El carro de heno. El Bosco. Museo del Prado |
Este tríptico está dedicado, tal y como se ha explicado cientos de veces, al pecado. En el panel izquierdo podemos ver la expulsión del cielo de los ángeles rebeldes —arriba—, así como la expulsión del Paraíso de Adán y Eva. En el panel izquierdo está representado ese lugar último del pecado que tanto prodiga el artista en su obra: el Infierno. El panel central, el más interesante, tiene su origen en la cita de Isaías 40, 6: Toda carne es heno y toda gloria como las flores del campo.
Según los especialistas, parece que también le sirvió de inspiración un proverbio flamenco más directo que Isaías: El mundo es como un carro de heno y cada uno coge lo que puede. Y así se puede ver ciertamente en la pintura: cada uno de los personajes representados procuran hacerse con un puñado del simbólico heno sin reparar en qué tengan que realizar para conseguirlo.
Poco me interesan la concepción religiosa de la época y las enseñanzas morales del artista, a no ser como un elemento más para comprender la sociedad de comienzos del siglo XVI. Lo que más me gusta de esta obra es la parte baja del panel central, eso que está representado fuera del camino por donde transcurre la procesión de locos, avaros, asesinos y lujuriosos varios (para apreciarlo con detalle acudid al enlace del Museo del Prado).
Es ahí abajo, al margen, donde la vida cotidiana transcurre humilde y hacendosa. Unos pocos personajes —pocos, pero afortunadamente algunos—, son capaces de cuidarse mutuamente, de atender al otro y de preocuparse por la vida en sus quehaceres más sencillos y necesarios. Por supuesto, viven al margen del ruido y de la furia.
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