idea de los Cielos,
toma todas mis lágrimas, mi gracia y mi tristeza;
toma los infructuosos castigos y oraciones;
mientras asciendo, ráptame de las santas mansiones,
asiste a los demonios y arráncame de Dios.


¡No!, huye de mi lado — a distancias polares;
eleva entre nosotros océanos, los Alpes.
¡Ah!, no vengas, no escribas y no pienses en mí,
no compartas ni un ansia que por ti yo he sentido,
renuncio a tus promesas, tu memoria abandono;
renuncia a mí, olvídame, otórgame tu odio.
¡Semblante seductor (que aún miro), bellos ojos,
pródigo amor, dilectos pensamientos, adiós!
¡Oh Virtud celestial, oh Gracia tan serena,
maravilloso olvido de las tristes tareas,
hija del firmamento, luminosa Esperanza,
resplandeciente Fe, temprana eternidad!
Entrad, amables huéspedes, todos los apacibles,
envolvedme en eterno descanso: recibidme.


Contemplad en la celda a Eloísa extendida,
inclinada en penumbras de la muerte vecina.
En el viento más tenue un espíritu clama,
voces que no son ecos entre los muros hablan.
Aquí, mientras vigilo lámparas moribundas
de vecinos sepulcros, oigo oscuros murmullos,
"¡Hermana, ven, hermana, (parece que dijeran)
este lugar es tuyo, hermana triste, ven!
Temblé, lloré y recé una vez como tú,
víctima del amor aunque ahora soy pura.
Mas todo es calma en este sueño eterno;
aquí el Amor, la Pena, olvidan sus lamentos,
aun la Superstición pierde todo temor,
pues absuelve estos males no el hombre sino Dios".


¡Ah! ya voy, preparad las rosadas glorietas,
las celestiales palmas, las flores sempiternas,
donde haya pecadores que encuentren su descanso,
donde las refinadas llamas arden seráficas.
Y tú, Abelardo, al último oficio triste asiste,
suaviza mi trayecto a los reinos del día;
mira mis labios trémulos, mis ojos que se inquietan,
besa mi último soplo, toma mi alma que vuela.
¡Ah!, no — con las sagradas vestiduras aguarda,
con el cirio piadoso en tu mano temblando,
presenta al crucifijo mi levantada vista,
enséñame y aprende de mí misma a morir.
Y contempla a Eloísa — ¡la que un día fue amada!
Entonces no será ya un crimen contemplarla.
¡Ved!, dejan mis mejillas las transitorias rosas,
y el último destello languidece en mis ojos,
hasta que no queden ni pulso ni suspiro
y no seas amado, mi Abelardo, por mí.
Muerte grande, elocuente, solamente nos pruebas,
si amamos a los hombres, que es polvo el amor nuestro.


Después, cuando el destino tu semblante destruya
(la causa de mis dichas y de todas mis culpas),
en extático trance que se extingan tus ansias,
nubes brillantes bajen, los ángeles te guarden,
que el brillo de la gloria baje del Cielo abierto,
como yo enamorados, que los santos te besen.


Que ampare nuestros nombres una tumba afectuosa,
a tu fama inmortal agregando mi amor.
Dentro de muchos siglos, pasadas ya mis penas,
cuando mi corazón belicoso esté quieto,
si dos enamorados vagando trae la suerte
a estas fuentes y muros blancos del Paracleto,
unirán sus cabezas sobre el pálido mármol,
bebiendo uno del otro las abrasadas lágrimas,
con temor compasivo, presiento que dirán,
"No tengamos que amarnos como éstos han amado".


En medio de los salmos del numeroso coro,
del sacrificio horrible que engrandece la pompa,
en las desnudas piedras, si unos ojos amantes
se posan donde nuestras frías reliquias yacen,
del Cielo robará con devoción momentos
una lágrima humana, que será perdonada.
Y si el destino quiere que un poeta futuro
en su suerte y la nuestra halle similitudes,
condenado por años a deplorar la ausencia,
a imaginar encantos que ya no habrá de ver —
si existen otros seres que tanto tiempo aman —
deja que nuestra tierna y triste historia cante;
dirá mejor mi pena el que mejor la sienta,
y calmarán sus cantos mi pensativo espectro.

 

Ah, lo que dice la sentencia de Pope es esto: ¿Qué es la fama? Una vida imaginada en el aliento de los demás. O en traducción más literaria de Gregorio González Azaola (1821): ¿Y qué viene á ser la fama? Una vida imaginaria que respira en los demás.

***

viernes, 27 de septiembre de 2024

SIN IR MÁS LEJOS, Fermín Herrero

Ejemplar de la Biblioteca Central
Como no he leído nada de Fermín Herrero, no dudo ni un momento en llevarme a casa este ejemplar que resultó ganador en 2016 del XXXII Premio Jaén de Poesía.

Humildad, impulso acético, paisaje cotidiano, costumbrismo, cierta querencia por lo sublime y, en ocasiones, un vaivén entre un ligero hermetismo y una propensión a la claridad. Diría yo que estás son algunas de las características presentes en este próximo, por cercano, Sin ir más lejos. Diría incluso más: todas ellas se pueden detectar en el primer poema, auténtica poética de voluntad definitoria:


La poesía

es la conciencia.

Muchas veces la profané,

lo haré de nuevo. Es más,

ya la estoy traicionando.

La poesía no tiene

complacencia, trabaja

a favor del olvido

de uno mismo.

