Una Noche de San Juan (y casualmente luna
llena), cuando los infelices mortales creen deshacerse de los males
del invierno echando todo tipo de objetos inservibles al fuego y los
alternativos se refugian en el paganismo para huir de las miserias
cotidianas organizando bacanales al refugio de una cueva, una Noche
de San Juan, digo, confundidos los auténticos diablos con
tanto ruido nocturno y tanta apariencia aquelarrística, fueron
éstos a presentarse en una de esas fiestas dramatizadas, en
lugar de hacerlo en una auténtica asamblea de brujas.
El espectáculo era,
sin duda, inequívoco; las fórmulas para convocar a las
infernales criaturas, auténticas; los licores, profusos; el
fuego, perfecto; las danzas y las músicas, envolventes
y embriagadoras. Todo era propicio para que la comunión entre
los seres de ambos mundos se desenvolviera con absoluta perfección.
Y así fue, diablos y humanos interactuaron cómodamente
empujados por la búsqueda del placer y lo favorable de la
ocasión.
Todos menos Aquiles, quien
aprovechó el descanso que suponía la noche de
plenilunio para hacerse el despistado y salir a disfrutar de la
naturaleza nocturna del paraje en silencio y soledad. Hasta donde es
posible el silencio y la soledad, claro, en una noche como esa en la
que fuegos de todo tipo, ruidos, petardos y estridencias varias se
extienden como una red que cubre toda la superficie.
Alejado como estaba del
jolgorio y abstraído en sus pensamientos, Aquiles no se dio
cuenta de que a pocos pasos le seguía en silencio otro ser
infeliz que había sido atraído a partes iguales por los
hermosos bucles y por la naturaleza solitaria y meditabunda de
nuestro héroe.
- ¡Dios mio, qué
hermoso eres y qué desgraciado pareces!
Aquiles se giró
sobresaltado y descubrió a un hombre agradablemente
vestido de verano, más bien joven, de rostro
atractivo y una mirada profunda y suave.
- ¿Quién
eres? ¿Qué buscas? - inquirió curioso y
ligeramente alarmado.
- Te busco a ti. Desde que te he visto me has parecido lo mejor de la
fiesta. Quiero pasar esta eternidad contigo.
Aquiles,
emocionado, abrió su corazón dolorido al hombre. Le
explicó que aquello no era un disfraz, sino su verdadera
presencia. Le habló de sus sueños y de sus ilusiones,
también de sus miedos y perplejidades. Le contó la
causa de sus sufrimientos. Lo enamoró, en definitva. Después
le pidió que no volviera a frivolizar más con la
eternidad, porque sólo el tiempo que pasa, se agota y muere es
el único que se puede disfrutar.
***
Hoy
Aquiles, el que tenía hermosos bucles, vive en alguna ciudad
junto al mar, tiene profundas arrugas en la frente, ha perdido casi
por completo su hermosa cabellera, es relativamente feliz disfrutando
de las cosas perecederas que tiene a su lado y ya no se acuerda de
cuando ejercía de diablo, porque un día un amor
pasajero lo salvó de la eternidad.
¡Ay, pero qué preciosidad de cuento! Me ha encantado la historia de Aquiles, el dibujo y el cuento. Y encima tiene un final feliz. Qué más pedir. Un sueño idílico para salir de los infiernos y acabar junto al mar con ese amor pasajero que invita a la eternidad. Precioso.
ResponderEliminarMuchas gracias, Irene. Eres muy generosa con tus comentarios.
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