Todo, absolutamente todo en el universo, tiene un principio y tiene un final. Nosotros, también. Nacemos, realizamos unas cuantas cosas más o menos bien hechas y nos morimos. Las acciones que realizamos, lo mismo. Comienzan en algún momento y en algún otro terminan. Yo termino mi compromiso con la administración, con el centro en el que trabajo, con el alumnado y con mis compañeras y compañeros en cuanto acabe este curso. Pero la vida sigue, es decir, mi compromiso con las personas a las que me unen afectos varios continúa. Lo mismo que continúa mi compromiso con aquellas actividades en las que he invertido muchos años y espero invertir unos cuantos más.
Llevo mal todos esos procesos rituales que las sociedades aparentemente modernas y racionales siguen organizando como si necesitaramos aún de toda la parafernalia de la tribu y sus conjuros para poder seguir dando pasos con seguridad. Son los que el antropólogo van Gennep denominó como ritos de paso. Los aborrezco por las connotaciones mágico-religiosas que subyacen y porque no tengo necesidad de ellos para sentirme a gusto conmigo mismo. Es más, me molesta mucho tomar parte o que me insistan para que participe.
El caso es que desde hace bastantes años, y cada vez con mayor insistencia, se ha ido extendiendo el rito de la jubilación al amparo del progreso económico del siglo pasado, como si necesitáramos de ciertas acciones y conjuros para que la persona que abandona la vida laboral encuentre ánimo y protección en el tiempo que ahora va a tener por delante. Algunos, incluso, preguntan con cierto temor ajeno: ¿y qué vas a hacer luego? Vivir, queridos míos, vivir, sin ir más lejos, que los días son pocos y las penas ya intentan amargarnos unos cuantos.
Pero no quiero seguir por ese aburrido y cansino camino. Lo que quiero es agradecer a la cuadrilla del trabajo el buen gusto que han tenido y el respeto que han demostrado dejando que el tiempo fluya natural y sin sobresaltos rituales. Ha coincidido que nos jubilábamos tres personas y, en un momento dado de la comida anual de fin de curso han sacado estos versos y se han puesto a cantar.
Después del canto y de los aplausos, la comida ha seguido su curso natural entre conversaciones amistosas, risas y anécdotas varias, como en cualquier otra comida de compañeros de trabajo. Gracias a todos por vuestra naturalidad y sensatez. Gracias a todos por evitar el sentimentalismo y la coreografía ñoña.Con cariño y con convencimiento. Mañana volveremos a vernos.