Ocurre muchas veces que no nos atrevemos a leer a los clásicos porque están ya muy lejos de nosotros, porque creemos que nos vamos a aburrir o porque pensamos que no vamos a entenderlos. Poetas de Grecia y Roma es una magnífica oportunidad para una primera aproximación, es un auténtico regalo para quien todavía no conozca esos textos esenciales que han fertilizado toda la poesía occidental.Esteban Torre, escritor, investigador y catedrático emérito de la Universidad de Sevilla, se ha encargado de seleccionar y traducir 40 poemas, solo 40 poemas, de siete poetas griegos y siete latinos: Homero, Hesíodo, Safo, Píndaro, Sófocles, Teócrito, el pseudo-Anacreonte, Catulo, Virgilio, Horacio, Tibulo, Propercio, Ovidio y el pseudo-Ausonio. Una especie de antología mínima y esencial de esos textos que ninguna persona medianamente culta debería desconocer.
Además, todos y cada uno de los autores vienen introducidos por una presentación muy eficaz; breve, pero intensa. De esas que despiertan las ganas de saber más. Se cierra el volumen con un glosario onomástico y mitológico que puede servir de ayuda ante cualquier dificultad que surja durante de la lectura.
Pero si eres de esas personas que conoces bien la poesía clásica greco-latina, esta antología también es un hermoso regalo por la traducción actual y elegante, por la selección verdaderamente acertada y porque es una edición muy cuidada, como si se tratara de cualquier otro libro de poesía actual. Una forma de tener a mano esos textos que solemos consultar muy a menudo, sin el envoltorio de la edición erudita.
Os dejo el último poema de la selección:
COLLIGE, VIRGO, ROSAS
De rosis nascentibus
Era la primavera
y, en el amanecer azafranado,
el día respiraba con dulzura
tras un frío punzante.
Una atrevida brisa se adelantaba al carro de la Aurora,
queriendo anticipar
el caluroso día.
Vagaba yo por las cruzadas sendas
de los regados huertos,
deseoso de vida,
en las horas primeras.
Vi la escarcha cuajada,
colgando de las hierbas que se inclinan,
o reposando encima
de las erguidas plantas,
y las redondas gotas
jugueteando en una abierta col.
Y vi las rosaledas,
que disfrutaban del primor de Pesto,
cubiertas de rocío,
al renacer la estrella mañanera.
Alguna blanca perla,
sobre los escarchados matorrales,
se desvanecería
con los primeros rayos de la Aurora.
No podría saberse
si es la Aurora quien roba su rubor
o se lo da a las rosas,
el día con su luz tiñe las flores.
Hay un solo rocío,
sólo un color, una mañana sólo.
Para estrellas y flores,
hay una dueña solamente: Venus.
Quizá también es una su fragancia:
si aquélla por el aire
se derrama en los cielos,
la otra se respira más cercana.
Diosa común de estrellas y de flores,
tú, la Reina de Pafos,
dispones que sus ropas
estén teñidas con los mismos tonos.
Era el momento justo.
Los nacientes capullos de las flores
se estaban dividiendo
en segmentos iguales.
Una está cobijada
por la cubierta de sus verdes hojas,
en otra se perfilan
tenues contornos de la roja púrpura.
Ésta entreabre las altivas cumbres
del capitel primero,
liberando la punta
de su cabeza grana.
Aquella desplegaba ya sus velos
unidos en lo alto,
pensando en numerarlos
como sus propias hojas.
Y entonces, de repente,
se abrió la gloria del radiante cáliz,
luciendo claramente
sus densos granos de azafrán oculto.
Otra, que rutilaba
con todo el fuego de su cabellera,
abandonada por sus mustios pétalos,
palidece al instante.
Yo me maravillaba
de la rapiña del huidizo tiempo,
viendo que, cuando nacen,
ya envejecen las rosas.
He aquí que, mientras hablo,
se derrumba la roja cabellera
de la flor rutilante,
y es la tierra quien brilla con su púrpura.
Tantas figuras, tantos nacimientos,
tantos cambios de forma
en un día comienzan,
y en ese día acaban.
Siento, Naturaleza, que hayan de ser tan breves tus favores:
enseñas tu regalo,
para quitarlo ante los mismos ojos.
La duración de un día tiene apenas
la vida de las rosas:
la juventud y la vejez se unen,
en instantes fugaces.
A la que vio nacer una mañana
la Aurora reluciente,
al caer de la tarde
la contempla marchita.
Pero no importa: si en tan corto plazo
debe morir la rosa,
prolongará su vida
con los nuevos retoños.
Muchacha, coge rosas,
fresca tu juventud, fresca la flor;
y piensa que tus años
son también fugitivos.
***
PS: El libro lo publicaron en 1998 el CSIC y la Universidad de Huelva bajo el título de La poesía de Grecia y Roma. Ejemplos y modelos de la cultura literaria. Lo podéis descargar, la propia universidad lo ha colocado en el Repositorio Arias montano. Así podréis ver la importancia que tiene la disposición del verso. Aunque parezca una cuestión baladí, no es lo mismo leer un poema donde las palabras respiran y el verso se hace natural, que un poema en el que las palabras se amontonan y el significado difícilmente establece relaciones con el significante.