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sábado, 2 de marzo de 2024

CAROLINA CORONADO Y LAS AURORAS BOREALES

El poema está en la p 345.
 Las auroras polares reciben ese nombre porque se ven desde latitudes próximas a los polos, boreal si son las que se ven en el entorno del polo norte y austral si es en el sur. Seguramente, quien más quien menos, todos sabemos de su atractivo y de su rareza, y hemos visto algún vídeo o alguna fotografía. Yo, incluso, cuando estuve en Islandia, tenía la esperanza de poder ver alguna. No tuve suerte. Sin embargo, en la poesía de Carolina Coronado me encuentro con dos (no uno, dos) poemas que hablan de la aurora boreal. Sé de su biografía y de sus viajes, que no fueron muchos, y sé que nunca sobrepasó el paralelo 60º, ni por el norte ni por el sur. 

Copio uno de ellos, el que más claramente habla de una aurora y de sus efectos luminosos. Está datado en 1848, Ermita de Bótoa, lugar por el que sentía especial atracción, relativamente cercano a su pueblo natal, Almendralejo. Es un largo poema compuesto por 24 octavas reales que recoge las supersticiones que todavía se daban en torno a estas manifestaciones luminosas en el cielo, aunque la ciencia ya había explicado hacía tiempo el origen tanto de cometas como de auroras. Cabe recordar aquí el caso de sor Juana Inés y el cometa de 1680.



ADIÓS DEL AÑO DE 1848

LA AURORA BOREAL



¿Qué es esa claridad que de repente
de la ermita ilumina el campanario,
y del Gévora oscuro la corriente
brillar hace en el campo solitario;
y por qué palidecen de la gente
los rostros al fulgor extraordinario
mientras sus sobresaltos y temores
revelan los ancianos labradores?

«¡Ay de nosotros, ay de nuestra tierra!»
Claman los labradores espantados.
«¿Veis los senos del ciclo ensangrentados?»
«Es anuncio de crímenes... de guerra...»
Mas confunden su voz desde la sierra
los lobos en su aullar, y los ganados
cuyos medrosos, débiles balidos
conjuran nuestros perros con aullidos.

Aparecerse veo las encinas,
agitando sus brazos al relente,
como fantasmas a la luz ardiente
que refleja en sus copas blanquecinas;
y dos tórtolas veo peregrinas,
huyendo de su cima velozmente,
que deslumbradas por la fuerte llama,
temieron el incendio de su rama.

¿Adónde van envueltos en los vientos,
cual nocturnos espíritus errantes,
ésos que con amarse están contentos
desde la cuna sin cesar amantes?
¿Quién les turba la paz ni los acentos
con que entrambos se arrullan palpitantes,
para volar, huyendo de la aurora
a la orilla del Gévora sonora?

Del fresno entre la húmeda enramada
¿van a buscar contra el incendio asilo?
Y ¿adónde encontraré yo una morada
para que pose el ánimo intranquilo?
¿Adónde irá mi alma acobardada
de esta medrosa noche en el sigilo,
contra el fantasma que sufrir no puedo
a guarecerse del horrible miedo?

Emilio, ven, contempla sin enojos
(Emilio era uno de sus hermanos)
los rayos de la luz, que así me inquieta,
y mira si es la luna ese planeta
que yo distingo entre vapores rojos;
porque hace un año que fatal cometa (Cometa de Miss Mitchell)
vieron cruzar mis espantados ojos,
y trajo al mundo universal estrago,
y tengo miedo de su nuevo amago.

Yo tengo miedo, sí, yo confundida
y en mi propia ignorancia avergonzada—
la causa del fenómeno escondida
busco, y en mi saber no encuentro nada;
pero amante del Gévora, la vida
pase a orillas del Gévora apartada,
y a temer aprendí de los pastores
del ciclo los extraños resplandores.

¿Oíste tú contar que desgarrados
como fieras allá los hombres mueren,
y no serán los golpes que los hieren
por los genios maléficos lanzados?
Y cuando están así desesperados,
¿genios no habrá que así los desesperen
sobrehumanos, celestes, infernales
de quienes esas llamas son señales?

No sé lo que será... pero recemos
por todos y por él... ¡genio querido,
ser adorado que jamás olvido
ni en los propios pesares más extremos!
¡ah! que de ese fantasma que tenemos
él hubiera mi mente defendido,
si penetrara aquí por un momento
la luz de su brillante pensamiento.

Hijo del mar, su pensamiento grave
conoce de los astros el camino,
porque el allá en el piélago marino
las noches estudió desde su nave,
y él me dijera, pues que tanto sabe,
por qué del cielo el resplandor divino
tiende esta noche el rubicundo manto
que pone el corazón tan grande espanto.

Yo, si mi mano de su mano asiera,
aun a la luz que temerosa brilla,
en esta misma noche me atreviera
del Gévora a llegar hasta la orilla;
y tal vez más allá de la ribera
la causa hallara fácil y sencilla
de ese fuego que abrasa el horizonte,
en el incendio del cercano monte...

Mas vuelve, Emilio, y mira sin recelo
si la encendida nube ya se aleja;
calma por Dios el fatigoso anhelo
del corazón que ni alentar me deja...
¿Dices que de la luz el ancho velo
por el espacio todo se refleja,
y que ya no se ve sombra ninguna...
ni los luceros, ni se ve la luna?...

¡Qué nos va a suceder! ¡qué nuevas penas
los decretos nos guardan del destino,
si ya de pesadumbres imagino
que están las almas de las gentes llenas!
Y ¿por qué no han de ser puras y buenas
esas luces, que teme el campesino,
y por qué no ha de ser de la montaña
el incendio, tal vez, de una cabaña?...