En ausencia de Dios ,

lo espera; si se esconde,

lo busca, porque sabe

de su insignificancia. Lo diré

por derecho: la poesía

ha de mostrarse. La bondad

se ve, no necesita

verborrea. Y a cada uno

según sus obras.

La poesía es la conciencia,

ese invento judío, según Hitler.

Es una enfermedad

que afecta los más débiles

de la especie.

  

A mí, de todas formas, me gustan más los poemas con cierto aire machadiano, en los que el pensamiento metafísico no se encuentra en su enunciación, sino en la presencia misma de la naturaleza soriana:


Este cielo de frío, limpio como

una patena. Ocho días de cierzo

han dejado un azul altísimo, todo

tersura, lucidez, acaso certidumbre.

Así que estoy aún. Un cielo inmaculado,

sin respuestas, es una afirmación.

Estoy. Aún estoy. No se queda la luz 

en la materia, la hace suya. Un cielo

crudo, para que nadie se envicie

con otro abril. Debiera renunciar 

también a tanto y tanto, sin preguntarme

cómo está tan arriba lo de dentro.

Ocho días de cierzo, con sus noches.


O este otro:


Nevado el Duero, maniatado desde hace días

por la helada, resplandece el sol de mediodía.

Restalla su cristal, casi no puedo

abrir los ojos. ciertamente deslumbra

la grandeza, nos hace enmudecer. Hasta

Hasta los álamos eternos de la ribera contemplan

su reflejo con un estupor de invierno

y muerte. Incluso el hielo parece triste

en los juncares. mientras el río nada

dice, le da las aguas, corriente abajo,

un arroyuelo mínimo que culebrea

con mucho esfuerzo sin apenas

notarse entre la broza.

Ha conseguido desatarlo el sol

y con qué intimidad, con cuánta sencillez

suena al oído, hablando muy bajito, su rumor

de cauce ingrato y de caudal exiguo.


Y cierra el poemario de manera simétrica, jugando a ser capicúa:


La extrañeza,

el encanto y la gracia.

Y la pérdida.

No hay 

más. O sí,

lo que trasciende.

Y la ilusión, al menos,

de ser libres.

Mientras dura

el poema.

***


lunes, 23 de septiembre de 2024

TRADUCIR POESÍA (Pied Beauty, Hopkins)


PIED BEAUTY


Glory be to God for dappled things –

  For skies of couple-colour as a brinded cow;

    For rose-moles all in stipple upon trout that swim;

Fresh-firecoal chestnut-falls; finches’ wings;

  Landscape plotted and pieced – fold, fallow, and plough;

    And áll trádes, their gear and tackle and trim.



All things counter, original, spare, strange;

  Whatever is fickle, freckled (who knows how?)

    With swift, slow; sweet, sour; adazzle, dim;

He fathers-forth whose beauty is past change:

                       Praise him.



***


BELLEZA MACULADA


Gloria a Dios por las cosas variopintas:
por los cielos cual reses berrendas, a dos tintas;
por la mota rosada que en la trucha que nada pinta pintas de antojo;
las caídas castañas, frescas ascuas al rojo;
las alas del pinzón; y las campañas ensambladas de partes: redil, labor, barbecho;
y todos los oficios con sus artes, su apero, su pertrecho.

Todo lo peregrino, singular; cuanto de raro y vario ha sido hecho
con modo de mudar, todo lo que motea (mas ¿a quién se le alcanza?)
con premura y templanza, acritud y dulzura; aquello que fulgura y que sombrea,
así lo engendra Aquél cuya hermosura se halla más allá de la mudanza:
                                                                                                       Loado sea.



Traducción: José Guillermo García Valdecasas.




ABIGARRADA BELLEZA


Gloria a Dios por todo lo abigarrado;
por los cielos bicolores como una vaca berrenda,
por las motitas rosas que puntean a la trucha que nada,
cataratas de castaño de recientes brasas, alas de pinzones,
el paisaje parcelado y juntado, el aprisco, el barbecho y el arado,
y todos los oficios, sus aperos y arreos, sus adornos.

Todas las cosas contrarias, originales, singulares, extrañas;
todo lo voluble y con pecas (¿quién sabe cómo?)
con lo veloz, lo lento; con lo grato, lo agrio, con lo fulgurante, lo fosco;
de todo es padre, y su belleza no cambia:
alabadlo.



Traducción: Antonio Rivero Taravillo.




ABIGARRADA HERMOSURA


Gloria a Dios por las cosas manchadas,
por los cielos, lo mismo que una vaca, berrendos,
y el punteado rosa de la trucha en el río;
por esas frescas brasas que caen de los castaños; las alas del pinzón;
el paisaje, todo manchas y piezas; el redil, el barbecho, la besana;
y los oficios, con su tráfago y orden de equipos y poleas.

Todas las cosas, opuestas y primarias, extrañas y frugales,
todo lo que oscila abigarrado, o moteado tiembla (¿y quién sabría cómo?),
—rápido, lento; agrio, dulce; nítido, oscuro:
todo lo origina, lo procrea continuo. Él, belleza sin cambio.
Alabadle.



Traducción: Dámaso Alonso.



