Vierte el tiempo, Lucrecia, en esa copa
que acabas de llenar hasta los bordes
y que él levantará como un triunfo,
brindando por tu amor. Que él envejezca
y no tú. Que se dé cuenta de todo
y no pueda hacer nada, que el veneno
del tempus fugit corra por sus venas
y le devore el cuerpo y el espíritu.
Y cuando en la sortija ya no quede
rastro de tiempo, lléname la boca
con el néctar sin horas de tus labios.
Sin miedo ni esperanza, Visor, 2002
Luis Alberto de Cuenca tiene una enorme capacidad para el humor, y eso se agradece mucho cuando se lee poesía, porque esta, lo mismo que la filosofía, tiene una inequívoca tendencia hacia lo grave y solemne.
El poema apareció publicado por primera vez en Cómo se hace un poema, donde 52 poetas ofrecían sus enseñanzas sobre el tema a partir de un ejemplo concreto. Bueno, algunos las ofrecían y otros las ocultaban, pero no es esa la cuestión.
Lo que más me divirtió del ejemplo del madrileño fue el tono igualmente humorístico de su comentario, que cerraba con estas aclaratorias palabras —no fuera que algún ingenuo pensara en la incitación al crimen por parte del poeta y acudiera a la policía—:
Naturalmente no me creo que sea posible quitarse el tiempo de encima y pasárselo a otro, para que se convierta en polvo en un santiamén. Lucrecia, con seguridad, se hará vieja al lado de su pesadísimo esposo, y el poeta no libará sustancia alguna de sus labios de rosa. Pero ahí está la poesía, ahí está la literatura para convertir en posible lo imposible y poner una gota de frescor y de alivio en nuestra boca, apenas emergente del caldero de aceite hirviendo donde nos consumimos a diario.
El comentario completo podéis leerlo en Cinco poemas de Luis Alberto de Cuenca comentados por él mismo.
"El espacio puede tener un horizonte y el tiempo un final, pero la aventura del aprendizaje es interminable". Timothy Ferris. La aventura del Universo.
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jueves, 23 de marzo de 2017
jueves, 25 de enero de 2024
ROBERT BROWNING, Poemas escogidos
Si dejamos aparte El anillo y el libro, la magna obra de Robert Browning —desde ahí 21.000 versos nos contemplan—, quizás la antología más asequible en castellano sea esta que publicó Endymión hace más de treinta años. De ella tomo el poema que Salustiano Masó tradujo como "Mi última duquesa" y que Mario Bojórquez lo hizo como "La duquesa muerta".
Recojo las dos traducciones porque invitan a la reflexión sobre las traducciones, sobre el monólogo dramático y la creación de atmósferas.
MI ÚLTIMA DUQUESA
Ferrara
LA DUQUESA MUERTA
FERRARA
En aquella pared, ved el retrato
de mi Duquesa muerta: se diría
que vive; prodigioso lo reputo.
Aquí está como un día Fra Pandolfo
la pintó con sus manos. Para verla
¿sentaros no queréis? De intento dije
«Fra Pandolfo», que nunca vio un extraño
como sois vos, en la figura, el hondo
y apasionado y serio encanto suyo,
sin volverse hacia mí (pues la cortina
que la cubre y por vos he descorrido
nadie la toca sino yo) ganoso
de preguntar, si osaba, cómo el raro
prodigio vino aquí; ya en otros muchos
vi tal curiosidad. Señor, no sólo
de su esposo el aspecto en las mejillas
de la Duquesa tonos tan alegres
ponía. Fra Pandolfo bromeaba
con frecuencia diciendo: «La mantilla
de mi señora cae demasiado
por la fina muñeca», o bien: «El arte
pierda toda esperanza, que impotente
será para copiar ese desmayo
de suavidad que muere en su garganta.»
Galanterías de tal suerte fueron
bastantes para dar a sus mejillas
esos alegres tonos. Era el suyo
un corazón —no sé cómo decirlo—
un corazón propenso a la alegría
y a todo encanto fácil. Encontraba
gozo en todas las cosas, y sus ojos
en todo se posaban. Todo grato
para ella, señor: mis agasajos
en su pecho; las luces del poniente;
las cerezas que un necio le traía
del huerto, adulador; la mula blanca
sobre la que, de la terraza en torno,
cabalgaba; cualquiera, cualquier cosa,
su rubor o su elogio merecía.
Daba gracias a todos —¡bien, de alguna
manera! —no sé cómo— y mi regalo,
de novecientos años de nobleza
con el don de cualquiera equiparaba.
