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sábado, 20 de mayo de 2017

ALIKE y EL HOMBRECITO VESTIDO DE GRIS

Hace pocos días me encontré con un vídeo de animación que inmediatamente me recordó un famoso cuento de Fernando Alonso que a finales de los 70 y comienzo de los 80 arrasaba en los centros de enseñanza. Durante aquellos años, lo mismo se utilizaba para practicar la lectura en voz alta que para ponerlo en escena, tanto para trabajar el comentario de texto como para trabajar en una tutoría. Me estoy refiriendo a El hombrecito vestido de gris (no dejéis de leerlo, son dos minutos escasos)

El relato de Alonso y el corto de Martínez Lara tienen muchos puntos en común. Desde luego, el tema es el mismo y también el espíritu que los anima. Además, ambos se dejan querer en internet y están disponibles de forma libre, gracias a la voluntad de sus autores, a cuantas personas deseen acceder a ellos, cosa que a ambos les honra.

Si el cuento se hizo con el Lazarillo en 1977, el cortometraje de animación ganó el Goya de 2016 en su categoría.


EL HOMBRECITO VESTIDO DE GRIS

Había una vez un hombre que siempre iba vestido de gris.
Tenía un traje gris, tenía un sombrero gris, tenía una corbata gris y un bigotito gris.
El hombrecito vestido de gris hacía cada día las mismas cosas.
Se levantaba al son del despertador.
Al son de la radio, hacía un poco de gimnasia.
Tomaba una ducha, que siempre estaba bastante fría; tomaba el desayuno, que siempre estaba bastante caliente; tomaba el autobús, que siempre estaba bastante lleno; y leía el periódico, que siempre decía las mismas cosas.
Y, todos los días, a la misma hora, se sentaba en su mesa de la oficina.
A la misma hora.
Ni un minuto más, ni un minuto menos.
Todos los días, igual.
El despertador tenía cada mañana el mismo zumbido.
Y esto le anunciaba que el día que amanecía era exactamente igual que el anterior.
Por eso, nuestro hombrecito del traje gris, tenía también la mirada de color gris.
Pero nuestro hombre era gris sólo por fuera.
Hacia adentro... ¡un verdadero arco iris!
El hombrecito soñaba con ser cantante de ópera.
Famoso.
Entonces, llevaría trajes de color rojo, azul, amarillo... trajes brillantes y luminosos.
Cuando pensaba aquellas cosas, el hombrecito se emocionaba.
Se le hinchaba el pecho de notas musicales, parecía que le iba a estallar.
Tenía que correr a la terraza y...
-¡Laaa-lala la la la laaa...!
El canto que llenaba sus pulmones volaba hasta las nubes.
Pero nadie comprendía a nuestro hombre.
Nadie apreciaba su arte.
Los vecinos que regaban las plantas, como sin darse cuenta, le echaban una rociada con la regadera.
Y el hombrecito vestido de gris entraba en su casa, calado hasta los huesos.
Algún tiempo después las cosas se complicaron más.
Fue una mañana de primavera.
Las flores se despertaban en los rosales.
Las golondrinas tejían en el aire maravillosas telas invisibles.
Por las ventanas abiertas se colaba un olor a jardín recién regado.
De pronto, el hombrecito vestido de gris comenzó a cantar:
-¡Granaaaadaa...!
En la oficina.
Se produjo un silencio terrible.
Las máquinas de escribir enmudecieron.
Y don Perfecto, el Jefe de Planta, le llamó a su despacho con gesto amenazador.
Y, después de gritarle de todo, terminó diciendo:
-¡Ya lo sabe! Si vuelve a repetirse, lo echaré a la calle.
Días más tarde, en una cafetería, sucedió otro tanto.
El dueño, con cara de malas pulgas, le señaló un letrero que decía:
Se prohíbe cantar y bailar
Y lo echó amenazándole con llamar a un guardia.
Nuestro hombre pensó y pensó.
¡No podía perder su empleo!
Tampoco quería andar por el mundo expuesto a que lo echaran de todas partes.
Y, al fin, se le ocurrió una brillante idea.
Al día siguiente, fingió tener un fuerte dolor de muelas.
Se sujetó la mandíbula con un pañuelo y fue a su trabajo.
Así no podría cantar.
¡Aunque quisiera!
Y día tras día, año tras año, estuvo nuestro hombrecito, con su pañuelo atado, fingiendo un eterno dolor de muelas.

                                       La historia termina así.
                                       Así de mal. Así de triste.
                                       La vida pone, a veces, finales
                                       tristes a las historias.
                                       Pero a muchas personas
                                       no les gusta leer finales
                                       tristes; para ellos hemos
                                       inventado un final feliz...

Pero, nuestro pobre hombrecito, merecía que le dieran una oportunidad.
Así que...
Cierto día, conoció a un director de orquesta.
Y éste quiso oírle cantar.
El hombrecito, muy contento, pero con un poco de miedo, salió al campo con el director de orquesta.
Y allí, rodeados de flores y de pájaros, nuestro hombrecito se quitó el pañuelo y cantó mejor que nunca.
El director de orquesta estaba tan entusiasmado que lo contrató para inaugurar la temporada del Teatro de la Ópera.
Y la noche de su presentación, que se anunció en todos los periódicos, don Perfecto, el Jefe de Planta, los vecinos que le habían regado, el dueño de la cafetería y todos los que le habían perseguido con sus risas, hicieron cola y compraron entradas para oírle cantar.
Y asistieron al triunfo del hombrecito.
Y el hombrecito quemó todos sus trajes y corbatas de color gris.
Tiró por la ventana el despertador.
Se afeitó el bigotito de color gris y nunca, nunca más, volvió a tener la mirada de color gris.

  ¿FIN?

domingo, 2 de abril de 2017

LA PESADILLA DEL TEÓLOGO, Bertrand Russell

Aquí tenéis este cuentecillo del filósofo, matemático y activista, B. Russell. Aparece recogido en su ensayo Realidad y ficción, Aguilar, 1962. La traducción es del ya desaparecido periodista, escritor y traductor Amando Lázaro Ros.

