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viernes, 6 de diciembre de 2024

ROSALÍA DE CASTRO

Adiós ríos, adiós fontes
adiós, regatos pequenos;
adiós, vista dos meus ollos,
non sei cándo nos veremos.


Miña terra, miña terra,
terra donde m’eu criei,
hortiña que quero tanto,
figueiriñas que prantei.

Prados, ríos, arboredas,
pinares que move o vento,
paxariños piadores,
casiña d’o meu contento.

Muiño dos castañares,
noites craras do luar,
campaniñas timbradoiras
da igrexiña do lugar.

Amoriñas das silveiras
que eu lle daba ó meu amor,
camiñiños antre o millo,
¡adiós para sempre adiós!

¡Adiós, gloria! ¡Adiós, contento!
¡Deixo a casa onde nacín,
deixo a aldea que conoso,
por un mundo que non vin!

Deixo amigos por extraños,
deixo a veiga polo mar;
deixo, en fin, canto ben quero…
¡quén pudera non deixar!
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... 

Adiós, adiós, que me vou,
herbiñas do camposanto,
donde meu pai se enterrou,
herbiñas que biquei tanto,
terriña que nos criou.


Xa se oien lonxe, moi lonxe,
as campanas do pomar;
para min, ¡ai!, coitadiño,
nunca máis han de tocar.


¡Adiós tamén, queridiña…
Adiós por sempre quizáis!…
Dígoche este adiós chorando
desde a beiriña do mar.

Non me olvides, queridiña,
si morro de soidás…
tantas légoas mar adentro…
¡Miña casiña!, ¡meu lar!


(Aquí tenéis una traducción)

La poesía española del siglo XIX tendría muy poca importancia si no fuera por las dos grandes figuras que la coronan y la mejoran: Bécquer y Rosalía. Ambas figuras, a pesar de sus muchas diferencias, comparten tiempo (solo un año separa sus nacimientos), tendencia romántica, interés por la creación popular y, como consecuencia, el esfuerzo por simplificar el lenguaje poético para conseguir que exprese lo más íntimo y personal.

La poesía de nuestra gallega universal es muy fácil de encontrar, tanto en papel como en línea. Para quien desee la lectura en pantalla, la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes o la Fundación Rosalía tienen un buen catálogo de sus obras. Quien quiera leerlas solamente tiene que pulsar sobre el icono del libro que aparece sobre las letras html.

De la Fundación Juan March recojo el audio de la conferencia que impartió Ana Rodríguez Fischer en 2013:


Del Instituto Cervantes recojo este ciclo que bajo el título de Rosalía de Castro, tradición y modernidad, ofreció la conferencia de García Montero, Penélope sin Ulises. La herencia de Rosalía (minuto 22' 40'', en los actos protocolarios las presentaciones son siempre excesivas) y el recital de Amancio Prada (1h 16' 35''):

 
Al día siguiente, Arcadio López-Casanova impartió la conferencia Presencia de Rosalía en la poesía gallega contemporánea (10' 56''):


Después vino la mesa redonda Rosalía de Castro: su vida y su literatura en la que participaron Luis Alberto de Cuenca (10' 25''), Marina Mayoral (39' 03'') y Carlos G. Reigosa (1h 09' 05''), todos ellos presentados por Ángel Basanta.


Para quienes se atrevan un poco más, resultará de gran ayuda y mucho interés el Estudio literario de la obra de Rosalía de Castro, de Marina Mayoral, que la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes mantiene accesible para todo el mundo, tanto en castellano como en Galego.





Y para los que quieran profundizar todavía más en su poesía, La poesía de Rosalía de Castro, de la misma autora.
 
***


jueves, 26 de diciembre de 2024

ROSALÍA DE CASTRO, Marina Mayoral

  Marina Mayoral es en estos momentos la mayor especialista sobre Rosalía de Castro, es quien se ha ocupado de la edición revisada de toda su obra para la prestigiosa Biblioteca Castro y la que impartió un curso en cuatro conferencias en 1985, cuando se celebraba el centenario de su muerte. Tiene, asimismo, publicados los siguientes ensayos sobre la vida y la obra de Rosalía: La poesía de Rosalía de Castro, 1974; Rosalía de Castro y sus sombras, 1976; Rosalía de Castro, 1986.

Las cuatro conferencias están enmarcadas dentro del centenario de la muerte de la escritora gallega organizadas por la Fundación Juan March





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miércoles, 13 de noviembre de 2024

UN LIBRO, UN POEMA (Rosalía de Castro)

#unlibrounpoema
Editorial


La dedicación de este espacio al poema XXXII de los Cantares gallegos viene motivada por una traducción sorprendente con la que me he encontrado de manera casual. Digo casual porque, generalmente, cuando tengo una versión bilingüe, no suelo leer la original. Y, casualmente, vi el nada con que termina el tercer verso de la estrofa número 30 del poema XXXII. Me sorprendió no verlo en la versión traducida, ya que nada es lo mismo en gallego que en castellano: 

E tamén vexo enloitada
d’ Arretén á casa nobre,
dond’ a miña nai foi nada,
cal viudiña abandonada
que cai triste ó pé dun robre.

Cantares gallegos (versión original).

Este es el poema traducido de la edición que yo tengo, que es la de la imagen de la derecha: 



Cómo llovía, suaviño,
cómo, suaviño, llovía;
cómo lovía, suaviño,
día y noche por Laíño,
por Lestrove, noche y día.

Inquieto, el sol alumbraba
la triste, blanca nube.
La tapaba y destapaba,
su blanca pluma rizaba.
Pasa, torna, vuelve, sube...

Más lejos, diseminada
por los aires fugitivos,
oscura ya despintada,
por el cielo desatada,
cae brillando en rayos vivos.

Misteriosa regadera
de fina lluvia, ha mojado
el suelo, curva y ligera.
Mojando va la ribera,
flor por flor, prado por prado.

Semejante a leve gasa
que sutil el viento mueve,
en flotante ondas pasa
sobre cuanto el sol abrasa,
ardiente, y refresca, y llueve.

¡Lluvia de finos cristales
por las vegas de Campaña...!,
y, secos, los herbazales
de Laíño... Y, a raudales,
la Ponte de sol se baña.

Hacia Caldas, todo oscuro.
El cielo, azul, en Adina,
transparente, limpio, puro.
De Arretén al monte duro
la nube va peregrina.

