3 de febrero, muere George Steiner. Como todos mis libros de este intelectual al que admiro profundamente viven en otra ciudad diferente a la que yo habito, y no tengo ganas de esperar para releerlo, me voy a la biblioteca y saco Fragmentos junto con Nostalgia del absoluto. Es mi humilde homenaje personal a este sabio que dominaba muchos saberes. Os dejo unos párrafos (y si aún no habéis leído la entrevista póstuma que publicó en El País, pasad por ella).
Como otras construcciones propias de la utopía social, de la salvación mesiánica y secular que siguieron a la revolución francesa, el marxismo puede ser expresado en los términos de una épica histórica. Habla del progreso del hombre desde la esclavitud hasta el reino futuro de la justicia perfecta (p 22).
Creo que podemos reconocer en la historia del marxismo cada uno de los atributos que hemos citado como características de una mitología en la plena acepción teológica. Encontramos la visión del profeta y los textos canónicos que son legados al fiel por el más importante de los apóstoles (…). Encontramos también la historia del feroz conflicto entre los herederos ortodoxos del maestro y los herejes (…). Cada vez (y este es el escenario teológico) un nuevo grupo de herejes se separa (…). El marxismo tiene sus leyendas y su iconografía, (…) el marxismo tiene su vocabulario. El marxismo tiene sus emblemas, sus gestos simbólicos, como cualquier creencia religiosa trascendente. Dice al creyente: “Quiero de ti un compromiso total. Quiero de ti una implicación total de tu conciencia y tu persona en tu dedicación a mí”. Y a cambio, como hace la gran teología, ofrece una explicación completa de la función del hombre en la realidad biológica y social. Y sobre todo, ofrece un contrato de promesa mesiánica con respecto al futuro (pp 30-31).
Decididamente anti-religiosas, las enseñanzas de Freud, también ellas, pienso, constituyen una forma de post-teología, de teología sustituta o vicaria. Y también es la suya una estructura mitológica (p 41).
Tenemos aquí tres grande mitologías para explicar la historia del hombre, la naturaleza del hombre, y nuestro futuro. La de Marx termina en una promesa de redención; la de Freud en una visión de regreso a casa con la muerte; la de Lévi-Strauss en un apocalipsis originado por el mal humano y la devastación provocada por los hombres. Las tres son mitologías racionales que pretenden tener un carácter científico, normativo. Las tres arrancan de la metáfora compartida del pecado original. ¿Puede ser completamente accidental que estas tres construcciones visionarias —dos de las cuales, el marxismo y las tesis de Freud, han hecho ya tanto para cambiar Occidente y, en realidad, la historia del mundo— deriven de un trasfondo judío? ¿No hay una lógica real en el hecho de que estos sustitutos de la moribunda teología y la explicación de la historia propias del cristianismo agonizante, hayan venido de aquéllos cuyo legado tanto había hecho el cristianismo por suplantar? (pp 85-86).
Las teologías posreligiosas o sustitutas y todas sus variedades de lo irracional han demostrado no ser otra cosa que ilusiones. La promesa marxista ha fracasado cruelmente. El programa de liberación freudiana se ha cumplido solo muy parcialmente. El pronóstico de Lévi-Strauss es de irónico castigo. El zodíaco, las apariciones y las simplezas del gurú no saciarán nuestra hambre.
Queda otra alternativa. La fundamentación de la existencia personal en la búsqueda de la verdad científica objetiva: el camino de las ciencias filosóficas y exactas. Pero ¿tiene futuro ese camino? (p 109).
Los abanderados de la ecología nos dicen ahora que somos huéspedes en un universo vastísimo e incomprensiblemente poderoso cuyos hechos, cuyas relaciones, no fueron cortadas a nuestro tamaño o a la medida de nuestras necesidades. Sin embargo, pertenece a la eminente dignidad de nuestra especie ir tras la verdad de forma desinteresada. Y no hay desinterés mayor que el que arriesga y quizás sacrifica la supervivencia humana.
La verdad, creo, tiene futuro; que lo tenga también el hombre está mucho menos claro (pp 132-133).
George Steiner, 1974 (año de publicación del original).
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