El eminente teólogo doctor Thaddeus soñó que estaba muerto y se dirigía al cielo. Sus estudios le habían preparado y no tuvo ninguna dificultad para encontrar el camino. Llamó a la puerta del cielo y se encontró con un escrutinio más meticuloso de lo que esperaba.
—Solicito la admisión —explicó— porque he sido un hombre de bien y he dedicado mi vida a la gloria de Dios.
—¿Hombre? —dijo el portero—. ¿Qué es eso? Y ¿cómo es posible que una criatura tan ridícula como tú haga algo para promover la gloria de nadie?

El doctor Thaddeus se quedó perplejo.

—No es posible que desconozcas al hombre. Debes saber que el hombre es la obra suprema del Creador.
—Lamento herir tus sentimientos —dijo el portero—, pero lo que dices es nuevo para mí. Dudo que nadie de los que estamos aquí haya oído jamás hablar de esa cosa que llamas "hombre". Sin embargo, puesto que pareces afligido, tendrás la oportunidad de consultar a nuestro bibliotecario.

El bibliotecario, un ser globular con mil ojos y una boca, bajó algunos de sus ojos hacia el doctor Thaddeus.

—¿Qué es eso? —le preguntó al portero.
—Eso dice ser miembro de una especie llamada "hombre" que vive en un lugar de nombre "Tierra". Tiene la curiosa idea de que alguien se interesa especialmente por ese lugar y esta especie. Pensé que quizá podrías ilustrarle.
—Bueno —dijo amablemente el bibliotecario al teólogo—, tal vez puedas decirme dónde está ese sitio que llamas "Tierra".
—Forma parte del Sistema Solar.
—¿Y qué es el Sistema Solar? —preguntó el bibliotecario.
—Pues.. —replicó el teólogo— mi campo era el conocimiento sagrado y lo que preguntas pertenece al conocimiento profano. No obstante, he aprendido lo suficiente de mis amigos astrónomos para poder decirte que el sistema solar forma parte de la Vía Láctea.
—¿Y qué es la Vía Láctea? —preguntó el bibliotecario.
—Es una de las galaxias, de las que, según me han dicho, existen unos cien millones.
—Bueno, bueno —dijo el bibliotecario—. No esperarás que recuerde una entre un número tan elevado. Pero sí recuerdo haber oído antes la palabra "galaxia". De hecho, creo que uno de nuestros bibliotecarios auxiliares está especializado en galaxias. Llamémosle y veamos si puede ayudarnos.

Poco después se presentó el bibliotecario auxiliar galáctico, que tenía la forma de un dodecaedro. Era evidente que en otro tiempo su superficie había sido brillante, pero el polvo de los estantes le había vuelto mortecino y opaco. El bibliotecario le dijo que el doctor Thaddeus, al esforzarse por explicar su origen, había mencionado las galaxias, y confiaban en que sería posible obtener información al respecto en la sección galáctica de la biblioteca.

—Bueno, —dijo el bibliotecario auxiliar—, supongo que sería posible con el tiempo, pero como hay cien millones galaxias y a cada una le corresponde un volumen determinado. ¿Cuál desea esta extraña molécula?
—Es la galaxia llamada Vía Láctea —dijo titubeante el doctor Thaddeus.
—De acuerdo —concluyó el bibliotecario auxiliar—. Lo encontraré, si es que puedo.

Unas tres semanas después regresó y dijo que el fichero extraordinariamente eficaz de la sección galáctica le había permitido localizar la galaxia como la número QX 321.762.

—Hemos empleado a los cinco mil funcionarios de la sección galáctica en esta investigación. ¿Desea ver al funcionario encargado especialmente de la galaxia en cuestión?

Llamaron al funcionario, que resultó ser un octaedro con un ojo en cada superficie y una boca en una de ellas. Estaba sorprendido y deslumbrado al verse en una región tan brillante, lejos del umbrío limbo de sus estanterías. Se sobrepuso y preguntó con timidez:

—¿Qué desean saber acerca de una galaxia?

El doctor Thaddeus se lo explicó:

—Quiero informarme sobre el Sistema Solar, una serie de cuerpos celestes que giran alrededor de una de las estrellas de su galaxia. La estrella en cuestión se llama "Sol".
—Hum —dijo el bibliotecario de la Vía Láctea—. Ha sido bastante difícil encontrar la galaxia precisa, pero encontrar la estrella precisa en la galaxia es mucho más difícil. Sé que hay unos trescientos mil millones de estrellas en la galaxia, pero mis conocimientos no me permiten distinguir una de otra. Creo, sin embargo, que cierta vez la administración pidió la lista completa de los trescientos mil millones de estrellas y sigue guardada en el sótano. Si cree que merece la pena, emplearé a un grupo especial del Otro Lugar para que busquen esa estrella en particular.

Convinieron que, como la cuestión se había planteado y era evidente que el doctor Thaddeus estaba angustiado, siendo en principio interesante que un ser tan rudimentario se presentase de improviso, sería lo mejor que podían hacer.

Varios años después, un tetraedro muy cansado y desalentado se presentó ante el bibliotecario auxiliar galáctico y le dijo:

—Por fin he localizado esa estrella particular sobre la que se han pedido informes, pero no entiendo por qué ha despertado el menor interés. Tiene un gran parecido con muchas otras estrellas de la misma galaxia. Es de tamaño y temperatura medios y está rodeada por otros cuerpos mucho más pequeños llamados "planetas". Tras una minuciosa y microscópica investigación, he descubierto que por lo menos algunos de esos planetas tienen parásitos, y creo que esta cosa que ha solicitado los informes debe de ser uno de ellos.

Al llegar a este punto, el doctor Thaddeus rompió en un apasionado e indignado llanto:

—¿Por qué, decidme, por qué el Creador nos ocultó a los pobres habitantes de la Tierra que no fuimos nosotros quienes le incitaron a crear los Cielos? Durante mi larga vida le he servido con diligencia, creyendo que se fijaría en mis servicios y me recompensaría con dicha eterna. Y ahora parece que ni siquiera tenía conocimiento de mi existencia. Me decís que soy un animalículo infinitesimal en un pequeño cuerpo que gira alrededor de un miembro insignificante de un grupo formado por trescientos mil millones de estrellas, que sólo es uno entre muchos millones de tales grupos. ¡No puedo soportarlo, y ya no me es posible adorar a mi Creador!
—Muy bien —dijo el portero—. Porque no hay ningún Creador que adorar, ya que la ilimitada cavidad del Universo es eterna, nada la creó, y todo lo que ves no ha surgido más que de la combinación aleatoria entre los elementos primordiales. Aunque tú, triste homúnculo, en el Gran Libro de la Naturaleza, debes de ser una insignificante errata, con la que no deberíamos haber perdido ni un ápice de nuestra enorme duración temporal.