Triste va, la tierra toca,
ya con pies de blanca nieve,
ya con fina y fresca boca;
triste va, que el cielo invoca,
y a besar tierra se atreve.

triste va cuando se abate,
vaporosa, sola y muda.
Ya mansa, sus alas bate
como un corazón que late
herido en la pena ruda.

Así imaginó la triste
sombra de mi madre, errando 
en la esfera donde existe;
que a ir al cielo se resiste,
por los que quiso aguardando.

Veo Souto, en  parda sombra
envolviendo su ramaje,
—por bueno, del Rey se nombra—,
donde fiero, el viento asombra
ruge, estalla de coraje.

Y el palacio serio y grave,
¡cuánto en pura luz se baña!
Igual que pesada nave
que volver al mar no sabe
encalló en la fresca braña.

Valga está en la orilla hermosa
de aquel camino de plata,
casta virgen candorosa,
sentada en suelo de rosa,
mas vestida de escarlata.

San Luis veo, brillando
bañado por tintas puras,
ya sol y sombras mostrando,
en reposo contemplando
montes, aguas y verduras.

Allá Padrón, sobre el río,
hada blanca, ramo verde,
fruto en flor del huerto mío,
bajo un manto de rocío,
lejos, lo miro y se pierde.

¡Y, entre el maíz, la figura
de una hinchada y blanca vela
corre, como estrella pura!
Dice el viento, con ternura,
"¡Ay, paloma, vuela, vuela!"

Le arrulla en la blanda ría
un remanso murmurante
que en la arboleda nacía,
bajo un toldo de alegría,
al calor de un sol amante.

Sol de italia, sol de amores,
¿cómo podrás alumbrar
más rosas, y aún más verdores,
color y cielo mejores
entre la espuma del mar!

Sol de Italia, no suspiro 
por sentir tu ardiente rayo,
que otro sol templado miro;
dulcemente aquí respiro
en perenne, eterno mayo.

En mi tierra tal encanto
se respira... Pobre o triste,
rico o harto de quebranto,
¡se encariña de ella tanto
el que con su luz se viste!

Los que de ella son nacidos,
los que son de lla mimados
si están lejos doloridos
están, y de amor heridos
al ser de ella amamantados.

Del hijo la madre tira,
sorda, triste, plañidera,
gime, llora y aún suspira,
y no cesa hasta que mira
que viene, por vez postrera.

¡Ay!, madre, ¡cuánto te quiero!
¡Madre, ay, de la madre mía!
Tu suelo de amor prefiero
a cuanto, grande o severo, 
en la tierra encontraría.

¿Cómo no, si ahora estoy viendo,
entre la plata y las rosas,
cuanto la vida, queriendo,
fue ante mis ojos volviendo
ya memorias cariñosas?

Bosques, casas, sepulturas,
campanarios y campanas,
con vago son de dulzuras
que despierta, ¡ay!, ternuras,
que jamás podrán ser vanas.

Aquéllas mismas tocaron
cuando los míos nacieron,
aquéllas mismas lloraron,
aquéllas mismas doblaron
cuando los míos murieron.

Aquellas, sí, que animadas
me llamaban mansamente
en las mañanas doradas,
con las cantigas amadas
de mi madre, juntamente.

Aún veo dónde jugaba
con las niñas que quería,
el ejido donde holgaba,
los rosales que cuidaba,
la fuente donde bebía.

Y la calle solitaria
que en paz baña un sol sereno,
sin temer mano contraria,
igual siempre, nunca varia,
vega llana en campo ameno.

Y también veo, enlutada,
de Arretén la casa noble,
donde mi madre adorada
nació— viuda abandonada
que cae triste al pie del roble.

Allí está, sombra perdida,
voz sin son, cuerpo sin alma,
amazona malherida
que al sentir perder la vida
se adormece en sorda calma.

Casa grande la llamaban
en tiempo más venturoso,
pues los pobres que imploraban,
hartos ya, se calentaban
a su fuego cariñoso.

Casa grande, cuando un santo,
venerable caballero
cpn tranquilo, noble encanto,
bajo el pliegue de su manto
cobijaba al pordiosero.

Cuando el canto en la capilla
de la Gran casa sonaba
con fervor y fe sencilla,
rico fruto de semilla
que el varón santo sembraba.

Ahora todo, silencioso,
causa allí miedo y pavura,
y un espíritu quejoso
mora allí, donde el reposo
anidó con la tristura.

Risas, cantos, armonía,
blandas músicas, contento,
fiestas, danzas, alegría,
se trocó en la triste, fría
sorda voz del fuerte viento.

Sólo ahora hierbas crecen
en su patio descuidado,
y zarzales que florecen
y, en su tiempo, fruto ofrecen
a los niños, sazonado.

Y entre aquel silencio mudo
que a turbar nadie se llega,
entre aquel ¡ya fui!, tan rudo,
se ve, entero, un noble escudo
que va a decir no soy se niega.

Claros timbres muestra ufano, 
con soberbio casco airoso...
Más detrás de un soy tan vano
se ve al pobre orgullo humano
humillado y polvoroso.

Tras la calada visera,
que haya ojos heridores
que nos miran se dijera,
que dicen: todo es quimera
en un mundo de dolores.

¡Casa grande, triste casa
que de aquí, tan sola, miro,
parda, oscura, triste masa!
¡Casa grande, pasa, pasa...!
¡Ya no eres más que un suspiro!

Mis abuelos,¡ay!, murieron,
los demás te abandonaron.
tus lustros ya perecieron,
y los que más te quisieron
también de ti se apartaron.

Mes tras mes, piedra tras piedra,
te has de ir desmoronando,
ceñida en cintas de hiedra,
mientras que otra, fuerte, medra,
que así va el mundo rodando.

...................................
...................................
...................................

¡Más que luz, qué colorido
por el cielo se dilata!
Luce el sol descolorido
y el arcoiris, ya nacido,
en su cinta se desata.

Cómo llovía, suaviño,
cómo, suaviño, llovía;
cómo lovía, suaviño,
día y noche por Laíño,
por Lestrove, noche y día.

Para quien no sepa nada de la biografía de Rosalía de Castro conviene recordar que era hija natural de una cura y de María Teresa de la Cruz Castro y Abadía, hija de una familia hidalga, pero de escasos recursos económicos. La hija no fue reconocida ni por el padre ni por la madre. Quedó inscrita como nacida de padres desconocidos y se ocupó de ella en una primera instancia la que hizo de madrina en el bautizo, que era una sirvienta de la madre. La época era la que era y la zona rural gallega, una zona profundamente tradicional. No era precisamente París.

