jueves, 14 de mayo de 2015

A PROPÓSITO DEL REY FILÓSOFO

Platón ponía en boca de Sócrates lo siguiente: He llegado a la conclusión de que todos los estados existentes están mal gobernados y de que sus constituciones son irreformables si no es de modo drástico y teniendo mucha suerte. Me he visto forzado a pensar, de hecho, que la única esperanza de hallar justicia para la sociedad o para los individuos yace en la verdadera filosofía, y que la humanidad no tendrá sosiego para sus problemas hasta que los verdaderos filósofos no alcancen el poder político, o hasta que los políticos se hagan, mediante algún milagro, verdaderos filósofos. 

Conocida es la defensa que Platón realiza de los reyes filósofos en La República. Su ciudad estado ideal debería estar dirigida por personas conocedoras del bien, la belleza y la verdad. Otra cosa bien distinta es que compartamos con Platón lo que él entendía por bueno, bello y verdadero. Como también son diferentes las cualidades que hay que tener para dirigir un país y las que son necesarias para dedicarse a la especulación y el análisis de las ideas, aunque bien pueden darse juntas en una misma persona, no lo niego.

Lo que no comparto de esa concepción idealista del tándem Sócrates-Platón —porque los ejemplos históricos son numerosos y elocuentes— es que una persona convenientemente educada, culta, inteligente (en un sentido más bien tradicional de la palabra) y adiestrada, incluso, en la disciplina filosófica, pueda resultar idónea para encargarse del gobierno de una nación. Aprecio esas cualidades, pero creo que son necesarias otras cuantas más para desempeñar el oficio de dirigente.

Otra cosa bien distinta es que entendamos la propuesta del pensador griego como metáfora de la deseable formación de un gobernante y de la puesta en práctica que éste debe llevar a buen término, o al menos intentarlo. Es decir, debe intentar que el bien común, lo que afecta a toda la comunidad sea lo más amplio posible y disfruten de él todas las capas sociales. En el polo opuesto se encontraría el uso de la riqueza común para disfrute propio, es decir, los tan escandalosos casos de corrupción. 

El estado ideal no existe ni va a existir jamás, lo que no quiere decir que tengamos que perder la ilusión y el deseo por mejorar lo que tenemos. Pero de lo que estoy plenamente convencido es de que los pasos para conseguir una sociedad más justa, más igualitaria y más democrática no van a venir dados por un "rey filósofo" o ninguna otra persona convenientemente formada e ilustrada, sino que tienen que proceder de la propia sociedad, de la aportación de todas y cada una de las piezas que conformamos la comunidad.

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