En aquel momento se despertó el teólogo.

—El poder de Satán sobre nuestra imaginación, durante el sueño, es aterrador —musitó.

domingo, 17 de mayo de 2015

COMO TODOS LOS DÍAS

Como todos los días, la alumna abrió un poco la puerta, asomó apenas la cabeza y preguntó con suave coquetería:

—¿Se puede?

Como todos los días, el profesor, sin mirar hacia la puerta, hizo un gesto con la mano, para indicar que entrara, y continuó la explicación.

Como todos los días, la alumna se dirigió a su sitio mientras comentaba lo mal que estaba el tráfico y las dificultades para encontrar aparcamiento en las inmediaciones.

Como todos los días, el profesor pidió a su alumna que se acomodara lo más rápidamente posible y que les permitiera seguir con la actividad.

Como todos los días, la alumna pidió disculpas y continuó señalando lo mal que se sentía por haber interrumpido la clase.

Como todos los días, el profesor intentó exponer lo más delicadamente posible que la próxima vez, por respeto a todos, entrara sin hacer ruido y sin realizar comentarios.

Como todos los días, la alumna se sintió fatal y sacó un pañuelo para enjugarse una falsa lágrima que quería aflorar al exterior.

Entonces, como ningún otro día, el profesor le dijo:

—Puede usted llorar a gusto todo el tiempo que desee, porque yo me voy.

No hubo más días.

domingo, 26 de abril de 2015

DESAFIAR AL HOMBRE DEL SILLÓN T, de Andoni Atienza

Acabo de recibir el cuento ganador del III Concurso de Microrrelatos Lola Fernández Moreno

Es un placer y un honor poder publicarlo aquí. 

Al autor, además de agradecerle el permiso, le deseo muchos éxitos. 

Recuerdo este sueño horrible: envié a Arturo Pérez-Reverte un mensaje con faltas de ortografía. Sí, fui muy temerario y pagué las consecuencias. Él me persiguió por el Paseo Alfonso XIII a lomos de un corcel mientras agitaba su hacha purgadora y bramaba: "los incultos sufrirán mi cólera". Pude esquivar el galope doblando por Capitanes Ripoll, pero también estaba allí, con un jubón y cierta espada noble. Sonreía al tiempo que perforaba sin piedad las barrigas de quienes consideraba, según sus palabras, "tiñalpas analfabetos". Descendí hasta el puerto atravesando alfombras cadavéricas; unos tenían la cabeza serrada por adverbios africados, en otros los adjetivos se habían abierto paso a través de sus pulmones, colgándolos como cárnicos frutos de ignorancia.

Antes de ser también ajusticiado, pude ver al escritor sentado sobre su cátedra de la Real Academia; cubría todo el horizonte y cuando hablaba, las frases salían como brasas semánticas. Una de ellas me impactó y fui calcinado por aquel absolutismo lingüístico.


Desperté empapado en sudor; suspiré aliviado. "Me gusta vivir al límite", pensé. En el suelo estaba el libro Territorio Comanche. Fui a recogerlo; tropecé contra la estantería y el diccionario cayó sobre mi cabeza, rompiéndome el cráneo.


Andoni Atienza

martes, 16 de diciembre de 2014

SENTADOS A LA MESA DE LA HUMANIDAD

Esta misma mañana he corregido el trabajo que aparece aquí. Las indicaciones que había dado a los alumnos eran las de escribir cualquier tipo de texto sobre los DDHH. Algo sencillo en torno a su importancia, su desarrollo y, cómo no, su opinión. Pero Fernando ha ido un poco más allá del texto formal y ha tenido un sueño en el que ha fundido todas las ideas elevándolas a la categoría de fábula maravillosa. Grandes figuras de la humanidad también los han tenido.

A ver si entre sueños de unos y de otros, un día se hacen realidad.

Una mañana, Juan se despertó y fue donde su madre:
—Madre, ¿sabes lo que he soñado?
—Dime, hijo.
—Que estábamos sentados en una gran mesa.
—¿Quiénes?
—Mucha gente. Había gente de piel blanca, piel amarilla, piel negra y piel marrón. Era una mesa grande, con mucha comida. Todos comíamos y hablábamos alegremente. Los africanos nos cantaban canciones populares de África, y se sentían contentos porque no iba a haber más esclavitud en su continente. Se sentían libres y respetados por los blancos. Los de piel amarilla también estaban contentos porque las chicas de Asia podrían ir a la escuela y no iban a ser abandonadas. Por fin, habían conseguido la igualdad entre hombres y mujeres. Los de piel marrón decían que América estaba libre de violencia. No más peleas, no más robos, no más maltratos. Sentían que la paz había llegado para, por fin, quedarse. Los de piel blanca comentaban que habían aprendido a amar diferentes culturas y personas. Se sentían felices porque veían que a su alrededor había paz y tranquilidad. Todos éramos felices, nos sentíamos miembros de un mismo mundo lleno de oportunidades. Yo también era feliz, madre. Hasta lloraba de emoción.
—¿Y piensas, Juan, que algún día llegará ese momento?
—Sí, madre, y ojalá yo esté vivo para poder comer en esa mesa y ver cómo todos somos hermanos.

¡Bravo, Fernando!

martes, 14 de octubre de 2014

UN RECUERDO INOLVIDABLE

Pocas veces ocurre que al recoger un texto escrito por los alumnos nos encontremos con una historia ya elaborada, con una tensión interna más propia de un texto literario que de una redacción escolar. Pero a veces ocurre, y entonces el corrector-maestro sufre un ataque de emoción y quiere contárselo a todo el mundo, empezando, claro está, por el autor-alumno al que felicita.