Será Rosalía la que tome conciencia de su ser mujer y escritora, y la que se dé cuenta del estado en que se hallaba la población de su tierra, sumida en la superstición, la irracionalidad de las creencias y las discriminaciones de todo tipo, especialmente la de la mujer. 

No pongo en duda que pudiera adorar a su madre, porque según escriben estudiosos de su biografía mantuvieron una estrecha relación y la hija enseguida supo quién era su madre. Lo que me resulta de todo punto asombroso es por qué se ha traducido dond’ a miña nai foi nada por donde mi madre adorada nació y no por el exacto donde mi madre fue nada que mantiene las ocho sílabas, el ritmo y hasta la rima original y, seguramente, es una descripción objetiva de la situación que pudo vivir en su propia casa Mª Teresa de la Cruz, madre soltera. Incomprensible.

***


viernes, 24 de febrero de 2017

NAUKAS CORUÑA 2017


Mañana, 25 de febrero de 2017, en el teatro Rosalía de Castro de La Coruña, dará comienzo uno de los eventos más interesantes sobre divulgación científica de la temporada en torno al universo. 

Este es el atractivo y completo programa que presenta (lo copio íntegreamente de la página de Naukas:

Sesión de mañana
  • 10:30.- Diez mil millones de años no son nada. Mariano Santander, Universidad de Valladolid – Un paseo por lo que hoy sabemos de la historia del Universo, con vistas a lo que (probablemente) no sabemos aún. ¿Desde cuando lo sabemos y cómo lo hemos aprendido? ¿Porqué podemos tener confianza en lo que hoy sabemos? ¿Tiene sentido preguntarse dónde está el universo? ¿O qué había antes del Big Bang?…
  • 11:15.- Observando en distintas longitudes de onda: de lo visible y lo invisible. Natalia R. Zelmanovitch y Manuel González, astrofísico en el IAA – Cómo hemos aprendido a observar el universo más allá de lo que nos enseñan nuestros ojos, desde el visible hasta las ondas gravitacionales. Y todo lo que no vemos: materia y energía oscuras.
  • 12:00.- A astronomía como cha contan. Marcos Pérez Maldonado, Director Técnico de la Casa de las Ciencias – Os novos descubrimentos sobre o cosmos chegan ata nós filtrados polos medios de comunicación e as redes sociais. Nun tempo en que a información ten moito de espectáculo, que astronomía estamos a aprender?
  • 12:45.- El universo de lo diminuto. Elena González Ferreiro, Grupo de Física de Altas Energías, Universidade de Santiago – De qué estamos hechos realmente y por qué es tan importante disponer de instrumentos como el LHC además de de telescopios molones de todo tipo. Cuestiones sin resolver entre el modelo estándar y la relatividad. La búsqueda de una teoría del todo.
  • 13:30.- Curiosidade polo «dark». Estíbaliz Espinosa: escritora e filóloga. Agrupación astronómica Ío – Facerse unha pregunta ou non facérsea? Ciencia e humanidades son fillas da mesma curiosidade ante o escuro. Andamos fascinados pola vida, o universo e, dende logo, por ese intrigante «todo o demais». Que din literatura ou arte ao respecto?

Sesión de tarde

  • 16:30.- El origen de la vida en la Tierra… ¿O fuera de ella? Carlos Briones. Centro de Astrobiología (CSIC-INTA) – Cada vez conocemos mejor algunos procesos químicos que pudieron estar implicados en el origen de la vida. Pero, ¿se produjeron en nuestro planeta, o fuera de él y entonces somos extraterrestres? ¿Puede ser la Tierra el único planeta vivo, o sería esperable que el universo esté lleno de vida?
  • 17:15.- La fascinante variedad de los planetas extrasolares. Daniel Marín, Naukas – A principios de 1995 no sabíamos a ciencia cierta si existían planetas fuera de nuestro sistema solar. Ahora conocemos más de 3500. Y la cifra sigue aumentando. Muchos de ellos son mucho más alucinantes de lo que la propia ciencia ficción imaginaba. Pero, ¿qué sabemos de ellos en realidad? ¿Cuáles son los más sorprendentes?
  • 18:00.- Cultura y evolución humana. Juan Ignacio Pérez. Cátedra de Cultura Científica, UPV/EHU – La especie humana es cultural y por ello, la cultura tiene una incidencia significativa en nuestra biología. ¿Tiene, además, influencia en la evolución de nuestra especie?
  • 18:45.- Y después de nosotros, ¿qué? Miguel Santander. Astrofísico y escritor. Instituto de Ciencia de Materiales de Madrid (ICMM) – ¿Qué será de la Tierra cuando ya no estemos aquí para verlo? ¿Qué será del Sol? ¿Y del Universo? ¿Habrá un final? ¿Cómo será? ¿Puede predecirlo la ciencia? Una mirada a los futuros posibles y probables que están por venir hasta el fin de los días.
  • 19:30 Despedida y cierre.

Como para no perdérselo.

jueves, 17 de junio de 2021

BUSCADME EN EL TERRITORIO ROSALÍA

Editorial
Durante unos días estaré perdido disfrutando de la tierra de Rosalía de Castro y me llevo su poesía como compañera de andanzas y descubrimientos. Espero que, como dice el tercer poema de la colección En las orillas del Sar, los días sean apacibles y fructíferos en hallazgos y placeres.




                             III

          Era apacible el día
          y templado el ambiente
          y llovía, llovía,
          callada y mansamente;
          y mientras silenciosa
          lloraba yo y gemía,
          mi niño, tierna rosa,
          durmiendo se moría.
Al huir de este mundo, ¡qué sosiego en su frente!
Al verle yo alejarse, ¡qué borrasca la mía!

Tierra sobre el cadáver insepulto
antes que empiece a corromperse…, ¡tierra!
Ya el hoyo se ha cubierto, sosegaos,
bien pronto en los terrones removidos
verde y pujante crecerá la hierba.

¿Qué andáis buscando en torno de las tumbas,
torvo el mirar, nublado el pensamiento?
¡No os ocupéis de lo que al polvo vuelve!
Jamás el que descansa en el sepulcro
ha de tornar a amaros ni a ofenderos.

