Resulta verdaderamente fascinante saber que aquello que vieron, aquel portentoso objeto estelar, podemos verlo en la actualidad con un pequeño telescopio, pero transformado en una borrosa nubecilla de humo. Entonces lo vieron como una supernova, durante más de un año y sin la ayuda de ningún instrumento óptico.La luminosidad de una supernova puede ser tan grande que resulte visible a simple vista, incluso de día. Pero una vez que ese estallido pasa, lo que queda es una nebulosa, y estas ya no son perceptibles si no nos ayudamos de algún instrumento que amplifique la señal. Y como en aquella época no teníamos telescopios, dejamos de verla. Se perdió.
Tuvieron que pasar casi 700 años hasta que John Bevis pudiera ver a través de un telescopio el remanente de aquella gigantesca explosión y unos poquitos años más hasta que Charles Messier, que andaba buscando cometas por el cielo nocturno, la catalogara como M1 —hoy, NGC 1952—.
Está tan lejos, 6.300 años-luz, que aunque se expande a la increíble velocidad de más de mil kilómetros por segundo, para nosotros es imperceptible, y parece que esté quieta y siempre igual. ¡Somos tan poca cosa en el acontecer temporal del universo!
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Hay que buscarla junto a la estrella zeta (ζ) de Tauro, el extremo del cuerno inferior.