 Un cuento de Daniel Etxeberria



Recuerdo el día en que me regalaron mi primera bicicleta. Fue un día muy especial.

Yo era pequeño, tendría ocho o nueve años, y desde que tengo memoria siempre había querido tener una bicicleta, pero en casa no había dinero para juguetes.

Cada vez que llegaba el Día de Reyes, yo bajaba a la calle y me encontraba con mis amigos. Todos ellos, cómo no, disfrutaban de una bicicleta. Yo me moría de envidia y me dedicaba a correr detrás de ellos y a pedirles que me dejaran dar una vuelta. La bicicleta era el objeto de todos mis sueños.

Un día, un buen día de primavera, mi madre apareció con un hombre y bajamos a la calle porque ese hombre decía que quería hacerme un regalo. Entramos en una tienda y mientras hacía un amplio gesto con la mano derecha, me dijo que eligiera lo que más me gustara. 

Miré al techo y vi todo un reluciente muestrario de hermosas y apetecibles bicicletas. Sus colores brillantes y sus nacarados perfectos refulgían con lujuria en mi deseo. Todas eran magníficas. 

Elegí una de color azul metálico que se desplazaba por las calles de mi barrio con la misma suavidad de una alfombra mágica. Con ella pasé las mejores horas de mi infancia. Aunque hace algunos años que se la di al chatarrero, nunca podré olvidarla.

A quien ya no recuerdo es al hombre que me la regaló y que dijo ser mi padre. Tampoco lo he vuelto a ver más.

jueves, 4 de septiembre de 2014

HISTORIA DEL BLOG QUE NO ENCONTRABA SENTIDO A SU VIDA

Había una vez un blog que estaba triste y melancólico porque no encontraba sentido a su vida. Ésta es, si queréis leerla, su terrible y escueta historia.

Cuando vino al mundo, cuando se publicó el primer post, cuando apareció en la sacrosanta y bendita Red de Redes, todo era alegría. Allí estaba él, con su nombre bien limpio y su diseño impoluto, para anunciar a todos las maravillas que iba a exponer a los cuatro puntos cardinales, vía digitalización exprés e hiperenlace hiperactivo.


Pronto llegaron más y más entradas. Enseguida aparecieron los primeros comentarios, no muchos, es verdad, porque a la gente le cuesta —¡y cómo!—expresar por escrito lo que piensa, qué le vamos a hacer. No tardaron en hacerse seguidores algunos familiares y amigos del administrador, pocos, y algún que otro desconocido, que rápidamente pasó a ser conocido.

¡Qué alegría saber que alguien se había detenido durante varios hermosos segundos en un post suyo! ¡Qué emoción descubrir en las estadísticas internas que dos habitantes de la India y uno de Lituania habían posado su cursor sobre la misma página en el último mes! ¡Qué temblor de bits al comprobar que venían a él desde distintos sistemas operativos! ¡Qué bien estaba hecho el mundo digital!

Poco a poco fue aumentando el número de entradas. La organización se hizo más precisa para favorecer el crecimiento de los contenidos. Fueron acrecentándose las visitas y se hicieron cada vez más frecuentes los enlaces. En alguna ocasión, incluso, pasó a ser el espacio web más visitado de su localidad, un pequeño pueblo perdido en la montaña —competir con las páginas de las tres casas rurales que había era muy duro, que ya conocemos la tendencia a la holganza del género humano—.

Y cuando todo era felicidad, de repente, un día, su administrador escribió un post sobre los libros. Sobre los libros de papel. Ese objeto caduco y rencoroso, carne de desaparición. En él pedía, o poco menos, que el personal acudiera a las librerías y los comprara y los leyera. Hablaba de la importancia de mantener con vida la imprenta Gutenberg. Escribía impudicias sobre el tacto y el olor de semejantes artilugios. ¡Impulsaba a los lectores a tener sus propias bibliotecas de papel mohoso y caduco en sus casas!

Su vida ya no tenía sentido. Cómo ser un blog digno, si quien se encargaba de llenar con letras sus entradas quería defender lo indefendible; si su administrador había escrito hace poco tiempo que nada le gustaba —al autor, no al blog—, o que le gustaba a medias, o que le gustaba contradictoriamente que el mundo digital estuviese produciendo una muerte lenta pero segura del texto impreso en papel.

Su vida ya no tenía sentido. Detrás de aquel post vinieron otros que se dedicaban a ensalzar esos horribles entes pesados y acaparadores de espacio físico. ¿Cómo sobrellevar la existencia si quien le llenaba las tripas lo hacía cada vez con mayor frecuencia de elogios extravagantes hacia todo lo que él denostaba? 

Su vida ya no tenía sentido. Comenzó a dar continuos errores de memoria, se desconfiguró y desapareció.

domingo, 10 de agosto de 2014

REFLEXIONES DE MISTER LAZY A LA SOMBRA DE UNA SOMBRILLA



Dibujo de Irene. Míster Lazy
—¡Papi, corre, ven!

—No, no, no. Yo no pienso moverme y mucho menos correr, tengo un carácter profunda y noblemente científico y no estoy dispuesto a colaborar en la producción de desorden. La dispersión de la materia y la energía constituye la base de cualquier cambio y siempre que se produce algún cambio estamos dando un paso más hacia un desorden todavía mayor. Bastante caos tenemos con el que generan los gobiernos, la administración, la ONU y toda esta gente que pulula sin cesar en esta hermosa playa. No creo que sea en absoluto conveniente ni sensato colaborar en la aceleración hacia la desaparición del Universo. Recuerda bien esto, pequeña: todas las acciones, sean cuales sean, carecen de finalidad.

—Sí, papi, ¡qué listo eres! Yo solamente venía a decirte que la comida ya está preparada.