        ¡Jamás! ¿Es verdad que todo
        para siempre acabó ya?
No, no puede acabar lo que es eterno,
ni puede tener fin la inmensidad.

Tú te fuiste por siempre; mas mi alma
te espera aún con amorosa afán,
y vendrás o iré yo, bien de mi vida,
allí donde nos hemos de encontrar.

Algo ha quedado tuyo en mis entrañas
que no morirá jamás,
y que Dios, por que es justo y porque es bueno,
a desunir ya nunca volverá.

En el cielo, en la tierra, en lo insondable
yo te hallaré y me hallarás.
No, no puede acabar lo que es eterno,
ni puede tener fin la inmensidad.

Mas… es verdad, ha partido,
para nunca más tornar.
Nada hay eterno para el hombre, huésped
de un día en este mundo terrenal,
en donde nace, vive y al fin muere,
cual todo nace, vive y muere acá.

Una luciérnaga entre el musgo brilla
y un astro en las alturas centellea,
abismo arriba, y en el fondo abismo;
¿qué es al fin lo que acaba y lo que queda?
En vano el pensamiento
indaga y busca lo insondable, ¡oh, ciencia!
Siempre al llegar al término ignoramos
qué es al fin lo que acaba y lo que queda.

Arrodillada ante la tosca imagen,
mi espíritu, abismado en lo infinito,
impía acaso, interrogando al cielo
y al infierno a la vez, tiemblo y vacilo.
¿Qué somos? ¿Qué es la muerte? La campana
con sus ecos responde a mis gemidos
desde la altura, y sin esfuerzo el llano
baña ardiente mi rostro enflaquecido.
¡Qué horrible sufrimiento! ¡Tú tan sólo
lo puedes ver y comprender, Dios mío!

¿Es verdad que lo ves? Señor, entonces,
piadoso y compasivo
vuelve a mis ojos la celeste venda
de la fe bienhechora que he perdido,
y no consientas, no, que cruce errante,
huérfano y sin arrimo
acá abajo los yermos de la vida,
más allá las llanadas del vacío.

Sigue tocando a muerto, y siempre mudo
e impasible el divino
rostro del Redentor, deja que envuelto
en sombras quede el humillado espíritu.
Silencio siempre; únicamente el órgano
con sus acentos místicos
resuena allá de la desierta nave
bajo el arco sombrío.

Todo acabó quizás, menos mi pena,
puñal de doble filo;
todo menos la duda que nos lanza
de un abismo de horror en otro abismo.

Desierto el mundo, despoblado el cielo,
enferma el alma y en el polvo hundido
el sacro altar en donde
se exhalaron fervientes mis suspiros,
en mil pedazos roto
mi Dios, cayó al abismo,
y al buscarle anhelante, sólo encuentro
la soledad inmensa del vacío.

De improviso los ángeles
desde sus altos nichos
de mármol me miraron tristemente
y una voz dulce resonó en mi oido:
«Pobre alma, espera y llora
a los pies del Altísimo:
mas no olvides que al cielo
nunca ha llegado el insolente grito
de un corazón que de la vil materia
y del barro de Adán formó sus ídolos.

 

Y si preferís la voz y la suave melodía de Amancio Prada, aquí tenéis uno de los poemas más famosos y que mejor representa el espíritu rosalía:

lunes, 12 de febrero de 2018

JUANA DE IBARBOUROU, Y 3

Mistral, Storni, Ibarbourou. 1938.
Dando por sentado que lo primero que debemos leer es su obra y que esta está recogida en las Obras completas (Aguilar, 1953), en esta entrada quiero llamar la atención sobre un par de documentos que me parecen muy interesantes para conocer a la escritora uruguaya. El primero es su Autobiografía lírica, una conferencia de 1956 en la que deja claramente su impronta y donde podemos percibir cómo era la persona y la poeta a la que el mito convirtió en Juana de Ibarbourou. El segundo es una entrevista de Antonio Mercader para la revista Siete Días Ilustrados. Fue realizada en 1974. Está recogida en varios sitios de internet. La traigo aquí desde la página EnlacesUruguayos.com. Es un poco larga, pero merece la pena.

Es la única sobreviviente del legendario terceto de poetisas que integró con la chilena Gabriela Mistral y la argentina Alfonsina Storni. Es también el mayor mito viviente de Uruguay. Bautizada Juana Fernández Morales, firmó sus poesías como Juana de Ibarbourou. En 1929 fue consagrada Juana de América y glorificada por los grandes escritores de la época. Tiene 82 años, una quincena de libros publicados y alrededor de 500 mil ejemplares vendidos. Medio siglo atrás, fue el best-seller del romanticismo rioplatense con sus versos "de un audaz erotismo"; hoy, niños orientales, argentinos y de otros países latinoamericanos la leen —a veces con resignación— en los textos escolares. Vive en una vieja casona de la Avenida 8 de octubre, a cinco minutos del centro de Montevideo. Sale poco y no recibe siquiera a sus más fieles amigos. En ese mundo hermético, que comparte casi exclusivamente con su hijo Julio César, pasa sus días leyendo y escribiendo. Hace mucho sobrelleva el peso de ser un monstruo sagrado, un jirón de la historia de la literatura. Tras un exterior rimbombante, tras el mito Juana de Ibarbourou, se esconde una mujer alegre, sencilla, tierna y generosa. Sobre el final de su vida, ésa sigue siendo su imagen íntima, verdadera, que pocos conocen, y que Siete Días pudo revelar a través de una entrevista obtenida por su corresponsal en Montevideo. En una charla que duró una hora y media, Juana de Ibarbourou habló como nunca sobre sí misma y sobre su obra, recordó a sus antiguos amigos (Pablo Neruda, Juan Ramón Jiménez, Jorge Luis Borges, Gabriela Mistral, Alfonsina Storni y otros), explicó las causas de su enclaustramiento y evocó su esplendoroso pasado. Demostró además que conserva una envidiable lucidez mental, disminuida apenas por cierta flaqueza en memorizar nombres o fechas. Lo que sigue es la entrevista a Juana de Ibarbourou, la primera que se difunde en varías décadas en una publicación argentina.

