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Un punto de encuentro sigue presentándose por Donosti.
Al borde mismo del leve anochecer,
cuando la luna pinta grande y redonda
y sólo Venus es capaz de competir
en sutileza
con el horizonte,
el paseante se acodó en el pretil
del puente
y observó lo que el momento le ofrecía:
la luz y sus magníficos reflejos sobre el agua,
la mansedumbre de la ciudad,
el aire transparente de una jornada a finales de abril,
los últimos juegos de los niños en un parque.
Después revoloteó en torno suyo
algo que ignoramos
y se lanzó al vacío
en silencio.
Aparentemente carecía de motivos.
Un punto de encuentro, p. 25.