Este bonito y recoleto parque se encuentra en Hernani. Se creó en 1998 y se le asignó el nombre de alguien que, según parece, era muy apreciado en la localidad por su gran participación en los festejos de la misma, así como por su actividad montañera. Tiene unas instalaciones de juego infantil, una escultura del artista local Aitor Ruiz de Egino
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Biaulki, Ruiz de Egino. |
y un busto de la persona a quien se ha dedicado.
Como se puede apreciar en la fotografía, el texto de la placa es ilegible. Desconozco el motivo del acto vandálico, pero puedo suponer que alguien no comparte la idea de que ese espacio lleve el nombre que se le ha asignado. De este hecho, no me dejan de sorprender un par de cosas. Por una parte, la dejadez de la administración abandonando al paso del tiempo los elementos degradados del mobiliario urbano, como si el tiempo fuera a restaurarlos, o como si acostumbrándonos a verlos deteriorados, el mal efecto se diluyera. No hay peor impresión que el abandono del objeto dañado a la exposición pública y diaria.
No es de menor importancia la creciente polémica en nuestras ciudades sobre la denominación de calles y otros espacios, que a veces se convierten en formidables discusiones en las que se termina implicando buena parte de la población. A pesar de que en la mayoría de ellas existen diferentes grupos y colectivos encargados, entre otras cosas, de proponer nombres a los ayuntamientos, lo cierto es que las polémicas suelen ser bastante frecuentes cuando los nombres que surgen tiene alguna significación especial, sea del tipo que sea.
Parece difícil encontrar consensos en torno a personas, y parece igualmente difícil dejar a un lado la inveterada costumbre de poner nombres de personas a espacios públicos. Quizás empujados por el deseo de homenajear a alguien, olvidamos que hay otros grupos que preferirían honrar a alguien diferente o, incluso, se sienten agraviados por semejante elección. Es difícil encontrar una persona que congregue todas las sensibilidades.
Por eso, me atrevo a sugerir la introducción en el callejero de elementos racionales, ajenos a gustos y querencias particulares, y muy útiles para orientarnos en el recorrido por la ciudad: números y letras. Perderíamos en riqueza cultural, pero ganaríamos, en cambio, en reposo emocional y capacidad orientativa. Números y letras disponen de forma natural de sentido creciente y decreciente, así resultaría muy sencilla la localización con respecto al plano.
Una propuesta tan humilde como la de Swift, pero menos irónica y, desde luego, nada literaria, que eso crea mucha polémica y, además, resulta muy subjetiva.