Parece que George Steiner consideraba que este "Pied Beauty" de Hopkins era uno de los poemas más difíciles de traducir de la lengua inglesa si no el que más. De hecho, D. Alonso en su artículo preliminar a la traducción que realizó de Seis poemas de Hopkins (Poetas españoles contemporáneos, Gredos, 1952) comienza con este párrafo: Quizá nunca traductor alguno estuvo tan convencido como yo del propio fracaso, sintió tal necesidad de confesar su traición, el alcance y los motivos de su traición. Algunos ingleses leerán estas líneas, y entre ellos no faltarán antiguos amigos de Hopkins que también las han de leer, de seguro, compatriotas míos, de esas docenitas escasas que en cualquier país comprenden y aman la poesía. Quisiera moderar la indignación de los lectores ingleses: evitar el desnorte de los de España. Las dificultades de la traducción de Hopkins son insuperables. Y lo cerraba con estas frases: Mas tan difícil es esta poesía que, a pesar de mis esfuerzos, a pesar de haber consultado mis dudas y mis vacilaciones con amigos bondadosos y competentes, temo haber errado más de lo que hubiera querido. Van, pues, desde ahora mis versiones sujetas y crítica y corrección.


Quien sepa inglés enseguida se habrá dado cuenta de las continuas aliteraciones, del recurso a palabras polisémicas, de la importancia de los ritmos internos y del juego con los sonidos que de alguna forma se pueden captar, aun sin conocer el idioma, en el limpio recitado que hace Carolyn Rose Garcia. Todas esas cualidades de la poesía se pierden en las traducciones; lo mismo que se pierde, incluso visualmente, la organización del texto. Mientras que en inglés, sepamos algo o nada del curtal sonnet, percibimos organización en el conjunto de los versos que componen el poema, en las traducciones hay un discurrir de palabras más o menos acertadas que intentan acercarnos la belleza del original. Diré más: incluso un agnóstico militante puede emocionarse con este poema leyendo Naturaleza donde dice Dios. 

Afortunadamente, con envoltura más acertada o menos acertada, el significado del poema nos llega perfectamente gracias al trabajo de traducción. Esta entrada, en sí misma, es un reconocimiento y un ejercicio de gratitud a todos esos cientos de miles de personas que en todo el mundo se ocupan de traducir textos escritos en idiomas absolutamente desconocidos, de los que no tendríamos ninguna noticia si no fuera por esa encomiable labor de acercarlos a nuestra lengua materna, sea esta la que sea. 

***


viernes, 24 de mayo de 2024

ALGERNON CHARLES SWINBURNE

Editoial
 Para quien todavía dude sobre los cambios de gustos y tendencias que se producen a lo largo del tiempo el caso Swinburne puede ser un buen ejemplo. Si hoy preguntáramos a un estudiante universitario de literatura por él, seguramente ni le sonaría el nombre. Y creo que la única traducción en castellano de su poesía es esta antología que sacó Hiperión en traducción de Adolfo Sarabia.

A. Ch. Swinburne (1837-1909) alcanzó en vida un éxito tan grande como el de su compatriota Byron. Pero tienen más coincidencias: también pertenecía a la nobleza y su obra provocó tanta atracción como indignación. Decadente, gótico, pesimista, parnasiano. Poseía un excelente oído, lo que dotó a su obra lírica de una magnífica musicalidad. 

Escribe Pujals en su Historia de la literatura inglesa: Una característica de Swinburne es que su inteligencia e imaginación son mucho más vigorosas que sus sentimientos. Por consiguiente, uno de sus principales defectos como poeta es su falta de participación personal en los sentimientos más íntimos de la humanidad. El elemento humano personal, el interés por la vida misma, es lo que le falta en su poesía. Su característica peculiar es el distanciamiento.

El poema "La leprosa" puede ser un buen ejemplo de las características poéticas de este poeta hoy un tanto olvidado:

LA LEPROSA

Mejor sabe el amor que el agua fresca, a fe mía que no hay nada mejor; nada es tan exquisito a quien lo prueba: bien conocíamos esto ella y yo.

En un palacio real le servía licores y manjares opulentos. Por besarla en la frente me moría, no comía ni conciliaba el sueño.

Sabe Dios que no me quiso jamás, yo un pobre escribiente feo y modesto que apartó su capucha clerical por ver sus labios y amoroso pelo.

Me saca de quicio pensar en esto. Sí, por más que Dios siempre me ha odiado y lo hace ahora que besar puedo sus ojos mientras trenzo su peinado

igual que antes caía por su frente, estoy contento de tenerla muerta en esta choza mísera y agreste en que hoy beso sus ojos y cabeza.

Mejor sabe el amor que tiernos frutos bajo nieve; nada hay como el amor, ni ámbar en mar helado —estoy seguro—, bien que conocemos esto ella y yo.

En tres ideas fijas me complazco, primero me complazco y pienso en esto: el dorado cabello de su amado, su boca que incitaba en ella al beso.

Luego recuerdo aquel amanecer que lo llevé por un paso escondido hasta su reja, y cómo allí después ella mimosas palabras le dijo.

(Frías carreras de pequeños pies —sus dos pies albergaría mi mano—. Prodigio es que pudieran sostener el cuerpo enhiesto de aquella a la que amo)

«Dulce amigo, que Dios os lo agradezca. Soy pura ahora y libre de deshonra, y no me llevarán hasta la hoguera por esta dulce falta escandalosa».

Palabra por palabra lo repito. Ella, recostada sobre la cama y sosteniendo sus pies, así dijo. La tercera de que hablé es la más grata.

El Dios que crea el tiempo y lo devasta sin que Él cambie jamás, Dios sempiterno, el cuerpo todo amor que ella habitaba mudó con grave mal, su dulce cuerpo.

