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viernes, 10 de julio de 2009

CLÁSICOS

¡Cómo ha cambiado la forma de escribir en unos pocos años!¡Cómo ha cambiado la forma de leer! Difícilmente soportamos hoy a los clásicos. Nos cuesta una barbaridad sumergirnos en sus páginas, continuar el relato a través de los mil y un detalles que conforman la construcción del personaje, poner atención a las sutilezas con que se va urdiendo la trama, discurrir por los diálogos en los que sus protagonistas nos van exponiendo sus miedos, sus ilusiones y sus fobias, adentrarnos en las descripciones que conforman el espacio vital de los personajes.

Y no me refiero a clásicos de la literatura griega, ni a los clásicos del XVI. Tampoco me refiero a otra cosa que no sea la novela. Doy por supuesto que poesía, teatro o ensayo son manifestaciones supeditadas al mundo académico o intelectual. Me refiero a la novela escrita antes de la mitad del siglo XX. El corte podríamos establecerlo en la Segunda Guerra Mundial. Más o menos.

¿Quién, si no, lee hoy, por ejemplo, La comedia humana, Madame Bovary, Moby Dick, Crimen y castigo, La montaña mágica, El hombre sin atributos o La muerte de Virgilio? Seguramente estas obras sólo son leídas ya por otros escritores o por aquellas personas que están obligadas a leerlas en función de su actividad (investigación, estudio, ensayo…). Cosa de eruditos y asimilados.

No quiero decir con esto que deberíamos leerlas. Cada cual tiene derecho a leer lo que le apetezca. Faltaría más. Simplemente quiero subrayar cómo en tan poco tiempo ha cambiado el hábito lector y la forma de escribir. Porque no es cuestión de número de páginas. Hay grandes tochos actuales que el público devora e, incluso, se convierten en grandes ventas. Es más, me atrevería a decir que la novela paginosa –me acabo de inventar el vocablo- tiene más probabilidades de ser un número uno de ventas, que la flacucha. De hecho, el cuento se lee poco.

Creo que es cuestión de ritmo, de pulso, de aliento; es cuestión de sensibilidad; es cuestión de costumbres. Y es cuestión, también, de imagen, de alegoría. Hoy la masa lectora pide acción, no andarse por las ramas, entrar en el meollo de la historia desde el principio, aunque los meollos sean muchos o los troncos innumerables. Y hoy llevamos mal la metáfora, el símbolo. Pedimos a la historia que nos hable de forma directa y lo más clara posible. Otra cosa es que el símbolo sea una cifra del jeroglífico que la protagonista en cuestión tiene que resolver. Pedimos a la novela que el mar sea mar y no una alegoría del mal, por ejemplo.

Han cambiado, sin duda, muchas cosas. Este mismo blog es una evidencia de los cambios: entradas cortas, menciones breves, apuntes inmediatos. Por eso, desde esta misma entrada, y contra ella, hago una invitación a la lectura de una novela prodigiosa y singular, que requiere tiempo y ganas de leer de otra forma, que nos sumerge, como un sueño, en la vida de Virgilio. Que puede ser, incluso, una invitación a la lectura posterior del clásico latino: La muerte de Virgilio, de Herman Broch.

Atreveos y no os arrepentiréis.
Feliz lectura.

martes, 10 de marzo de 2020

VIRGILIO

Arma virumque cano. Dicen los expertos que cualquier persona de la época sabía que esas tres palabras correspondían al comienzo de la Eneida. Algo así como lo que hoy ocurre en España con En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme. Tal era la fama de Virgilio y de su obra más universal. Un detalle: entre los muros de la desaparecida Pompeya se han contado hasta ¡cincuenta! citas de la obra de Virgilio (Pompeya: Historia y leyenda de una ciudad romana). También es cierto que hasta hace aproximadamente un siglo cualquier bachiller superior de Europa occidental era capaz de leer al autor latino en su idioma original y hasta citarlo si la ocasión lo requería. 

Así eran las cosas en otro tiempo. ¿Pero por qué deberíamos leer a Virgilio en la actualidad? 

