Editorial |
Hace más o menos un mes me puse el que Mercedes Menchero había dedicado al libro de Bergson, La risa. Mientras escuchaba el programa, recordaba que nunca había dedicado ninguna entrada al filósofo francés y que bien se merecía este librito, tan fácil de leer, alguna propaganda por mi parte.
Como buen pensador, comienza su reflexión haciéndose muchas preguntas, preguntas a las que intentará dar respuesta a lo largo del texto.
¿Qué significa la risa? ¿Qué hay en el fondo de lo risible? ¿Qué puntos en común encontraríamos entre la mueca de un payaso, un juego de palabras, un enredo de vodevil, una escena de fina comedia? ¿Qué destilación nos dará la esencia, siempre la misma, a la que tantos y tan variados productos le deben su indiscreto olor o su delicado perfume? Los más grandes pensadores, desde Aristóteles, han afrontado este pequeño problema que siempre se resiste al esfuerzo, se resbala, huye y se vuelve a erguir, impertinente desafío lanzado a la especulación filosófica.
Desde luego, este no es su trabajo más importante, ni en él se encuentran sus principales ideas sobre el tiempo, la memoria, la intuición, la moral, la religión y el impulso vital —élan vital—; pero sí es un texto asequible a cualquier persona, porque una de las virtudes, la que le valió, por cierto, el Premio Nobel de Literatura en 1927, es su gran habilidad para transmitir cualquier idea de forma clara y sencilla (aprendió de su compatriota Descartes), su estilo ágil y exento de jerga técnica y oscura.
Las dos ideas eje sobre las que se organiza el texto son, en primer lugar, que la risa no puede darse fuera del ámbito humano, apela y procede directamente de la inteligencia; en segundo lugar, que posee una profunda significación social, no es posible sin la complicidad, sin la connivencia social, la risa cumple una función social al reprobar suavemente la rigidez de ciertos comportamientos que no prestan suficiente atención a la vida —lo ceremonioso, lo rígido, lo impuesto, suele hacerse risible cuando es llevado a la mascarada, cuando lo aislamos de la importancia de su función—.
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Y una anécdota de este filósofo que dominó el pensamiento francés del primer tercio del siglo XX y que me causó gran impresión cuando tuve noticia de ella en la adolescencia:
Bergson era hijo de madre irlandesa y padre polaco de convicciones judías. Él, hacia el final de su vida, y por la lógica evolución de su pensamiento, desea formar parte de la comunidad católica. Sin embargo, el final de su vida coincide con la ocupación nazi de Francia y, por solidaridad con la comunidad judía, que estaba siendo brutalmente perseguida, rehúsa a ingresar en ella.
Murió el 4 de enero de 1941 en París. Acompañaron el cortejo fúnebre su mujer, su hija, Paul Valèry y Edouard Le Roy.