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Que los excesos del pensamiento positivista del siglo XIX llevaran a creer a una parte de la sociedad que el desarrollo tecnológico-científico sería la panacea para cualquier situación no justifica la reacción irracionalista que pretende dar crédito únicamente a los sentimientos propios, ni tampoco justifica que alguien pueda pensar que el juego de la imaginación y la fantasía sean mejores herramientas para comprender lo que somos, para describir y analizar cuanto nos rodea.
Las artes plásticas son especialmente eficaces para representarnos la belleza o la fealdad del mundo y sus circunstancias, para ponernos ante un espejo que nos pueda devolver una imagen crítica, reflexiva y nada autocomplaciente. También como elemento de crítica social y de denuncia ante las injusticias. Incluso como propuesta reflexiva sobre determinados temas y acciones. Pero no ayudan a construir puentes, ni a curar enfermedades, ni a investigar sobre genética, ni pueden colaborar en los cálculos necesarios para determinar a qué distancia se encuentra una galaxia, ni van a descubrir nunca cómo revertir el cambio climático, si es que eso fuera posible.
Que una exposición fotográfica en la que se nos ofrecen imágenes alteradas, reelaboradas, distorsionadas y trabajadas con programas de todo tipo (incluida la omnipresente IA) para ofrecernos algo que no existe y presentarlo como crítica seria del "pensamiento tecnocientífico", acompañadas, además, de unos textos redactados imitando el estilo científico y aludiendo a investigaciones que nunca han existido, podría resultar divertida siempre y cuando el texto y el contexto fueran suficientemente claros y específicos como para no crear confusión.
A mí me gusta la fantasía y soy un lector asiduo de obras como El libro de los seres imaginarios, la Enciclopedia de las cosas que nunca existieron y todas las mitologías, pero estas colecciones no provocan confusión de ningún tipo. Sabemos desde el primer momento que son repertorios de seres que nunca han existido. Han surgido de la imaginación humana, pueden resultar entretenidos, placenteros y hasta aleccionadores, como en el caso de las fábulas, pero están perfectamente acotados en el mundo de la fantasía.
Que el folleto redactado por Sonia Berger (comisaria de la exposición) incluya citas y afirmaciones como estas:
El posicionamiento de Joan Fontcuberta en los años ochenta partía de la necesidad de sobreponernos a enfoques rígidos, autoritarios, de desenmascarar las estrategias de comunicación interesadas y modificar nuestra representación del mundo para darle otro sentido u orientación. Hoy ese posicionamiento, su concepto de «contravisión» —entendido como duda crítica hacia la imagen—, se revela más necesario que nunca. Como expresa el novelista Benjamin Labatut en La piedra de la locura: «Debemos aprender a ver las cosas bajo una luz nueva, porque la llama de la razón ya no alcanza a iluminar el complejo laberinto que va tomando forma lentamente (aunque algunos dirán que está siendo construido) a nuestro alrededor».El recurso a la imaginación y la experimentación con estas nuevas imágenes se revela como una buena estrategia para comprender cómo funcionan e identificar sus límites. Si como Goya expresó en uno de sus Caprichos «El sueño de la razón produce monstruos», Joan Fontcuberta nos invita a «asumir el deber de revertirlo y hacer que el sueño de los monstruos produzca razón».
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