En este sentido destacaría tres grandes virtudes:
- Para llevar a cabo su reflexión, se colocan dentro de la realidad.
- Expresan de forma directa y comprensible tanto para legos como para formados.
- Su pensamiento ha hecho avanzar la sociedad, no la opinión de los expertos sobre el Ser y sus aledaños; es decir, exponen y reflexionan sobre cuestiones reales, no metafísicas.
Quiero destacar en esta entrada sobre David Hume (1711-1776) algunas ideas que os puedan animar a leerlo. La primera de ellas es que quizá se trate del primer filósofo que tiene en cuenta los conocimientos científicos de la época para llevar a cabo su exposición sobre lo que podemos o no podemos conocer en su Investigación sobre el conocimiento humano. La segunda es que sacó definitivamente la filosofía de esa bruma pegajosa en la que se movía desde la escolástica. Me refiero a ese dar vueltas y vueltas en torno a la causa primera, a la necesidad de un ser superior para poder explicarnos el mundo que nos rodea. Fijaos con qué valentía cerraba precisamente ese texto: Cuando revisemos las bibliotecas, convencidos de estos principios (os que ha ido exponiendo), ¿cuánta destrucción debemos sembrar? Al tomar cualquier volumen en nuestras manos -de metafísica escolástica o sobre la divinidad, por ejemplo- , deberemos preguntarnos: ¿Contiene razonamientos experimentales relativos a los hechos y la existencia? No. Pues lancémoslos a las llamas, dado que no pueden contener más que sofisterías e ilusiones.
Y, por último, quiero destacar su concepción de la ética, alejada del esencialismo y de ideas absolutas. En ella resalta la idea de empatía, de compasión, de sentir junto con. Al margen de criterios absolutos, una sociedad que se rija por convenios y normas que todos podamos compartir, siempre será una sociedad más justa y deseable que una sociedad que se gobierne por normas absolutas que nadie pueda cuestionar.