En primer lugar, porque es un clásico (¿Qué es un clásico? ...cualquiera que sea la definición a que lleguemos, no podrá ser tal que excluya a VirgilioT. S. Elliot—) y forma parte de nuestra cultura aunque no seamos del todo conscientes. Un simple y popular ejemplo: timeo Danaos et dona ferentes (Eneida, II, 48, "temo a los dánaos [griegos] aun cuando traen regalos") aparece hasta en un álbum de Astérix.

Porque es una de las obras cumbre de la literatura universal y, sin ninguna duda, el más hermoso de los poemas épicos "cultos", esos que los poetas alejandrinos o neotéricos habían puesto de moda tres siglos antes.

Porque la Eneida consigue plasmar con sus versos el espíritu de una época y eso solo lo consiguen unas pocas obras en la historia de la humanidad.

Porque el autor tiene un dominio de los recursos expresivos de tal magnitud que convierte el texto en uno de los poemas más sublimes que se hayan escrito nunca, modelo de naturalidad y riqueza expresiva para muchas generaciones de poetas.

Porque su obra impregna e insemina todas las grandes literaturas europeas desde el Renacimiento hasta el Romanticismo, desde Garcilaso hasta Goethe.

Hay muchas más razones que se pueden encontrar en cualquiera de los estudios realizados por especialistas, pero la Eneida, las Geórgicas y las Bucólicas me parecen las razones más contundentes. Ediciones hay muchas y muy buenas, tanto en las librería como en las bibliotecas. En internet, también, aunque menos cuidadas.

Quienes tengan dificultades con la lectura, siempre pueden recurrir al audio. Y las sabias y sencillas palabras de un experto como Luis Alberto de Cuenca seguro que animan a leerla:


Por último, La muerte de Virgilio, una de las grandes novelas del siglo XX, también puede ser un buen revulsivo para animarnos a entrar en el mundo virgiliano y descubrir cómo fueron sus últimas horas, enfebrecidas de sueños y temores.

***

NOTA IMPORTANTE: La tertulia del día 7 de abril depende de la evolución de la epidemia para que se pueda celebrar o no.

martes, 17 de noviembre de 2020

LAS TRISTES

Editorial
Era el año 8 de nuestra era y Ovidio estaba felizmente olvidado del mundo y sus problemas en la isla de Capri —ya en aquella época era territorio vacacional—. Recibió la llamada del emperador Augusto. Le convocaba a una reunión. Podemos suponer que no le haría mucha gracia suspender repentinamente su retiro, pero era Augusto quien le llamaba y nadie podía negarse a una convocatoria así. Fue a Roma. Cuanto allí hablaron nadie lo sabe y nunca lo sabremos, porque fue una reunión a puerta cerrada. Conocemos la consecuencia: Ovidio fue enviado al exilio, al extremo oriental del imperio, a Tomis.

Mucho se ha especulado sobre el motivo del destierro. Lo cierto es que como dice uno de los investigadores que con mayor atención se ha dedicado al tema, John C. Thibault, ninguna afirmación sobre la causa del exilio es enteramente satisfactoria. O dicho con lenguaje científico, no hay ninguna evidencia sobre cuál fue exactamente la causa. Podemos suponer a partir de la lectura de Las Tristes (2.103-4; 3.1.51-2, y 3.5.45-52) que el motivo es doble: una composición poética  —seguramente Arte de amar— y una falta que el mismo poeta califica de leve. El caso es que no hay ningún documento que nos permita afirmar nada.