—¡Ah, qué rápido aprendes, cariño! Esa degradación carente de finalidad es la que me impulsa a disfrutar de la materia que tu mami ordena con amor para que yo me mueva. Vamos.

viernes, 8 de agosto de 2014

BENDITO VERANO

La noche no es que haya sido grandiosa. Ni el plan era magnífico, ni el calor era soportable. Pero lo peor de todo ha sido ese entrometido, descarado y diminuto insecto volador al que le he caído bien. Le he caído tan bien que a las ocho de la mañana he contado más de diez picaduras. Bueno, quizás no haya sido uno nada más, puede que tuviera amigos y se hayan corrido una juerga a costa de mi líquido vital. 0 negativo, por cierto, aunque al mosquito, tal vez mosquitos, le ha debido parecer muy positivo. El picor, claro, es lo de menos; lo peor ha sido que no he pegado ojo. Noches a la mar.

Soy de naturaleza positiva y como estoy de vacaciones no me ha importado mucho, que ya recuperaré con una buena siesta el sueño perdido.

Sin embargo, la mañana no ha ido todo lo bien que podía augurar una espléndida y soleada mañana de vacaciones de verano. Para aliviar el picor y alejar de mis neuronas todo el sopor de la noche, me he dirigido a la playa. Cuando estaba dentro de esa bonita caravana de acceso a los placeres del agua y de la arena, un guasap de mi hermano. Como las caravanas son algo así como un largo semáforo en rojo, he cogido el teléfono y lo he leído: Lumbago, estoy en la cama. Ven, por favor.

¿Cómo es posible que a un tipo de 29 años que hace deporte habitualmente le de un ataque de lumbago? He pensado que los dioses me estaban tomando el pelo. Los dioses, ya se sabe, pueden ser muy cabroncetes. 

Cuando he llegado a su casa, efectivamente estaba hecho una mierda. Con gran esfuerzo por mi parte y mucho más por la suya, hemos conseguido bajar al portal y meternos en el coche. Médicos, radiografías, farmacias. Mucho tiempo de espera y desesperación, que son como las dos caras de la misma moneda. 

La mañana, sin darme cuenta, ha pasado a ser tarde. Concretamente eran las 16:25 cuando he conseguido dejarlo tumbado boca arriba y con un par de cojines bajo las pantorrillas. Luego prepararle algo de comer. Que si sí, que si no. Típica pelea argumentativo-dialéctica de base científica nula. Un poco de acompañamiento, que para eso soy su hermana. Mimos. Dejarle lo básico a mano, o sea, el teléfono y la tableta. Eran las 19:50 cuando he salido de su casa en dirección a la playa. Ahora sin caravana, la caravana estaba en el sentido contrario.

No me ha dado casi tiempo de desnudarme cuando me he quedado literalmente hundida en la arena. Rota. Muerta.

Placeres del verano.

Dibujo de Irene

sábado, 5 de abril de 2014

LE DI UN PAR DE BESOS

Para Markel

A mí el único deporte que me gusta de verdad es practicar el futbolín con los amigos y tampoco mucho. Cualquier actividad física me produce cansancio y malestar. Toda esa desazón de correr para quitarle a alguien una bolita, de vivir en continua tensión por si los de aquí o los de allí hacen no sé qué cosa y se anticipan a ti o se retrasan y te engañan; toda esa ansiedad de ganar o de perder, cuando incluso acordarte del tanteo es una concentración inútil; digo, todo ese frenesí me altera mucho y me agota. O sea, que no me gusta nada y que a la hora de la gimnasia, como es una maría, me doy una vuelta por el parque o me hecho unas máquinas con los amigos. 

La verdad es que no sé para qué tenemos que saltar, correr, levantar pesos absurdos y hacer cosas por el estilo, si, como dice la profa de historia, ya no tenemos que andar persiguiendo bichos para comer, o huir de ellos para no ser comidos. Y como preparación para la guerra, ya me dirás, a cualquier profesional le daría risa ver lo que hacemos. 


Yo, por lo demás, llevo bastante bien los estudios. Casi nunca suspendo nada y me gusta el ambiente del isti. Ahí están casi todos los colegas que tengo y aparte de estudiar, que estudiamos, hacemos buenas risas en los recreos; a veces, incluso, en la clase de mate, porque el profe es un enrollao y suele contarnos muchas historias. De matemáticas o de matemáticos, no vayas a pensar, que el tío exigir, exige y, además, explica bien.


Pero la que resulta graciosa es mi madre, que no se entera mucho de la movida. La pobre es que con lo de la casa y mi hermana ya tiene bastante, porque mi hermana da más guerra que quinientos. Claro, como es la pequeña, está muy consentida y, además, es el ojito derecho de mi padre. Total, que con 12 años que tiene la mocosa, hace lo que le da la gana y no para de darle disgustos a mi madre. Así está como está, de los nervios.


Pues lo que te decía, que es muy graciosa. Llegaron las vacaciones y yo voy con las notas a casa. Y eran buenas, no creas. En mate, un notable; y había suspendido casi la mitad de la clase, tío. Le doy las notas a mi madre, las mira un par de veces, me mira otro par y solamente se le ocurrió decir:


—¿Pero cómo te han suspendido la gimnasia? Pero si yo te mandaba todas las semanas con el chandal.


¿A que es genial mi madre? Le di un par de besos.

lunes, 24 de marzo de 2014

HISTORIAS VERDADERAS Y FANTÁSTICAS

Cuenta Plinio en su Historia natural —pero nadie sabe si es verdad— que en una antigua ciudad griega de la actual Turquía levantaron los lugareños un templo dedicado a la diosa de la caza, los bosques, los animales salvajes y la fertilidad. 

Aquel templo era tan magnífico que medía 425 pies de largo, 225 de ancho y disponía de 127 columnas de 60 pies de altura. Quersifrón era el arquitecto encargado de dirigir las obras de semejante maravilla.

Difícil fue levantar los arquitrabes que debían apoyar sobre los capiteles de las columnas. Quersifrón, hombre sabio, resolvió el problema construyendo un plano inclinado y utilizando bolsas de arena. Cuando el arquitrabe estaba en lo más alto, se retiraban las bolsas y la gran pieza encajaba sobre los capiteles.

Imagen tomada de Wikipedia
Sin embargo, el gran arquitecto no podía dormir pensando en el dintel que debían colocar sobre la entrada. Era el mayor bloque de todos y su peso, descomunal. La desesperación del artista le llevó a pensar incluso en el suicidio.