Tal vez de la cobarde fantasía,
tal vez del conturbado pensamiento
esas visiones son que el alma mía
vio fijas en el rojo firmamento;
tal vez en esta noche oscura y fría
nadie siente el espanto que yo siento
y ven los hombres, sin curarse de ellas,
las ráfagas que absorben las estrellas.

Vuelve otra vez, y mira si se apaga
o si se enciende más... si se enrojece...
y si de algún fantasma que aparece
ves ondear la cabellera vaga—
¿qué es lo que dices? ¿que el incendio crece
y que abrasar el universo amaga
tal vez ¡o niño! te confunde el miedo...
deja que mire... si mirarlo puedo...

¡Ay! es verdad, los rayos que se extienden
amenazando ahogar el vasto mundo,
los espíritus malos los encienden,
y al contemplarlos ya no me confundo;
ya con más claridad los aires hienden,
y aparece el fantasma furibundo,
y es hasta Roma donde el fuego alcanza,
y es sobre Roma donde el fuego lanza.

¡En Roma, en Roma! El fuego está en su cumbre
mira cómo la luz allí se aumenta;
allí chispea la espantosa lumbre;
allí el rojo fantasma se ensangrienta;
allí la alborotada muchedumbre
hace a la cristiandad terrible afrenta...
allí abismado en su dolor sombrío
¡huye a los mares el sagrado Pío!  (Pío IX en 1848 tuvo que huir de la turbamulta revolucionaria)

Mira por qué en los cielos se encendía
con tales rayos la siniestra llama;
mira por qué es la hoguera que derrama
tan fantástica luz al medio día,
mira por qué mí corazón temía,
risueno Emilio, al cielo que se inflama,
porque esa luz en noche tan oscura
era señal de nueva desventura.

Mira con qué furor sus alas bate,
para alejarse el de la adversa suerte;
año del infortunio, del combate,
del contagio, del crimen, de la muerte:
mira por qué a su «adiós» mi pecho late
sin que un instante a serenarle acierte,
porque el postrero adiós de su agonía
envuelto en el incendio nos lo envía.

¿Quién derramó la muerte en las ciudades?
¿Cuáles rayos los pueblos consumieron?
Los pontífices santos ¿por qué huyeron
y fue la humanidad calamidades?
No fueron de los hombres las maldades,
año de destrucción, tus genios fueron;
tu espíritu, no más, fue el enemigo,
que al mundo vino a dar tanto castigo.

Tú, como el huracán de los desiertos
que arrastra a los audaces peregrinos,
has pasado dejando los caminos
con el polvo de víctimas cubiertos;
tú, ya cuando a los muros palestinos
arribaba, tal vez, con pasos ciertos,
has destruido, con tu nube insana,
de una generación la caravana.

Y ¿cómo quieres que tu adiós acoja
la gente sin pavor, cuando en su daño
hiendes la horrible cabellera roja
maligno genio del funesto año?
Cuando en tu triste despedida arroja
el ciclo fuego, y con enojo extraño
viste la noche de color sangriento,
¡cómo decirte «adiós» sin desaliento!

Huye, te dice el pueblo desgraciado,
de quien vinistes a turbar la vida,
y ¡ojalá! ¡que en tus urnas sepultado
fuera el llanto que trajo tu venida!
Los que tanto en tus horas han llorado
te vienen a cantar la despedida:
mas huye, por piedad, más velozmente
mientras te canta el corazón doliente.

Huye, y que deje de mostrar el cielo
ese color de púrpura que espanta,
y que en este dolor que nos quebranta
aurora más feliz alumbre el suelo;
¡huye, y por tanto mal, por tanto duelo,
por tanto lloro, por desgracia tanta,
como dieron al mundo tus peleas,
siempre en los siglos maldecido seas!

Ermita de Bótoa, 1848.


Salgo de la lectura absolutamente confundido y asombrado. ¿Una aurora boreal en Badajoz? 

Sin embargo, en un trabajo publicado en 1856 de Manuel Rico y Sinobas (1819-1898), coetáneo de Carolina y académico de la Reales Academias de Medicina y de Ciencias Naturales, se dice lo siguiente (dejo la grafía de la época, que tiene su valor histórico): 

Aurora boreal del 17 de noviembre de 1848, observada desde diferentes puntos de la Península, como en la Coruña, Cartagena y por el centro de Castilla. El meteoro principió en Valladolid á las 7h y 30m dé la noche, apareciendo con todo su brillo entre las 9h y las 10h; perdió gradualmente su intensidad hasta la 1h y 45m de la mañana, en cuyo momento volvió á recobrar tintas encendidas, que se degradaron suavemente para desaparecer poco tiempo antes del crepúsculo del dia 18. 

La estension que ocupó horizontalmente la Aurora fue la de un arco de 7º á 80°, fijándose los pies del arco boreal sobre las torres telegráficas del cerro de la Maruquesa y la de la cuesta del Manzano en la villa de Cabezón. Los dos puntos aparentes del meteoro señalaban la dirección de N. N. O. á N. N. E., presentándose los pies ó estremos del arco boreal de luz blanco-verdosa intensa. La fuerza de la tinta cambiaba, dando lugar á la idea de un movimiento y traslación de luminosidad entre los estremos de la Aurora, y á la formación en diferentes ocasiones de las Medusas boreales. Por lo demás, el arco claro de la Aurora apareció rebajado en su centro, correspondiendo con el polo magnético de la tierra, y presentando en aquel luz difusa durante el curso total del meteoro.

Cerca del horizonte, y en dirección de Norte á N. N. E., aparecían nubes en forma de cirris negros ó fuertemente oscuros, y cuya altura sobre el horizonte no pasaba de 30m á 1º; encima de aquellas, y sirviendo de base al arco blanco boreal, habia una parte de la atmósfera ó zona iluminada con un color azul rojo vivísimo.

