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martes, 21 de julio de 2009

TIME STOP (2ª parte)

(Time stop es un cuento de Diego Consuegra)

¡La pila! seguro que el fallo era de la pila. Era cuestión de sacarla, cambiarla por otra nueva y problema solucionado.
Miré la parte trasera y vi un pequeño compartimento rectangular, metí la uña en la esquina y se abrió fácilmente dejando ver en su interior una extraña pila de color oro. La saqué de su hueco y me extrañó no ver ningún tipo de maquinaria en el reloj.
Coincidió que al sacar la pila, la radio que tenía encendida se paró pero no le di importancia. Dejé la pila sobre la mesa y al dar la vuelta al reloj vi que en la pantalla aparecía un mensaje: TIME STOP. Las letras eran digitales en color azul y parpadeaban sobre un fondo blanco. Incrédulo miré la pila y el reloj, el reloj y la pila y como no entendía cómo podía seguir encendido me puse a buscar algún que otro compartimento donde encontrase otra pila más obediente. Di varias vueltas al reloj pero no le encontré ningún nuevo hueco.

De repente me di cuenta de que todo estaba en completo silencio, el ruido amortiguado de la calle había dejado de sonar y no se oía absolutamente nada. Me levanté y me acerqué a la ventana. El mayor susto de mi vida se produjo en aquel momento. La gente que habla de un susto horroroso no ha vivido lo que yo experimenté aquel día al mirar por la ventana. Todo estaba parado, los coches, los peatones, el mundo, al menos el que se veía desde mi ventana, había dejado de girar, hasta una inmóvil paloma se encontraba suspendida en el aire a menos de cinco metros de mi ventana. Me puse a gritar y a pellizcarme, tenía que ser una pesadilla, empecé a dar vueltas por la casa y la angustia fue aumentando. Corrí a la radio y aunque estaba encendida no emitía ningún sonido, entonces fui a la sala, cogí el mando de la televisión y lo pulsé desesperado con la esperanza de oír alguna noticia que me explicase aquello y me quitase el pánico del cuerpo. La tele tampoco funcionaba. Volví a la cocina y encendí el microondas. Tampoco. Nada. Nada funcionaba. Decidí bajar a la calle para buscar alguien en mi situación y al darme la vuelta para hacerlo me fijé en el reloj. Seguía parpadeando. Era lo único "vivo", lo único que seguía funcionando. Algo me dijo que aquel reloj era el causante de todo. Había dos cosas inexplicables, la primera que el mundo se hubiese parado y la segunda que el reloj no. Alguna relación tenía que haber entre los dos sucesos. La frase del chino volvió como un relámpago a mi cabeza: "No uses mal el tiempo o el tiempo te usalá a tí”. No tenía muy claro lo que significaba, pero sí que iba a destruir aquel maldito reloj. Ya lo tenía en mi mano para golpearlo contra el suelo cuando el brillo de la pila llamó mi atención, tenía un brillo cegador, un brillo que me hizo entrecerrar los ojos al cogerla. Noté un calor extraño que antes no había percibido y sin pensarlo giré el reloj y le volví a introducir la pila. Una décima de segundo antes de hacerlo ya sabía lo que iba a pasar y efectivamente pasó. El reloj y la tele empezaron a sonar y percibí alborozado el ruido de la calle. Corrí a la ventana y al ver todo en movimiento exhalé un suspiro de alivio. Me volví a pellizcar con fuerza para desterrar lo del sueño pero sólo conseguí enrojecer mi brazo. Me senté en el sofá y pasé un par de horas girando el reloj en mi mano. Mi mente giraba a la misma velocidad, lentamente al principio, cavilando, sopesando el miedo y mucho más deprisa al final según una disparatada idea se iba abriendo camino. Para cuando me quise dar cuenta la brillante pila volvía a estar en mi mano y el horrible silencio en mi cabeza. Esta vez tarde sólo un par de segundos en volver a colocar la pila en su sitio y el mundo en su giro. Guardé el reloj en el cajón del anillo y me tomé dos vodkas de trago. Lo llamaba el cajón del anillo porque era lo único que contenía, un anillo, un extraño anillo de mujer que encontré en una peña de fútbol. Era un anillo de oro con una gran S en color rojo ardiendo entre llamas.
Un anillo así tenía que pertenecer a una fascinante mujer y aunque no sabía el porqué, siempre supe que algún día conocería a su dueña.
Mientras llegaba ese momento el reloj lo acompañaría. Lo inexplicable es que al abrir el cajón y ver el anillo percibí que era el único sitio de la casa donde podía guardarlo. Algo me decía que debían estar juntos.
Durante dos semanas el reloj permaneció en aquel cajón. Abría el cajón un par de veces todos los días. Cogía el reloj en mis manos pero el miedo que había experimentado bloqueaba de tal manera mi mente qué no sabía que hacer con él. A veces un pequeño resquicio de lucidez hacía que la opción de destruirlo ganase enteros pero cuando maduraba cómo hacerlo algo me lo impedía. Era como el anillo de Golum, una mezcla de miedo y poder que hacían que la decisión de desprenderme de aquel maldito artilugio se fuese demorando.El destino quiso que un banco tuviese la culpa (la culpa siempre es de los bancos) de que lo volviese a usar. Me habían denegado un atraso en el pago de la hipoteca. Llevaba 18 años con el mismo banco, nunca me había quedado al descubierto, había pagado religiosamente cuatro préstamos, tenía dos tarjetas de crédito, un plan de previsión, un seguro de hogar y una hipoteca que me ataba a ellos como la miel a las diablesas. Después de una estéril discusión con el director del banco, con mi nómina congelada por efecto de la crisis y con la empresa donde trabajaba al borde de la quiebra coincidió que al salir del banco y pasar al lado del mostrador vi una pequeña maquinita que contaba a una velocidad endiablada billetes de 50. Mi odio a los bancos y la desesperación que sentía hicieron que al ver aquellos billetes el reloj volviese a mi mente esta vez con mucho menos temor y mucha más determinación. En una hora estaba de vuelta en el banco con el reloj y unos guantes de látex dentro del bolsillo del pantalón. Cuando estaba a punto de llegar al mostrador del banco metí la mano en el bolsillo y palpando la superficie del reloj encontré la rendija y con la uña saque la tapa, luego le tocó el turno a la pila, me sudaba la mano y el reloj se me resbaló un par de veces pero al siguiente intento conseguí extraer la pila. Me asusté casi tanto como la primera vez y permanecí parado en la cola durante un par de minutos valorando la situación. Tener varias personas al lado totalmente inmóviles me aterraba pero no podía echarme atrás. Una televisión de plasma que momentos antes emitía anuncios del banco se había apagado y a través de la cristalera podía ver los coches detenidos en medio de la carretera. Salí de la cola y al hacerlo toqué sin darme cuenta el brazo de una chica que tenía delante. Era normal. Tacto normal. Color normal. Todo normal dentro de la anormalidad reinante.

Continurá...

martes, 29 de octubre de 2024

DESDE MI VENTANA




Desde mi ventana es una colección que fue surgiendo a partir de imágenes con las que me iba encontrando. Podían ser imágenes que me llamaban la atención durante un viaje, un paseo por el monte, la fotografía que acompañaba a una noticia... y que, de forma inmediata, relacionaba con una idea, una palabra, tal vez un verso. Ese era el chispazo que originaba el poema, aunque no todos tuvieron éxito y terminaron en forma de poema.   