El amor es más dulce y placentero que el canto en el collar de la paloma. La escupieron todos, la maldijeron, la echaron por juzgarla indecorosa.

Y pensaron que Dios le había mandado esa cruel maldición por castigarla. Necios eran si no veían claro que a todas en dulzura aventajaba.

El que había acariciado su pelo cegándola con besos en los ojos sintió que, tenso y desnudo, su pecho suspiraba bajo él entre sollozos

salidos de sus labios y garganta, de su cuerpo roto por el amor. La boca de él sufrió de mala gana esas lágrimas que ella derramó.

Sí, aquel en cuyo abrazo por la noche dormía o saltaba su cuerpo ardiente con besos que dejaban moratones, asqueado la huyó como a la peste.

En esta choza agreste la oculté, agua le servía, y mísero pan. El placer de besar una y otra vez su frente me llegó casi a matar.

Se acabó el pan; quedaba solo el agua y cogíamos hierbas y semillas. Tanto placer tenía con besarla que me era igual el sueño y la comida.

Dichoso de servirla, a veces raudas lágrimas resbalaban de mis párpados mojándola, tanto me deleitaba servirla como Dios tiene vedado.

«Vete, deja que muera en solitario, te suplico que me dejes en paz». Dicho esto, cesaron de hablar sus labios junto a los míos, y rompió a llorar.

Yo le dije: «Piensa cómo el amor hizo a los dos correr la misma suerte. ¿He de abandonarte? No quiera Dios. Mi alma estará ligada a ti por siempre».

Sí, por más que Dios nos aborrezca, Él sabe que muy difícilmente en una cosa afloja el amor en la labor que hace hasta que está granada la mazorca.

Seis meses, mas ahora que no vive me vence el desasosiego: no sé si estaría bien cuanto hice y dije o si es que de un detalle me olvidé.

Era demasiado dulce toda ella para haber abandonado la vida a trozos; si su inmóvil boca se abriera algo que ahora olvido ver podría.

Seis meses; sentado en silencio pongo en dos frías palmas sus fríos pies. Su pelo, mitad gris y oro ruinoso, al besarlo me turba y me hace arder.

Me requema el amor, me aguijonea al ver su rostro enjuto hasta los huesos. Sus párpados consiguen que enloquezca, ellos que purpúreos refulgieron.

«Pórtate bien conmigo, que me cansa ya tanta vergüenza,» decía entonces. «Me moriré si tú no dices nada». Y hoy está muerta, y la vergüenza dónde.

Y por el desdén suyo de otro tiempo seguro que sentía desazones. Jamás debí haberla besado, es cierto: la ira de Dios se burla de los hombres.

A mí también ella me habría amado si sólo hubiese sido más sumiso. No vio que la vergüenza da la mano al amor, aunque su vergüenza lo hizo.

Demasiado recibí de mi amor, ganando por mi humilde servicio su gran belleza sin comparación, su rostro y su dulzura, que es lo mismo.

Todo el tiempo que me ocupé de ella sé que recordaba a su antiguo amor, que creció el viejo desdén que sintiera unido al asombro en su corazón.

Tal vez mi amor estuviera mal —la copia torcida y emborronada, que se hace entre tinieblas, de un misal; música estropeada por palabras.

Pero la verdad, querría haberlo hecho todo de la mejor forma. Tal vez porque fracasé, echando algo de menos, ella retuvo en su corazón a él.

Ya todo esto me está dejando a ciegas: ahora quizás ella pueda ver con mayor conocimiento; aún queda la vieja pregunta. ¿No hará Dios el bien?

Traducción: Antonio Rivera Tarabillo

Lo podéis leer aquí en su idioma original.


***


miércoles, 22 de mayo de 2024

UN LIBRO, UN POEMA (Salvador Díaz Mirón)

#unlibrounpoema


Salvador Díaz Mirón (1853-1928) fue un mexicano que vivió en una época agitada social y políticamente. Armas y letras van de la mano. Lord Byron y Victor Hugo son sus ídolos, y un duelo en Orizaba le dejará la clavícula inservible y, como consecuencia, el brazo inútil. Desde 1878 llevará la mano oculta en un bolsillo de la chaqueta; en el otro, para la mano hábil, una pistola.

Rubén Darío, Julio Herrera y Reissig, Leopoldo Lugones y Francisco Villaespesa lo reconocieron como maestro. Antonio Castro Leal escribió sobre él con estas palabras: En la más alta poesía de lengua española tiene un lugar de honor, cerca de Góngora y de Quevedo (Díaz Mirón. Su vida y su obra).

En Veracruz está su casa-museo.

Un par de muestras. En el segundo, "Sursum", sorprenden las semejanzas con el Zaratustra nietzscheano que claramente no pudo haber leído en 1884 y en alemán. Fijaos: el poeta es el superhombre, el héroe de gran alma que trasciende la moral de esclavos del cristianismo.



ASONANCIAS

Sabedlo, soberanos y vasallos,
        próceres y mendigos:
nadie tendrá derecho a lo superfluo
mientras alguien carezca de lo estricto.

Lo que llamamos caridad y ahora
        es sólo un móvil íntimo,
será en un porvenir lejano o próximo
el resultado del deber escrito.

Y la Equidad se sentará en el trono
        de que huya el Egoísmo,
y a la ley del embudo, que hoy impera,
sucederá la ley del equilibrio.