Efectivamente, Carolina Coronado vio la aurora boreal y quedó impresionado por el meteoro. Es más, lo más probable es que viera más de una. El trabajo describe nada menos que ¡35! auroras polares entre 1701 y 1848, 27 correspondientes al siglo XVIII y 8 a la primera mitad del XIX. El trabajo está alojado en la página divulgameteo.es.

***


miércoles, 28 de febrero de 2024

UN LIBRO, UN POEMA (Joaquín Pasos)

Editorial
#unlibrounpoema

Coincido con Óscar Hahn en que este "Canto de guerra de las cosas" es digno de encabezar una posible selección de los más sobresalientes poemas de Joaquín Pasos (1914-1947). 
 


Fratres: Existimoenim quod non sunt codignae passiones hujus temporis ad futuram gloriam, quae revelabitur in nobis. Nam exspectatio creaturae revelationem filiorum Dei exspectat. Vanitati enim creatura subjecta est non volens, sed propter eum, qui subjecit eam in spe: quia et ipsa creatura liberatibur a servitute corruptionis in libertaten gloriae filiorum Dei... Scimus enim quod omnis creaturae ingemiscit, et parturit asque adbuc.
                          PAULUS AD ROM. 8,18-23



CANTO DE GUERRA DE LAS COSAS


Cuando lleguéis a viejos, respetaréis la piedra,
si es que llegáis a viejos,
si es que entonces quedó alguna piedra.
Vuestros hijos amarán al viejo cobre,
al hierro fiel.
Recibiréis a los antiguos metales en el seno de vuestras familias,
trataréis al noble plomo con la decencia que corresponde a su carácter dulce;
os reconciliaréis con el zinc dándole un suave nombre;
con el bronce considerándolo como hermano del oro,
porque el oro no fue a la guerra por vosotros,
el oro se quedó, por vosotros, haciendo el papel del niño mimado,
vestido de terciopelo, arropado, protegido por el resentido acero…
Cuando lleguéis a viejos, respetaréis al oro,
si es que llegáis a viejos,
si es que entonces quedó algún oro.

El agua es la única eternidad de la sangre.
Su fuerza, hecha sangre. Su inquietud, hecha sangre.
Su violento anhelo de viento y cielo,
hecho sangre.
Mañana dirán que la sangre se hizo polvo,
mañana estará seca la sangre.
Ni sudor, ni lágrimas, ni orina
podrán llenar el hueco del corazón vacío.
Mañana envidiarán la bomba hidráulica de un inodoro palpitante,
la constancia viva de un grifo,
el grueso líquido.
El río se encargará de los riñones destrozados
y en medio del desierto los huesos en cruz pedirán en vano que regrese el agua a los cuerpos de los hombres.

Dadme un motor más fuerte que un corazón de hombre.
Dadme un cerebro de máquina que pueda ser agujereado sin dolor.
Dadme por fuera un cuerpo de metal y por dentro otro cuerpo de metal
igual al del soldado de plomo que no muere,
que no te pide, Señor, la gracia de no ser humillado por tus obras,
como el soldado de carne blanducha, nuestro débil orgullo,
que por tu día ofrecerá la luz de sus ojos,
que por tu metal admitirá una bala en su pecho,
que por tu agua devolverá su sangre.
Y que quiere ser como un cuchillo al que no puede herir otro cuchillo.

Esta cal de mi sangre incorporada a mi vida
será la cal de mi tumba incorporada a mi muerte,
porque aquí está el futuro envuelto en papel de estaño,
aquí está la ración humana en forma de pequeños ataúdes,
y la ametralladora sigue ardiendo de deseos
y a través de los siglos sigue fiel el amor del cuchillo a la carne.
Y luego, decid si no ha sido abundante la cosecha de balas,
si los campos no están sembrados de bayonetas,
si no han reventado a su tiempo las granadas…
Decid si hay algún pozo, un hueco, un escondrijo
que no sea un fecundo nido de bombas robustas;
decid si este diluvio de fuego líquido
no es más hermoso y más terrible que el de Noé,
sin que haya un arca de acero que resista
¡ni un avión que regrese con la rama de olivo!

Vosotros, dominadores del cristal, he ahí vuestros vidrios fundidos.
Vuestras casas de porcelana, vuestros trenes de mica,
vuestras lágrimas envueltas en celofán, vuestros corazones de bakelita,
vuestros risibles y hediondos pies de hule,
todo se funde y corre al llamado de guerra de las cosas,
como se funde y se escapa con rencor el acero que ha sostenido una estatua.
Los marineros están un poco excitados. Algo les turba su viaje.
Se asoman a la borda y escudriñan el agua,
se asoman a la torre y escudriñan el aire.
Pero no hay nada.
No hay peces, ni olas, ni estrellas, ni pájaros.
Señor Capitán, ¿a dónde vamos?
Lo sabremos más tarde.
Cuando hayamos llegado.
Los marineros quieren lanzar el ancla,
los marineros quieren saber qué pasa.
Pero no es nada. Están un poco excitados.
El agua del mar tiene un sabor más amargo,
el viento del mar es demasiado pesado.
Y no camina el barco. Se quedó quieto en medio del viaje.
Los marineros se preguntan ¿qué pasa? con las manos,
han perdido el habla.
No pasa nada. Están un poco excitados.
Nunca volverá a pasar nada. Nunca lanzarán el ancla.

No había que buscarla en las cartas del naipe ni en los juegos de la cábala.
En todas las cartas estaba, hasta en las de amor y en las de navegar.
Todos los signos llevaban su signo.
Izaba su bandera sin color, fantasma de bandera para ser pintada con colores de sangre de fantasma,
bandera que cuando flotaba al viento parecía que flotaba el viento.
Iba y venía, iba en el venir, venía en el yendo, como que si fuera viniendo.
Subía, y luego bajaba hasta en medio de la multitud y besaba a cada hombre.
Acariciaba cada cosa con sus dedos suaves de sobadora de marfil.
Cuando pasaba un tranvía, ella pasaba en el tranvía;
cuando pasaba una locomotora, ella iba sentada en la trompa.
Pasaba ante el vidrio de todas las vitrinas,
sobre el río de todos los puentes,
por el cielo de todas las ventanas.
Era la misma vida que flota ciega en las calles como una niebla borracha.
Estaba de pie junto a todas las paredes como un ejército de mendigos,
era un diluvio en el aire.
Era tenaz, y también dulce, como el tiempo.