Según iban surgiendo, fui agrupándolos bajo títulos distintos que intentaban recoger el estado de ánimo o el ambiente intelectual que evocaban. Al releerlos, me he dado cuenta de que lo que todos ellos cuentan en conjunto es mi particular mirada sobre el mundo, algunas de las dolencias y de las alegrías que veo. Eso (y el recuerdo de las Cartas desde mi celda) explica el título.

Los poemas son coetáneos, incluso algunos son anteriores, a los que aparecen en la colección Descender hacia la luz. Con ellos tienen en común la defensa y celebración de que lo verdaderamente importante es cuanto hacemos habitualmente durante los días cotidianos. No aquella vez que nos tiramos en paracaídas y tuvimos una feroz descarga de adrenalina, porque lo maravilloso y extraordinario es encontrarnos a gusto con el ser que somos a diario.  

Los poemas se acompañan de la imagen que motivó su nacimiento. La edición en papel los recoge en blanco y negro. De momento no es posible hacerlo en color.

Este que publico ahora es de 2016:


SOÑAR


Para Nahia, que está en camino

Fotografía de IreneLocalización.

                                      Si vivir sólo es soñar
                                     hagamos el bien soñado.
                                        AMADO NERVO


Tómale el pulso al aire, 
pide un deseo,
deposita el sonido de las caracolas
al borde del asfalto,
derriba la desesperanza 
que se oculta entre la niebla,
siembra de luz las calles,
coge impulso
y échate a soñar,

pero cuida de que los enemigos 
de la risa y el entusiasmo
permanezcan al margen de tu sueño.


***


viernes, 1 de noviembre de 2024

DESDE MI VENTANA

Cubierta de la edición en papel


Ya está disponible la versión en papel y tapa dura del nuevo poemario. Un título para recordar que lo verdaderamente importante y extraordinario es todo aquello que conforma cuanto vivimos día a día, lo cotidiano, lo más próximo y elemental.



Todos los poemas que componen esta colección fueron escritos hace algunos años, la mayoría de ellos entre 2014 y 2018. Los fui agrupando bajo diversos títulos que ahora no viene al caso recordar y algunos aparecieron publicados en el blog en aquel tiempo. Hoy me he decidido a recogerlos y hacerlos públicos definitivamente según el orden inverso en que fueron escritos, es decir, los últimos que escribí son los que aparecen en primer lugar; los más antiguos, al final.

Si no todos, la inmensa mayoría surgió de una imagen, de algo que vi y me llamó especialmente la atención. Esa es la razón de que aparezcan acompañados de una fotografía que recoge el objeto, hecho, animal, planta o paisaje que captó mi atención. No siempre las fotografías son mías, y aunque algunas de las que no me pertenecen tienen sobreimpreso el nombre de quien las hizo, no ocurre con todas, pero el parentesco de su autora conmigo es estrecho y ella sabrá perdonarme.

Hay una imagen que aparece dos veces, es decir, fue doblemente motivadora para mí. Es, ya lo veréis, un collage en el que se puede ver una isla rodeada por un dragón. Ese fue un trabajo de Irene que utilicé en numerosas ocasiones —siempre con muy buenos resultados— para motivar la escritura dentro del aula cuando todavía trabajaba en la enseñanza. Tanto utilizarlo, al final el tentado por su poder de sugestión fui yo.

Unos pocos poemas de los que aquí figuran ya habían sido publicados en títulos anteriores. Los he recuperado porque ahora pueden aparecer con la imagen que los originó. Estoy convencido de que tienen un sentido más pleno y se entienden mejor a la vista de aquello que provocó su nacimiento. Además, ayudan a completar la idea global que late dentro del conjunto.

Desde mi ventana es una colección que recoge mi mirada sobre el mundo y lo que este me ha podido sugerir. Unas veces aparece la conmoción ante la belleza más próxima y cotidiana; otras, la reflexión sobre algún hecho o situación que me ha parecido especialmente llamativo; en otras ocasiones surge la expresión del dolor ante el desgarro de la violencia; en definitiva, esta colección de poemas recoge mi estar y mi ser frente a lo que me rodea. No es autobiografía, pero en todos y cada uno de los poemas están mis propias reacciones, mis miedos y mis deseos, mis reflexiones, mis angustias y mis alegrías.


[Las imágenes que se ven en las carátulas de los audios son las que provocaron el nacimiento de los poemas].



***


jueves, 25 de julio de 2013

DESDE MI VENTANA

Alphonse Daudet escribía cartas desde su molino. Sin aspiración literaria ninguna y con un ánimo exclusivamente refrescante, os dejo aquí estas fotos realizadas desde mi ventana. A veces tengo la suerte de que el día me regala una hermosa composición de colores que está esperando, amable, a que la recoja con mi cámara. No siempre soy capaz de hacerlo, otras no dispongo de la cámara o de las ganas de pararme a enfocar y buscar un buen encuadre. Estas tres, creo, no han quedado nada mal.

Amanecer

Presagios de tormenta

Sol entre las hierbas 
Con el deseo y la esperanza de que las personas afectadas por el accidente en Santiago puedan superar lo antes posible tanto y tanto dolor.

sábado, 3 de mayo de 2025

REFLEJOS, Desde mi ventana



Esta fotografía la saqué hace mucho tiempo en el Museo de Bellas Artes de Boston. Lo que ella me sugirió dio origen al poema que, años después, quedó recogido en la colección que lleva por título Desde mi ventana. 



REFLEJOS



El gesto especular,

la tersa superficie que devuelve

una imagen inversa e insegura,

el cristal impenetrable

que escupe lo mismo 

que recoge,

esa insistente sensación 

de no saber diferenciar

entre lo real y lo soñado.


El pensamiento se observa

a sí mismo

en un laberinto de objetos

que proclaman su belleza

en la inconsistencia espectral

de los destellos


Nada es tan cierto 

como la incertidumbre.


***


lunes, 23 de diciembre de 2024

DESDE MI VENTANA, Pétalos de camelia

Los pétalos caídos se hacen solidarios con el agua que corre.


Mientras que el hombre es una mota en el universo pensante, las hojas —el helecho y las agujas del pino y la frondosa palma y la cinta del sargazo— perciben la luz de una forma esencial y constructiva. Las flores que miran mi ventana desde el jardín cercado ciertamente no me ven, pero sus hojas ven la luz de un modo que mis ojos son incapaces de captar. La toman, cuando se expande radiante en el espacio como una disipación dorada, con una finalidad primordial. Aferran su energía estelar y con esa fuerza crean la vida de los elementos. Respiran en el polvo, y es una rosa.
DONALD   CULROSS   PEATTIE. Flowering Earth.


PÉTALOS DE CAMELIA
Ahí están:
caídos,
a la espera 
de ser pisados
volteados,
esparcidos,
disueltos.

No son nada,
tan sólo pétalos
abatidos
por el viento,

luz,
color,
belleza que se ofrece,

regalo que el día deja
a nuestros pies
para ver si somos
capaces de igualarlo.



