Es cierto que algunos elementos comparten: ambos son muy breves; los dos tienen como fondo de reflexión la naturaleza y la actuación humana; tanto el uno como el otro son obra de novelistas experimentados; sendos ensayos están redactados con una prosa muy eficaz y muy directa. Seguramente hay más características que tienen en común, pero todo cuanto me gustó el primero, me ha desilusionado el segundo.
La obra de Tanizaki, no tengo la menor duda, va a gustar mucho a quienes les atraigan los ritos, formas y costumbres orientales. Yo, lo reconozco, no me encuentro entre ese grupo de personas. Disfruto mucho con la literatura oriental, aprecio el pensamiento de Confucio, de Lao Tse y de Mo Ti, me gustan el arte caligráfico, los ideogramas, las sedas, las lacas, los marfiles, los jardines orientales y un sinfín de cosas más. ¿Qué es entonces lo que no me ha gustado, pero que, sin duda, a otras puede gustar?
Tal vez sea necesario decir que el texto fue escrito en 1933; que la revolución Meiji había ocurrido veinte años antes de que naciera Tanizaki; que la Primera Guerra Mundial estaba muy reciente en la memoria; que, sobre todo, el proceso de industrialización y occidentalización estaba produciendo cambios muy profundos en la sociedad. Tal vez sea esta confluencia de hechos la que explique mejor que nada el por qué del discurso de Tanizaki.
A mí la mirada nostálgica y el lamento por la pérdida de las costumbres pasadas no me interesan. Pero, insisto, gustará mucho a quienes disfruten de los rituales y costumbres japoneses tradicionales.
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PS: Podéis leer buena parte del texto en este enlace y decidir por vosotros mismos si queréis leerlo completo o no.