Con la opaca voz de un destrozado amor sin remedio,
con el hueco de un corazón fugitivo,
con la sombra del cuerpo,
con la sombra del alma, apenas sombra de vidrio,
con el espacio vacío de una mano sin dueño,
con los labios heridos,
con los párpados sin sueño,
con el pedazo de pecho donde está sembrado el musgo del resentimiento
y el narciso,
con el hombro izquierdo,
con el hombro que carga las flores y el vino,
con las uñas que aún están adentro
y no han salido,
con el porvenir sin premio, con el pasado sin castigo,
con el aliento,
con el silbido,
con el último bocado de tiempo, con el último sorbo de líquido,
con el último verso del último libro.
Y con lo que será ajeno. Y con lo que fue mío.


Somos la orquídea del acero,
florecimos en la trinchera como el moho sobre el filo de la espada,
somos una vegetación de sangre,
somos flores de carne que chorrean sangre,
somos la muerte recién podada
que florecerá muertes y más muertes hasta hacer un inmenso jardín de muertes.

Como la enredadera púrpura de filosa raíz
que corta el corazón y se siembra en la fangosa sangre
y sube y baja según su peligrosa marea.
Así hemos inundado el pecho de los vivos,
somos la selva que avanza.

Somos la tierra presente. Vegetal y podrida.
Pantano corrompido que burbujea mariposas y arcoíris.
Donde tu cáscara se levanta están nuestros huesos llorosos,
nuestro dolor brillante en carne viva,
oh santa y hedionda tierra nuestra,
humus humanos.

Desde mi gris sube mi ávida mirada,
mi ojo viejo y tardo, ya encanecido,
desde el fondo de un vértigo lamoso
sin negro y sin color completamente ciego.
Asciendo como topo hacia un aire
que huele mi vista,
el ojo de mi olfato, y el murciélago
todo hecho de sonido.
Aquí la piedra es piedra, pero ni el tacto sordo
puede imaginar si vamos o venimos,
pero venimos, sí, desde mi fondo espeso,
pero vamos, ya lo sentimos, en los dedos podridos
y en esta cruel mudez que quiere cantar.

Como un súbito amanecer que la sangre dibuja
irrumpe el violento deseo de sufrir,
y luego el llanto fluyendo como la uña de la carne
y el rabioso corazón ladrando en la puerta.
Y en la puerta un cubo que se palpa
y un camino verde bajo los pies hasta el pozo,
hasta más hondo aún, hasta el agua,
y en el agua una palabra samaritana
hasta más hondo aún, hasta el beso.
Del mar opaco que me empuja
llevo en mi sangre el hueco de su ola,
el hueco de su huida,
un precipicio de sal aposentada.
Si algo traigo para decir, dispensadme,
en el bello camino lo he olvidado.
Por un descuido me comí la espuma,
perdonadme, que vengo enamorado.

Detrás de ti quedan ahora cosas despreocupadas, dulces.
Pájaros muertos, árboles sin riego.
Una hiedra marchita. Un olor de recuerdo.
No hay nada exacto, no hay nada malo ni bueno,
y parece que la vida se ha marchado hacia el país del trueno.
Tú, que viste en un jarrón de flores el golpe de esta fuerza,
tú, la invitada al viento en fiesta,
tú, la dueña de una cotorra y un coche de ágiles ruedas, sobre la verja
tú que miraste a un caballo del tiovivo
y quedar sobre la grama como esperando que lo montasen los niños de la escuela,
asiste ahora, con ojos pálidos, a esta naturaleza muerta.

Los frutos no maduran en este aire dormido
sino lentamente, de tal suerte que parecen marchitos,
y hasta los insectos se equivocan en esta primavera sonámbula sin sentido.
La naturaleza tiene ausente a su marido.
No tienen ni fuerzas suficiente para morir las semillas del cultivo
y su muerte se oye como el hilito de sangre que sale de la boca del hombre herido.
Rosas solteronas, flores que parecen usadas en la fiesta del olvido,
débil olor de tumbas, de hierbas que mueren sobre mármoles inscritos.
Ni un solo grito. Ni siquiera la voz de un pájaro o de un niño
o el ruido de un bravo asesino con su cuchillo.
¡Qué dieras hoy por tener manchado de sangre el vestido!
¡Qué dieras por encontrar habitado algún nido!
¡Qué dieras porque sembraran en tu carne un hijo!

Por fin, Señor de los Ejércitos, he aquí el dolor supremo.
He aquí, sin lástimas, sin subterfugios, sin versos,
el dolor verdadero.
Por fin, Señor, he aquí frente a nosotros el dolor parado en seco.
No es un dolor por los heridos ni por los muertos,
ni por la sangre derramada ni por la tierra llena de lamentos,
ni por las ciudades vacías de casas ni por los campos llenos de huérfanos.
Es el dolor entero.
No pueden haber lágrimas ni duelo,
ni palabras ni recuerdos,
pues nada cabe ya dentro del pecho.
Todos los ruidos del mundo forman un gran silencio.
Todos los hombres del mundo forman un solo espectro.
En medio de este dolor, ¡soldado!, queda tu puesto
vacío o lleno.
Las vidas de los que quedan están con huecos,
tienen vacíos completos,
como si se hubieran sacado bocados de carne de sus cuerpos.
Asómate a este boquete, a éste que tengo en el pecho,
para ver cielos e infiernos.
Mira mi cabeza hendida por millares de agujeros:
a través brilla un sol blanco, a través un astro negro.
Toca mi mano, esta mano que ayer sostuvo un acero:
¡puedes pasar, en el aire, a través de ella, tus dedos!
He aquí la ausencia del hombre, fuga de carne, de miedo,
días, cosas, almas, fuego.
Todo se quedó en el tiempo. Todo se quemó allá lejos.