***

viernes, 24 de julio de 2009

TIME STOP (5ª parte)

Time stop es un cuento de Diego Consuegra


Al ver parado a Inzaghi con las piernas abiertas decidí empezar por él recreándome con un cañito marca de la casa, corrí 15 metros y unos dos antes de llegar le lancé un caño que no pasó por poco, golpeó en su pierna derecha y el balón retrocedió hacía mí, lo volví a intentar y esta vez golpeó en su pierna derecha y salió disparado hacia la izquierda. Como había empezado mal y no era cuestión de joder el gol del siglo, fui a por el balón y volví a la portería para comenzar de nuevo.

Empecé seis veces. Sí, lo confieso, a la sexta, lo conseguí a la sexta, soy muy malo y mi único contacto con el fútbol es el sofá y la grada, o sea, que lo conseguí a la sexta y de milagro. Animado por el tubito me lancé por Pirlo que estaba de espaldas y no me veía, llegué con la lengua fuera y eso que solo había recorrido 30 metros, me escoré un poco a la izquierda y un momento antes de llegar lo superé por la derecha, lo hice lentamente para recuperar el resuello y la fe en mi fútbol. Ya caliente, metido en faena y armado de valor me fui a por Gattuso, el cabrón de él, parado y todo, daba miedo, estaba a unos 20 metros y decidí echar el resto, me lancé como un poseso y cuando estaba a su altura decidí adornar la jugada haciendo una bicicleta y claro yo de bicicletas ni idea, como mucho había visto las de Robhino en la tele e intenté imitarle y hacer algo parecido. Creo que fue en la segunda pedalada cuando mi pie izquierdo tropezó con el derecho y me fui al suelo cuan largo como era. Quiso la mala suerte que a estas alturas de la jugada ya me encontrase al lado de Gattuso y al caer mi cabeza, concretamente mi ojo izquierdo, se estampó contra su codo. Yo me retorcía de dolor en el suelo y el cabrón de él ni se inmutó.


Pasaron varios minutos hasta que conseguí levantarme, lo hice muy lentamente, y la poca fuerza que me quedaba la empleé para estamparle una patada en los huevos que al menos hizo que recuperase mi maltrecha autoestima.

Recogí el balón y me fui caminando en busca de Dida, unos 10 metros antes de llegar me encontré con Maldini, dejé el balón en el suelo, me cuadré y le hice una reverencia, lo cortes no quita lo valiente, y Maldini se merece cientos.
Coloqué el esférico en las manos de Dida para que se le resbalase y volví a mi asiento, en el camino volví a reverenciar a Maldini, até los cordones a Seedorf le di una hostia a Nesta y otra patada en los huevos a Gattuso.
Me senté y aunque el dolor apenas me dejaba disfrutar del momento, coloqué de nuevo la pila para ver el gol.



Desde que me había asomado a la ventana no había vuelto a sentir un miedo tan atroz. Aquella vez fue por ver el mundo detenido. Está también. La diferencia es que ahora la pila ya estaba en el reloj. La pila estaba puesta y nada se movía. El reloj no funcionaba. Asustado saqué de nuevo la pila y la volví a colocar en su sitio. Nada. Todo seguía igual. Todo parado. La pila había perdido su brillo característico y el Time Stop ya no parpadeaba.
Pasé varias horas en el campo, sobrecogido, horrorizado, con los nervios destrozados y varias ideas martilleando mi cabeza.

Cuando se hizo de noche salí del Santiago Bernabeú y me encaminé hacia mi casa. Tardé media hora con una bicicleta que le quité de las piernas a un ciclista. Se quedó en una postura muy rara y por un momento imaginé su desconcierto cuando colocase la pila. El problema, mi gran problema, es que no sabía si conseguiría que el reloj volviese a funcionar. Esa noche no dormí y la siguiente tampoco. El ojo se me había amoratado de mala manera y no conseguía que bajase la hinchazón. Aunque mi cara era horrible, en aquellos momentos era lo que menos me preocupaba. El reloj seguía sin funcionar. Había sacado y metido la pila cientos de veces pero todo seguía inmóvil.

Pasaron cuatro angustiosos meses y el suicidio empezó a tomar forma. Una cosa era que el mundo se parase a mi voluntad y otra muy distinta que se parase para siempre. Necesitaba la vida. Detener el mundo sólo servía para que la vida fuese más interesante, más divertida. No quería el mundo parado, con el mundo parado nada tenía sentido. De repente aquel juego había dejado de serlo. Yo supuse que la pila era eterna, que el reloj era eterno, que el tiempo era perpetuo. Me equivocaba. Había cometido un tremendo error y algo me hacía pensar que era un error irremediable. El dinero, el poder, el ser dueño del tiempo me habían perdido para siempre. Ahora el horror se había convertido en el tiempo. El tiempo que solo pasaba para mí. El tiempo que me hacía envejecer y ver a todos siempre con la misma edad de aquel fatídico día de la final.

Continuará...

lunes, 12 de febrero de 2018

JUANA DE IBARBOUROU, Y 3

Mistral, Storni, Ibarbourou. 1938.
Dando por sentado que lo primero que debemos leer es su obra y que esta está recogida en las Obras completas (Aguilar, 1953), en esta entrada quiero llamar la atención sobre un par de documentos que me parecen muy interesantes para conocer a la escritora uruguaya. El primero es su Autobiografía lírica, una conferencia de 1956 en la que deja claramente su impronta y donde podemos percibir cómo era la persona y la poeta a la que el mito convirtió en Juana de Ibarbourou. El segundo es una entrevista de Antonio Mercader para la revista Siete Días Ilustrados. Fue realizada en 1974. Está recogida en varios sitios de internet. La traigo aquí desde la página EnlacesUruguayos.com. Es un poco larga, pero merece la pena.

Es la única sobreviviente del legendario terceto de poetisas que integró con la chilena Gabriela Mistral y la argentina Alfonsina Storni. Es también el mayor mito viviente de Uruguay. Bautizada Juana Fernández Morales, firmó sus poesías como Juana de Ibarbourou. En 1929 fue consagrada Juana de América y glorificada por los grandes escritores de la época. Tiene 82 años, una quincena de libros publicados y alrededor de 500 mil ejemplares vendidos. Medio siglo atrás, fue el best-seller del romanticismo rioplatense con sus versos "de un audaz erotismo"; hoy, niños orientales, argentinos y de otros países latinoamericanos la leen —a veces con resignación— en los textos escolares. Vive en una vieja casona de la Avenida 8 de octubre, a cinco minutos del centro de Montevideo. Sale poco y no recibe siquiera a sus más fieles amigos. En ese mundo hermético, que comparte casi exclusivamente con su hijo Julio César, pasa sus días leyendo y escribiendo. Hace mucho sobrelleva el peso de ser un monstruo sagrado, un jirón de la historia de la literatura. Tras un exterior rimbombante, tras el mito Juana de Ibarbourou, se esconde una mujer alegre, sencilla, tierna y generosa. Sobre el final de su vida, ésa sigue siendo su imagen íntima, verdadera, que pocos conocen, y que Siete Días pudo revelar a través de una entrevista obtenida por su corresponsal en Montevideo. En una charla que duró una hora y media, Juana de Ibarbourou habló como nunca sobre sí misma y sobre su obra, recordó a sus antiguos amigos (Pablo Neruda, Juan Ramón Jiménez, Jorge Luis Borges, Gabriela Mistral, Alfonsina Storni y otros), explicó las causas de su enclaustramiento y evocó su esplendoroso pasado. Demostró además que conserva una envidiable lucidez mental, disminuida apenas por cierta flaqueza en memorizar nombres o fechas. Lo que sigue es la entrevista a Juana de Ibarbourou, la primera que se difunde en varías décadas en una publicación argentina.