Lo que sí hay es un documento que nos habla de la profunda tristeza en la que quedó sumido Ovidio en un territorio cuya lengua no hablaba —aunque la aprendió con el tiempo—, y que se pasó todo el tiempo escribiendo cartas para conseguir su redención. Las Tristes son la mejor colección de versos para saber de su desolación e incluso de su propia vida, como es la elegía 4. 10: 

Yo soy el cantor de los tiernos amores; posteridad, oye mis palabras si quieres conocer al poeta que lees. Sulmona, abundante de frescos manantiales, es mi patria, que dista noventa millas de Roma. Allí vi la luz, y para que conozcas la época, fue el año en que perecieron los dos cónsules con una muerte igual. Si ello vale algo, heredé el orden ecuestre de mis insignes abuelos, y no debo a la fortuna el título de caballero. No fui el primogénito, sino nacido después de mi hermano mayor, que vino al mundo un año antes. La misma estrella presidió el natalicio de ambos, que festejábamos el mismo día con la ofrenda de dos tortas, y era éste uno de los cinco consagrados a las fiestas de la belicosa Minerva, el primero que se dedica a los combates sangrientos. Nuestra educación comenzó pronto, gracias al celo de mi padre, y asistimos a las lecciones de los maestros insignes de Roma. Mi hermano desde joven se inclinaba a la oratoria, como si hubiese nacido para las tempestuosas luchas del foro; y a mí desde niño me seducían los sagrados misterios, y la Musa en secreto me forzaba a rendirle culto. Muchas veces me dijo mi padre: «¿Por qué pierdes el tiempo en inútiles estudios? El mismo Homero no dejo ninguna riqueza.» Sus consejos me impresionaban, y abandonando todo el Helicón, intentaba coordinar palabras no sujetas a medida, espontáneamente acudían a formar pies cabales, y cuanto intentaba decir lo decía en verso. Entretanto los años resbalaban con pasos silenciosos, y mi hermano y yo tomamos la toga viril; echamos sobre nuestros hombros la púrpura laticlavia, y cada cual siguió su primera vocación. Ya mi hermano mayor había llegado a la edad de veinte años cuando murió, y comencé a carecer de una parte de mí mismo. Entré en el ejercicio de los cargos honoríficos que se conceden a la primera juventud, y fui nombrado triunviro. Me quedaba por conquistar el senado; mas esta carga era muy superior a mis fuerzas, y me contenté con la augusticlavia. De cuerpo poco vigoroso y natural menos apto para trabajos excesivos, y extraño a los impulsos de la turbulenta ambición, las hermanas Aonias, que siempre fueron de mí bien amadas, me convidaban a sus tranquilos ocios. Cultivé y frecuenté la amistad de los poetas de aquel tiempo, y creía ver otros tantos dioses en estos inspirados mortales. Muchas veces el viejo Macer me leyó sus poemas de las Aves y las Serpientes nocivas y las Hierbas saludables; muchas veces Propercio, unido a mí por íntimo afecto, me recitó sus fogosas elegías; Póntico, insigne por sus cantos heroicos, y Baso por sus yambos, se contaban como miembros queridos de mis reuniones, y el armonioso Horacio hechizaba mis oídos al acompañar con la lira de Ausonia sus elegantes odas. A Virgilio apenas le vi, y el avaro destino me arrebató pronto la amistad de Tibulo, que fue, Galo, tu sucesor, como de éste Propercio en la serie de los tiempos. Yo aparecí detrás, el cuarto, y lo mismo que veneré a los mayores, así los más jóvenes me veneraron a mí. No tardó mi Talía en darme a conocer; cuando leí al pueblo las poesías retozonas de mi juventud, sólo me había afeitado dos o tres veces. Exaltó mi numen una mujer celebrada en toda la ciudad, a la que dediqué mis Amores bajo el seudónimo de Corina. Compuse muchas obras, pero las que juzgué defectuosas, yo mismo las castigué entregándolas a las llamas; y antes de partir al destierro, quemé algunas que debían agradar, irritado contra mis estudios poéticos.