"La señora lo va a recibir", anuncia una ceremoniosa criada mientras abre la pesada puerta de roble. Sobre el parquet del vestíbulo dos plebeyas palanganas de plástico recogen las gotas de agua que se filtran desde el techo. Afuera llueve, y en esta casona con goteras, entre la penumbra, se distinguen un aparador estilo colonial y un par de alfombras precariamente enrolladas contra la pared para evitar que se mojen. Crujen los peldaños de la escalera y el ruido hace ladrar a un perro, encadenado en algún rincón lejano de la casa. En la planta alta, hay una estantería con libros y tres puertas: la de la izquierda está abierta. Desde allí parte una voz de agudas inflexiones: "Hágalo pasar, pase, pase".


Es un cuarto mal iluminado, cuadrado, de cuatro por cuatro, donde se alinean una cama doble, una cómoda, un aparato de televisión y varios anaqueles de libros. Junto a la ventana-balcón que asoma a la avenida 8 de Octubre, arrellanada en un viejo sillón, está Juana de Ibarbourou. Sonríe, hace un cortés ademán de incorporarse pero permanece sentada mientras estrecha la mano del visitante. Luce bien peinada, el cutis blanquísimo ligeramente empolvado, un toque de color en los labios. No parece sorprendida ni intimidada por la inminente requisitoria periodística. Expectante, mira a su interlocutor con sus ojos negros que conservan el brillo de otros tiempos.


—¿Por qué es tan difícil verla?
—No es tan difícil. Lo que sucede es que estuve un poco enferma últimamente, y entonces los que me cuidan, mi médico, mi hijo Julito, piensan que puedo fatigarme si atiendo personalmente a todos los que quieren verme o quieren hablarme por teléfono. Ahora estoy bien de salud, tengo este problema (se toca el ojo izquierdo; sobre la frente, de ese lado, lleva una gasa sujeta por dos tiras de cinta adhesiva), pero me voy acostumbrando.


—¿Qué le pasó en el ojo?
—Tuve un accidente. El año pasado pisé una baldosa rota, ésa que está ahí (señala un agujero en el embaldosado), tropecé y caí. Me di un gran golpe en el ojo izquierdo por el que ya no veo, y me quedó esta herida en la frente que no termina de curarse y eso que voy seguido al médico.


—¿Usted sale muy frecuentemente de esta casa?

—Voy a un médico oculista por el centro. Además, salgo con Julito en el auto y nos vamos a la rambla o al parque Rodó. Nos bajamos a caminar.


—Sin embargo, sus mejores amigos dicen que no pueden verla porque usted no sale nunca y no quiere recibirlos.
—¿Quiénes son mis mejores amigos? Los amigos de verdad, los fieles, siempre entraron a esta casa. Los que dicen esas cosas no son amigos y cuentan mentiras: que me tienen secuestrada, que me maltratan, que me encierran y no sé cuantas cosas horribles. No hay que hacerles caso.


El enclaustramiento de Juana es un hecho cierto. La más reciente generación de uruguayos nunca la vio en público. Quienes antes la visitaban diariamente afirman que en los últimos dos años su aislamiento se agravó. "El teléfono y el timbre suenan en su casa sin que nadie responda", dicen. Hubo denuncias al respecto; a tal punto que, a fines del año pasado, varios policías allanaron su casa y pudieron comprobar que la poetisa estaba allí y sin peligro a la vista. Entonces se supo que las versiones alarmistas carecían de fundamento. Pero el hermetismo en torno a Juana siguió y los rumores crecieron otra vez. El mes pasado, el vespertino montevideano El Diario logró entrevistarla. Fueron sus primeras declaraciones en muchos tiempo. "Juana de Ibarbourou no estaba secuestrada", tituló el vespertino. Desde entonces, las olas se apaciguaron. Pero su aislamiento sigue y todo indica que seguirá. Algunos señalan que Juana fue siempre introvertida y tímida, y que en su vejez ha reasumido su verdadera personalidad. "Mis últimos años me pertenecen", dijo alguna vez. Según esta interpretación su voluntario retiro es una forma de eludir los compromisos y las molestias que acarrea la fama. Es, también, un modo de disfrutar su propia intimidad.

LOS LABERINTOS DE LA MEMORIA


—¿Está escribiendo actualmente?
—Siempre escribo algo. Trabajo todos los días, sin horarios, me pongo a escribir cuando quiero y siento que debo hacerlo. Estoy escribiendo otro libro, tengo más de treinta poesías terminadas. No me pregunte el nombre del libro porque no lo sé; siempre fui mala para elegir nombres.


—Qué técnica usa para escribir?
—Los poetas no se hacen, nacen. Es una verdad. Escribo espontáneamente, sin preparativos artificiales, cuando siento una idea, una palabra, un paisaje, como una obsesión aquí, en la cabeza. No entiendo a los poetas que piensan que para escribir versos hay que encender velas o escuchar música. Lo mío es sencillo, natural, y así debe ser porque la poesía no se fabrica, no se provoca; se siente o no.


—Hoy se lee poca poesía, ¿cuál es la razón?

—Se lee poca poesía y lo comprendo. No vivimos en un mundo de poetas. Este es un mundo loco, loco, que no da tiempo a leer ni a serenarse. Pero siempre habrá poetas maravillosos y se volverá más a la poesía. Estoy segura.


—¿Qué está leyendo en este momento?
—Leo mucho. Leer me hace más llevadera la vida. En este momento estoy leyendo Papillon y me gusta porque es entretenido y humano.


—¿Qué otras distracciones tiene? Veo una televisión en su cuarto.

—Miro poca televisión, me hace mal a la vista.


—¿Qué opina de la televisión como medio de comunicación?
—Me hace admirar la técnica y la inventiva humana. Lástima que la televisión se use poco para difundir la cultura, para enseñar a la gente. Podrían hacerse cosas importantes pero no se hacen. Me gusta más el cine, aunque hace mucho que no voy.


—¿Recuerda a algún actor o actriz en especial?

—Mis predilectos le van a parecer un poco antiguos. Me gusta Chaplin, porque era admirable que hiciera reír a la gente en épocas donde costaba mucho reírse. También Greta Garbo. Y María Félix por su belleza, y porque me recordaba a una amiga que tuve en mi infancia, allá en Melo.