Una noche, mientras daba vueltas al problema, el sueño le venció y se le apareció la diosa. Desde el sueño, la hermosa cazadora le exhortaba a vivir, porque el gran arquitrabe lo había colocado ella.

A la mañana siguiente, corrió Quersifrón al templo y vio, efectivamente, que la enorme masa descansaba perfectamente asentada en su sitio. El resto del edificio ocupó mucho tiempo, pero los grandes problemas habían desaparecido. Y cuando estuvo terminado, no hubo ser humano que no admirara aquella maravilla.

Pero la maldad no descansa y el deseo de gloria puede emponzoñar cualquier corazón. Así, con la brutal intención de que su nombre se difundiese por todo el orbe conocido, un individuo atroz y desalmado dio fuego al templo y el templo fue destruido.

Los prudentes habitantes de aquella ciudad prohibieron mediante decreto que el nombre del criminal fuese reproducido. ¡Que el silencio y el olvido sea con aquel que persigue la vanagloria! 

A pesar de todos los esfuerzos de tan discretos habitantes, la elocuencia de Teopompo y el afán de divulgar de las enciclopedias quebrantaron el decreto.

viernes, 14 de marzo de 2014

ESCUCHA ACTIVA

Dos niños. 

Uno está concentrado intentando colocar la bola en su correspondiente hueco. El otro le mira nervioso y dice:

—¿Te enseño un truco?, ¿te enseño un truco?

—No. Contesta el primero, sin apartar la vista de la bola.

—¿Pero quieres que te enseñe un truco? 

Silencio.

—De verdad, ¿quieres que te lo enseñe, eh?

—No. Sin perder la concentración ni la paciencia.

—¿Quieres que te lo enseñe?

Y se repite varias veces la misma pertinaz pregunta, y algunas veces menos la paciente respuesta.

Entonces, el inquisidor, le quita el juguete de las manos y, mientras hace una demostración de su habilidad, le espeta:

—Ves, se hace así.

lunes, 24 de febrero de 2014

NO SOPORTABA LA INDIFERENCIA DE LO PRÓXIMO

Había comprendido que nadie escucha a nadie, que a nadie le importa gran cosa lo que otro haga, piense o diga. Y se iba. Miraba desde la ventanilla del tren como quien mira un paisaje desconocido, como quien fija por primera vez la vista en un arroyo, en un árbol, en una piedra descubiertos en ese momento.

Pitó el tren e inició la marcha. Atrás iban quedando proyectos no cumplidos, conversaciones inacabadas, ideas no resueltas, familia, amigos, compañeros, paisajes y edificios. Una ciudad pequeña y sin estímulos. La infancia que nunca soñó. Los años intrascendentes en el instituto. Las siempre eficaces y rituales costumbres.

En pocos años había logrado abrir un taller de cerámica y su correspondiente tienda. Con lo que vendía en ella y lo que conseguía colocar en las distintas ferias de la comarca tenía suficiente para vivir. Pero desde hacía poco tiempo había comenzado a realizar piezas nuevas, de diseño sorprendente, muy originales, con las que se sentía muy a gusto. 

Al principio no pasó de ser un juego, una prueba; luego fueron ganando su atención y su tiempo. Con ellas sentía que era él el que se expresaba, como si sus pensamientos más íntimos, sus miedos y sus deseos se estuvieran manifestando a través del barro que con fruición y sin descanso modelaba día tras día. Era algo febril y poderoso. Esencial.

En seguida llegaron algunos comentarios. Apenas perceptibles, pero comentarios al fin y al cabo. No entraban en la naturaleza de su trabajo. Eran simples alusiones al cambio de estilo o al mucho tiempo que le dedicaba. A veces eran preguntas que no esperaban respuesta, palabras que alguien dejaba caer para indicar que, efectivamente, se había dado cuenta del cambio.

No duraron más allá de dos o tres semanas. Rápidamente fueron desapareciendo y el silencio se convirtió en el hábitat en el que componía sus formas. A medida que la costumbre de la indiferencia se extendía, fue creciendo la radicalidad del diseño. Sus composiciones eran cada vez más raras, menos realistas, más imaginativas. Hasta que un día entendió que lo que él hacia no tenía nada que ver con su entorno, y que éste era mudo a cuanto hacía.

Y se fue a donde nadie le conociera. Quería compartir su soledad con el aislamiento. No soportaba la indiferencia de lo próximo. 

martes, 28 de enero de 2014

AQUELLA ESCUELA

Para el amigo Tomás, que ya no está en la escuela

Aquella escuela tenía una gran fama. Su nombre aparecía numerosas veces en los medios de comunicación de la localidad. Organizaba eventos de todo tipo. Cada semana uno distinto. 

Aquella escuela estaba muy bien organizada. Tenía unos estatutos claros y precisos. Incluso unos letreros preciosos que indicaban dónde se hallaba cada cosa sin necesidad de tener que preguntar a nadie.

Aquella escuela era un modelo de perfección. Cada función y cada tarea estaba escrupulosamente recogida por duplicado. Una, en papel archivado en carpeta convenientemente clasificada; otra, en su correspondiente espacio digital.

Aquella escuela daba gloria verla. Estaba perfectamente pintada por fuera y por dentro. La limpieza y el orden eran admirables, y daba gusto deambular por sus pasillos y sus patios.

Aquella escuela disponía de un claustro exquisitamente formado. Todas las maestras sabían varios idiomas. Todos los maestros, también. Ambos sexos, además, conocían la normativa externa e interna, y la aplicaban.

Aquella escuela era casi perfecta. 

Sólo tenía un pequeño problema: apenas había niños en las aulas, porque los profesores sabían rellenar todo tipo de papeles y redactar todo tipo de informes, pero apenas sabían qué hacer con los niños.

domingo, 6 de octubre de 2013

UN CUENTO TRISTE

Aquel día el bochorno era grande y no estaba el ambiente como para concentrarse en un examen. A Paco las gotas de sudor le recorrían toda la superficie del cuerpo y aquella mesa en la que le habían instalado era ridículamente pequeña para su espléndida humanidad de unos 30 años, casi 1,90 de estatura y más de 120 kilos de peso. No cesaba de resoplar y hacer ruidos varios. La profesora encargada de la prueba de nivel para decidir en qué curso se matriculaba a cada uno de los alumnos se acercó hasta él y le preguntó si se encontraba bien. 