Mi tierno corazón, no invulnerable a las flechas de Cupido, se conmovía por la causa más leve, y a pesar de mi temperamento que se encendía con poco fuego, mi reputación no cayó envuelta en ninguna anécdota escandalosa. Casi niño todavía, díéronme una esposa ni digna ni conveniente, cuya unión se rompió en breve. Sucediole la segunda, de proceder irreprochable, pero que tampoco hubo de compartir mi lecho largo tiempo, y la última, que me acompañó basta la vejez, no se avergonzó de llamarse la esposa de un desterrado. Mi hija, dos veces fecunda en su primera juventud, aunque no de un solo esposo, me hizo otras tantas abuelo. Llegó por fin mi padre al término de su existencia, habiendo cumplido noventa años de edad, y lo lloré como él hubiese llorado mi pérdida; poco después pagué el último tributo a mi madre. ¡Felices ambos, sepultados a tiempo para no ver el día de mi condenación, y feliz yo también, porque no les hice testigos de mi infortunio ni les produje la consiguiente amargura! Si detrás de la muerte queda algo más que un vano nombre, y la leve sombra escapa a las llamas de la hoguera, y el rumor de mi falta llegó hasta vosotras, sombras de mis padres, y se juzgan mis delitos en el tribunal del infierno, quiero que sepáis la causa, y es imposible engañaros, que me ocasionó el destierro: fue por imprudente y no por criminal. Esto basta a los Manes: vuelvo a vosotros, espíritus curiosos de conocer los sucesos de mi vida. Transcurridos los años mejores, había llegado la vejez y sembrado de canas mi cabeza; desde mi nacimiento, ceñido en Pisa con la corona de olivo, el vencedor en la contienda de los carros había alcanzado diez veces el premio, cuando la cólera de un príncipe ofendido me obligó a residir en Tomos, ciudad sita a la izquierda del mar Euxino.

La causa de mi sentencia, harto conocida de todos, no necesita la confirmación de mi testimonio. ¿A qué referir la deslealtad de mis amigos, las acusaciones de los siervos y tantas amarguras más crueles que el mismo destierro? Pero mi ánimo se rebeló a sucumbir a tal prueba, y recogiendo sus fuerzas salió al fin victorioso; di al olvido la paz y los ocios de la pagada edad, tomé las armas extrañas a mis hábitos, cuando lo reclamaba la ocasión, y afronté tantos peligros por mar y tierra, como estrellas lucen en el polo que conocemos y el que se niega a nuestra vista, y después de largos rodeos arribé a las playas Sarmáticas vecinas de los Getas, hábiles en lanzar flechas. Aquí, aunque aturdido por el estruendo de las armas en torno mío resuenan, endulzo con la poesía mi triste situación; y aunque no haya un solo oído dispuesto a escucharme, abrevio y engaño con ella las horas eternas del día. Si vivo aún, y conllevo la dureza de mis trabajos, y no he llegado a aborrecer mi penosa existencia, es, Musa, gracias a ti, que me consuelas, que calmas mis inquietudes y alivias mis dolores. Tú eres mi guía y compañera; tú me libras de las riberas del Ister, y me conduces a la cumbre del Helicón; tú, caso raro, me diste en vida un nombre célebre que la fama no suele conceder más que a los muertos. La envidia, detractora de lo actual, no clavó su inicuo diente en ninguna de mis obras; habiendo producido nuestro siglo excelentes poetas, la murmuración no se enconó maligna contra mi ingenio, y si bien reconozco a muchos superiores, no se me reputa inferior a ellos, y soy muy leído en todo el orbe. Si es que encierran algo de verdad los presagios de los vates, no seré, ¡oh tierra!, tu despojo, desde el instante que muera; y ya deba al favor, ya a mis poemas este renombre, benévolo lector, recibe el testimonio legítimo de mi gratitud.

Texto tomado del sitio Imperium. Desconozco quién realizó la traducción.

***

La edición que ha realizado Antonio Ramírez de Verger para Cátedra es muy recomendable, no solo por la cantidad de notas que aporta al texto y por el trabajo introductorio que lo precede, sino porque, además, ha realizado el ímprobo esfuerzo de traducir en verso.

viernes, 28 de enero de 2011

POESÍA FILOSÓFICA

Últimamente me encuentro muchas veces esta expresión, o bien expresiones semejantes como, por ejemplo, poesía del pensamiento, poesía de las ideas y otras similares. Da la impresión de que algunos poetas practican un tipo de poesía de profunda reflexión (los que se acogen a esta etiqueta) y otros (los que no escriben al amparo de la misma), en cambio, se dedican a expresar banalidades.

