El texto de
Uribe es una indagación sobre la vida de Robert Mussche, escritor, resistente y víctima en los campos de concentración nazis. Es, por tanto, eso que llaman en el mundo cinematográfico un
biopic, una biografía novelada, un trabajo de investigación al que el autor ha añadido las costuras necesarias para que se pueda leer como un relato.
La historia comienza con los
niños de la guerra —hilo conductor de la narración que nos llevará a la familia de acogida de Karmentxu Cundín en Bélgica— y termina con una reflexión sobre lo que es o no es ser un héroe. En medio, el relato de la vida del escritor belga hasta su muerte en la bahía de Lübeck. Acompañando a la crónica de los hechos, repartidas por acá y por allá, una serie de reflexiones en torno a la vida, la belleza, la condición humana, el sufrimiento y el propio acto de contar.
Sin embargo, describir en qué consiste la obra es decir muy poco sobre ella. Está bien, porque nos orienta para tener una vaga idea sobre si nos va a interesar su lectura o no, aunque, posiblemente, afirmaciones del estilo
a mí me ha gustado o
a mí me ha parecido un aburrimiento, orientan más al lector cuando conoce los gustos del que hace el comentario. Lo cierto es que estamos ante una
obra literaria, es decir, no es una una historia escrita para hacernos pasar el rato más o menos divertido, de esas que hay miles.
¿Pero qué es lo que hace que un texto sea
literatura o sea un simple pasatiempo? Uribe nos da una respuesta en la página 132 por boca del protagonista:
No tiene nada que ver con la belleza. Ni con que sea contemporáneo, ni con que incorpore innovaciones formales. Esas son cuestiones teóricas, pasto para la crítica. En mi opinión, lo que importa es algo que no aparece en el texto, que está entre líneas (...) (es el)
impulso. Cuando en un libro detectas la presencia real del autor, cuando sabes que nadie te podrá contar esa historia mejor que él, cuando no puedes dejar de escuchar su voz.
Yo, en cambio, creo que depende más del punto de vista y de la veracidad, es decir, cuando el autor nos está contando la historia desde un punto de vista tal que hace que eso que nos cuenta sea absolutamente sólido y convincente, independientemente de que todo sea pura ficción o realidad palpable; cuando el escritor nos cuenta una historia que emana vida por todas y cada una de sus frases, ahí está la
literatura. Y Kirmen Uribe ha compuesto una obra literaria, a pesar de que utilice una técnica compositiva relativamente manida, a pesar de que se le vean demasiado sus propios sentimientos —¡cómo se le nota lo buena persona que es!— y a pesar de que otro pudiera contarnos técnicamente mejor la historia que él nos cuenta.
Lo que mueve el mundo es, en mi opinión, una buena obra literaria.
Se me olvida decir que comparto con el autor la idea de qué es lo que mueve el mundo. Pero eso lo tenéis que descubrir vosotros, amables lectores.