Serrat puso música al epitafio que Ernesto Cardenal le dedicó y lo cantó así:

***


martes, 27 de febrero de 2024

DESAJUSTE EMOCIONAL ANTE LA MADRE PATRIA

Ivan G. M. ante su estudio.

Este poema aparece en la sección sexta de El espesor de la herida, la que lleva por título "Escucha, oh patria, mi aflicción". Surgió hace ya bastantes años, cuando vi por primera vez la estatua de La madre patria o "La madre patria llama". Ante ella quedé verdaderamente espantado. Se encuentra en Volgogrado, pero otras muchas similares y con el mismo mensaje se pueden ver por todo el mundo. No es precisamente la imagen de la patria que deseo para nadie.

Más tarde, cuando comencé a redactar el poemario, me di cuenta de que encajaba perfectamente en él. Este y "Desolación de la victoria" son los dos poemas escritos años antes de que pensara escribir El espesor de la herida, y como surgieron de una imagen concreta es por lo que prefiero que sea ella la que acompañe al audio y no la de la portada del libro.

El tema musical es obra de Ivan G. M., quien lo ha creado ex profeso para él, y quien continúa trabajando en la creación de la banda sonora del poemario. Un regalo para el que no tengo palabras de agradecimiento suficientes. 




***


sábado, 24 de febrero de 2024

ÁNGEL GONZÁLEZ

C/ de las Infantas.
Gracias, Javier
 
De repente, alguien se acuerda de ti y te manda un regalo en forma de fotografía vía guasap. Él pasaba por allí y sabía de mi cariñosa inclinación hacia la poesía. Saca el teléfono, dispara y me lo envía. Es como cuando recibíamos una postal desde algún sitio lejano. A quien nos la enviaba, algo, lo que fuera, le había provocado que se acordara de nosotros y nos hacía partícipes de su recuerdo, es decir, de su cariño y de su amistad. 

En este caso, la chispa que enciende la memoria es una placa que el Ayuntamiento de Aranjuez ha colocado en una céntrica calle. La placa tiene grabado un poema, un poema que habla de lo que permanece. Lo que se mantiene en el tiempo es eso que algún día hemos dado —o hemos recibido— y estará con nosotros mientras nosotros duremos. Amistad a lo largo, que diría otro compañero de generación.


YA NADA AHORA



Largo es el arte; la vida en cambio corta
como un cuchillo.
                         Pero nada ya ahora


—ni siquiera la muerte, por su parte
inmensa—


podrá evitarlo:
                     exento, libre,


como la niebla que al romper el día
los hondos valles del invierno exhalan,


creciente en un espacio sin fronteras,


este amor ya sin mí te amará siempre.



***


jueves, 22 de febrero de 2024

LAS VÍCTIMAS SE PREGUNTAN

 

Iván G.M. (genial, como siempre) continúa creando sin parar y ya tenemos nuevo episodio de la banda sonora original de El espesor de la herida

Este es el poema: 



LAS VÍCTIMAS SE PREGUNTAN

La guerra es la salida cobarde a los problemas de la paz.

THOMAS MANN




Ante la inminencia de la muerte

la víctima intenta averiguar

el valor espiritual y hasta metafísico

del artilugio que la hará desaparecer

y se pregunta:

¿Son más valiosas las bombas

que arrasaron la ciudad de Colonia



durante el 43

o las que cayeron dos años antes

sobre la ciudad de Londres?

¿Es la bala japonesa que mató

al campesino chino en el 31

superior a la del soldado de Lon Nol,

la que privó de la vida

al obrero camboyano?

¿Debo preferir

las flechas que segaban las vidas

disparadas por los arqueros de los Plantagenet

o las de los arqueros al servicio de los Capetos?

¿Qué argumentos debo utilizar

para inclinarme a favor

de la cimitarra musulmana

o, por el contrario,

del lado de la recta espada cristiana?

¿Es mejor la piedra

de la honda de David

o las de los filisteos?




La víctima,

perpleja,

no alcanza a dilucidar

la diferencia ontológica

entre un arma y otra,

y sigue preguntándose

hasta que un enemigo

de la vida

siega la suya

con absoluta limpieza

y convencimiento.



***



Incapaz de resolver la cuestión

del artefacto asesino

otra víctima se pregunta por sí misma:

¿Soy mejor víctima si muero a manos

de un egipcio o de un hitita,

de un troyano o de un heleno,

de un romano o de un cartaginés,

de un franco o de un sajón,

de un vikingo o de un celta,

de un fatimí o de un selyúcida,

de un güelfo o de un gibelino,

de un cruzado o de un otomano?




Llegado a este punto

la víctima reconoce

que ni tan siquiera tendrá tiempo

para poder repasar la infinita lista

de todos sus posibles agresores.

Tampoco sabe si es mejor un continente u otro

para morir,

ni cuál pueda ser la forma más adecuada

de hacerlo.

Por no saber,

no sabe si la razón debe ser

religiosa o económica,

política o cultural,

ideológica o estética,

geográfica o académica,

aunque unos instantes antes

de perder la vida

tiene la sospecha

de que ninguna de ellas

debería utilizarse

para arrebatársela a nadie.



***



Las víctimas no pueden hacer nada,

solo son víctimas,

y mueren por la causa

o tal vez sin causa alguna,

pero mueren.

