lunes, 14 de abril de 2025

EL ROMÁNTICO, William Boyd

    Ejemplar del KM
Novela de viajes, novela de aventuras, novela histórica, novela ficción... No debería utilizar esta expresión tautológica, pero es tal la cantidad de novelas que últimamente se escriben con deshechos autobiográficos, que no solo se agradece que alguien recurra a la imaginación propia para crear un relato, sino que, además, parece necesario reivindicarla como indicativa de un género, el género por antonomasia. 

William Boyd nos ofrece las aventuras de Cashel Greville Ross, gran viajero, de naturaleza inquieta y romántica, con tendencia a la soledad y coleccionista de grandes momentos de la historia, lo que da muy buen resultado en la novela, como un atractivo más de ella para quien lee y para quien esctibe.

El hecho de que la narración se abra con una nota que nos habla de un manuscrito del protagonista, da pie al autor a mantener una cuestión que para muchos puede resultar relevante. Es la cuestión de qué dejamos después de que hayamos muerto, una vez que desaparecemos de la vida del resto de las personas. Cuestión nada baladí en algunas de las historias escritas por una parte de las más destacadas plumas británicas contemporáneas — Julian Barnes, Kazuo Ishiguro, Ian McEwan, Martin Amis...—.

En este sentido, y aunque Boyd sea un autor más asequible, más interesado en elaborar una historia llena de sucesos extraordinarios que en las implicaciones del estilo narrativo, lo que hace que su lectura resulte más atractiva para un público más numeroso, la cuestión central se mantiene viva a lo largo de todo el relato, como esa aparente paradoja entre una vida llena de plenitud y momentos brillantes que, inexorablemente, se va convirtiendo en casi nada —un manojo de cartas, unos pocos dibujos, algún pequeño objeto y un poco más—.

Pero tal vez la mayor habilidad y atractivo de la novela sea lo que les ocurre a los personajes que por ella desfilan y, en ocasiones, el uso del humor para subrayar determinadas situaciones como, por ejemplo, el juego entre la batalla del Nivelle y la de Waterloo cuando el protagonista despierta aturdido y con la preocupación de cuál sería mejor nombre para una narración. O como cuando Boyd hace que su protagonista juegue al billar con un Byron quemado por el sol y establece el paralelismo entre "páginas enteras de piel" y "manuscritos de integumento".


Divertida, irónica, muy fácil de leer. Irreverente en ocasiones y siempre interesante, El romántico resulta ser una lectura apasionante que nos recuerda que la vida avanza permanentemente a trompicones.

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