"La señora lo va a recibir", anuncia una ceremoniosa criada mientras abre la pesada puerta de roble. Sobre el parquet del vestíbulo dos plebeyas palanganas de plástico recogen las gotas de agua que se filtran desde el techo. Afuera llueve, y en esta casona con goteras, entre la penumbra, se distinguen un aparador estilo colonial y un par de alfombras precariamente enrolladas contra la pared para evitar que se mojen. Crujen los peldaños de la escalera y el ruido hace ladrar a un perro, encadenado en algún rincón lejano de la casa. En la planta alta, hay una estantería con libros y tres puertas: la de la izquierda está abierta. Desde allí parte una voz de agudas inflexiones: "Hágalo pasar, pase, pase".


Es un cuarto mal iluminado, cuadrado, de cuatro por cuatro, donde se alinean una cama doble, una cómoda, un aparato de televisión y varios anaqueles de libros. Junto a la ventana-balcón que asoma a la avenida 8 de Octubre, arrellanada en un viejo sillón, está Juana de Ibarbourou. Sonríe, hace un cortés ademán de incorporarse pero permanece sentada mientras estrecha la mano del visitante. Luce bien peinada, el cutis blanquísimo ligeramente empolvado, un toque de color en los labios. No parece sorprendida ni intimidada por la inminente requisitoria periodística. Expectante, mira a su interlocutor con sus ojos negros que conservan el brillo de otros tiempos.


—¿Por qué es tan difícil verla?
—No es tan difícil. Lo que sucede es que estuve un poco enferma últimamente, y entonces los que me cuidan, mi médico, mi hijo Julito, piensan que puedo fatigarme si atiendo personalmente a todos los que quieren verme o quieren hablarme por teléfono. Ahora estoy bien de salud, tengo este problema (se toca el ojo izquierdo; sobre la frente, de ese lado, lleva una gasa sujeta por dos tiras de cinta adhesiva), pero me voy acostumbrando.


—¿Qué le pasó en el ojo?
—Tuve un accidente. El año pasado pisé una baldosa rota, ésa que está ahí (señala un agujero en el embaldosado), tropecé y caí. Me di un gran golpe en el ojo izquierdo por el que ya no veo, y me quedó esta herida en la frente que no termina de curarse y eso que voy seguido al médico.


—¿Usted sale muy frecuentemente de esta casa?

—Voy a un médico oculista por el centro. Además, salgo con Julito en el auto y nos vamos a la rambla o al parque Rodó. Nos bajamos a caminar.


—Sin embargo, sus mejores amigos dicen que no pueden verla porque usted no sale nunca y no quiere recibirlos.
—¿Quiénes son mis mejores amigos? Los amigos de verdad, los fieles, siempre entraron a esta casa. Los que dicen esas cosas no son amigos y cuentan mentiras: que me tienen secuestrada, que me maltratan, que me encierran y no sé cuantas cosas horribles. No hay que hacerles caso.


El enclaustramiento de Juana es un hecho cierto. La más reciente generación de uruguayos nunca la vio en público. Quienes antes la visitaban diariamente afirman que en los últimos dos años su aislamiento se agravó. "El teléfono y el timbre suenan en su casa sin que nadie responda", dicen. Hubo denuncias al respecto; a tal punto que, a fines del año pasado, varios policías allanaron su casa y pudieron comprobar que la poetisa estaba allí y sin peligro a la vista. Entonces se supo que las versiones alarmistas carecían de fundamento. Pero el hermetismo en torno a Juana siguió y los rumores crecieron otra vez. El mes pasado, el vespertino montevideano El Diario logró entrevistarla. Fueron sus primeras declaraciones en muchos tiempo. "Juana de Ibarbourou no estaba secuestrada", tituló el vespertino. Desde entonces, las olas se apaciguaron. Pero su aislamiento sigue y todo indica que seguirá. Algunos señalan que Juana fue siempre introvertida y tímida, y que en su vejez ha reasumido su verdadera personalidad. "Mis últimos años me pertenecen", dijo alguna vez. Según esta interpretación su voluntario retiro es una forma de eludir los compromisos y las molestias que acarrea la fama. Es, también, un modo de disfrutar su propia intimidad.

LOS LABERINTOS DE LA MEMORIA


—¿Está escribiendo actualmente?
—Siempre escribo algo. Trabajo todos los días, sin horarios, me pongo a escribir cuando quiero y siento que debo hacerlo. Estoy escribiendo otro libro, tengo más de treinta poesías terminadas. No me pregunte el nombre del libro porque no lo sé; siempre fui mala para elegir nombres.


—Qué técnica usa para escribir?
—Los poetas no se hacen, nacen. Es una verdad. Escribo espontáneamente, sin preparativos artificiales, cuando siento una idea, una palabra, un paisaje, como una obsesión aquí, en la cabeza. No entiendo a los poetas que piensan que para escribir versos hay que encender velas o escuchar música. Lo mío es sencillo, natural, y así debe ser porque la poesía no se fabrica, no se provoca; se siente o no.


—Hoy se lee poca poesía, ¿cuál es la razón?

—Se lee poca poesía y lo comprendo. No vivimos en un mundo de poetas. Este es un mundo loco, loco, que no da tiempo a leer ni a serenarse. Pero siempre habrá poetas maravillosos y se volverá más a la poesía. Estoy segura.


—¿Qué está leyendo en este momento?
—Leo mucho. Leer me hace más llevadera la vida. En este momento estoy leyendo Papillon y me gusta porque es entretenido y humano.


—¿Qué otras distracciones tiene? Veo una televisión en su cuarto.

—Miro poca televisión, me hace mal a la vista.


—¿Qué opina de la televisión como medio de comunicación?
—Me hace admirar la técnica y la inventiva humana. Lástima que la televisión se use poco para difundir la cultura, para enseñar a la gente. Podrían hacerse cosas importantes pero no se hacen. Me gusta más el cine, aunque hace mucho que no voy.


—¿Recuerda a algún actor o actriz en especial?

—Mis predilectos le van a parecer un poco antiguos. Me gusta Chaplin, porque era admirable que hiciera reír a la gente en épocas donde costaba mucho reírse. También Greta Garbo. Y María Félix por su belleza, y porque me recordaba a una amiga que tuve en mi infancia, allá en Melo.


Melo, capital del departamento de Cerro Largo, frontera con Brasil. Ciudad donde nació, de padre gallego y madre uruguaya, el 8 de marzo de 1892, Juana Fernández Morales. Por sus escritos y confidencias se sabe que su infancia no fue del todo feliz, que su padre solía recitar en voz alta a Espronceda y Rosalía de Castro, que dos hermanos de su madre eran poetas y que uno de ellos murió en un duelo batiéndose por una mujer. Se sabe también que Aparicio Saravia, el guerrero blanco que acaudilló dos revoluciones, fue su padrino de bautismo. Con tales antecedentes, Juanita o Juaneca, como la llamaban, fue creciendo en su Melo pueblerino, "ciudad de casas bajas, naranjos y aroma de pitangas". No muy lejos de Melo, en 1904, el padrino de Juana, "el último caudillo a caballo del Río de la Plata", se levantó contra el gobierno de José Batlle y Ordóñez.