SURSUM

                                      A Justo Sierra

¡Cuán grata es la ilusión a cuyos lampos
tienen perenne vida los amores,
inmarcesible juventud los campos
y embriagadora eternidad las flores!
¡Cuán vívido es el iris que colora,
magia oriental, la suspirada orilla
y a cuyo hermoso resplandor de aurora
radia hasta el fango que después mancilla!
La verdad, si engrandece la conciencia,
devora el corazón nunca sumiso;
es el fruto del árbol de la ciencia
y siempre hace perder el paraíso.
Mas aunque el bardo mate la quimera
y desvíe y aparte de sus ojos
el prisma encantador, y por doquiera
mire sombras y vórtices y abrojos,
ha de cantar la redentora utopía,
como otra estatua de Memnón que suena
y ser, perdida la esperanza propia,
el paladió de la esperanza ajena!

¡Cuando el mundo, ese Tántalo que aspira
en vano al ideal, se dobla al peso
de la roca de Sísifo, y expira
quemado por la túnica de Neso;
cuando al par tenebroso y centellante
imita a Barrabás y adora al Justo,
y pigmeo con ansias de gigante
se retuerce en el lecho de Procusto;
cuando gime entre horribles convulsiones
para expiar sus criminales yerros,
mordido por sus ávidas pasiones
como Acteón por sus voraces perros;
cuando sujeto a su fatal cadena
arrastra sus desdichas por los lodos,
y cada cual en su egoísta pena
vuelve la espalda a la aflicción de todos;
el vate, con palabras de consuelo,
debe elevar su acento soberano
y consagrar, con la canción del cielo,
no su dolor sino el dolor humano!

Sacro blandón que en la capilla austera
arde sin tregua como ofrenda clara
y consume su pábilo y su cera
por disipar la lobreguez del ara;
vaso glorioso en donde Dios resume
cuanto es amor, y que para alto ejemplo
gasta y pierde su llama y su perfume
por incensar en derredor el templo;
sublime Don Quijote que ambiciona
caer al fin entre el fragor del rayo,
torcida y despuntada la tizona
y abierto y rojo por delante el sayo;
ave fénix que en fúlgidas empresas
aviva el fuego de su hoguera dura,
y muere convirtiéndose en pavesas
de que renace victoriosa y pura…
¡Eso es el bardo en su fatal destierro!
Cantar a Filis por su dulce nombre
cuando grita el clarín: ¡despierta, hierro!
¡Eso no es ser poeta, ni ser hombre!

Mientras la musa de oropel y armiño
execra el polvo por amar la nube
y hace sus plumas con la fe de un niño
y hacia un azul imaginario sube;
mientras Ofelia, con el pecho herido
por Hamlet y sus trágicos empeños,
marcha a las ondas del eterno olvido
cogiendo flores y cantando sueños;
el numen varonil entra en la arena,
prefiriendo al delirio y al celaje
la ciudad con sus ruidos de colmena
y el pueblo con sus furias de oleaje,
y contempla la tierra purpurada,
y toma y alza, con piedad sencilla,
un montón de esa arcilla ensangrentada...
Y ese montón de ensangrentada arcilla
adquiere vida entre su mano estoica,
vida inmortal y fulgurantes alas,
y en él respira una belleza heroica,
como en la estatua de la antigua Palas.

Guardar silencio y poseer la trompa,
la recia trompa a cuya voz no exigua
vendría a tierra con su estéril pompa
el muro hostil de la ciudad antigua;
ser un Aquiles que a la lid prefiera
recordar a Briseida en el retiro,
aunque Patroclo batallando muera…
¡Eso es mentir a Dios! ¡Pero qué miro!
Cual la crin de un raudal que de alto arranca
tus cabellos se agitan... ¡Oh Maestro!
¿Por qué sacudes la cabeza blanca
cual si quisieras arrojar el estro?
¿Por qué no te alzas a la faz de Harmodio
y no repeles, cuando Atenas grita,
esa montaña de calumnia y odio
que sobre tu hombro de titán gravita?
¡Tu Etna será para tu fuerza flojo;
confía en ti y a tu misión no faltes,
que al hado cruel que lapidó tu arrojo
irá el volcán cuando debajo saltes!

¡Rompe en un himno que parezca un trueno!
El mal impera de la choza al solio;
todo es dolor o iniquidad o cieno:
pueblo, tropa, senado y capitolio.
¡Canta la historia al porvenir que asoma
cómo Suetonio y Tácito la escriben!
¡Cántala así mientras en esta Roma
Tiberios reinen y Seyanos priven!
¡Abre la puerta al entusiasmo ausente,
mueve de un grito el desusado gonce
y como a chorros de fusión ardiente
vierte en los mimbres el vigor del bronce!
¡Derrama el verbo cuyos soplos crean
la fe que anima y el valor que salva,
y que a tu acento nuestras almas sean
como tinieblas que atraviesa el alba!
Para el poeta de divina lengua
nada es estéril, ni la misma escoria.
¡Si cuanto bulle en derredor es mengua,
sobre la mengua esparcirás la gloria!

***


miércoles, 8 de mayo de 2024

UN LIBRO, UN POEMA (Gertrude Stein)

Editorial
Traducción:Andrés Fisher y Benito del Pliego
#unlibrounpoema


Como el poema es muy largo, dejo para mañana un pequeño comentario sobre el verso que aparece en cursiva y negrita.

