Las tres que he colocado son ediciones todas ellas muy bien cuidadas. Ofrecen una traducción realizada por un latinista de prestigio —José Luis Moralejo, Manuel Fernández-Galiano y Vicente Cristóbal—, cuentan con un aparato crítico francamente bueno e introducciones más que solventes, lo que siempre ayuda para entender mejor el texto y el contexto.
En cualquier caso, la obra de Horacio no se reduce a Odas y Epodos. También están las Sátiras y las Epístolas. Si dejo solamente las ediciones de las primeras es porque hoy son las más apreciadas y hay material más que suficiente para realizar una tertulia.
Como aperitivo, dejo aquí un epodo y una oda. Ya ofrecí un adelanto en la entrada precedente, la de Horacio, poeta epicúreo. Son las dos composiciones más famosas y las que han generado sendos tópicos literarios, conocidos, precisamente, con las palabras latinas que los identifican: beatus ille y carpe diem.
Dichoso
aquél [beatus ille] que, lejos de ocupaciones, como la primitiva raza de los
mortales, labra los campos heredados de su padre con sus propios
bueyes, libre de toda usura,y no se despierta, como el soldado,
al oír la sanguinaria trompeta de guerra, ni se asusta ante las iras
del mar, manteniéndose lejos del foro y de los umbrales soberbios
de los ciudadanos poderosos.
Así pues, ora enlaza los
altos álamos con el crecido sarmiento de las vides, ora contempla en
un valle apartado sus rebaños errantes de mugientes vacas, y
amputando con la podadera las ramas estériles, injerta otras
más fructíferas, o guarda las mieles exprimidas en ánforas
limpias, o esquila las ovejas de inestables patas.
O bien,
cuando Otoño ha levantado por los campos su cabeza engalanada de
frutos maduros, ¡cómo goza recolectando las peras injertadas y
vendimiando la uva que compite con la púrpura, para ofrendarte a ti,
Príapo, y a ti, padre Sílvano, protector de los
linderos!
Agrádale tumbarse unas veces bajo añosa
encina, otras sobre el tupido césped; corren entretanto las aguas
por los arroyos profundos, los pájaros dejan oír sus quejas en los
bosques y murmuran las fuentes con el ruido de sus linfas al manar,
invitando con ello al blando sueño.
Y cuando la estación
invernal de Júpiter tonante apresta lluvias y nieves, ya acosa
por un sitio y por otro con sus muchas perras a los fieros jabalíes
hacia las trampas que les cierran el paso, ya tiende con una vara
lisa sus redes poco espesas, engaño para los tordos glotones, y
captura con lazo la tímida liebre y la grulla viajera, trofeos
que le llenan de alegría.
¿Quién, entre tales deleites,
no se olvida de las cuitas desdichadas que el amor conlleva?
Y
sí, por otra parte, una mujer casta, cumpliendo con su oficio,
atiende la casa y a los hijos queridos —como la sabina o la esposa,
abrasada por el sol, del ágil ápulo—, enciende el fuego
sagrado del hogar con leños secos un poco antes de que llegue
su fatigado esposo y, encerrando la bien nutrida grey en la
empalizada del redil, deja enjutas sus ubres repletas; si, sacando
vino del año de la dulce tinaja, prepara manjares no comprados,
no serán más de mi gusto las ostras del lago Lucrinο,o el
rodaballo o los escaros —sí tronando la tempestad en las olas
orientales desvió algunos hacia este mar , ni el ave africana ni el
francolín jónico caerán en mi estómago más placenteramente que
la aceituna recogida de las ramas más cargadas de los olivos, o
la hoja de la acedera, amante de los prados, o las malvas
salutíferas para el cuerpo enfermo; o que la cordera
sacrificada en las fiestas Terminales,o que el cabrito
arrancando al lobo.
Entre estos manjares, ¡qué
gusto da contemplar las ovejas que vuelven rápidas al aprisco
después del pasto, contemplar los bueyes cansados arrastrando
con su cuello lánguido el arado vuelto del revés, y los esclavos,
enjambre de la fecunda casa, colocados en torno a los Lares
relucientes!
Cuando el usurero Alfio hubo así
discurseado, dispuesto a convertirse de inmediato en labrador,
recogió en las Idus todo su dinero, decidido a renovar sus préstamos
en las Calendas.
(Traducción de Vicente Cristóbal).
No investigues, pues no es lícito, Leucónoe, el fín que ni a mí
ni a ti los dioses destinen; a cálculos babilonios
no te entregues. ¡Vale más sufrir lo que haya de ser!
Te otorgue Júpiter varios inviernos o solo el de hoy,
que destroza al mar Tirreno contra las rocas, prudente
sé, filtra el vino y en nuestro breve vivir la esperanza
contén. Mientras hablo, el tiempo celoso habrá ya escapado:
goza del día [carpe diem] y no jures que otro igual vendrá después.
(Traducción de Manuel Fernández-Galiano).