—¿Cómo era Aparicio Saravia?
—Mi padrino, cómo lo recuerdo. Nunca olvidaré una tarde cuando el negro Camundá tocó el clarín y apareció padrino, el general Aparicio Saravia, el General como le decíamos con todo respeto en casa. Venía por la calle 25 de Mayo, con la cabeza levantada, sobre un tordillo. Medio caballo atrás venía su gente, la flor y nata de le juventud montevideana. Estaban los Ponce de León y... era impresionante. Todo Melo los miraba desde las ventanas. Era padrino que iba a hacer la última revolución. A él lo adorábamos, en casa había retratos suyos porque mi padre era blanco, nacionalista, como todos en mi familia. Había peleado con el General en otras guerras. Por todo eso siempre fui blanca, blanca como hueso de bagual.


—¿En aquella época ya escribía?
—A los doce o trece años ya hacía mis primeros versos. Algunos se publicaron después en el diario de Melo con un seudónimo feísimo: Jeannete d'lbar.


—Se casó muy joven, ¿no es así?
—Sí, muy joven. De mi marido (el capitán Lucas Ibarbourou) tomé mi nombre poético. Ibarbourou, mi suegro, era vasco francés. Después nació Julito (repentinamente pregunta la hora; son las cinco de la tarde y eso la alarma). Las cinco de la tarde y todavía no vino a comer. Lástima que Julito no esté, me gustaría que lo conociera.


—Después usted se vino a Montevideo.
—Nos vinimos todos. De Melo tengo los recuerdos más tiernos, hace años que no voy por allá. Pero para mí la ciudad, la gran ciudad, fue Montevideo. Aquí me trataron maravillosamente. Era una ciudad chiquita la que conocí entonces, y no la gran ciudad que es ahora. Ha cambiado tanto Montevideo. Alguna vez escribí que prefería Montevideo a París, Madrid o Nueva York, y que si Dios me diera la oportunidad y me preguntara dónde quiero volver a vivir, yo le diría simplemente a Montevideo, Señor, ¡y gracias!


—¿En esa etapa ya escribía sus Lenguas de diamante?
—Ya tenía algunos versos escritos pero aquí pude terminar el libro y aquí, en Montevideo, encontré gente que me animó a publicarlos. Lenguas de diamante, fue el primer libro y el que me dio más satisfacciones.


Lo prologó y publicó, en 1919, el escritor argentino Manuel Gálvez, en la editorial Buenos Aires, de la capital argentina. "Es un acontecimiento en la literatura americana", auguró Gálvez. Y lo fue. Su nombre se hizo famoso en el Río de la Plata y aún más lejos. Desde España, el gran Miguel de Unamuno le dio su bendición ("jamás ha hablado en español, que yo sepa, así la pasión desnuda y ardiente; aquí una mujer no haría versos así a su novio; si los hacía, los rompería sin publicarlos"). El peruano José Santos Chocano y el mexicano Alfonso Reyes la elogiaron. No había cumplido treinta años y estaba consagrada. En los románticos twenties, los uruguayos sabían de memoria aquellos versos femeninos, audaces para la época (Tómame ahora que aún es temprano / y que llevo dalias nuevas en la mano. / Tómame ahora que aún es sombría / esta taciturna cabellera mía. / Ahora, que tengo la carne olorosa. / Y los ojos limpios y la piel de rosa .../).


—Eran versos un poco atrevidos por venir de una mujer.
—¿Sí? Eran sinceros y apasionados, como son las cosas que se hacen en la juventud. Pero no fui la primera mujer que escribía poesías. Estaba Delmira.


—¿La uruguaya Delmira Agustini?
—Delmira, sí, escribía con una gran pasión. Era una época con mujeres que sabían escribir con talento.


—¿Recuerda aquel acto en la Universidad de Montevideo, en 1938, donde se juntaron usted, Gabriela Mistral y Alfonsina Storni?
—Gabriela ... Era fuerte, recia, hablaba muy castizo, muy español. Le gustaba contar historias de embrujos y de fantasmas que asustaban un poco. Estuvo en casa y nos sacamos fotos juntas. Era una mujer inteligente, pobre Gabriela que fue tan infeliz en su vida, pobrecita.


—¿Y Alfonsina Storni?
—No hubo entre nosotras esa amistad tan espontánea que se dio con Gabriela. No por mi culpa ni por culpa de ella. Éramos distintas, no .. pero yo la admiré siempre. La recuerdo con su cara muy roja y esa altivez que tenía. A Gabriela y Alfonsina las quise y las quiero mucho. Que me vincularan a ellas, que el público nos viera como formando una cosa común, fue uno de los mayores homenajes que recibí en mi vida. Era una forma de unirnos a los uruguayos, los chilenos y los argentinos.


—Usted sabe que los cuentos de Chico Carlo están incorporados a textos de gramática escolar no sólo en Uruguay sino también en Argentina. Lo mismo pasa con sus poesías y con sus libros que son, muchas veces, de lectura recomendada para niños y jóvenes. ¿Qué siente ante un público tan especial?

—Me gusta, adoro a los niños, me alegro tanto cuando los traen de visita. Aquí han venido muchos niños, vienen con las maestras, a veces desde Argentina. Sé que me conocen en Argentina, es un homenaje y un honor. Los argentinos siempre fueron buenos conmigo, tengo muy buenos amigos allá.


—¿Jorge Luis Borges es uno de ellos?
—Borges, el gran Borges, es un hombre tan profundo.


—Usted contaba una anécdota graciosa con Borges, aquella de los discurso ...
—Sí, los dichosos discursos (se ríe). Le dieron un banquete a Borges, aquí en Montevideo, y yo tenía que hablar en nombre de los escritores uruguayos. Mejor dicho tenía que leerle un discurso, y estaba previsto que él leyera su discurso de respuesta. No tenía muchas ganas de hacerlo. Yo sabía que a Borges le pasaba lo mismo, así que le dije con toda sinceridad: Borges, debo leerle un discurso pero no me siento muy dispuesta a hacerlo en este momento. ¿Sabe qué contestó? Yo tampoco, así que no lo lea, déme su discurso, yo le doy el mío, y después cada uno lo lee en su casa. Intercambiamos los respectivos papeles donde estaban escritos los discursos, y nos quedamos tan tranquilos.


LOS HONORES RECIBIDOS

—¿Cuál fue la alegría más grande de su vida?
—E1 día que recibí el título de Juana de América. Estaban Juan Zorrilla de San Martín, Alfonso Reyes y otros grandes de la literatura. ¡Había tanta gente en el Palacio Legislativo! ¿Conoce el episodio de los cuatro soldados? Me los pusieron alrededor mío formando una guardia de honor. Tenía un ramo de violetas en la mano y cuando el acto terminó, los soldados de la guardia me pidieron que les diera algunas flores de recuerdo. Años después, un muchacho golpeó en la puerta de mi casa. Era uno de aquellos soldados. Traía las violetas en una caja, como un tesoro; se iba a casar y quería regalárselas a su novia. Para su regalo de bodas necesitaba una tarjetita de mi puño y letra, que acreditara que aquéllas eran mis violetas. Se la di. Qué recuerdo tan tierno me dejó ese episodio. Diez de agosto de 1929, día en que la proclamaron Juana de América. La idea partió del peruano José Santos Chocano. Escritores uruguayos y extranjeros la apoyaron. Querían darle un título simbólico, honorario, para honrarla en toda América. Diez mil personas asistieron al solemne acto, en la sede del parlamento uruguayo. Fue una especie de glorificación en vida, prematura quizá para una joven emotiva y sencilla que nunca había soñado con tamaño homenaje. Visto a la distancia, el fasto puede resultar hoy desprovisto de sentido; pero bien mirado, se insertaba en una época feliz, pródiga con sus ídolos, donde uno de los grandes fenómenos era el ascenso de la mujer a todos los planos de la actividad diaria. Como un signo de ese tiempo, la jovencita de Melo fue coronada Juana de América y el título prendió en la gente porque sus poesías gustaban: eran frescas, liberadas, hablaban de amor y de belleza, en contraste con el modernismo decadente y amanerado que moría de asfixia en los salones.