¿Quién vituperaría tan ligera
frivolidad? Si yo tuviera ingenio
—que no lo tengo—en el hablar, muy claro
le hubiera dicho: «En esto justamente
me disgustáis, y en esto; erráis en esto;
pasáis en esto de la raya» —y ella,
si al verse corregida, no mostraba
su agudeza ni excusas os pedía,
vituperio existiera; y vituperio
no admito yo. Señor, sonreiría
sin duda al verme tolerar; empero
¿quién toleró, de una sonrisa libre?
Siguió aquello. Con una orden, todas
de una vez, acabaron las sonrisas.
Vedla aquí como en vida. —¿Sois gustoso
de levantaros? Descender podemos
junto a nuestros amigos. —Os repito
que la notoria esplendidez del Conde,
vuestro señor, es buena garantía
de que todas mis justas peticiones
de dote atenderá —mas os declaro
que la sola hermosura de su hija
me aficiona.— Señor, bajemos juntos.
Ved el Neptuno aquel, que va rigiendo
un caballo de mar. Una bicoca
no del todo vulgar: obra de Claudio
de Innsbruck, en bronce para mí fundida.
Recojo las dos traducciones porque invitan a la reflexión sobre las traducciones, sobre el monólogo dramático y la creación de atmósferas.
MI ÚLTIMA DUQUESA
Ferrara
Esa es mi última Duquesa pintada en la pared.
Parece que está viva. Es un prodigio, ved,
Una obra maestra. Fra Pandolfo en su arte
Se afanó cierto día, y ahí está su obra insuperable,
¿Queréis tomar asiento y contemplarla? He dicho
«Fra Pandolfo» ex profeso, porque jamás desconocidos
Como vos ese rostro pintado interpretar supieron,
La hondura y la pasión de su mirar austero;
Hacia mí se volvían (pues nadie más que yo
Aparta la cortina que he descorrido para vos)
Y era como si desearan saber por mí
Cómo pudo llegar tal mirada hasta ahí.
No sois pues el primero en inquirirlo. Señor,
No sólo la presencia del cónyuge despertó
Esa pinta de gozo en la mejilla de la Duquesa:
Fra Pandolfo quizás por ventura dijera
«El manto cubre la muñeca de mi señora demasiado»
O bien «La pintura no ha de esperar reproducir ese lánguido
Semi-rubor que muere en su garganta»: Eso era
Galantería, pensó ella, y bastó para que le saliera
Esa pinta de gozo. Ella tenía —¿cómo os diría yo?—
Un corazón harto fácil de contentar, señor,
Y demasiado impresionable: le enamoraba todo aquello
En que ponía la mirada; y su mirar no tenía sosiego.
¡Señor, todo era igual! Mi favor íntimo a su vera,
El ocaso del día por poniente, el ramo de cerezas
Que cualquier oficioso mentecato
Cortó en el huerto para ella, el mulo blanco
Que cabalgar solía en la explanada —no había cosa
Que no arrancara de ella palabras elogiosas,
O rubor, por lo menos. Agradecida con los hombres... ¡sí!, de alguna manera
Agradecida —no sé bien cómo— tal si pusiera
Mi don de un apellido de novecientos años
Al nivel mismo del de cualquier otro cristiano.
Pero, señor, ¿quién se rebajaría
A reprochar tal ligereza? Aun con la maestría
En el hablar —(que yo no tengo)— para dejar bien clara
La propia voluntad ante persona como ella, y decir: «Basta,
Esto o aquello en vos me descontenta; aquí os quedáis corta
O allí os pasáis de raya» —y aun suponiendo que de tal forma
Se dejara ella aleccionar, y no contrapusiera francamente
Sus argumentos a los míos, y se excusara —aun en ese
Caso habría cierto rebajamiento; y es mi lema
No rebajarme nunca. Oh, señor, sonreía, cuando pasaba junto a ella,
No hay duda; mas ¿quién se le cruzaba sin ser óbice
Para obtener análoga sonrisa? Esto fue a más. Di órdenes
Y cesaron a un tiempo todas las sonrisas. Y ahí la tenéis ahora igual
Que si estuviera viva. ¿Os place levantaros? Los demás
Nos aguardan abajo, vamos pues. Y os repito de nuevo,
La conocida generosidad del Conde, señor vuestro,
Es caución suficiente de que ninguna justa instancia mía
Con respecto a la dote será desatendida;
Aunque como al principio declaré no sea otro mi objeto
Que la persona de su bella hija. Ea, bajemos
Juntos, señor. Pero mirad de paso ese Neptuno
Desbravando un corcel marino: hermoso grupo,
Obra de singular reputación en sí
Que Claus de Innsbruck fundió en bronce para mí.
La versión de Bojórquez, en endecasílabos:
LA DUQUESA MUERTA
FERRARA
En aquella pared, ved el retrato
de mi Duquesa muerta: se diría
que vive; prodigioso lo reputo.
