Imagen tomada de Wikipedia |
Solimán era contemporáneo de Carlos V y de Enrique VIII. Lo mismo que coincidió en el tiempo con esos nombres, también coincidió en poder con ellos —más con el primero que con el segundo—, y de esto es de lo que nos habla la firma, según explican los expertos. Pero no es lo que me interesa de lo que en ella vemos. Ni tampoco el contenido de la misma(*).
Lo que me atrae de estas firmas es el propio dibujo, el magnífico trazo, la composición que organiza sobre el papel, la delicada combinación de colores, la capacidad para crear belleza, en definitiva, de un garabato. Poesía de la línea y del color.
Hasta donde mi conocimiento alcanza, y en mi opinión, sólo hay dos caligrafías a la altura de la que la civilización musulmana consiguió crear: la china y la japonesa. Ambas tres logran decir más de lo que dicen con su exquisita presentación. De las tres, prefiero la árabe porque al dibujo puede añadir color y adorno.
(*) La firma en sí: Solimán, hijo de Selim Kan, siempre victorioso.