No voy a negar que existe una poesía de mayor calidad que otra, esto es evidente hasta para quien nada sepa de poesía, ni la practique, ni le guste, ni la lea. Lo mismo que existen unas películas de calidad y otras que son abiertamente malas; igual que hay un arte maravilloso y un arte deleznable. Y así en todas y cada una de las formas de expresión, en todas y cada una de las actividades humanas. Unas son buenas, otras son malas.

También parece evidente que poesía y filosofía son formas de expresión distintas, aunque en ambas encontremos reflexiones sobre el ser humano y su estar en la vida. Reflexiones que atañen al tiempo, a las relaciones sociales, a la muerte, o a cualquier otro tema sobre el cual queramos arrojar un punto de luz o, simplemente, plantear algún tipo de duda que nos haga revisar de nuevo qué hacemos aquí y para qué lo hacemos.

Lo que no comparto de ninguna manera es esa forma de etiquetar que utilizan algunos críticos, y a la que se suman algunos poetas, para indicar que "esa" poesía a la que se refieren tiene una gran profundidad de pensamiento y, de esta manera, queda inmediatamente elevada a un nivel superior de poesía. O bien colocan la etiqueta para subrayar la capacidad de transmitir ideas que "esa" poesía tiene. ¿Es que, acaso, Homero, Virgilio, Shakespeare, Quevedo y tantos otros que no se encuentran dentro de esa categoría, no transmitían ideas, no expresaban su visión del mundo y de la sociedad en sus poemas? ¿Qué poema no nos ofrece una reflexión sobre lo que nos rodea, aunque no sea un punto de vista compartido?

Es cierto que existe una poesía banal, por manida, tópica, insulsa y repetitiva. Lo que no impide que exprese ideas, aunque estas no merezcan la pena ser expuestas en público. Pero también existe una poesía, una poética y una crítica literaria que, amparándose en el hermetismo, la alusión a grandes nombres e ideas de lustre en la historia del pensamiento o jugando con las palabras más allá de lo comprensible, elabora discursos artificiales y retóricos que nada agregan al acervo común del conocimiento. Ejemplos de esto que digo hay muchos, pero, para no cansar, voy a citar solo uno.

En la antología que la editorial Hiperión preparó sobre la poesía de W. Szymborska (excelente antología, por cierto), aparece un pequeño estudio de la especialista M. Baranowska sobre la obra de la poeta polaca bajo este título: Poeta de la conciencia del ser. (¡Ahí es nada!). En ese ensayo se puede leer: Szymborska escribe para un ser filosófico agraciado, como ella misma, con el sentido del humor (la negrita es mía). Yo creo tener sentido del humor, pero no me considero ningún ser filosófico, a no ser que todo ser humano sea considerado como tal.

La inadecuación me parece aún más notable si tenemos en cuenta que la premio Nobel es una poeta popular, es decir, ampliamente reconocida y leída en su Polonia natal. Poemas suyos se han utilizado para hacer canciones de gran éxito e, incluso, sus poemas son leídos y comentados en las escuelas. Exactamente como a todo escritor le gustaría que ocurriera con su obra. Lo curioso es que Baranowska sabe de la popularidad de la obra de Szymborska (mucho mejor que yo) y, aún así, en esa tendencia laudatoria en la que todos nos dejamos caer cuando algo nos gusta mucho, no puede dejar de recurrir a la palabra filosofía. Da la impresión de que esta palabra nos transporta automáticamente a un nivel superior.

Parece difícil admitir que la sencillez y la adecuación en la expresión es una virtud y no un defecto, ni tampoco una carencia. Parece difícil reconocer que la alusión a intrincadas ideas del pensamiento de algunos pensadores, especialmente del siglo pasado, no eleva el nivel de la expresión poética, sino que la entorpece, la atenaza y la afea. Si se escribe para que los demás lo lean, parece razonable facilitar la lectura y la comprensión de lo que se quiere decir y no entorpecerla con ese deseo de deslumbrar y de dar a entender lo "culta" que es la persona que escribe.