Melo, capital del departamento de Cerro Largo, frontera con Brasil. Ciudad donde nació, de padre gallego y madre uruguaya, el 8 de marzo de 1892, Juana Fernández Morales. Por sus escritos y confidencias se sabe que su infancia no fue del todo feliz, que su padre solía recitar en voz alta a Espronceda y Rosalía de Castro, que dos hermanos de su madre eran poetas y que uno de ellos murió en un duelo batiéndose por una mujer. Se sabe también que Aparicio Saravia, el guerrero blanco que acaudilló dos revoluciones, fue su padrino de bautismo. Con tales antecedentes, Juanita o Juaneca, como la llamaban, fue creciendo en su Melo pueblerino, "ciudad de casas bajas, naranjos y aroma de pitangas". No muy lejos de Melo, en 1904, el padrino de Juana, "el último caudillo a caballo del Río de la Plata", se levantó contra el gobierno de José Batlle y Ordóñez.


—¿Cómo era Aparicio Saravia?
—Mi padrino, cómo lo recuerdo. Nunca olvidaré una tarde cuando el negro Camundá tocó el clarín y apareció padrino, el general Aparicio Saravia, el General como le decíamos con todo respeto en casa. Venía por la calle 25 de Mayo, con la cabeza levantada, sobre un tordillo. Medio caballo atrás venía su gente, la flor y nata de le juventud montevideana. Estaban los Ponce de León y... era impresionante. Todo Melo los miraba desde las ventanas. Era padrino que iba a hacer la última revolución. A él lo adorábamos, en casa había retratos suyos porque mi padre era blanco, nacionalista, como todos en mi familia. Había peleado con el General en otras guerras. Por todo eso siempre fui blanca, blanca como hueso de bagual.


—¿En aquella época ya escribía?
—A los doce o trece años ya hacía mis primeros versos. Algunos se publicaron después en el diario de Melo con un seudónimo feísimo: Jeannete d'lbar.


—Se casó muy joven, ¿no es así?
—Sí, muy joven. De mi marido (el capitán Lucas Ibarbourou) tomé mi nombre poético. Ibarbourou, mi suegro, era vasco francés. Después nació Julito (repentinamente pregunta la hora; son las cinco de la tarde y eso la alarma). Las cinco de la tarde y todavía no vino a comer. Lástima que Julito no esté, me gustaría que lo conociera.


—Después usted se vino a Montevideo.
—Nos vinimos todos. De Melo tengo los recuerdos más tiernos, hace años que no voy por allá. Pero para mí la ciudad, la gran ciudad, fue Montevideo. Aquí me trataron maravillosamente. Era una ciudad chiquita la que conocí entonces, y no la gran ciudad que es ahora. Ha cambiado tanto Montevideo. Alguna vez escribí que prefería Montevideo a París, Madrid o Nueva York, y que si Dios me diera la oportunidad y me preguntara dónde quiero volver a vivir, yo le diría simplemente a Montevideo, Señor, ¡y gracias!


—¿En esa etapa ya escribía sus Lenguas de diamante?
—Ya tenía algunos versos escritos pero aquí pude terminar el libro y aquí, en Montevideo, encontré gente que me animó a publicarlos. Lenguas de diamante, fue el primer libro y el que me dio más satisfacciones.


Lo prologó y publicó, en 1919, el escritor argentino Manuel Gálvez, en la editorial Buenos Aires, de la capital argentina. "Es un acontecimiento en la literatura americana", auguró Gálvez. Y lo fue. Su nombre se hizo famoso en el Río de la Plata y aún más lejos. Desde España, el gran Miguel de Unamuno le dio su bendición ("jamás ha hablado en español, que yo sepa, así la pasión desnuda y ardiente; aquí una mujer no haría versos así a su novio; si los hacía, los rompería sin publicarlos"). El peruano José Santos Chocano y el mexicano Alfonso Reyes la elogiaron. No había cumplido treinta años y estaba consagrada. En los románticos twenties, los uruguayos sabían de memoria aquellos versos femeninos, audaces para la época (Tómame ahora que aún es temprano / y que llevo dalias nuevas en la mano. / Tómame ahora que aún es sombría / esta taciturna cabellera mía. / Ahora, que tengo la carne olorosa. / Y los ojos limpios y la piel de rosa .../).


—Eran versos un poco atrevidos por venir de una mujer.
—¿Sí? Eran sinceros y apasionados, como son las cosas que se hacen en la juventud. Pero no fui la primera mujer que escribía poesías. Estaba Delmira.


—¿La uruguaya Delmira Agustini?
—Delmira, sí, escribía con una gran pasión. Era una época con mujeres que sabían escribir con talento.


—¿Recuerda aquel acto en la Universidad de Montevideo, en 1938, donde se juntaron usted, Gabriela Mistral y Alfonsina Storni?
—Gabriela ... Era fuerte, recia, hablaba muy castizo, muy español. Le gustaba contar historias de embrujos y de fantasmas que asustaban un poco. Estuvo en casa y nos sacamos fotos juntas. Era una mujer inteligente, pobre Gabriela que fue tan infeliz en su vida, pobrecita.


—¿Y Alfonsina Storni?
—No hubo entre nosotras esa amistad tan espontánea que se dio con Gabriela. No por mi culpa ni por culpa de ella. Éramos distintas, no .. pero yo la admiré siempre. La recuerdo con su cara muy roja y esa altivez que tenía. A Gabriela y Alfonsina las quise y las quiero mucho. Que me vincularan a ellas, que el público nos viera como formando una cosa común, fue uno de los mayores homenajes que recibí en mi vida. Era una forma de unirnos a los uruguayos, los chilenos y los argentinos.


—Usted sabe que los cuentos de Chico Carlo están incorporados a textos de gramática escolar no sólo en Uruguay sino también en Argentina. Lo mismo pasa con sus poesías y con sus libros que son, muchas veces, de lectura recomendada para niños y jóvenes. ¿Qué siente ante un público tan especial?

—Me gusta, adoro a los niños, me alegro tanto cuando los traen de visita. Aquí han venido muchos niños, vienen con las maestras, a veces desde Argentina. Sé que me conocen en Argentina, es un homenaje y un honor. Los argentinos siempre fueron buenos conmigo, tengo muy buenos amigos allá.


—¿Jorge Luis Borges es uno de ellos?
—Borges, el gran Borges, es un hombre tan profundo.


—Usted contaba una anécdota graciosa con Borges, aquella de los discurso ...
—Sí, los dichosos discursos (se ríe). Le dieron un banquete a Borges, aquí en Montevideo, y yo tenía que hablar en nombre de los escritores uruguayos. Mejor dicho tenía que leerle un discurso, y estaba previsto que él leyera su discurso de respuesta. No tenía muchas ganas de hacerlo. Yo sabía que a Borges le pasaba lo mismo, así que le dije con toda sinceridad: Borges, debo leerle un discurso pero no me siento muy dispuesta a hacerlo en este momento. ¿Sabe qué contestó? Yo tampoco, así que no lo lea, déme su discurso, yo le doy el mío, y después cada uno lo lee en su casa. Intercambiamos los respectivos papeles donde estaban escritos los discursos, y nos quedamos tan tranquilos.