Sobre Gertrude Stein

Sobre el poema

SAGRADA EMILIA


Compón compón camas.
Esposas de grandes hombres descansan tranquilas.
Ven anda quédate philip philip.
Huevo sed interesados.
Partes de sitio nueces.
Calcula veinte por céntimo.
Eso es rosa en gallina.
Ven un día.
Una firma terrible una firma terrible entorpeciendo, una firma entorpeciendo ten un rayo ni alfiler ni.
Huevo en sitios.
Huevo insiste en poco.
En poner un sitio.
No estoy perdida.
Quien es un permiso.
Aprecio el honor y obedezco sí que aprecio el honor y obedezco sí.
La melancolía cantalabio.
Qué edad tiene él.
Murmullo mascota murmullo mascota murmullo.
Empujamar empujamar empujamar empujamar empujamar empujamar empujamar empujamar.
Dulce y bueno y amable con todo.
Cabeza desgastándose.
Primo buen consejo.
Primo consejo.
Buen.
Cabeza desgastándose.
Déjanos sentarse
Sí que creo que terminará, sí que creo que terminará.
Pat tres patente, Pat tres patente.
Once y diez y ocho.
Tonto es tonto es.
Pájaros miden pájaros miden tiendas pájaros miden tiendas miden pájaros miden.
Bocados excepcionales firmes.
Cómo lo haces te perdono todo y no hay nada que perdonar.
Sin embargo.
Déjamelo a mí.
Malezas sin papeles.
Son necesarias malezas sin papeles.
Dejada otra vez dejada otra vez.
Consideraciones excepcionales.
Sin embargo ternura.
Cortina vaca descansando.
Alfiler toro descansando.
Cortina vaca descansando.
Alfiler toro descansando.
Cerca de un marco.
El único pelo sombrero.
Déjanos masa déjanos. Déjanos pasa. Déjanos.
Déjanos pasa déjanos.
Zumbando está.
Sin clima.
Qué es un tamaño.
Relajar todo lo que puedo hacer.
Marco de colores.
Pareja de enlatados.
Relajar todo lo que puedo hacer.
Zumbar hace como.
Zumbar hace como zumbar es.
Qué es un tamaño.
Sin clima.
Relajar todo lo que puedo hacer.
Lo daré, por favor para darlo.
Gusta darlo, por favor para darlo.
Vaya sorpresa.
No más pronto acaso.
Cordialmente suyo.
Pausa.
Cordialmente suyo.
No más pronto juntos.
Cordialmente suyo.
En desparrame, en desparrame.
Esa es la forma en que somos uno e indivisible.
Paga nueces renuncia.
Ahora sin darte vuelta.
Te los daré esta noche.
Astuto es y hace astucia es y hace las más hermosas notas.
Me gustaría mil más más.
Petunia picando al centro.
Eléctricos son ceñidos eléctricos son blancos eléctricos son un botón.
Apremio singular.
Dedal reciente.
Perlas ruidosas perla ruidosa abrigo.
Arreglar.
Arreglar un ancho opuesto.
Opuesto esto.
Helado de lirio.
Sin embargo.
Una mano es Willie.
Henry Henry Henry.
Una mano es Henry.
Henry Henry Henry.
Una mano es Willie.
Henry Henry Henry.
Todo el tiempo.
Un pecho vadeado.
Te importa.
Te importa Lizzie.
Ethel.
Ethel.
Ethel.
Cerca de barbero entierro.
Cerca de barbero entierro china.
Cerca de barbero entierro vidrio chino.
Cerca de barbero china y vidrio.
Cerca de barbero y china.
Cerca de barbero y vuelo.
Cerca de vuelo.
Cerca de vuelo y vidrio y china.
Cerca de vuelo y vidrio y vuelo.
Cerca de vuelo y vuelo.
Cerca de vuelo y vuelo.
Simples estuches para ver.
Te hago cosquillas cosquillas cosquillas por educación.
Un muy razonable pomelo.
Imagina una selección del reverso.
Primo para entristecer.
Un cuello de coral y un pequeño canto sumamente extra sumamente Susie.
Venga vaca venga vaca y venga y huele un poco.
Dibuja hermosamente.
Cerca de una floración.
Tramo pulcro.
Lugar lleno.
Coliflor
Coliflor.
Primo cortina.
Delantal.
Ni mejor puesto.
Acaso te hago caras como esa a ti.
Meñique.
No escribiendo no escribiendo otro.
Un otro.
Piensa.
Jack Rose Jack Rose
Patio.
Casi todos ellos.
Sí que lo cree.
Mide una medida mide una medida o.
Lo que es lindo lo que es lindo lo que es lindo.
Estar arriba.
Descuida a Waldberg.
De pronto di sepárate.
Tan grande tan grande Emily.
Ten tranque ten tranque Emily.
No hay un hechizo muy bien.
Anillo.
Pesa pedazos de libra.
Pasos envejecidos.
Paradas.
No hay un plan arco.
Porque es atando.
Pequeño portazo.
Melocotones de costura fría.
Rogando para expresar rogando para expresar rogando para expresar bien.
Rogando para expresar rogando para expresar rogando para expresar bien.
Ruedas se esconden ruedas se esconden.
Malevolencia.
El algodón podría simple menos.
Sin embargo.
Anne.
Análisis.