—No, claro que no estoy bien. Hace un calor asqueroso y a mí me da igual dónde me pongáis.

La profesora le dio la razón en lo del calor e inmediatamente intentó justificar lo de hacer la prueba comentándole que era bueno colocar a cada alumno en el nivel idóneo, para que a lo largo del curso pudieran encontrarse cómodos con respecto a los estudios y lo mejor atendidos que fuera posible. Paco asintió con la cabeza, pero sin dudarlo un instante se levantó, le entregó las hojas y le preguntó si podía hablar un momento con ella. 

—Claro que sí.

Salieron al pasillo y allí Paco pareció encontrar un cierto alivio a sus sofocos. Más calmado, preguntó a la profesora si podía serle totalmente sincero. Ésta, aunque no del todo convencida, le dijo que sí, que para eso estaba allí, para escuchar las necesidades de los futuros alumnos.

—Mira, a mí me da igual en qué nivel me pongáis. Yo no quiero títulos, ni me hacen faltan para nada. Yo vengo aquí por otra cosa.

Ella, sorprendida y un poquito recelosa, le comentó que si no tenían elementos para calibrar lo que él sabía, tendrían que colocarlo en el primer curso y que, en ese caso, ella iba a ser su tutora.

—¡Ah, de puta madre! Pues entonces te cuento ya lo que me pasa, como vas a ser mi tutora...

La profesora tembló por dentro ante tanta expansión afectiva. Paco, en cambio, continuó hablando sin percibir el más mínimo atisbo de temor en los ojos de ella.

—Mira, es que yo soy esquizofrénico y, entonces, los siquiatras me han dicho que es bueno que me ocupe en cosas, que estudie, que haga actividades... Por eso quiero matricularme aquí, pero a mí no me hace falta para nada porque yo ya no tengo que trabajar.

Y siguió dándole explicaciones mientras el temblor interno de ella se convertía en un terremoto causado por el pánico ante el curso que se le avecinaba.

—¿Ya sabes lo de los militares esos que están por todas partes y te persiguen, no? Cualquier cosa que digas, ellos se enteran. Bueno, los siquis me han dicho que aquí no han llegado y que voy a estar bien.

Ella, más por sobreponerse que por afán asertivo, le dijo que lo entendía, que lo que él debía hacer era ocupar la cabeza en otras cosas que no fueran los militares

—Macho, lo has clavado, eso es lo que me dicen los siquis. ¡Qué buena eres!

Ella ni se sentía macho, ni tampoco buena, pero pensó que no era mal comienzo con un alumno que probablemente le iba a dar algún que otro dolor de cabeza durante el curso.

                                                         ***

Cuando apenas llevaban diez días de clases y Paco había dejado de presentarse después del segundo, ella le llamó por teléfono para interesarse por él y advertirle, si el caso lo requería, de que un número determinado de faltas injustificadas podía provocar la pérdida de matrícula. 

Después de identificarse, al otro lado del teléfono se oyó la explicación de una voz apocada:

—Es que tengo miedo, los militares ya saben donde está el centro.

domingo, 8 de enero de 2012

AQUILES, EL DE LOS HERMOSOS BUCLES. 2

(Viene de Aquiles, el de los hermosos bucles. 1)


Una Noche de San Juan (y casualmente luna llena), cuando los infelices mortales creen deshacerse de los males del invierno echando todo tipo de objetos inservibles al fuego y los alternativos se refugian en el paganismo para huir de las miserias cotidianas organizando bacanales al refugio de una cueva, una Noche de San Juan, digo, confundidos los auténticos diablos con tanto ruido nocturno y tanta apariencia aquelarrística, fueron éstos a presentarse en una de esas fiestas dramatizadas, en lugar de hacerlo en una auténtica asamblea de brujas.

El espectáculo era, sin duda, inequívoco; las fórmulas para convocar a las infernales criaturas, auténticas; los licores, profusos; el fuego, perfecto; las danzas y las músicas, envolventes y embriagadoras. Todo era propicio para que la comunión entre los seres de ambos mundos se desenvolviera con absoluta perfección. Y así fue, diablos y humanos interactuaron cómodamente empujados por la búsqueda del placer y lo favorable de la ocasión.

Todos menos Aquiles, quien aprovechó el descanso que suponía la noche de plenilunio para hacerse el despistado y salir a disfrutar de la naturaleza nocturna del paraje en silencio y soledad. Hasta donde es posible el silencio y la soledad, claro, en una noche como esa en la que fuegos de todo tipo, ruidos, petardos y estridencias varias se extienden como una red que cubre toda la superficie.

Alejado como estaba del jolgorio y abstraído en sus pensamientos, Aquiles no se dio cuenta de que a pocos pasos le seguía en silencio otro ser infeliz que había sido atraído a partes iguales por los hermosos bucles y por la naturaleza solitaria y meditabunda de nuestro héroe.

- ¡Dios mio, qué hermoso eres y qué desgraciado pareces!

Aquiles se giró sobresaltado y descubrió a un hombre agradablemente vestido de verano, más bien joven, de rostro atractivo y una mirada profunda y suave.

- ¿Quién eres? ¿Qué buscas? - inquirió curioso y ligeramente alarmado.

- Te busco a ti. Desde que te he visto me has parecido lo mejor de la fiesta. Quiero pasar esta eternidad contigo.

Aquiles, emocionado, abrió su corazón dolorido al hombre. Le explicó que aquello no era un disfraz, sino su verdadera presencia. Le habló de sus sueños y de sus ilusiones, también de sus miedos y perplejidades. Le contó la causa de sus sufrimientos. Lo enamoró, en definitva. Después le pidió que no volviera a frivolizar más con la eternidad, porque sólo el tiempo que pasa, se agota y muere es el único que se puede disfrutar.

