Esta pequeña historia ha surgido de un dibujo de Irene, a manera de juego. Es uno de esos dibujos que realiza como apunte, como ejercicio para soltar la mano. Entre los dos, al principio, nos divertimos imaginando nombres, luego vino el resto.
El infierno, ese lugar donde
los humanos colocamos a diablos y todo tipo de seres perversos, es,
sin duda, un lugar muy incómodo en el que hace mucho calor,
hay que estar todo el día avivando el fuego y, además,
es un espacio cerrado y claustrofóbico donde la competencia es
salvaje. Resultado: genera una tensión insoportable entre sus
habitantes que, además, están condenados a no salir
nunca de él. En fin, que no es un sitio recomendable para
nadie desde un punto de vista metafísico, ni ontológico,
ni consuetudinario.
En este desagradable lugar
fue a nacer el desafortunado Aquiles. No el de los pies ligeros, no
el susceptible hijo de Peleo, no el del mandoble fácil, sino
el de los hermosos bucles. Sí, el de los hermosos bucles,
porque el diablo Aquiles si por algo destacaba era por una
hermosísima y envidiable cabellera rubia ondulada. Bellísima
mar arbolada y objeto de deseo de todos los demás sujetos de
su misma especie.
Pero no era la luminosa
cabellera el único ornamento del infeliz Aquiles. No conforme
la naturaleza divina con ofrecerle tan estupenda pelambrera, le había
dotado de un cuerpo de escándalo donde poder saciar todas las
necesidades de la lujuria. Sólo tenía un par de
pequeños defectos: su brazo izquierdo no se había
desarollado a la par que el resto de su cuerpo y (esto era peor) no
compartía gustos ni aficiones con el resto de los hijos de las
tinieblas.
Y ahí empezaban los
sufrimientos de Aquiles, porque él no era un ser dotado para
el pecado ni para la fealdad. Su labor demoníaca se veía
francamente limitada por su inclinación al bien y su no
declarado (¿quién se atrevería a hablar de ello en el orco?) interés estético por la belleza. Es evidente
que con cualidades semejantes no se puede vivir muy a gusto en el
hades. Y Aquiles sufría.
Aquiles sufría
horneando almas a temperaturas desquiciantes. Aquiles sufría
con los gritos de pavor de tanto condenado a la eternidad. Aquiles
sufría con la sobrepoblación y el over booking, que si
ya el infierno era un lugar saturado en la época de Dante, en
la actualidad se ha convertido en un amasijo imposible de seres.
Aquiles sufría ante tanta fealdad, tanto dolor y tanto cuerpo
sudoroso y maloliente. Aquiles sufría con el comportamiento
procaz y el lenguaje soez de sus compañeros. El pobre Aquiles,
el de los hermosos bucles, sufría hasta cuando las noches de
luna llena podía disfrutar de una salida para tomar parte en
los famosos aquelarres, fiestas demelenadas y audaces en las que las
brujas y algún otro ser humano mezclaban sus líquidos
más íntimos con los residentes del averno.
Aquiles, el olvidado de los
dioses, el de la piel rojiza, el de los hermosos bucles, llevaba una
eternidad sufriendo con tanta desgracia. Hasta que un buen día
sucedió algo imprevisto.
(Leer continuación)
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