Del punto de vista de todo lo blanco una semana es no demasiado.
Coral rosa coral blanco, coral coral.
Feliz feliz feliz.
Todo el, elige.
Es una necesidad.
Necesidad.
Feliz feliz feliz todo el.
Feliz feliz feliz todo el.
Necesidad.
Permanecer sentado.
Vamos vamos vamos va.
Todo lo cerca.
Permanecer sentado.
Feliz.
Todo el.
Necesidad.
Permanecer sentado.
Todo el, cerca.
Websters y minas, websters y minas.
Websters y minas.
Adornos.
Espacio de oro espacio de oro de los dedos.
Doses, doses.
Clavado a la carta.
En acompañar.
En la compañía en.
Recibido.
Deber.
Cordón natural.
Gastar.
Gastar largo.
Gastar largo.
Minuciosamente largo.
Pulcritud.
Pulcritud Pulcritud.
Excelente cordaje.
Excelente cordaje corto cerca.
Cerca de.
Cuando.
Negro alfiler.
Tos o más.
Griterío.
Griterío.
Alfiler más pulcro.
Clavado a la carta
Era un espacio era un espacio era un espacio para ver.
Ni cosas.
Personas.
Transición.
Di di di.
Al norte del calendario.
Ventana.
Gentes descansan.
Conserva tiradas.
Apilador astuto.
Cerca de una casualidad.
Manzanas.
Manzanas.
Se fueron las manzanas.
Fue una casualidad predicar el domingo.
Por favor ven donde Susan.
Propósito propósito negro.
Plata extra simple.
Pantuflas furiosas.
Ten una razón.
Ten una razón de caramelo.
Puntos de sitios.
Pulcros Nezars.
Lo que es una crema, puede batir.
Tinta de papel apenas mío respira un hombro sano brilla.
Necesidad.
Cerca del vidrio.
Pon una estufa por una estufa ronca.
Si yo fuera sin duda si yo fuera sin duda.
Mira niña dice.
Todo igual de brillante.
Brillantez.
Cuando una mantequera de pronto dice cuando una mantequera dice de pronto.
Pobre odre porciento.
Pequeñas ramas.
Claras.
Claras.
Claras.
Claras.
Claras.
Claras.
Claras.
Junto a suspiros.
Por favor tipos.
Ejemplo.
Ejemplo.
Dejar algo.
Dejar algo algún día.
Dejar algo en algún día.
Dejar algo en mi algún día.
En mi mano.
En mi mano derecha.
En mi mano-escrita.
Dejar algo algún día en mi mano-escrita.
Menos no necesario.
No obstante.
No obstante.
No pimienta.
No obstante tensión extra.
No obstante.
Ternura.
Mirada vieja.
Perlas.
Línea real.
Hombros.
Estados de arriba.
Simples colores.
Renuncia reciente.
Busca agujas.
Todo un llano muestra todo un llano.
Papeles blancos.
Pantuflas.
Pantuflas debajo.
Poco decir.
Yo pruebo.
Yo pruebo a.
Yo pruebo a a.
Yo pruebo a.
Que es una boda de invierno una boda de invierno.
Amuebla sillas.
Amablemente amuebla sillas.
Repite por favor.
Repite por favor por.
Repite por favor.
Ese es un nombre para Anna.
Cojines y peras.
La razón se frunce.
La razón se frunce para transmitir para transmitir alfombras.
El mármol es una vía pública.
Las nueces son escupideras.
Esa es una palabra.
Esa es una palabra descuidada.
Duraznos de papel.
Duraznos de papel son lágrimas.
Descansan en uvas.
Necesitados a conciencia.
Signos necesitados a conciencia.
Todos menos.
Aliviando aliviando.
Argonautas.
Eso es mucho.
Símbolo sajón astuto.
Símbolo de lo bello.
Dedal de todo.
Dedal de trébol astuto
Astuto de todo.
Astuto de trébol.
Astuto astuto.
Ubica las mascotas.
Pueblo de noche.
Pueblo de noche un vaso.
Color caoba.
Color centro de caoba.
Rosa es una rosa es una rosa es una rosa.
Gracia extrema.
Polaina extra.
Gracia extrema.
Dulcísima tarta.
Paginajada paginajada paginajada.
Barrido barrido cable cable.
Más dulce que duraznos y peras y crema.
Cableborrado cableborrado.
Extremo extra.
Pon mide tesoro
Mide tesoro.
Senda de mesas.
Amamantado.
Pasta.
Eso bastará.
Taza o taza o.
Excesivamente ilegítimo.
Gato gato gato qué qué.
Estornudos secretos actuales.
Siempre.
Piedad para un perro.
Medalla haz medalla.
Capaz capaz capaz.
Un ir al verde y una carta hablaron un ir al verde o elogio o
Cultos cultos cultos.
Puerta.
Puerto.
Mantel de mesa.
Moja estropea.
Moja estropea polainas y rodillas y pequeñas bobinas pequeñas bobinas o forros de seda listos.
Supón pierdes pierdes.
Rizos a mantequilla.
Rizos.
Rizos.
Asienta estrías.
Ver en labrar.
Louise.
Soleada.
Vela o.
Vela o susurro.
Lamento en la mañana.
La manera de decir.
Golpeteo.
El acuerdo tiene un.
Ladrón.
Una b alta y una mirada perfecta.
Cosas pequeñas cantante.
Jane.
Apuntando.
No en descripción.
Día vía.
Un golpe es encantado.