Aquí está como un día Fra Pandolfo
la pintó con sus manos. Para verla
¿sentaros no queréis? De intento dije
«Fra Pandolfo», que nunca vio un extraño
como sois vos, en la figura, el hondo
y apasionado y serio encanto suyo,
sin volverse hacia mí (pues la cortina
que la cubre y por vos he descorrido
nadie la toca sino yo) ganoso
de preguntar, si osaba, cómo el raro
prodigio vino aquí; ya en otros muchos
vi tal curiosidad. Señor, no sólo
de su esposo el aspecto en las mejillas
de la Duquesa tonos tan alegres
ponía. Fra Pandolfo bromeaba
con frecuencia diciendo: «La mantilla
de mi señora cae demasiado
por la fina muñeca», o bien: «El arte
pierda toda esperanza, que impotente
será para copiar ese desmayo
de suavidad que muere en su garganta.»
Galanterías de tal suerte fueron
bastantes para dar a sus mejillas
esos alegres tonos. Era el suyo
un corazón —no sé cómo decirlo—
un corazón propenso a la alegría
y a todo encanto fácil. Encontraba
gozo en todas las cosas, y sus ojos
en todo se posaban. Todo grato
para ella, señor: mis agasajos
en su pecho; las luces del poniente;
las cerezas que un necio le traía
del huerto, adulador; la mula blanca
sobre la que, de la terraza en torno,
cabalgaba; cualquiera, cualquier cosa,
su rubor o su elogio merecía.
Daba gracias a todos —¡bien, de alguna
manera! —no sé cómo— y mi regalo,
de novecientos años de nobleza
con el don de cualquiera equiparaba.
¿Quién vituperaría tan ligera
frivolidad? Si yo tuviera ingenio
—que no lo tengo—en el hablar, muy claro
le hubiera dicho: «En esto justamente
me disgustáis, y en esto; erráis en esto;
pasáis en esto de la raya» —y ella,
si al verse corregida, no mostraba
su agudeza ni excusas os pedía,
vituperio existiera; y vituperio
no admito yo. Señor, sonreiría
sin duda al verme tolerar; empero
¿quién toleró, de una sonrisa libre?
Siguió aquello. Con una orden, todas
de una vez, acabaron las sonrisas.
Vedla aquí como en vida. —¿Sois gustoso
de levantaros? Descender podemos
junto a nuestros amigos. —Os repito
que la notoria esplendidez del Conde,
vuestro señor, es buena garantía
de que todas mis justas peticiones
de dote atenderá —mas os declaro
que la sola hermosura de su hija
me aficiona.— Señor, bajemos juntos.
Ved el Neptuno aquel, que va rigiendo
un caballo de mar. Una bicoca
no del todo vulgar: obra de Claudio
de Innsbruck, en bronce para mí fundida.
Y puesto a establecer comparaciones, podéis consultar cómo traduce la inteligencia artificial de Google. Clicad aquí.
***
martes, 27 de septiembre de 2016
DOS FORMAS DIFERENTES DE ENTENDER LA POESÍA y una breve explicación
La poesía tiene sus propios códigos y un modo de expresión que pueden sorprender a la persona no habituada a leerla. Muy frecuentemente, además, entabla un diálogo con otros textos, lo que provoca cierta dificultad a la hora de entender qué es lo que quiere expresar si no se conocen los referentes. Veamos un ejemplo.
HACIA UNA POÉTICA
No siempre la claridad viene del cielo.
Oye sólo tu música cuando cantes,
por oscura que sea y espinosa.
Que la luz te ensordezca,
que no te ciegue el ruido;
y tu obra sea más que tu vida,
porque te contramuera.
Lo primero que encontramos casi siempre es el título. Ese es el primer elemento portador de significado, si es que el poema tiene título. En este caso, y dejando aparte los significados que no nos interesan, la poética se refiere al modo de entender la poesía; es decir, cómo cree que debe ser, qué formas, principios y parámetros son los que deben conformarla. Por lo tanto, aquí, Ángel Guinda construye un metapoema en el que nos indica cuáles son las líneas sobre las que él piensa que debe transcurrir la poesía.
El primer verso nos ofrece la clave del resto y nos sitúa en el meollo de la cuestión, pero para saber de qué está hablando es necesario recordar que salvo el adverbio de negación, el verso no es suyo, sino de Claudio Rodríguez:
Siempre la claridad viene del cielo,
es un don; no se halla entre las cosas
sino muy por encima,
Es el comienzo del Don de la ebriedad, poemario con el que ganó el Adonáis en 1953 y deslumbró a los círculos poéticos de la época. Tenía 18 años cuando lo escribió y uno más cuando se publicó. Todo un prodigio. Pero vamos con la claridad.