LOS HONORES RECIBIDOS

—¿Cuál fue la alegría más grande de su vida?
—E1 día que recibí el título de Juana de América. Estaban Juan Zorrilla de San Martín, Alfonso Reyes y otros grandes de la literatura. ¡Había tanta gente en el Palacio Legislativo! ¿Conoce el episodio de los cuatro soldados? Me los pusieron alrededor mío formando una guardia de honor. Tenía un ramo de violetas en la mano y cuando el acto terminó, los soldados de la guardia me pidieron que les diera algunas flores de recuerdo. Años después, un muchacho golpeó en la puerta de mi casa. Era uno de aquellos soldados. Traía las violetas en una caja, como un tesoro; se iba a casar y quería regalárselas a su novia. Para su regalo de bodas necesitaba una tarjetita de mi puño y letra, que acreditara que aquéllas eran mis violetas. Se la di. Qué recuerdo tan tierno me dejó ese episodio. Diez de agosto de 1929, día en que la proclamaron Juana de América. La idea partió del peruano José Santos Chocano. Escritores uruguayos y extranjeros la apoyaron. Querían darle un título simbólico, honorario, para honrarla en toda América. Diez mil personas asistieron al solemne acto, en la sede del parlamento uruguayo. Fue una especie de glorificación en vida, prematura quizá para una joven emotiva y sencilla que nunca había soñado con tamaño homenaje. Visto a la distancia, el fasto puede resultar hoy desprovisto de sentido; pero bien mirado, se insertaba en una época feliz, pródiga con sus ídolos, donde uno de los grandes fenómenos era el ascenso de la mujer a todos los planos de la actividad diaria. Como un signo de ese tiempo, la jovencita de Melo fue coronada Juana de América y el título prendió en la gente porque sus poesías gustaban: eran frescas, liberadas, hablaban de amor y de belleza, en contraste con el modernismo decadente y amanerado que moría de asfixia en los salones.


—Según ciertos críticos, su obra refleja vitalidad e intuición antes que una amplia cultura y una depurada formación intelectual. ¿Lo cree así?
—Al comienzo, tenía una formación elemental. Conocía unos pocos autores y unos pocos libros, pero los conocían bien. Después, el tiempo, los amigos, el contacto con el ambiente intelectual de la ciudad, me fueron dando más conocimientos. De todas maneras, no creo que todo eso que vino después haya cambiado de un modo importante el sentido y el estilo de mis libros.


—¿Cuáles son sus poetas preferidos?
—Los de siempre: los dos Machado, Manuel y Antonio, y el gran Juan Ramón Jiménez. A Juan Ramón tuve la suerte de conocerlo estuvo en esta casa; a los Machado, no.


—¿Cómo era Juan Ramón?

—Un hombre y un poeta superior. Llevaba a su España metida acá adentro, como una espina. Había sufrido mucho con la guerra y con las desgracias de su patria. Cuando lo conocí (en 1948) era un escritor consagrado, festejado en todas partes. En la intimidad era sencillo, adoraba a su esposa Zenobia; era galante, muy caballero español. Recuerdo que le regalé un salerito de plata francesa y él se sintió en la obligación de retribuir el regalo. Después que se fue, un día recibí de su parte un libro y un espejo. El espejo era fino, antiguo y francés. La dedicatoria decía: Para Juana, un libro, un espejo y un beso.


—Pablo Neruda fue otro de sus visitantes.
—Era un simpatiquísimo ladrón. Estuvo en mi casa de la rambla, donde yo tenía una colección de caracoles. El también los coleccionaba y los empezó a mirar y a decir: me llevo éste y éste, y se iba agachando para recogerlos y ponérselos en el bolsillo. Se llevó cuatro o cinco de mis mejores caracoles. Era estupendo. Era un poeta fuerte, expresivo, tenía versos que yo sabía de memoria. Se volvió a casar, creo con una de Urrutia, y murió hace poco. Pobre Pablo. Era como todo gran poeta: un intermediario entre Dios y el hombre.


—¿Usted es católica?
—Sí, y muy devota.


—Se dice que vivimos una época de descreimiento, de escepticismo religioso...
—El hombre logró muchos adelantos, inventó maravillas y llegó a la Luna. Pero no debe creerse igual o superior a Dios. Quien tiene fe, verdadera fe en Dios, no debe perderla sino afirmarla por el avance de la civilización y la cultura. Hay una verdad: Dios nos da y nos quita todo. La religión la ayuda a una a vivir y a esperar... y yo de la vida ya no espero nada, lo espero todo del más allá.


LA JUVENTUD DE LA ANCIANA DAMA

—¿Volvería a vivir su vida tal cual la vivió?
—Sí, no tengo dudas, la viviría igual, salvo algunas malas mujeres que se cruzaron en ella. Los hombres siempre fueron más buenos conmigo que las mujeres.


—De todas las etapas de su vida, ¿cuál le dejó los mejores recuerdos?
—La juventud. Para mí, como para todo ser humano, fue la época más hermosa de la vida.


¡Soy libre, sana, alegre, juvenil y morena ...!, cantaba Juana en sus comienzos. La juventud, justamente, es una constante en su primera producción, es decir, la trilogía compuesta por Lenguas, El cántaro fresco y Raíz salvaje. Juventud y amor (¡que rían los vecinos! Puesto que somos jóvenes / y los dos nos amamos y nos gusta la lluvia ...) son sus temas iniciales y, seguramente, las claves de su vida. Después, en la década del cuarenta, reasomarán en su obra bajo la forma de recuerdos, como ocurre en Chico Carlo, donde sustituye la poesía por una prosa sencilla cargada de añoranzas. Es la Juana madura, cincuentona, convertida ya en un monstruo sagrado, rodeada de leyendas, quien evoca su infancia a través de Chico Carlo, un libro que es algo así como el Platero y yo latinoamericano. Después, en 1949, la muerte de su madre ahondará su soledad y la hará retornar a la poesía a través de Pérdida y Elegía, sus obras máximas de la segunda época. Recibe condecoraciones, premios, invitaciones, la nombran "mujer de las Américas" y viaja a Norteamérica. En la década del cincuenta, cuando la fama y el reconocimiento arrecian sobre ella, cuando la carga del mito se torna insoportable para la mujer que ama los días sencillos y serenos, escribe un cuarteto revelador, símbolo quizá de sus actuales angustias: Digo mil veces que me estoy ahogando, / y sólo veo alrededor sonrisas. / Me estoy ahogando vertical y en medio / de una avenida gris, ruidosa y lisa.