No os abrumo más con mis fantasmas y os dejo un breve poema de Amalia Bautista (podría ser de la misma Szymborka, que tiene muchos, muy buenos y muy sencillos, pero creo que ella ya es suficientemente conocida). El poema hace gala de claridad y al mismo tiempo implica una interesante reflexión sobre el ser mujer, el concepto de castigo, la forma de contar la historia y de mirar a nuestro alrededor:

LA MUJER DE LOT

Nadie nos ha aclarado todavía
si la mujer de Lot fue convertida
en estatua de sal como castigo
a la curiosidad irrefrenable
y a la desobediencia solamente,
o si se dio la vuelta porque en medio
de todo aquel incendio pavoroso
ardía el corazón que más amaba.

domingo, 4 de octubre de 2020

HORACIO, POETA EPICÚREO

Comienzo del epodo 2 (traducción de Vicente Cristóbal):

Dichoso aquel [beatus ille] que, lejos de ocupaciones, como la primitiva raza de los mortales, labra los campos de su padre con sus propios bueyes, libre de toda usura, y no se despierta, como el soldado, al oír la sanguinaria trompeta de la guerra, ni se asusta ante las iras del mar, manteniéndose lejos del foro y de los umbrales soberbios de los ciudadanos poderosos (...).

Odas, I, 11 (traducción de Manuel Fernández-Galiano):

No investigues, pues no es lícito, Leucónoe, el fín que ni a mí
ni a ti los dioses destinen; a cálculos babilonios
no te entregues. ¡Vale más sufrir lo que haya de ser!
Te otorgue Júpiter varios inviernos o solo el de hoy,
que destroza al mar Tirreno contra las rocas, prudente
sé, filtra el vino y en nuestro breve vivir la esperanza 
contén. Mientras hablo, el tiempo celoso habrá ya escapado:
goza del día [carpe diem] y no jures que otro igual vendrá después.



Esos son los dos tópicos literarios más famosos y universalmente repetidos, citados, parafraseados y, por tanto, más conocidos de la obra poética de Horacio. Su influencia es tal que impregna todas las épocas. Desde luego, si la felicidad de cualquier creador se pudiera medir por la pervivencia de alguna de sus obras en la memoria de la gente, Horacio debería ser extraordinariamente feliz. Pero era epicúreo y eso debería darle igual.


Resulta un poco cansino oír una y otra vez cómo se reduce el pensamiento epicúreo a la búsqueda del placer; cómo se utiliza esa expresión latina, carpe diem, de una forma sesgada. 

Horacio y Virgilio eran epicúreos, lo mismo que Lucrecio, al que admiraban. Es decir, estaban convencidos de que la mejor manera de entender la vida y las relaciones que en ella trabamos con los demás era hacerlo desde el modo que había propuesto Epicuro, a quien, desde luego, no podríamos tachar de juerguista empedernido, ni de irresponsable, ni de egocéntrico.

El epicureísmo es una forma de entender el mundo, una filosofía. Como tal, tiene su propia teoría del conocimiento y defiende una ética. Es cierto que el tópico central de la ética epicúrea es el placer (hedoné, de ahí hedonismo), que entiende como la ausencia de dolor. Maximizar el placer y minimizar el dolor debía ser el objetivo prioritario. 

El placer quedaba definido por estos tres parámetros: ausencia de dolor en el cuerpo, ausencia de preocupaciones psicológicas o espirituales (miedo, angustia, preocupaciones, remordimientos, tristeza, estrés, ansiedad...), y la satisfacción de nuestros deseos, incluyendo deseos referidos al cuerpo y deseos más espirituales como la amistad, el conocimiento y el disfrute de la belleza...

Pero la cosa no queda ahí. El placer deberá ser lo más duradero posible. Tendremos que tener en cuenta que habrá muchos placeres a los que deberemos renunciar. Por ejemplo, los que traigan a la larga un dolor mayor que el placer aportado. Igualmente, habrá ciertos dolores y sufrimientos que serán buenos, como aquellos de los que se derive un placer que los compense y los supere. La persona sabia, por tanto, será aquella que sepa hacer el "cálculo" y aprenda a distinguir a qué placeres decir sí y hasta dónde, y qué sufrimientos rechazar o aceptar según convenga. 

