En
primer lugar, aunque esto parecerá a algunos una fruslería, porque
–muy repetidas veces– echa pestes del nacionalismo y del
socialismo, y «nazi», recuerdo, es abreviatura de
«nacionalsocialista».
Yendo
al meollo, si Nietzsche abomina de algo es justamente de esos
colectivismos o gregarismos que encarnan el instinto de rebaño. Es
ese instinto el que nos ha llevado al nihilismo reactivo en que
habitamos, el que ha enfermado al ser humano, poniéndolo al borde
del abismo, asqueado y aburrido de sí mismo.
Ayer
escuché dos respuestas distintas al padecimiento del cáncer: «no
me ha enseñado nada», «me ha llevado a no creer en nada»; la
primera es la conclusión sana de quien está vivo; la segunda, muy
de la época, es, sin embargo, la insana interpretación de un
nihilista, de quien, antes creyente en no se sabe qué, descubre por
fin que la vida (humana) era esto. No olvidemos que uno de los
tópicos supuestamente sabios de nuestro tiempo –y tópico implica
gregario– relativos al cáncer, aparte del de «luchar contra él»,
es el de aprender algo. No dudo de que se pueda, aunque tampoco es
obligado hacerlo. Ahora bien, aprender a descreer, significa
conservar una fe incólume en la nada, más que en la vida (humana).
Haber luchado tanto para esto…
Es,
no obstante, innegable que el nacionalsocialismo utilizó a Nietzsche
como pensador y profeta suyo. No sucedió esto por casualidad sino
por causa de que Nietzsche, más o menos desde que perdió la razón,
en 1889, se había convertido en una figura de referencia
excepcional, en una figura de culto, imposible hoy de imaginar
en el caso de alguien a quien consideramos filósofo. La historia es
larga y complicada. Intentaré esquematizarla.
Entre
1890 y 1945, en que, con la derrota del nazismo, que había
usufructuado su fama, Nietzsche pasa a ser persona non grata, el
filósofo fue tenido por profeta, fundador de una religión, héroe y
hereje, revolucionario, etc., figura, en cualquier caso, ante la que
había que tomar posición.
El
culto a su persona y a su pensamiento, o a algunas de las ideas más
conocidas de este, provenía de lados muy diversos y hasta
antagónicos. El carácter aforístico de su obra, en apariencia
abierta a interpretaciones multiformes y heterogéneas, propició ese
interés tan variopinto. La juventud culta de clase media, las
vanguardias de los años noventa eran en principio las más afines,
pero también tuvo seguidores en el psicoanálisis, y en el nuevo
siglo, en el expresionismo, entre músicos (R. Strauss, G. Mahler),
escritores (H. von Hofmannsthal, los hermanos Mann, A. Döblin o R.Musil) y hasta en el feminismo (L. Braun o H. StöckerH. Stöcker), los judíos
en general y el sionismo (C. Seligman, M. Buber, F. Rosenzweig; Th.Herzl, M. Nordau).
Ya
en los años ochenta –Nietzsche da cuenta de ello en sus escritos–
ciertos círculos racistas y nacionalistas se declaraban seguidores
de él. La noción nietzscheana del «superhombre», del que nada
sabían, junto con el extracto darwiniano de la supervivencia de los
mejor adaptados, de los más fuertes, los combinaban en el delirio de
la crianza de una raza superior. Que Nietzsche maldijera una y otra
vez, y aún otra más el racismo, el nacionalismo, el antisemitismo,
toda clase de colectivismo o gregarismo, que modificara la lectura
que Darwin hacía del evolucionismo justamente con su concepción del
Übermensch, que no tiene por qué entenderse en alemán como
superhombre, ni, en consecuencia, traducirse así, todo eso, a
los adictos a un culto les trae sin cuidado.
Fueron
E. Bertram y L. Klages quienes proporcionaron ideas más elaboradas,
discursos mucho más trabados que configuraron los orígenes místicos
del nacionalsocialismo. El primero hizo de Nietzsche un mito, profeta
germánico, leyenda nacional de la nueva derecha alemana; el segundo
le endilgó un vitalismo antirracionalista que era el suyo.
Eso,
en los años diez y veinte. Luego, A. Bäumler, filósofo nazi, en su
libro sobre Nietzsche, a quien considera en esencia un pensador
político, acentuó la importancia de la voluntad de poder,
entendida en el sentido más trivial, que no es el adecuado, mientras
rechazaba el eterno retorno, expediente de decisión práctica,
que le resultaba demasiado meditativo y suave, demasiado estoico para
lo que pretendía justificar.
Para
A. Rosenberg, otro de los pensadores nazis, Nietzsche era un
revolucionario cuyas ideas solo podrían ser comprendidas en el mundo
nazi. Coincidían, el filósofo y los nazis, en rechazar la sociedad
burguesa, el liberalismo, el socialismo, la democracia, el
igualitarismo, la moral cristiana y el racionalismo, pensaban ellos.
Coincidían en lo que rechazaban; deducían de ahí que también
sería nietzscheano lo que ellos afirmaban. — Así sigue habiendo
grupos neonazis que se reclaman seguidores de Nietzsche. Hace no
muchos años se presentaron un grupo de radicales de extrema derecha
en un congreso de la Sociedad Española de Estudios sobre Nietzsche,
esperando encontrar entre los estudiosos sus almas gemelas.
Entre
los nazis, sin embargo, hubo gente suficientemente informada que
sabía muy bien que Nietzsche no tenía nada que ver con ellos. E.Krieck, importante ideólogo del régimen «observó sarcásticamente
que si se pasaba por alto que Nietzsche no era ni socialista ni
nacionalista, y que además era enemigo de todas las teorías
racistas, en ese caso, sí, el filósofo podría haber sido un
teórico
eminente del nacionalsocialismo.» (Véase K. Gauger, «El culto a Nietzsche en Alemania», Estudios Nietzsche, nº 7.)
Nietzsche
no mata a Dios, Nietzsche no desmonta la moral cristiana, Nietzsche
no desacredita el conocimiento; él simplemente expone lo que está
sucediendo, y hace una crítica de la metafísica –de los discursos
dados por válidos– que está impidiendo que todo eso se vea. Por
ello repiensa lo que sea el lenguaje, la naturaleza del ser humano y
el sentido de la cultura, fundamentalmente a través de la
rectificación y la reintegración de las polaridades que el lenguaje
falsamente ha introducido en el mundo: cuerpo / alma, naturaleza /
cultura, sujeto / acción, hecho / interpretación, literal /
metafórico, verdad / error, bueno / malo, moral / inmoral, etc.,
etc. — Qué tenga eso que ver con la barbarie programada del
nazismo es algo que a uno difícilmente se le alcanza.
Aquí dejamos, de momento, la descomplicación de Nietzsche. Volveremos a la vuelta del verano.
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