—Según ciertos críticos, su obra refleja vitalidad e intuición antes que una amplia cultura y una depurada formación intelectual. ¿Lo cree así?
—Al comienzo, tenía una formación elemental. Conocía unos pocos autores y unos pocos libros, pero los conocían bien. Después, el tiempo, los amigos, el contacto con el ambiente intelectual de la ciudad, me fueron dando más conocimientos. De todas maneras, no creo que todo eso que vino después haya cambiado de un modo importante el sentido y el estilo de mis libros.


—¿Cuáles son sus poetas preferidos?
—Los de siempre: los dos Machado, Manuel y Antonio, y el gran Juan Ramón Jiménez. A Juan Ramón tuve la suerte de conocerlo estuvo en esta casa; a los Machado, no.


—¿Cómo era Juan Ramón?

—Un hombre y un poeta superior. Llevaba a su España metida acá adentro, como una espina. Había sufrido mucho con la guerra y con las desgracias de su patria. Cuando lo conocí (en 1948) era un escritor consagrado, festejado en todas partes. En la intimidad era sencillo, adoraba a su esposa Zenobia; era galante, muy caballero español. Recuerdo que le regalé un salerito de plata francesa y él se sintió en la obligación de retribuir el regalo. Después que se fue, un día recibí de su parte un libro y un espejo. El espejo era fino, antiguo y francés. La dedicatoria decía: Para Juana, un libro, un espejo y un beso.


—Pablo Neruda fue otro de sus visitantes.
—Era un simpatiquísimo ladrón. Estuvo en mi casa de la rambla, donde yo tenía una colección de caracoles. El también los coleccionaba y los empezó a mirar y a decir: me llevo éste y éste, y se iba agachando para recogerlos y ponérselos en el bolsillo. Se llevó cuatro o cinco de mis mejores caracoles. Era estupendo. Era un poeta fuerte, expresivo, tenía versos que yo sabía de memoria. Se volvió a casar, creo con una de Urrutia, y murió hace poco. Pobre Pablo. Era como todo gran poeta: un intermediario entre Dios y el hombre.


—¿Usted es católica?
—Sí, y muy devota.


—Se dice que vivimos una época de descreimiento, de escepticismo religioso...
—El hombre logró muchos adelantos, inventó maravillas y llegó a la Luna. Pero no debe creerse igual o superior a Dios. Quien tiene fe, verdadera fe en Dios, no debe perderla sino afirmarla por el avance de la civilización y la cultura. Hay una verdad: Dios nos da y nos quita todo. La religión la ayuda a una a vivir y a esperar... y yo de la vida ya no espero nada, lo espero todo del más allá.


LA JUVENTUD DE LA ANCIANA DAMA

—¿Volvería a vivir su vida tal cual la vivió?
—Sí, no tengo dudas, la viviría igual, salvo algunas malas mujeres que se cruzaron en ella. Los hombres siempre fueron más buenos conmigo que las mujeres.


—De todas las etapas de su vida, ¿cuál le dejó los mejores recuerdos?
—La juventud. Para mí, como para todo ser humano, fue la época más hermosa de la vida.


¡Soy libre, sana, alegre, juvenil y morena ...!, cantaba Juana en sus comienzos. La juventud, justamente, es una constante en su primera producción, es decir, la trilogía compuesta por Lenguas, El cántaro fresco y Raíz salvaje. Juventud y amor (¡que rían los vecinos! Puesto que somos jóvenes / y los dos nos amamos y nos gusta la lluvia ...) son sus temas iniciales y, seguramente, las claves de su vida. Después, en la década del cuarenta, reasomarán en su obra bajo la forma de recuerdos, como ocurre en Chico Carlo, donde sustituye la poesía por una prosa sencilla cargada de añoranzas. Es la Juana madura, cincuentona, convertida ya en un monstruo sagrado, rodeada de leyendas, quien evoca su infancia a través de Chico Carlo, un libro que es algo así como el Platero y yo latinoamericano. Después, en 1949, la muerte de su madre ahondará su soledad y la hará retornar a la poesía a través de Pérdida y Elegía, sus obras máximas de la segunda época. Recibe condecoraciones, premios, invitaciones, la nombran "mujer de las Américas" y viaja a Norteamérica. En la década del cincuenta, cuando la fama y el reconocimiento arrecian sobre ella, cuando la carga del mito se torna insoportable para la mujer que ama los días sencillos y serenos, escribe un cuarteto revelador, símbolo quizá de sus actuales angustias: Digo mil veces que me estoy ahogando, / y sólo veo alrededor sonrisas. / Me estoy ahogando vertical y en medio / de una avenida gris, ruidosa y lisa.


—Usted sabe que hay un mito llamado Juana de Ibarbourou. ¿Le molesta?
—La gente es buena, generosa, y ha imaginado sus cosas sobre mi persona y mi obra. Tal vez yo misma soy la culpable porque llevé siempre una vida retraída, dedicada muchos años a cuidar a mi marido y a mi madre que sufrieron largas enfermedades. Además, está el tiempo y usted sabe que el tiempo siempre deforma las cosas.


—En este enclaustramiento en que vive, ¿no se siente un poco abandonada u olvidada?
—No, no estoy abandonada ni olvidada. Mis verdaderos amigos son muy fieles. Lo que siento, a veces, son los problemas económicos. Con lo que cobro de derecho de autor y la pensión de mi marido no es suficiente para vivir. A fines del año pasado el gobierno me dio un millón de pesos que dividí con mi hijo, y con eso pude hacer regalitos a mis mejores amigas. Pero esas cosas no puedo hacerlas todos los días. Hace tiempo que vengo pensando en hablarle sobre esta situación a la señora del presidente Bordaberry.


—¿La señora del presidente?

—Sí, no sabe qué mujer más gentil, más amable. El día de mi cumpleaños me mandó un precioso ramo de flores. Cuánto se lo agradezco. Pensar que yo no tuve con ella ninguna atención, ni siquiera cuando nació su último hijo. ¡Qué vergüenza! Debo escribirle una carta para agradecerle sus flores.


—Sorprende que tenga problemas económicos. Hace años el gobierno le donó esta casa, ¿no es así? Además, usted debe cobrar derechos de autor con frecuencia, pues sus libros se reeditan en forma permanente.
—Sí, tengo esta casa y estoy muy agradecida. Pero los derechos de autor que recibo no son muy importantes. ¡Está todo tan caro!


—Si tuviera que elegir uno entre todos sus libros, ¿cuál elegiría?