Así, pues, Epicuro distinguía 3 tipos de deseos que deberíamos tener en cuenta para realizar bien nuestros cálculos:

- Naturales y necesarios: son necesidades primarias y biológicas (alimentarse, beber, dormir). Su satisfacción siempre hace feliz al hombre y sin ellos no podemos vivir.

- Naturales y no necesarios: satisfacer el apetito con una comida en una fantástica comida;la sed, con un vino gran reserva; dormir en la más cómoda de las camas. Estos deseos deberíamos moderarlos, no sea que de ellos obtengamos más sufrimiento que satisfacción.

- No naturales y no necesarios: el lujo, el poder, la riqueza, la fama, la gloria, el prestigio, los honores. A estos deseos deberíamos renunciar, pues no se sacian
nunca y lo único que provocan es un deseo incontenido de más y más. 

Para acabar entendiendo por qué el hedonismo no es una defensa superficial de la búsqueda de placer, quiero recordar las cuatro normas que proponía Epicuro para tener una auténtica vida buena, en realidad, cuatro elementos a eliminar:

- El miedo a los dioses. Para eso basta pensar que no se cuidan de los
asuntos humanos, y desde luego, brujos, sacerdotes y demás son solo, y como mucho, buenos psicólogos y hábiles manejadores de palabras.

- El temor a la muerte. Es absurdo temerla, mientras estamos vivos no nos afecta y cuando nos afecta, ya no estamos vivos. 

- El temor al destino. Epicuro negó el determinismo. Nada está escrito, sólo el azar y la libertad existen. Cada hombre es dueño de su propio destino.

- El temor al dolor y la infelicidad
Si seguimos las enseñanzas de Epicuro respecto a la moderación y la renuncia a falsos placeres, conseguiremos sentirnos bien con nosotros mismos y disfrutar serenamente de los placeres que la naturaleza nos ofrece.

Ese es el pensamiento que subyace en la obra de Horacio. Él, claro, no practicaba el discurso filosófico, sino el poético, lo que siempre es estéticamente más bello.

martes, 24 de septiembre de 2019

UNA PROPUESTA PARA LAS TERTULIAS IRUNESAS

Fuente: Noticias de Gipuzkoa
Desde hace ya bastantes años las tertulias han solido tener como elemento de mayor peso la poesía contemporánea. Durante este tiempo se han producido muchas incorporaciones nuevas al grupo, unas más habituadas a leer poesía y otras menos. Ante esta situación y como el responsable de la biblioteca está esperando que le mande la programación para el próximo año, lanzo ahora la pregunta de tal manera que dé tiempo a que penséis una respuesta:

¿seguimos como hasta ahora o procedemos de una manera sistemática y comenzamos el año 2020 realizando un recorrido histórico por la poesía mundial desde sus orígenes hasta el presente? 

Si optáis por la opción recorrido histórico sistemático, el plan para el próximo año sería este:


1. Poesía griega arcaica: Homero y Hesíodo (enero).


2. Poesía griega arcaica: De Arquíloco a Calímaco (febrero).


3. Poesía latina: Catulo (marzo).


4. Poesía latina: Virgilio (abril).


5. Poesía latina: Horacio (mayo).


6. Poesía latina: Propercio, Ovidio y Marcial (junio).


7. Poesía árabe: De Abu Nuwas a Ibn Zaydun (octubre).


8. Poesía clásica china (noviembre).


9. Poesía clásica japonesa (diciembre).



Quedo a vuestra disposición y nos vemos el martes, 1 de octubre, a las 17:30 en el CBA con los versos de Almudena Guzmán como mediadores del diálogo y la respuesta a la pregunta como previa al mismo. 



Se supone,
a mis cuarenta y cinco años,
que estoy tan cerca de la vida 
como de la muerte,
en plena edad media.

No me entusiasma la idea.

Quisiera llegar al renacimiento.


                   Almudena Guzmán. De Zonas comunes.