lunes, 14 de enero de 2019

GIACOMETTI EN EL GUGGENHEIM DE BILBAO

Hombre que camina. Fuente: Guggenheim Bilbao.

Hubo un tiempo en que decir pensamiento contemporáneo era decir existencialismo. El existencialismo lo inundaba todo y lo definía todo. Se era existencialista o se estaba fuera del mundo. Y Sartre era el director de orquesta. Más que El ser y la nada, era su obra literaria la que ilustraba estilos, gestos y conversaciones: La naúsea, Los caminos de la libertad, A puerta cerrada, Las moscas, Las manos sucias... Yo, de Sartre fui a Simon de Beauvoir y de esta a Camus. Y cuando ya era casi un existencialista convencido, me salió al encuentro El hombre que camina. Quedé fascinado. Fue durante bastantes años una de mis imágenes artísticas preferidas.

Aún hoy, y supongo que eso mismo le ocurre a la mayoría, la parte de la obra de Giacometti que más me gusta es la que está impregnada del pensamiento existencialista francés. Las figuras extraordinariamente adelgazadas y reducidas a su estar mínimo de mujeres y hombres que, caminantes o no, se encuentran abandonadas a su propia existencia, individualmente o formando grupos, me seducen con su presencia solitaria. Está bien el Giacometti cubista y el surrealista, pero no tiene, en mi opinión, ni la fuerza expresiva ni la capacidad comunicativa que tiene el Giacometti posterior.

La estupenda retrospectiva del Guggenheim —permanece abierta hasta el 24 de febrero— ha sido una excelente ocasión para recuperar todas aquellas sensaciones y comprobar una vez más que el mejor existencialismo es el que surgió de las grandes creaciones artísticas (literarias, escultóricas, cinematográficas..., me da igual), más que el de los grandes discursos especulativos. 

Este vídeo del programa de La 2 La sala seguro que os incita a verla mucho mejor de lo que yo os pueda inducir a ello.


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