Tumba de Stein en el cementerio Père-Lachaise

***


sábado, 27 de abril de 2024

GRANDEZA DE CAMUS

Editorial
Traducción: Goedele De Sterck
No conocía esta anécdota de Camus que encuentro en el libro de Riemen, Nobleza de espíritu, que es, por cierto, el libro que me ha llevado a sumergirme en la lectura de la Ética de Spinoza, además de ser una delicia para cualquier persona con nobleza de espíritu.

El libro recoge tres ensayos breves: El tiempo mesurado de Thomas Mann, El filósofo-rey y ¡Sé valiente! En el segundo de ellos es donde aparece la anécdota que voy a transcribir. Se trata de una conversación entre Malraux, Koestler, Sartre y Camus. 

El 29 de octubre de 1946, de noche ya, cuatro hombres se dirigen a una casa en las afueras de París, junto a Bois Boulogne. Se trata de una verdadera mansión, decorada con una imponente colección de cuadros y esculturas. André Malraux, el anfitrión, da la bienvenida a los cuatro invitados, a los que conoce muy bien. Además de adinerado y famoso, el escritor, político e intelectual de reconocido prestigio goza de mucho poder en la Francia de la posguerra, al tener en el general De Gaulle a un seguidor interesado y atento. Entre los invitados está relectual húngaro Arthur Koestler, que durante el conflicto bélico adquirió renombre con su novela El cero y el infinito (1940), una amarga denuncia de la falacia y la violencia del estalinismo. Ha venido acompañado de su amigo Manès Sperber, escritor y psicólogo judío-alemán. También asiste a la velada Jean-Paul Sartre, simpatizante de la URSS, antiamericano convencido y, por tanto, polo opuesto de Koestler. El cuarto invitado, el más joven de todos, es el escritor y periodista Albert Camus. 

El intercambio de ideas parte de una preocupación común: la situación política y sus consecuencias para la arruinada civilización europea. La guerra ha terminado. Estados Unidos ha resultado vencedor y se ha eri el potencia nuclear. La Rusia estalinista también ha salido victoriosa y le falta poco para hacerse con la bomba atómica. Los cuatro hombres están persuadidos de que los intelectuales han de tomar la iniciativa frente a ambas superpotencias. En adelante hay que proteger los derechos humanos en todas partes. En la propia Francia, la Ligue des Droits de |'Homme está demasiado vinculada al Partido Comunista Francés que, a su vez, se deja llevar por Moscú. Se plantea la pregunta de si no sería preferibles fundar una nueva organización para la defensa de los derechos humanos, más independiente y de trascendencia internacional. 

[... Intervienen Koestler, Malraux y Sartre exponiendo sus opiniones]

—¿No creen que todos somos responsables de la falta de valores? —pregunta Camus—. ¿Y que si todos nosotros, que procedemos del nietzscheísmo, del nihilismo o del materialismo histórico, confesáramos públicamente que nos hemos equivocado, que existen valores y que en lo sucesivo haremos lo que sea necesario para fundarlos e ilustrarlos, eso podría ser el comienzo de una esperanza?

Koestler mueve la cabeza en señal de aprobación; Malraux contempla su cigarrillo y piensa que semejante razonamiento no sirve a sus fines políticos, y Sartre decide no volver a pisar jamás aquella casa, al tiempo que se propone explicárselo todo de nuevo a Camus en otro momento. La conversación ha sido breve: todo está dicho. Es hora de marcharse. De vuelta a casa, Camus recoge la discusión en su cuaderno de notas.


Luego continúa Riemen con su reflexión: 

No podemos olvidar este diálogo —a pesar de su brevedad y del ambiente de crispación— porque profundiza en la esencia de la civilización, en cómo esta puede irse a pique, en la tarea de los intelectuales y en lo que significa su traición. 


Civilización. No puede haber civilización sin la conciencia de que el ser humano tiene una doble naturaleza. Posee una dimensión física y terrenal, pero se distingue de los animales por atesorar a la vez una vertiente espiritual: conoce el mundo de las ideas. Es una criatura que sabe de la verdad, la bondad y la belleza, que sabe de la esencia de la libertad y la justicia, del amor y la misericordia. El fundamento de cualquier civilización hay que buscarlo en la idea de que el ser humano no debe su dignidad y su verdadera identidad a lo que es —carne y hueso— sino a lo que debe ser: el portador de dichas cualidades vitales eternas. Estos valores encarnan lo mejor de nuestra existencia: la imagen de la dignidad humana. "La gravedad material hace precioso al otro, y la moral a la persona", sentencia Baltasar Gracián en su magistral Oráculo manual y arte de prudencia (1646). 

Estos valores son universales porque se aplican a todos los hombres, y son atemporales porque son de todos los tiempos. La cultura se define como el conocimiento y la organización de todas estas cualidades espirituales inmateriales, reunidas en el patrimonio cultural. Solo reviste calidad las obras atemporales, aquellas que nos siguen fascinando generación tras generación, puesto que son la únicas en expresar una realidad atemporal, una idea. Este requisito de atemporalidad hace que toda cultura, todos los valores espirituales, se tornen vulnerables. La cultura ha de ser desinteresada y no utilitaria. Ahí está el secreto de su significado atemporal. Trátese de una catedral, un poema, una imagen, un relato, un cuarteto para cuerda o una canción, ninguno de ellos puede tener función ni utilidad por naturaleza. Todas estas obras nos cuentan algo a nosotros, no viceversa.

[...]

Y más adelante cita a Goethe (que era spinozista en su concepción de la divinidad y la naturaleza, Deus sive Natura): "La civilización es un permanente ejercicio en el respeto. El respeto a lo divino, a la Tierra, al prójimo y, por ende, a nuestra propia dignidad"(pp 85-91).

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