***
Hoy Aquiles, el que tenía hermosos bucles, vive en alguna ciudad junto al mar, tiene profundas arrugas en la frente, ha perdido casi por completo su hermosa cabellera, es relativamente feliz disfrutando de las cosas perecederas que tiene a su lado y ya no se acuerda de cuando ejercía de diablo, porque un día un amor pasajero lo salvó de la eternidad.

sábado, 7 de enero de 2012

AQUILES, EL DE LOS HERMOSOS BUCLES. 1

Esta pequeña historia ha surgido de un dibujo de Irene, a manera de juego. Es uno de esos dibujos que realiza como apunte, como ejercicio para soltar la mano. Entre los dos, al principio, nos divertimos imaginando nombres, luego vino el resto.

El infierno, ese lugar donde los humanos colocamos a diablos y todo tipo de seres perversos, es, sin duda, un lugar muy incómodo en el que hace mucho calor, hay que estar todo el día avivando el fuego y, además, es un espacio cerrado y claustrofóbico donde la competencia es salvaje. Resultado: genera una tensión insoportable entre sus habitantes que, además, están condenados a no salir nunca de él. En fin, que no es un sitio recomendable para nadie desde un punto de vista metafísico, ni ontológico, ni consuetudinario.

En este desagradable lugar fue a nacer el desafortunado Aquiles. No el de los pies ligeros, no el susceptible hijo de Peleo, no el del mandoble fácil, sino el de los hermosos bucles. Sí, el de los hermosos bucles, porque el diablo Aquiles si por algo destacaba era por una hermosísima y envidiable cabellera rubia ondulada. Bellísima mar arbolada y objeto de deseo de todos los demás sujetos de su misma especie.

Pero no era la luminosa cabellera el único ornamento del infeliz Aquiles. No conforme la naturaleza divina con ofrecerle tan estupenda pelambrera, le había dotado de un cuerpo de escándalo donde poder saciar todas las necesidades de la lujuria. Sólo tenía un par de pequeños defectos: su brazo izquierdo no se había desarollado a la par que el resto de su cuerpo y (esto era peor) no compartía gustos ni aficiones con el resto de los hijos de las tinieblas.

Y ahí empezaban los sufrimientos de Aquiles, porque él no era un ser dotado para el pecado ni para la fealdad. Su labor demoníaca se veía francamente limitada por su inclinación al bien y su no declarado (¿quién se atrevería a hablar de ello en el orco?) interés estético por la belleza. Es evidente que con cualidades semejantes no se puede vivir muy a gusto en el hades. Y Aquiles sufría.

Aquiles sufría horneando almas a temperaturas desquiciantes. Aquiles sufría con los gritos de pavor de tanto condenado a la eternidad. Aquiles sufría con la sobrepoblación y el over booking, que si ya el infierno era un lugar saturado en la época de Dante, en la actualidad se ha convertido en un amasijo imposible de seres. Aquiles sufría ante tanta fealdad, tanto dolor y tanto cuerpo sudoroso y maloliente. Aquiles sufría con el comportamiento procaz y el lenguaje soez de sus compañeros. El pobre Aquiles, el de los hermosos bucles, sufría hasta cuando las noches de luna llena podía disfrutar de una salida para tomar parte en los famosos aquelarres, fiestas demelenadas y audaces en las que las brujas y algún otro ser humano mezclaban sus líquidos más íntimos con los residentes del averno.

Aquiles, el olvidado de los dioses, el de la piel rojiza, el de los hermosos bucles, llevaba una eternidad sufriendo con tanta desgracia. Hasta que un buen día sucedió algo imprevisto.


jueves, 9 de octubre de 2008

CLAUDIARI NORAEZEAN GALDUTAKO GUTUNA

Elatzetako boys-ei

Liluragarria zara, benetan. Egiten duzun guztia, liluragarri. Mugitzen zaren modua, liluragarri. Eguzkiaren izpiak lapurtu eta soinean daramatzazula dirudi, liluragarri hori.

Zer esan zure begi handi/dizdizari/berde garbi horiei buruz? Gizon bat baino gehiago zure begirada bereganatzeagatik mundua galtzeko prest legoke. Begi horiek, begiak baino amildegiak dira, eta amildegi gozo eta sakon horietan erortzen naiz, ikusten zaitudan bakoitzean.

Eta zure adatsa? Ez al da jainkosa batena? Ez, Afroditarena baino politagoa, Walkiriena baino rubixeagoa, Troiako Heleranena baino arriskutsuagoa. Badirudi goizalbaren argitasuna zure ilean bizi dela, eta goiz eder bateko usainarekin ederturik dagoela.

Ez naiz entretenituko zure aurpegi polit hori deskribatzen. Ogi berri egina bezain erakargarri, bezain samur, eta zure azala zuhaitzetik hartu berria den sagar leun, gozo eta jangarri hori baino eztiagoa.

Baina, erakartzen nauena, zorabiatzen nauena, taupadak eten eginarazten dizkidana, zera da: zure amaigabeko hankak. Nolatan kontrolatu nire burua, luxuzko eskailerak jaisten agertzen zarenean? Gainera, inportantzia izango ez balu bezala, biluzten hasten zara. 4. mailan kapela burutik kendu eta alde batera botatzen duzu. 9. mailan, eskularruek hegan egiten dute, eskaileratako zulotik. 11garrenean, jertsea. 16garrengo mailan -ai, ene!- akatsik gabeko zango horietako orkatila bi eta zertxobait gehiago azaltzen dira pantailan. Paradisura eramaten duten errepide horiek oso-osorik agertu baino lehen, iragarkia bukatzen da.

Liluragarria zara, maitea, baina gauza bat esan behar dizut, eta ez da erraza. Niri patata bezalako emakumeak gustatzen zaizkit: sinpleak, sendoak, trinkoak, gertukoak eta nutritiboak.


(Oharra: Idatzi hau Elatzetako mutilen arteko jolasketa besterik ez da. Hiruhilean behin edo, gau bat pasatzera joaten gara elkarrekin. Gau horietan, mundua konpontzeaz gain, luze hitz egiten dute batzuek emakumeei buruz. Bukaera ulertzeko jakin behar duzue poesia emanaldi batean J.L. Zabalaren Patatari oda irakurri nuen eta hor zeuden nire lagunak. Izenburuaren gainean klikatzen baduzue, poema zabalduko zaizue.)