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No hay que confundir la escuela filosófica con el significado actual de la palabra, que si los cínicos predicaban con el ejemplo y tenían en muy alta honra vivir sin necesidad de bienes materiales, nada más lejos de su intención que utilizar la mentira como defensa de su punto de vista.
De Antístenes sabemos que escribió en abundancia, pero no ha llegado nada hasta nosotros, salvo un par de fragmentos. Sin embargo, sí nos han llegado unas cuantas anécdotas, que nos ofrecen una idea del carácter del maestro y de su batalla con los usos y costumbres de la época. Os dejo aquí dos de ellas.
En cierta ocasión estaba un sacerdote del templo de Cibeles, la gran diosa madre, reclamando dinero para mantener el culto y el templo. Cuando pasó por allí Antístenes y oyó la petición del predicador no pudo contenerse y se dirigió a los presentes diciendo que ya sabrían los dioses ocuparse de su madre mejor que los humanos, que para eso eran dioses.
Otro día, mientras iba con sus alumnos por la ciudad, se encontró con otro sacerdote hablando de las delicias del más allá y de cuantos placeres se podrían gozar una vez muertos. El filósofo, que no tenía problemas para expresar en voz alta lo que pensaba, se dirigió al predicador y le aconsejó que no perdiera el tiempo y se suicidara de inmediato, pues estaba demorando el disfrute de tanto gozo.
Tal vez parezca un aguafiestas. Nada más lejos de la realidad. Siempre defendió la conquista de la felicidad como irrenunciable objetivo de la vida, la igualdad entre hombres y mujeres —Hiparquía es la primera mujer filósofa de la que tenemos noticia, y pertenecía a esta escuela—, así como la defensa de los placeres sencillos.