Miguel D'Ors, Antonio Casado y José Mateos. Poesía y trascendencia. |
Carlos López y Gustavo A. Schwartz. Ciencia y poesía contemporánea. |
No tengo ninguna duda de que cada poeta tiene su propia poética en función de su formación, sus gustos, su personalidad y sus experiencias. Eso es un hecho. Tampoco tengo ninguna duda de que independientemente de la escuela, tendencia o estilo a la que se adscriba, la calidad de cuanto escribe depende solamente de su capacidad de expresión y no de la escuela a la que pertenezce, y no va a ser el autor quien pueda juzgarla. Eso es otro hecho.
Otro hecho más: las convicciones y creencias de quien escribe se notan, pero no determinan tampoco la calidad de un texto. Yo no comparto ni las creencias ni la posición filosófica de Juan de la Cruz, pero disfruto enormemente con su poesía y la reconozco como una de las más excelsas de la poesía escrita en castellano. Tampoco comparto la poética de los románticos, pero me emociona la obra de Keats, de Hölderlin o de Bécquer.
Lo que me resulta difícil de comprender es que todavía hoy algunas escrituras se hagan desde posiciones intelectuales que corresponden a siglos pasados y se nieguen a reconocer como temas poéticos aquellos que no se relacionan directamente con la subjetividad y las emociones. Tan inspiradora pueda resultar una caricia como la pérdida de un electrón por parte de un átomo. Lo que en última instancia nos conmueva el poema no está determinado por el objeto del que parte, sino por el punto de vista y por la capacidad del poeta para transmitir verdad, belleza y emoción.
Uno es el conocimiento y múltiples las disciplinas desde las que podemos construirlo. Así mismo, una es la poesía y diversas las maneras en que se manifiesta, pero sea cual sea la forma en que se exprese, resulta necesario que participe del esfuerzo colectivo por construir significado —que es como decir el mundo y su percepción—, de lo contrario quedará reducida a resto fósil o refugio de colectivos minoritarios y ajenos a la vida.