sábado, 7 de enero de 2012

AQUILES, EL DE LOS HERMOSOS BUCLES. 1

Esta pequeña historia ha surgido de un dibujo de Irene, a manera de juego. Es uno de esos dibujos que realiza como apunte, como ejercicio para soltar la mano. Entre los dos, al principio, nos divertimos imaginando nombres, luego vino el resto.

El infierno, ese lugar donde los humanos colocamos a diablos y todo tipo de seres perversos, es, sin duda, un lugar muy incómodo en el que hace mucho calor, hay que estar todo el día avivando el fuego y, además, es un espacio cerrado y claustrofóbico donde la competencia es salvaje. Resultado: genera una tensión insoportable entre sus habitantes que, además, están condenados a no salir nunca de él. En fin, que no es un sitio recomendable para nadie desde un punto de vista metafísico, ni ontológico, ni consuetudinario.

En este desagradable lugar fue a nacer el desafortunado Aquiles. No el de los pies ligeros, no el susceptible hijo de Peleo, no el del mandoble fácil, sino el de los hermosos bucles. Sí, el de los hermosos bucles, porque el diablo Aquiles si por algo destacaba era por una hermosísima y envidiable cabellera rubia ondulada. Bellísima mar arbolada y objeto de deseo de todos los demás sujetos de su misma especie.

Pero no era la luminosa cabellera el único ornamento del infeliz Aquiles. No conforme la naturaleza divina con ofrecerle tan estupenda pelambrera, le había dotado de un cuerpo de escándalo donde poder saciar todas las necesidades de la lujuria. Sólo tenía un par de pequeños defectos: su brazo izquierdo no se había desarollado a la par que el resto de su cuerpo y (esto era peor) no compartía gustos ni aficiones con el resto de los hijos de las tinieblas.

Y ahí empezaban los sufrimientos de Aquiles, porque él no era un ser dotado para el pecado ni para la fealdad. Su labor demoníaca se veía francamente limitada por su inclinación al bien y su no declarado (¿quién se atrevería a hablar de ello en el orco?) interés estético por la belleza. Es evidente que con cualidades semejantes no se puede vivir muy a gusto en el hades. Y Aquiles sufría.

Aquiles sufría horneando almas a temperaturas desquiciantes. Aquiles sufría con los gritos de pavor de tanto condenado a la eternidad. Aquiles sufría con la sobrepoblación y el over booking, que si ya el infierno era un lugar saturado en la época de Dante, en la actualidad se ha convertido en un amasijo imposible de seres. Aquiles sufría ante tanta fealdad, tanto dolor y tanto cuerpo sudoroso y maloliente. Aquiles sufría con el comportamiento procaz y el lenguaje soez de sus compañeros. El pobre Aquiles, el de los hermosos bucles, sufría hasta cuando las noches de luna llena podía disfrutar de una salida para tomar parte en los famosos aquelarres, fiestas demelenadas y audaces en las que las brujas y algún otro ser humano mezclaban sus líquidos más íntimos con los residentes del averno.

Aquiles, el olvidado de los dioses, el de la piel rojiza, el de los hermosos bucles, llevaba una eternidad sufriendo con tanta desgracia. Hasta que un buen día sucedió algo imprevisto.


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