Chico Carlo, es casi autobiográfico. Son los recuerdos de mi infancia y pienso que de alguna manera son los recuerdos de la infancia de todos. No me gustaría que se fuera sin darle un ejemplar de Chico Carlo.


Ayudada por la criada (que lleva ya cinco minutos haciendo señas al visitante de que debe retirarse), Juana se levanta y da algunos pasos por la habitación. De estatura mediana, regordeta pero de buen porte a sus 82 años, hurga en el anaquel abarrotado de libros. No encuentra el que busca, pero vuelve a su sillón con un ejemplar de Juan Soldado, una reciente recopilación de sus cuentos. Con un bolígrafo garabatea la dedicatoria en sus primeras páginas. La entrevista ha terminado. Poetisa y periodista se despiden con un apretón de manos. Entonces, desde la puerta del cuarto, el visitante se gira para mirarla por última vez; Juana sonríe, agita su mano en señal de despedida y con voz queda, dice: "Vuelva, vuelva otro día".

Antonio Mercader 

***

PS: La colección para la tertulia ya está colocada.

martes, 12 de enero de 2021

POESÍA CLÁSICA CHINA


 Lu Ji (261-303)

II. EL PROCESO


El proceso. Así es el comienzo: se interioriza la visión, se adentran los sonidos. Se demora el pensamiento y todo se interroga.

El alma galopa hacia los ocho confines del espacio. El espíritu vaga errante por alturas infinitas.

Al acercarse, la emoción poco a poco se convierte en luz. Las cosas se reflejan e intercambian su claridad.

Y es que al beber la esencia de las palabras dichas y escritas, paladearás el muy dulce sabor de los Clásicos.

A la deriva entre cielos y abismos, te dejarás llevar por la gran corriente, bañándote en las aguas del manantial, internándote en su profunda hondura.

Y esas frases sumergidas que se esconden y se agitan, serán como peces inquietos que, mordiendo el anzuelo, emergerán desde el fondo más insondable.

Y las otras delicadas bellezas, vagando ingrávidas y errantes, serán como pájaros de alto vuelo que, cazados con flecha y con cuerda, caerán en picado desde las nubes más altas.

Haz acopio de palabras y de frases no usadas por más de cien generaciones.
Escoge rimas perdidas y olvidadas desde hace miles de años.

Desdeña las flores marchitas, ya abiertas, del amanecer, y quédate con los brotes tiernos, aún cerrados, de la noche.

Así, verás pasado y presente en un único instante, y abarcarás los inmensos mares en tan solo un abrir y un cerrar de ojos.


Tao Yuanming (365-427).

De niño, sin ambiciones mundanas,
sentía un gran apego a las montañas.
Más tarde, caí desgraciadamente
en el lazo de este vanidoso mundo,
que me ha retenido por tantos años.

Los pájaros enjaulados añoran
los nidos que tenían en el bosque.
Los peces de los acuarios
echan de menos el inmenso mar.
Por fin he regresado a mi finca,
y estoy aquí, como labrador,
roturando los campos y yermos del sur.

Tengo poco tierra
y unas cuantas chozas.
Olmos y sauces dan sombra a mi casa,
y veo peras y melocotones,
que crecen enfrente de la ventana.
A lo lejos se perciben
ruidos y voces de un pueblo.
De cerca veo tenues humos,
que se elevan sobre las chimeneas.
Un perro ladra al fondo de la calle.
y un gallo canta sobre una morera.
En mi casa todo es tranquilidad,
alejado de tumultos y bullicios.
He dejado para siempre
aquella vida enjaulada,
y logre volver al YO de verdad.


Anónimo (S. VI)

BALADA DE MULÁN





He Zhizhang (659-744)


DE REGRESO A MI PUEBLO NATAL 

Salí de niño y, viejo, vuelvo. 
Mi acento, el de antes, mas ya ralos mis cabellos. 
Los niños no me conocen. Sonrientes, preguntan: 
¿De dónde viene, caballero?



Zhang Ruoxou (660-720)


EL RÍO PRIMAVERAL EN UNA NOCHE DE LUNA Y FLORES 

Con las crecidas de primavera, 
se identifican el río y la mar. 
Emerge de entre las olas 
una luna esplendorosa. 
Inunda y acompaña 
a las aguas agitadas 
miles y miles de leguas. 
¿Qué río en primavera 
no goza de la luna? 

El río corre, abrazando 
la campiña perfumada 
bajo una gasa blanca. 
La luna argenta sus flores, 
que brillan como diminutas perlas. 
Se diría que la escarcha, 
suspendida del espacio, 
se funde con el blancor 
de la arena de la orilla. 
La luna y el cielo, 
plateados, 
inmaculados. 
Mas ¡qué soledad sufre ella 
en el éter cristalino! 
En las riberas del río, 
quién vio la luna primero? 
Y esta, a su vez, ¿cuándo arrojó 
sus primeros rayos al hombre? 
Generaciones humanas, 
una tras otra, 
vienen y se van. 
Año tras año, la luna del río 
parece siempre la misma. 
No se sabe a quién espera. 
Solo se ve que en el inmenso 
río las aguas pasan y pasan. 

Flota una nube blanca 
hacia la lejanía. 
En la ribera de los Verdes Arces, 
una tristeza infinita. 
¿De quién es aquella barca 
que en esta noche navega? 
¿En qué morada, bajo la luna 
se añora al ser querido ausente? 
La luna ronda la casa 
e ilumina el tocador 
de la esposa nostálgica, 
que enrolla la cortina de perlas, 
mas la luna no se aleja. 
Golpea en la piedra al lavar la ropa
Tampoco la ahuyenta. 

Ahora los amantes 
fijan sus ojos 
en el espejo celeste. 
Quieren verse, pero ni se oyen. 
¿Remontar la luna 
e ir con sus luces 
para alumbrar al amado? 
No, ni los gansos silvestres, 
legendarios mensajeros de amor, 
en su vuelo prolongado, 
pueden llevarle la luz. 
Dragones y peces, 
también mensajeros, 
solo logran levantar, 
en sus afanosos saltos, 
unos rizos en el agua. 

“Anoche soñé que las flores 
se cayeron en los estanques. 
Avanzada ya la estación, 
aún no puedo volver a casa. 
Impetuosas aguas del río 
se llevarán la primavera, 
y también la flor de mi vida.” 
Sobre la orilla agoniza la luna, 
que se atisba entre las brumas. 
Montaña Norte. Río Sur. 
Inmensurable es la distancia 
que el viajero debe salvar. 
¿Quién pudiera cabalgar la luna 
para retornar así al hogar? 
Ya se pone ella, la luna, 
y de tristeza se llenan 
el río y sus arboledas.



Wang Chanling (698-756)


CANCIÓN DE LAS DONCELLAS RECOLECTORAS DE LOTO

Rostros de flor entre flores de loto.
Verdes faldas entre el verdor de las hojas.
En la espesura no se las encuentra.
Sólo su canción delata su presencia.


Wang Wei (701-761)


EN CONTESTACIÓN AL SUBPREFECTO SEÑOR ZHANG

En mi vejez sólo aspiro al sosiego.
Ya no me interesa nada mundanal.
Sin ninguna meta, lo único que quiero
es regresar al bosque, mi antiguo hogar.