Y este es el resultado: 


***


GERTRUDIS GÓMEZ DE AVELLANEDA

Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873) es, seguramente, la romántica en lengua española más tópica y decididamente romántica de todas las escritoras románticas de la época. Quiero decir que si en la concepción popular de "lo romántico" la característica que se suele tener como central y casi exclusiva para identificarlo es la del sentimentalismo, el apasionamiento y la exaltación amorosa, Gómez de Avellaneda cumplía muy bien con ella. Fue mujer tremendamente apasionada que hizo del amor —tanto humano como divino— su bandera. 

Sobre el humano yo diría que sus cartas personales son mucho más expresivas y emocionalmente más poderosas que su poesía —Así he llegado a esta época de mi vida sin más recuerdos hondos que los de dos grandes infortunios: el de un amor mal colocado, y el de una felicidad pasajera, que ni aun supe apreciar sino después de haberla perdido. Objeto de un grande amor que me fue arrebatado cuando empezaba a conocerlo; víctima de un amor loco que supe sentir conociendo su locura, jamás he sido feliz ni he hecho feliz a nadie (carta a Antonio Romero Ortiz, 28-IV-1853)—, pero como en este espacio me ocupo más de la poesía que de la correspondencia, he aquí un ejemplo de cada uno:


Amor humano:



A Él

No existe lazo ya: todo está roto:
plúgole al cielo así: ¡bendito sea!
Amargo cáliz con placer agoto:
mi alma reposa al fin: nada desea.

Te amé, no te amo ya: piénsolo al menos:
¡nunca, si fuere error, la verdad mire!
Que tantos años de amarguras llenos
trague el olvido: el corazón respire.

Lo has destrozado sin piedad: mi orgullo
una vez y otra vez pisaste insano...
Mas nunca el labio exhalará un murmullo
para acusar tu proceder tirano.

De graves faltas vengador terrible,
dócil llenaste tu misión: ¿lo ignoras?
No era tuyo el poder que irresistible
postró ante ti mis fuerzas vencedoras.

Quísolo Dios y fue: ¡gloria a su nombre!
Todo se terminó, recobro aliento:
¡Ángel de las venganzas!, ya eres hombre...
ni amor ni miedo al contemplarte siento.

Cayó tu cetro, se embotó tu espada...
Mas, ¡ay!, cuán triste libertad respiro...
Hice un mundo de ti, que hoy se anonada
y en honda y vasta soledad me miro.

¡Vive dichoso tú! Si en algún día
ves este adiós que te dirijo eterno,
sabe que aún tienes en el alma mía
generoso perdón, cariño tierno.



A DIOS

Soneto


¿No es delirio, Señor? Tú, el absoluto
En belleza, poder, inteligencia;
Tú, de quien es la perfección esencia
Y la felicidad santo atributo;

Tú, a mí —que nazco y muero como el bruto— 
Tú, a mí —que el mal recibo por herencia—
Tú, a mí —precario ser, cuya impotencia
Sólo estéril dolor tiene por fruto...

¿Tú me buscas ¡oh Dios! Tú el amor mío
Te dignas aceptar como victoria
Ganada por tu amor a mi albedrío?

¡Sí! no es delirio; que a la humilde escoria,
Digno es de tu supremo poderío
Hacer capaz de acrecentar tu gloria!

En Rtve Play hay otro interesante documental dedicado a Gertrudis Gómez de Avellaneda, Carolina Coronado y Robustiana Armiño. Para poder verlo hay que darse de alta. 

En la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes podéis leer muchas de sus obras.

La coronación de Quintana, Luis López Piquer.
Fuente y copyright de la imagen: ©Museo Nacional del Prado.

***


miércoles, 21 de febrero de 2024

UN LIBRO, UN POEMA (Sylvia Plath)

Editorial
#unlibrounpoema

El mundo editorial es muy raro. Incomprensible para mí. 

Hace aproximadamente un año dejaba en esta misma sección el poema en el Plath hablaba de su padre. El pasado 2 de febrero me encontré con la edición de la poesía completa editada por Navona. Es la misma edición que realizara Ted Hughes y con la misma traducción de Xoán Abeleira. Bueno, para ser exacto, en la traducción hay algún pequeño cambio y las notas han sido ampliadas. 

Líos comerciales o editoriales a un lado, aprovecho para dejar otro poema de esta extraordinaria poeta.



UN REGALO DE CUMPLEAÑOS



¿Qué es lo que oculta ese velo? ¿Algo feo, algo bonito?

Eso que brilla tanto, ¿tiene pechos?, ¿tiene filos?



Seguro que es algo único. Seguro que es justo lo que quiero.

Mientras cocino tranquilamente, noto su mirada, escucho lo que piensa:



"¿Es ésta la persona ante quien debo aparecerme?

¿Es ésta la elegida, la de las ojeras negras y la cicatriz en la cara?



¿La que ahora está pesando la harina, quitando lo que sobra,

ajustándose a las reglas, las reglas, las reglas?



¿Es ésta la destinataria de la anunciación?

Dios! ¡Qué risa me da!"



Sea lo que sea, no para de brillar, y hasta creo que me quiere.

No me importaría que fuesen huesos, o un broche de perlas.



Aunque, la verdad, no espero mucho del regalo de este año.

Después de todo, estoy viva de casualidad.



De buena gana me habría matado aquella vez, de una otra manera.

Y ahora está ese velo ahí, ondulando y refulgiendo como un telón,



como la cortina de satén translúcido de una ventana de enero,

reluciente como las sábanas de un niño, centelleando con su aliento letal. ¡Oh marfil!



Debe de haber un colmillo ahí detrás, una columna fantasma.

Aunque me da igual lo que sea, ¿no te das cuenta?



¿Por qué no me lo das de una vez?

No te avergüences: no me importa que sea pequeño.



No seas tacaño: a mí no me espanta la enormidad.

Sentémonos a admirar, uno a cada lado, su destello,



su relumbrante esmalte, su espejeante variedad.

