Resulta curioso comprobar cómo funcionan los gustos, los afectos y las inclinaciones. No soy nada dado a las concepciones religiosas, pero la poesía de García Marruz, en general, me gusta. Me muevo en las antípodas de la nostalgia y no comparto esa visión de la infancia como terreno al que toda escritura vuelve, pero uno de los poemas que más disfruto de la poeta cubana es Canción de otoño. Y suscribo por completo el comentario de Milena Rodríguez:
Este poema,
que resulta también fundamental en la poética de Fina García Marruz, nos
permite percibir el que acaso sea uno de los secretos de la eficacia y de la
belleza de su poesía, esa fusión, ese modo en que se armonizan elementos que
pertenecen a diferentes órdenes y categorías: el espacio y el tiempo, lo ideal
y lo material, lo abstracto y lo concreto, lo real y lo fantástico, lo adulto y
lo infantil, lo trascendente y lo cotidiano menor. El poema es un canto y
también una pregunta por la infancia y la adolescencia, pregunta que leemos
filosófica y trascendental y, simultáneamente, entrañable, cordial, e incluso
ingenua. La voz que habla en este poema es, a la vez, adulta e infantil: el
poema consigue que los acentos infantiles, ingenuos, que aparecen en la voz
poética adquieran una dimensión trascendente; o tal vez habría que decirlo al
revés: el poema logra que sus acentos trascendentes no parezcan nunca
impostados, gracias a esa ingenuidad, a ese aire infantil que hallamos en la
voz poética; de ahí, acaso, la magia de estos versos. Quizás valga la pena
recordar aquí algunos de los apuntes de García Marruz sobre La Edad de Oro,
la revista infantil creada por José Martí. Decía García Marruz:
...no
bastaba con eludir el tono presuntuoso sino también el otro extremo, quizás más
frecuente, del tono excesiva o deliberadamente ingenuo. Por ahí suele pecar más
el libro destinado a los niños. El equilibrio es de veras difícil, de ahí que
sen tan contados los escritores que han sabido hablarles a los niños. Suele
pasarles lo que a Alicia al querer entrar en el País de las Maravillas, que tan
pronto se volvía demasiado grande como demasiado pequeña. Así, el lenguaje se
les vuelve demasiado magistral o demasiado pueril (La Edad de Oro, 293).
Podríamos
decir que en este libro, la voz poética es una especie de Alicia que viaja al
país de la infancia y la adolescencia, al País de las Maravillas, y que
consigue, sin embargo, no parecer nunca ni demasiado grande ni demasiado pequeña;
el lenguaje del viaje no es, tampoco, ni presuntuoso ni pueril; consigue, pues,
el equilibrio perfecto y tan difícil.
En este
texto, el tiempo es convertido, o presentado no sólo como tiempo en sí, sino
también como espacio y como materia: el pasado de la infancia es así un lugar
real y concreto, un lugar también vivenciado o sentido: "...los hondos
pasillos de la casa / donde estuvimos con frío aire de otoño", "...la
casa en que estuvimos / y cómo a mí me sonaban tus palabras"; no se trata,
pues, de un tiempo ideal, presente sólo en la memoria sino también de un lugar
físico: el "lugar que está sólo a unos pasos / de aquí..."; tan
físico, tan material, que la voz poética llega a preguntar: "¿conoces tú
el camino?". Asimismo, la imposibilidad para volver a ese particular
pasado, está dada, sin que se establezcan jerarquías entre ellas, tanto por
razones materiales (y en cierto modo infantiles, ingenuas): "Cómo volver
allí, cómo volver, / si ya el pasillo está lleno de polvo", como por motivos
trascendentes: "...he visto ya mi alma totalmente / y no entro en mí como
en un parque oculto". La voz poética, con su acento infantil, nos da
también una de las claves y una de las verdades más auténticas de por qué
perdura (no sólo para ella, sino para todos) ese tiempo pasado, ese tiempo de
la infancia, y es que en él ocupaban los juegos el centro; los juegos, sin
duda, "más graves que la frívola vida". La fusión, la armonía, la
anulación de contrarios, alcanza su máxima intensidad al final del poema,
bellísimo momento en que se tocan -instante raro y fugaz-, presencia y
ausencia, pasado y presente, ingenuidad y trascendencia, convirtiéndose en una
sola y misma cosa; esa constatación, así, de "lo eterno en lo fugaz"
que, como dice Arcos (Historia de la Literatura Cubana), puede sintetizar toda la poesía de García Marruz:
¿Conoces tú el país en que se vuelve?
Y sin embargo escribo sobre su
polvo "siempre".
Yo digo siempre como el que dice adiós".
Prólogo de El instante raro, pp 34-36.
CANCIÓN DE OTOÑO
¿Conoces
tú el país?...
GOETHE
Repitamos con
tono de balada muy vieja:
"Cómo
volver allí cómo volver."
Puedo volver,
amigo, al país más lejano.
Fácil sería ver
la nieve y los ciruelos.
Pero enséñame,
dime el intacto camino
que me llevó al
lugar de nuestro encuentro.
Llévame a los
hondos pasillos de la casa
en que estuvimos
con frío aire de otoño.
¿Cómo volver
allí, cómo volver?
Podemos caminar
la tierra entera.
Cansados de
buscar, preguntaríamos
"¿Cómo
volver allí, cómo volver
al lugar que
está sólo a unos pasos
de aquí, conoces
tú el camino?"
Allí nosotros
solos, los fugaces,
entre el muro
real, la tarde eterna,
estuvimos
hablando de los libros
preferidos,
oyéndonos las voces.
Cómo volver
allí, cómo volver,
si ya el pasillo
está lleno de polvo,
y he visto ya mi
alma totalmente
y no entro en mí
como en un parque oculto.
Más que un amor
que no es correspondido
o el futuro que
mira un moribundo,
lo imposible es
la casa en que estuvimos,
y cómo a mí me
sonaban tus palabras.
Cómo volver
allí, cómo volver,
a imaginar
siquiera lo que fuimos,
la extraña
adolescencia, los encuentros,
y los juegos más
graves que la frívola vida.
Oh y los muros
estaban como un hecho
irrefutable, más
allá del deseo
de mis ojos
fugaces y distintos!
La casa, sí,
sólo un amargo engaño,
era frágil,
mortal como los sueños.
Nosotros, los
fugaces, los despiertos
¿cómo podemos
di, volver allí?
Puedo volver,
amigo, al país más lejano,
al país de la
nieve y los ciruelos.
¿Mas adonde
quedó tu traje oscuro,
tus palabras y
el ruido del otoño?
Puedo mirar a la
verdad, los ángeles.
¿Mas aquella
mentira en que creímos,
con ácida
pureza, en los días secretos?
Puedo soñar el
sueño más distante.
¿Qué quedará más
lejos que la tarde
que acaba de
pasar, parque encantado?
¿Conoces tú el
país en que se vuelve?
Y sin embargo
escribo sobre su polvo "siempre".
Yo digo siempre
como el que dice adiós.