—Usted sabe que hay un mito llamado Juana de Ibarbourou. ¿Le molesta?
—La gente es buena, generosa, y ha imaginado sus cosas sobre mi persona y mi obra. Tal vez yo misma soy la culpable porque llevé siempre una vida retraída, dedicada muchos años a cuidar a mi marido y a mi madre que sufrieron largas enfermedades. Además, está el tiempo y usted sabe que el tiempo siempre deforma las cosas.


—En este enclaustramiento en que vive, ¿no se siente un poco abandonada u olvidada?
—No, no estoy abandonada ni olvidada. Mis verdaderos amigos son muy fieles. Lo que siento, a veces, son los problemas económicos. Con lo que cobro de derecho de autor y la pensión de mi marido no es suficiente para vivir. A fines del año pasado el gobierno me dio un millón de pesos que dividí con mi hijo, y con eso pude hacer regalitos a mis mejores amigas. Pero esas cosas no puedo hacerlas todos los días. Hace tiempo que vengo pensando en hablarle sobre esta situación a la señora del presidente Bordaberry.


—¿La señora del presidente?

—Sí, no sabe qué mujer más gentil, más amable. El día de mi cumpleaños me mandó un precioso ramo de flores. Cuánto se lo agradezco. Pensar que yo no tuve con ella ninguna atención, ni siquiera cuando nació su último hijo. ¡Qué vergüenza! Debo escribirle una carta para agradecerle sus flores.


—Sorprende que tenga problemas económicos. Hace años el gobierno le donó esta casa, ¿no es así? Además, usted debe cobrar derechos de autor con frecuencia, pues sus libros se reeditan en forma permanente.
—Sí, tengo esta casa y estoy muy agradecida. Pero los derechos de autor que recibo no son muy importantes. ¡Está todo tan caro!


—Si tuviera que elegir uno entre todos sus libros, ¿cuál elegiría?

Chico Carlo, es casi autobiográfico. Son los recuerdos de mi infancia y pienso que de alguna manera son los recuerdos de la infancia de todos. No me gustaría que se fuera sin darle un ejemplar de Chico Carlo.


Ayudada por la criada (que lleva ya cinco minutos haciendo señas al visitante de que debe retirarse), Juana se levanta y da algunos pasos por la habitación. De estatura mediana, regordeta pero de buen porte a sus 82 años, hurga en el anaquel abarrotado de libros. No encuentra el que busca, pero vuelve a su sillón con un ejemplar de Juan Soldado, una reciente recopilación de sus cuentos. Con un bolígrafo garabatea la dedicatoria en sus primeras páginas. La entrevista ha terminado. Poetisa y periodista se despiden con un apretón de manos. Entonces, desde la puerta del cuarto, el visitante se gira para mirarla por última vez; Juana sonríe, agita su mano en señal de despedida y con voz queda, dice: "Vuelva, vuelva otro día".

Antonio Mercader 

***

PS: La colección para la tertulia ya está colocada.

jueves, 20 de febrero de 2025

LLENADME DE FELICIDAD

Editorial
Rosalía de Castro no fue una escritora vanguardista, no abrió caminos nuevos para la expresión poética, no tuvo una escuela que siguiera sus pasos, pero de entre las muchas cualidades que me gustan de su obra hay dos que me atraen por encima de todas las demás: su amplísimo espectro de intereses temáticos (leedla in extenso, no os quedéis con la docena de poemas que se reproducen continuamente por todas partes) y su sentido común, ese formar parte de la vida del resto de los mortales y la manera de abordar las cuestiones más cotidianas. Es, en ese sentido, una escritora a la que se puede sentir tan próxima como a una compañera de trabajo a la que habitualmente recurrimos para consultar las dudas que tenemos y que siempre encuentra una manera fácil de afrontar la tarea, o como esa vecina en la que tenemos plena confianza para hablar de cualquier cosa, siempre comprensiva y siempre dispuesta a darnos un punto de vista que nos haga sentirnos cómodos.

De los muchos ejemplos que se pueden citar relacionados con el ejercicio del sentido común, a mí, que no comparto los rituales en torno a la muerte, ni cristianos, ni paganos, ni de ningún tipo, me gusta especialmente este párrafo de La hija del mar, su segunda novela, la que publicó en 1859, cuando tenía tan solo 22 años:

¡Dios mío! ¡Qué rodeada de melancolía aparece siempre esa tardía felicidad con que la casualidad o la fortuna nos brinda cuando no podemos gozar de ella!... ¡La gloria después de la muerte..., los vanos honores, los laureles sobre el sepulcro, una lágrima por un recuerdo...! ¡Oh, llenadme de felicidad, sembrad flores en torno mío y apartad la hiel de mis labios en tanto existo, vosotros los que me améis!... Las riquezas, el poder, la gloria... y sobre todo el cariño de vuestro corazón, dejadle, dejadle que sonría en torno mío, que engañe los días de mi existencia y que murmure a mi oído en mis últimos instantes un ternísimo adiós. Decidme en aquellos momentos que no me olvidaréis jamás, porque esa idea es hermosamente halagadora para el espíritu celoso y egoísta de la mujer. Coronad mi lecho de flores y prometedme, si acaso os lo pido, sembrar sobre mi tumba siempre vivas regadas con vuestras lágrimas... pero en el momento en que mis ojos se cierren a la luz y en que mi sangre cese de animarme, olvidadme si queréis, no os creáis obligados por unos vanos juramentos hechos a una cosa que ya no existe y dejad al tiempo que siembre silencioso sobre mi sepulcro la pequeña parietaria y las rosas silvestres que nacen al azar..., él no encierra ya más que unos miserables y leves restos... ¡más tarde el vacío!...

En la edición de Castro, que es la que tengo, se encuentra en el vol I, pp. 153-4). 

Pues eso, haced lo posible por llenar de felicidad a las personas que tengáis a vuestro alrededor. Después de muertos, las palabras son vanas.

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