Para verificar esta afirmación, basta con leer un índice de cualquier manual medianamente serio. Ahí podemos comprobar que el estudio de una etapa histórica supone adentrarse en los hechos sociales, políticos, económicos, artísticos, religiosos y científicos de esa época. Sin un conocimiento, aunque sea mínimo, de todos esos aspectos, no hay estudio de la Historia.
Claro está que, cuando hablo de la Historia, no me estoy refiriendo a ese simulacro absurdo que quizá recibimos algunos en las escuelas franquistas. La Historia tampoco es un relato de hechos inconexos, ni una secuencia caprichosa de nombres propios, ni una letanía de fechas y batallas. Además, no es una materia propia, en mi opinión, para ser presentada en las escuelas. No obstante, se pueden hacer muchas cosas con algunos elementos de la historia más próxima y concreta en los centros de primaria.
Dice Cicerón en su obra sobre el arte de la oratoria que no saber lo que ha ocurrido antes de nosotros es como seguir siendo niños. No me atrevería yo a ser tan radical en la afirmación, pero sí creo que es necesario un razonable conocimiento del pasado para no ser ignorantes, para no tropezar dos veces en la misma piedra, para ser más tolerantes y abiertos, para comprender mejor la sociedad en la que vivimos y poder mejorarla, porque, como dice el mismo autor en otro lugar de la misma obra, la Historia es maestra de la vida.
Y para aquellos que quieran iniciarse en este estudio una recomendación ligera, muy accesible y amena, escrita para adolescentes: Breve historia del mundo de Ernst H. Gombrich. Los que se atrevan con algo más formal y mucho más completo pueden hincarle el diente a la Historia Universal publicada por la editorial Siglo XXI, o la Historia general de las civilizaciones, publicada por Destino. En ambos casos, se trata de algo más que manuales universitarios, y están escritos por especialistas.
Feliz lectura.