Tomemos nuestra última cena en él, como en un plato de hospital.



Ya sé por qué no quieres dármelo:

tienes pánico



de que el mundo entero estalle en un grito, y tu cabeza de tirano

esculpida en relieve, fundida de bronce, como un escudo antiguo,



esa maravillosa herencia para tus biznietos, estalle con él.

No temas: eso no va a ocurrir.



Me limitaré a cogerlo y a apartarme en silencio.

Ni siquiera me oirás abrirlo: no sentirás crujir el papel,



caer el lazo, ni chillaré al final —suponiendo

que me tengas por una persona tan discreta, que no lo creo.



Si al menos comprendieras que este velo está matando mis días.

Para ti es sólo una transparencia, aire puro.



Pero, Dios, las nubes parecen de algodón:

hay un ejército de ellas. Son monóxido de carbono.



Suave, suavemente lo aspiro,

llenando mis venas con ese millón de invisibles



pero probables partículas que perturban los años de mi vida.

Te has vestido de gala para la ocasión. Ah, máquina calculadora,



¿jamás dejas que nada se te escape y siga su curso normal?

¿siempre tienes que estampar todo en púrpura,



matar todo cuanto puedes?

Hoy sólo quiero na cosa, y sólo tú puedes dármela.



Está ahí, junto a mi ventana, tan grande como el cielo.

Respirando desde mis folios, ese frío punto muerto



en que las vidas derramadas se congelan y atiesan para la historia.

Que no llegue por correo, por favor, pedazo a pedazo.



Que no pase de boca en boca, pues me darían los sesenta

cuando lograra juntarlo todo, y ya no estaría en condiciones de usarlo.



Basta con que retires el velo, el velo, el velo.

Si lo que oculta es la muerte,



aceptaría su profunda gravedad, sus ojos atemporales.

Y sabría que eres serio.



Habría cierta nobleza en esto, habría un día de cumpleaños.

Y el cuchillo, en vez de cortar, penetraría



puro y limpio como el chillido de un niño,

haciendo que el universo fluyese de mi costado.

***

martes, 20 de febrero de 2024

LUIS CHAMIZO

Librerías
Supe de Luis Chamizo porque cuando estudiaba COU hice en alguna parte un recital de poesía en el que estaba incluído "El embargo", de Gabriel y Galán. Al terminar, alguien se me acercó y me preguntó si conocía a Chamizo. Contesté que no. Poco después, un día de abril en que coincidí en la Gran Vía madrileña con dos de mis profesores de 6º, me hice con el ejemplar que aquí aparece. Digo lo de los profesores, porque por entonces tenía la costumbre de anotar la fecha de compra y algún suceso acontecido en el día en los libros que adquiría. 

Es posible que si yo no hubiera nacido en la provincia de Cáceres y mi madre no me hubiera regalado el ejemplar de las Obras completas de Gabriel y Galán, nunca habría recitado "El embargo" y nunca habría sabido de Chamizo. Estas cadenas de acontecimientos que la casualidad va tejiendo me resultan divertidas. Es más, me acabo de enterar hace unos minutos, por el enlace de Wikipedia, de que una hermana vive a escasos metros de una calle que lleva el nombre del poeta de Guareña, y por la que, claro, yo he pasado en muchas ocasiones sin enterarme de cómo se llamaba. El azar tiene estos detalles.

El poema que aquí reproduzco es, seguramente, el más conocido de la docena de ellos que componen El miajón de los castúos. Está escrito en extremeño, pero las diferencias dialectales con el castellano no son tan abundantes como para que no se entienda. Es un poema de carácter narrativo y de gran dramatismo. Yo carezco del acento de la región, pues aunque nací allí no he vivido sino los primeros cuatro años escasos de mi infancia. Aun así, me he atrevido a grabarlo. 


LA NACENCIA


I

Bruñó los recios nubarrones pardos
la lus del sol que s'agachó en un cerro,
y las artas cogollas de los árboles
d'un coló de naranjas se tiñeron.

A bocanás el aire nos traía
los ruídos d'alla lejos
y el toque d'oración de las campanas
de l'iglesia del pueblo.
Íbamos dambos juntos, en la burra,
por el camino nuevo,
mi mujé mu malita,
suspirando y gimiendo.


Bandás de gorrïatos montesinos
volaban, chirrïando por el cielo,
y volaban pal sol qu'en los canchales
daba relumbres d'espejuelos.

Los grillos y las ranas
cantaban a lo lejos,
y cantaban tamién los colorines
sobre las jaras y los brezos,
y roändo, roändo, de las sierras
llegaba el dolondón de los cencerros.

¡Qué tarde más bonita!
¡Qu'anochecer más güeno!
¡Qué tarde más alegre
si juéramos contentos...!

*

—No pué ser más —me ijo—, vaite, vaite
con la burra pal pueblo,
y güérvete de priesa con l'agüela,
la comadre o el méico.

Y bajó de la burra poco a poco,
s'arrellenó en el suelo,
juntó las manos y miró p'arriba,
pa los bruñíos nubarrones recios.

*

¡Dirme, dejagla sola,
dejagla yo a ella sola com'un perro,
en metá de la jesa,
una legua del pueblo...
eso no! De la rama
d'arriba d'un guapero,
con sus ojos reondos
nos miraba un mochuelo,
un mochuelo con ojos vedriaos
como los ojos de los muertos...

¡No tengo juerzas pa dejagla sola!
¿pero yo de qué sirvo si me queo?

*

La burra, que roía los tomillos
floridos del lindero
carcaba las moscas con el rabo;
y dejaba el careo,
levantaba el jocico, me miraba
y seguía royendo.
¿Qué pensará la burra
si es que tienen las burras pensamiento?

*

Me juí junt'a mi Juana,
me jinqué de roillas en el suelo,
jice por recordá las oraciones
que m'enseñaron cuando nuevo.
No tenía pacencia
p'hacé memoria de los rezos...
¿Quién podrá socorregla si me voy?
¿Quién va po la comadre si me queo?

