¿A qué se dedicaba, el gran dios Pan,
en medio de los juncos junto al río?
Pues a esparcir la ruina y maldiciones,
chapotear con pezuñas de cabra
y romper lirios áureos que flotaban
allí con la libélula en el río.
Un junco le arrancó, el gran dios Pan,
al lecho frío y hondo de aquel río;
el agua transparente corrió turbia,
y los lirios partidos se murieron,
y marchó para siempre la libélula,
aun antes de sacarlo de aquel río.
Se sentó en la ribera el gran dios Pan
en tanto que fluía turbio el río;
acuchilló y talló como un gran dios,
con su acero feroz, al pobre junco,
y no quedó ni rastro de la hoja
que mostrara su origen en el río.
Dejándolo muy corto, el gran dios Pan
(¡qué alto que se alzaba sobre el río!),
igual que el corazón de un hombre extrajo,
por el anillo externo, su meollo,
y a la cosa seca y hueca hizo muescas
y agujeros sentado junto al río.
“Así, así”, reía el gran dios Pan
(reía allí sentado junto al río)
“así es desde el inicio de los dioses
como lograr podemos dulce música.”
Y besando su boca un agujero
sopló con energía junto al río.
¡Qué dulce, dulce música, oh dios Pan!
¡Qué dulce conmoción en torno al río!
¡Dulce hasta cegar, oh gran dios Pan!
De morir se olvidó sobre la loma
el sol, mientras los lirios revivieron,
de vuelta la libélula en el río.
Mas casi una bestia es el gran dios Pan,
allí sentado riendo junto al río,
a un hombre convirtiéndolo en poeta;
qué precio, qué dolor, los dioses lloran
por el junco que ya no crecerá,
un junco entre los juncos junto al río.
Traducción de Antonio Rivero Taravillo.
Dejando aparte diferentes grados de sensibilidad, de intuición y de conocimiento, y salvando la distancia del idioma —a pesar de la excelente traducción de Taravillo, el encanto del sonido, la música y el ritmo se pierden siempre en una traducción—, lo que la poeta nos ofrece es asequible a toda lectura que ponga atención en unos pocos elementos.
Lo primero es Pan, y eso nos lo soluciona un repertorio mitológico o una simple enciclopedia. Sin entrar en cada una de las numerosas versiones de su vida y milagros, quedémonos de momento con que era el dios de la sexualidad masculina y que tocaba la siringa, un tipo de flauta creada por él.
Después, fijémonos en el paralelismo mantenido a lo largo de todas las estrofas, aunque esto sirva más para apreciar la bellísima arquitectura del poema que su contenido, no es ocioso recordar aquí que cuando nos adentramos en el terreno de la expresión artística, cuanto más se aproximen y se fundan fondo y forma, mayor será el grado de belleza alcanzado.
Y, por último, vayamos a las dos últimas estrofas. Mientras en las anteriores se nos ha ofrecido un Pan bárbaro y destructor de la naturaleza, ahora nos encontramos con el dios de la música, capaz de detener la marcha del día y de hacer revivir a la naturaleza al escuchar el dulce sonido de su flauta y :
El quiebro es fundamental, y cobra todo su significado en la estrofa siguiente, cuando descubrimos que ha convertido a un hombre en poeta. Efectivamente, fue Pan quien enseñó a Dafnis el arte de la música y la creación poética. Y ahora descarga la autora todo el peso irónico del magnífico poema:
No entro en las interpretaciones. Que cada cual se quede con la suya. Además, estoy convencido de que a Barret Browning eso le daba igual. La cuestión es que leído con atención y disponiendo de los elementos sustanciales, el poema se nos abre para que podamos disfrutar más de él.
Hay quien opina que a la
poesía hay que dejarla en paz, sin comentarios que la perturben y sin exégesis
que la transformen. El poema debe llegar directo y sin intermediarios. Soy de
otra opinión y no aprecio qué mal puede ocasionar ofrecer alguna ayuda a quien
se encuentra delante de un obra en la que no puede adentrarse. No creo que la
alfabetización haya hecho ningún mal a la humanidad, y esa es la primera ayuda
que recibimos para entender un texto.
Dejando aparte diferentes grados de sensibilidad, de intuición y de conocimiento, y salvando la distancia del idioma —a pesar de la excelente traducción de Taravillo, el encanto del sonido, la música y el ritmo se pierden siempre en una traducción—, lo que la poeta nos ofrece es asequible a toda lectura que ponga atención en unos pocos elementos.
Lo primero es Pan, y eso nos lo soluciona un repertorio mitológico o una simple enciclopedia. Sin entrar en cada una de las numerosas versiones de su vida y milagros, quedémonos de momento con que era el dios de la sexualidad masculina y que tocaba la siringa, un tipo de flauta creada por él.
Después, fijémonos en el paralelismo mantenido a lo largo de todas las estrofas, aunque esto sirva más para apreciar la bellísima arquitectura del poema que su contenido, no es ocioso recordar aquí que cuando nos adentramos en el terreno de la expresión artística, cuanto más se aproximen y se fundan fondo y forma, mayor será el grado de belleza alcanzado.
Y, por último, vayamos a las dos últimas estrofas. Mientras en las anteriores se nos ha ofrecido un Pan bárbaro y destructor de la naturaleza, ahora nos encontramos con el dios de la música, capaz de detener la marcha del día y de hacer revivir a la naturaleza al escuchar el dulce sonido de su flauta y :
De morir se olvidó sobre la loma
el sol, mientras los lirios revivieron,
de vuelta la libélula en el río.
El quiebro es fundamental, y cobra todo su significado en la estrofa siguiente, cuando descubrimos que ha convertido a un hombre en poeta. Efectivamente, fue Pan quien enseñó a Dafnis el arte de la música y la creación poética. Y ahora descarga la autora todo el peso irónico del magnífico poema:
qué precio, qué dolor, los dioses
lloran
por el junco que ya no crecerá,
un junco entre los juncos junto al río.
No entro en las interpretaciones. Que cada cual se quede con la suya. Además, estoy convencido de que a Barret Browning eso le daba igual. La cuestión es que leído con atención y disponiendo de los elementos sustanciales, el poema se nos abre para que podamos disfrutar más de él.