Leo en la prensa del sábado el cabreo que se han pillado un buen grupo de artistas vascos, la mayoría músicos, por la ayuda económica que ha recibido Kepa Junkera. La subvención asciende a
704.000€ y la ha recibido, o terminará de recibirla, pues es para un proyecto de tres discos a publicar durante este año y los dos siguientes, de los departamentos de Cultura y del de Vivienda y Asuntos Sociales, y no es que necesite precisamente un piso de protección oficial.
Si a los compañeros de profesión de Junkera les mosquea que él reciba más que ellos, si al mundillo político-mediático le mosquea que Junkera reciba dinero del departamento de Vivienda y Asuntos Sociales (J. Madrazo), si a la afición en general le mosquea el pastón por hacer unos discos con amiguetes de aquí y de allá (tampoco éstos necesitan vivienda de protección oficial), a mí lo que me indigna es que la cultura sea una cosa de la administración, es decir, que el artista sea un funcionario... que en este caso vive muy bien.
El arte, las manifestaciones culturales deberían defenderse desde sí mismas, desde su propia calidad, y no desde la cantidad de amiguetes que se tenga en el gobierno de turno. Y esto por dos razones que me parecen fundamentales: la primera, porque el dinero público debería servir sólamente para realizar proyectos públicos, es decir, acciones que ayuden a la población, que es la que pone una parte de sus recursos para poder mejorar los servicios que recibe (salud, investigación, carreteras, puertos, vivienda, educación...); la segunda, porque ya está bien de entender el arte como una actividad funcionarial. Quien quiera ser artista, debería entender que su obra debe ser sometida al juicio del público, de la comunidad, y si la creación funciona, de ahí obtendrá sus beneficios, y no de la ayuda de la administración.
Ya sé que el discurso dominante dice que vivimos en una sociedad rica y que ésta debe proteger la creación de sus artistas, porque tenemos recursos suficientes para hacerlo y, además, es algo así como una obligación moral. Me la pela lo que opine la mayoría. En la mayoría de los casos las subvenciones económicas nada tienen que ver ni con la creación ni con la cultura. Tienen que ver con algo que se llama industria (industria cinematográfica, industria discográfica, industria editorial...), y es industria en todos sus mecanismos. O tienen que ver con un pique de grupito con otro grupito (los de corbata, los de pendiente, los de mi sexo, los de mi raza, los de mi pueblo...), para ver quién luce más y mejor. ¿Qué es sino eso que se llama protección de la cultura gallega, pasiega, española, vasca, francesa o anglosajona, si no es un sacar pecho delante de las otras? ¿Qué me importa que Hamlet lo escribiera un inglés, que el Taj Mahal lo edificaran hindúes, que las cabezas olmecas fueran talladas por manos centroamericanas o que las
fugas las creara una mente alemana? Lo que me importa es poder disfrutarlas, porque cada vez que lo hago me siento más próximo al ser humano que hay en mi y al que me rodea, pero, desde luego, ninguna de esas obras, por maravillosas que sean, valen lo que vale la vida de un solo ser humano.
Y lo que es peor, me resulta profundamente inmoral e insolidario que alguien cobre un pastón del gobierno occidental-capitalista-desarrollado que sea, mientras en ese mismo país, o en otro cualquiera, haya gente que necesite una ínfima parte de ese dinero para poder seguir estando viva. Que nadie me diga que el problema del hambre (y hablo de hambre, no de zapatos) está resuelto, porque no es verdad. Y mientras no esté resuelto me parece profundamente INJUSTO, INMORAL y DEGRADANTE que otro alguien reciba una ayuda económica pública por escribir un poema, pintar un cuadro o hacer una canción. Y que además se declare de izquierdas. Algo funciona obstinadamente mal en nuestra sociedad.