*

Aturdio del tó gorví los ojos
pa los ojos reondos del mochuelo;
y aquellos ojos verdes,
tan grandes, tan abiertos,
qu´otras veces a mí me dieron risa,
hora me daban mieo.
¿Qué mirarán tan fijos
los ojos del mochuelo?

*

No cantaban las ranas,
los grillos no cantaban a lo lejos,
las bocanás del aire s'aplacaron,
s'asomaron la luna y el lucero,
no llegaba, roändo, de las sierras
el dolondón de los cencerros...
¡Daba tanta quietú mucha congoja!
¡Daba yo no sé qué tanto silencio!

M'arrimé más pa ella;
l'abrasaba el aliento,
le temblaban las manos,
tiritaba su cuerpo...
y a la luz de la luna eran sus ojos
más grandes y más negros.
Yo sentí que los míos chorreaban
lagrimones de fuego.
Uno cayó roändo,
y, prendío d'un pelo,
en metá de su frente
se queó reluciendo.
¡Qué bonita y qué güena!
¿quién pudiera sé méico?

*

Señó, tú que lo sabes
lo mucho que la quiero.
Tú que sabes qu'estamos bien casaos,
Señó, tú qu'eres güeno;
tú que jaces que broten las simientes
qu'echamos en el suelo;
tú que jaces que granen las espigas,
cuando llega su tiempo;
tú que jaces que paran las ovejas,
sin comadres, ni méicos...
¿por qué, Señó, se va morí mi Juana,
con lo que yo la quiero,
siendo yo tan honrao
y siendo tú tan güeno?...

*

¡Ay! qué noche más larga
de tanto sufrimiento;
¡qué cosas pasarían
que decilas no pueo!
Jizo Dios un milagro;
¡no podía por menos!

II

Toito lleno de tierra
le levanté del suelo,
le miré mu despacio, mu despacio,
con una miaja de respeto.
Era un hijo, ¡mi hijo!,
hijo dambos, hijo nuestro...
Ella me le pedía
con los brazos abiertos,
¡Qué bonita qu´estaba
llorando y sonriyendo!

*

Venía clareando;
s'oïan a lo lejos
las risotás de los pastores
y el dolondón de los cencerros.
Besé a la madre y le quité mi hijo;
salí con él corriendo,
y en un regacho d´agua clara
le lavé tó su cuerpo.
Me sentí más honrao,
más cristiano, más güeno,
bautizando a mi hijo como el cura
bautiza los muchachos en el pueblo.

*

Tié que ser campusino,
tié que ser de los nuestros,
que por algo nació baj'una encina
del camino nuevo.

*

Icen que la nacencia es una cosa
que miran los señores en el pueblo;
pos pa mí que mi hijo
la tié mejor que ellos,
que Dios jizo en presona con mi Juana
de comadre y de méico.

*

Asina que nació besó la tierra,
que, agraecía, se pegó a su cuerpo;
y jue la mesma luna
quien le pegó aquel beso...
¡Qué saben d´estas cosas
los señores aquellos!

*

Dos salimos del chozo,
tres golvimos al pueblo.
Jizo Dios un milagro en el camino:
¡no podía por menos!




Y si os habéis quedado con ganas de saber sobre el poeta, este documental que Canal Extremadura realizó con motivo del centenario de la primera edición del libro de poemas podrá satisfacer vuestras ganas:


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viernes, 16 de febrero de 2024

UN LIBRO, UN POEMA, (Derek Walcott)

Editorial
#unlibrounpoema

Esta sección aparece publicada los miércoles, pero esta semana la publico hoy. 

Derek Walcott nació en Santa Lucía se formó como pintor, pero se dedicó a la escritura. Con In a Green Night: Poems 1948-1960 (1962), celebró el Caribe y su historia, y reflexionó sobre las cicatrices del colonialismo, temas sobre los que siguió escribiendo toda su vida. En 1992, Walcott ganó el Premio Nobel de Literatura. El comité del Nobel describió su obra como una obra poética de gran luminosidad, sustentada en una visión histórica, resultado de un compromiso multicultural.

Sobre ella el poeta y crítico Sean O'Brien, ha dejado escrito que es uno de los pocos poetas que son capaces de hacer un intento convincente de escribir una epopeya. Hay quienes consideran que Omeros (1990), un poema épico que reinventa la guerra de Troya como una lucha de pescadores caribeños, es el mayor logro de Walcott. El poemario se puede leer como un intento por representar todos los aspectos de la experiencia caribeña o como un ars poetica. Pero los poemas —capítulos— me parecen excesivamente largo para una entrada de blog. Hoy voy a dejar aquí "El jinete polaco", que me gusta mucho, es breve y tiene ese referente pictórico bien conocido. Con el mismo referente y el mismo título, nuestro Muñoz Molina escribió una novela en 1991.


Fuente: Wikipedia.
 

EL JINETE POLACO


El caballo tordo, la Muerte, lleva de perfil al joven Titus

hacia bosques oscuros cerca del carbón agónico del día;

el padre, con la vista muy gastada, retrata al hijo,

como el caballero de Durero a horcajadas de un Rocinante;

el caballo perturba más de lo que el joven nos deleita.

El guerrero vuelve su confiada vista por un segundo;

la confianza mira a su padre directamente a los ojos;

el flaco rocín que heredó se dirige con acierto

hacia los bosques simbólicos que hacen señas a los caballeros,

escoltados por la guadañera, indicándoles dónde yacer.

Mas la destreza elogia sin apasionamiento al jinete;

la desesperación detalla el cadavérico corcel tordo;

la imagen inmortal posa a su asesino

de clara mirada fija para que la época siguiente pueda leerla.



Traducción: José Luis Rivas.

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