La brisa del pinar me agita la faja suelta.
La luna serrana me alumbra tañendo la cítara.
Me preguntas por la última verdad de la existencia.
Cantan los pescadores que se alejan por la orilla.


Li Bai / Li Po / Li Bo / Li Tai-Pei / Li Tai Po (701-762)



REGRESANDO SOLO DEL PASEO

Embelesado por el vino, 
no advierto el anochecer.
Los pétalos caídos cubren
los pliegues de mi vestimenta.
Ebrio, me pongo a pasear
bajo la luna del arroyo.
Se han ido gentes y aves,
dejándome muy solo.



COPA EN MANO, PREGUNTO A LA LUNA

Brilla la luna en el azul infinito.
Ceso de beber y le pregunto:
¿Desde cuándo estás allí?

Por más que lo pretenda,
el hombre no puede atrapar la luna.
Pero ella, en su curso, le acompaña.
Es un fulgido espejo que vuela
por encima de los palacios escarlata.
Sus luces puras resplandecen,
disipando los humos grises.
Se la ve sólo de noche
ascendiendo del piélago,
y al despuntar el alba,
se pierde entre las nubes.
Año tras año, la liebre elabora sus hierbas.
Solitaria, Chang E nunca tiene compañero.
Los hombres de hoy no ven la luna de antaño,
mas la luna de hoy ha alumbrado a los hombres antiguos.
Tanto los del pasado como los del presente,
vienen y se van como las aguas de un río,
y todos contemplan la misma luna.
¿Qué podría yo desear sino ver siempre,
mientras canto y bebo,
su reflejo en el fondo de mi copa de oro?


SENTADO, SOLO, EN LA MONTAÑA DE JINTING

Los pájaros han vuelto a sus nidos en bandadas.
Perezosa, la última nube se aleja.
Oh montaña, eres mi única compañera.
Ni a ti ni a mí el mirarnos nos cansa.




Du Fu/Tu Fu (712-770)



CABALLOS TÁRTAROS DE FANG BINGCHAO

Célebres son los caballos de Dayuan.
Osamenta delgada y puntiaguda.
Orejas afiladas como bambúes tallados.
Patas ligeras cual el viento,
nada ni nadie puede detenerlos.
Briosos y soberbios, te llevan a atravesar
como relámpago mil leguas.
Puedes confiarles sin recelos tu vida.



COMBATIENDO EN LA FRONTERA

              VI

Reflexiones del soldado

Si hay que tensar el arco,
ténsalo con toda fuerza.
Si hay que escoger una flecha,
escoge la más larga.
Para tumbar al jinete,
tumba primero su caballo.
Para derrotar al enemigo,
captura primero a su cabecilla.
Hay fronteras para cada país,
que deben ser respetadas,
y hay límite para matar:
Una vez que se contiene la invasión,
¿es justo causar más muerte?



Meng Jiao (751-814)




CANCIÓN DEL VIAJERO

Hilos y aguja en la mano
de la cariñosa madre.
Túnica que pondrá al hijo
que se marchará de viaje.
Da puntadas muy 
tupidas
teme que tarde en volver.
¿Podrá una pequeña hierba
pagar la benigna luz
del sol de la primavera?



Han Yu (768-824)



LAS ROCAS DE LA MONTAÑA 

Una senda abrupta serpea
por entre las rocas de la montaña.
Al caer el crepúsculo,
llego al antiguo templo silencioso,
en que revolotean murciélagos.
Me siento en las escaleras
del salón principal.
Ha cesado la lluvia,
y el aire rebosa de frescura.
Se mecen anchas hojas de plátanos.
Lucen radiantes botones de la gardenia.
El monje elogia los frescos budistas
y me aconseja que los visite.
A la débil luz de unas velas,
los contemplo. Borrosos,
apenas se distinguen.
Luego me prepara el lecho,
desenrollando una estera.
Me sirve arroz y sopa,
que, siendo magra y frugal,
es abundante y me quita el hambre.
Reposo en la noche obscura
y en un silencio absoluto:
Todos los insectos descansan.
Una clara luna surge de la sierra,
arrojando sus rayos plateados
sobre la puerta y las ventanas.
Al alba continúo solo
mi camino sin camino
La senda, velada por brumas,
ora aparece, ora se evapora;
unas veces sube, y otras desciende.
La montaña, cubierta de flores,
se viste de rojo, matizada
de verde de unas cascadas.
De trecho en trecho se yerguen
robustos pinos y robles.
He llegado a un arroyo, y lo vadeo
con los pies descalzos
por encima de las piedras.
Cantan aguas saltarinas.
La brisa me acaricia,
abriéndome la túnica.
¡Qué feliz será vivir así!
¿Por qué hemos de estar a merced de otros,
como caballos sujetos con bridas?
Quisiera decir a mis amigos:
¡Pasemos la vejez aquí,
sin hablar jamás de regreso!


Bai Juyi / Po Chuyi / Po Chüyi (772-846)



CANTO SOLITARIO EN LA MONTAÑA

Todos tienen su debilidad,
y la mía es escribir poemas.
Me sacudí de mil lazos mundanos.
Mas de esta flaqueza
aún no me he librado.
Cada vez que me deleito
con un paisaje pintoresco,
cada vez que me reúno
con un pariente o un amigo,
alzo la voz e improviso
una estrofa poética,
como si un dios acudiera
a avivar mi inteligencia. 


Desde que me establecí en la orilla,
paso horas y horas en la montaña.
Cuando termino un nuevo poema,
asciendo solo a la senda
hacia el Peñasco de Oriente.
Recostado en el Barranco de Rocas Blancas
y agarrado a una verde rama de casia,
comienzo mi canto alocado,
que asusta a los bosques y valles.
Los monos y las aves
me miran asombrados.
Temiendo convertirme
en el hazmerreír de la gente,
escojo un paraje solitario.



Su Dongpo / Su Shi (1036-1101)


AÑORANDO EL PASADO
EN EL ACANTILADO ROJO
SEGÚN LA MELODÍA NIANNUJIAO
Ci

El gigante Yangtsé se lanza al Este,
arrastrando incontables héroes
a través de los tiempos.
Al oeste, los campamentos antiguos
eran tal vez donde luchó el general Zhou Yu.
Caprichosas rocas apuñalan el cielo.
Furiosas olas rompen contra la orilla,
levantando un polvillo de nieve.
Hermosas montañas y ríos:
Una fascinante pintura, 
¡Cuántos héroes cayeron por ellos! 
Pienso en el Zhou Yu de aquel año. 
Recién casado con la bella hija de Qjjao, 
rebosa de vigor y energía en la lucha. 
Abanico de plumas en mano 
y gorra de letrado a la cabeza, 
riendo y bromeando, 
hace polvo a su poderoso enemigo. 
Tengo la mente vagando 
por estos antiguos reinos. 
¿Me creéis un loco sentimental? 
¿Atribuís mis canas a estas nostalgias? 
La vida es tan sólo un sueño. 
¿Por qué no levantamos nuestras copas 
y bebemos con la luna del río?


Guan Zhongji (mujer)
Ss XIII-XIV

CANTO DEL BARQUERO 

La cumbre del Poder 
a que aspiran los hombres 
es ser príncipe o rey, 
con fama, glorias y comodidades, 
pero sin libertad. 
Yo prefiero algo mejor: 
Tomar una barquilla, 
disfrutar de la luna y, 
cantando alto al viento, 
alejarme de este mundo.