La claridad hace referencia a la inspiración, a la iluminación, a la intuición primera, ese aliento del que después se nutre el resto. Con razón poética y con razón a secas, afirma Ángel Guinda que no siempre viene del cielo —en ninguno de los casos están hablando de un aspecto religioso, sino de lo espiritualmente elevado— . Puede venir de cualquier otro elemento menos noble y más prosaico. Incluso del trabajo diario y constante. La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando, decía Picasso. Es una concepción del arte que abandona ya los principios irracionales del romanticismo.
Los seis versos que siguen son una sugerencia al posible lector-escritor al que se dirige el yo poético y se cierran con la expresión de un deseo en los dos finales. Ocúpate, viene a decirnos el autor, de expresar con tu propio estilo, a tu manera más íntima, con tu propia voz, aquello que te conmueve y preocupa, y eso hará, posiblemente, que tu obra te sobreviva si es auténtica, porque en la sinceridad encontrará su fuerza.
En cualquier caso, la clave del poema se encuentra en el primer verso. Solamente era necesario conocer la referencia para que el poema se nos abriera generoso. Y que no piense nadie que está manifestando una crítica o un desacuerdo con Claudio Rodríguez. Es esta una práctica muy habitual en la poesía moderna, que se utiliza como recurso para intensificar la expresividad del texto. ¿Es necesario recordar aquel A la inmensa mayoría, de Otero, que aludía A la inmensa minoría, a la que J. R. Jiménez dedicó su Segunda antología poética, poeta al que admiraba como a uno de los más grandes poetas del siglo XX?
sábado, 6 de julio de 2013
ENTREVISTA CON L. F. COMENDADOR
Esta es una entrevista realizada a través del correo electrónico. En cualquier caso, desde aquí quiero darle las gracias por la amabilidad con que acogió la idea y las facilidades que en todo momento me ha ofrecido para poder contar con el material (libros, fotos e imágenes) que aparecen aquí y en entradas anteriores. Muchas gracias, Luis Felipe.
Llegué a la poesía por un proceso lento de evolución lectora. Empecé, como todos los chicos de mi época, leyendo aquellos libros de editorial Bruguera que, con mucho acierto, alternaban una página de texto con otra de dibujos que lo apoyaban magníficamente (era una historia entre novela y cómic), y de ahí pasé a lecturas más largas, más serias, más enjundiosas en lo literario… y de pronto me aburrí de la narrativa, me aburrí mucho, y empecé a leer poesía de mi tiempo, hasta el punto de convertirme en un urgente devorador de libros de poesía (presumo de tener una de las más amplias bibliotecas de poesía de la provincia de Salamanca)… y de ahí al impulso poético hube de dar un paso, un pequeño paso que lleva durando más de treinta años… encontré pronto mi voz natural, que se instaló sin más en el heptasílabo, y me dejé llevar en un camino hermosísimo que me ha procurado y me procura cada día multitud de satisfacciones íntimas y de otros tipos menos importantes.
*¿Qué lecturas, autores, experiencias… han influido más en tu quehacer como poeta?
Mis nortes poéticos son Ángel González, Oliverio Girondo, Joseph Brodsky y toda la generación Beat… pero hay muchos más autores que me han pegado duro bien adentro.
Por lo que se refiere a las experiencias que me han llevado a intentar la poesía, fundamentalmente me quedo con la suerte del afecto y la amistad de gran parte de los poetas del 50 (Pepe Hierro, Jesús Hilario Tundidor, Ángel González, Ángel García López, Claudio Rodríguez, Joan Margarit…), de muchos de la generaciones posteriores, como Luis Alberto de Cuenca, Jaime Siles, Fernando Beltrán, José Luis Morante… y bastantes de las nuevas hornadas poéticas, fundamentalmente Abraham Gragera, que me parece una de las voces más modernas, enteras y llenas de indicio de este tiempo… como ves, todo está en clave de amistad. Sí, ahí radican mis ganas por la poesía, en todos mis amigos poetas, de los que aprendo cada día.
*Da la impresión —corrígeme si me equivoco— de que a medida que pasa el tiempo estás más interesado en la expresión gráfica que en la literaria, ¿es así? Y si es así ¿qué es lo que te ha inclinado a este cambio?
No es cierto y sí es cierto. Me explico. Siempre he considerado el hecho poético como una forma de expresión que no queda cerrada en la palabra, y para ello he tenido que armar una definición clara (para mí) de lo que es la poesía, llegando a la conclusión de que todo hecho poético debe responder a valores de autenticidad, belleza e indicio (y sus contrarios si son buscados)… y con estos mimbres he trabajado tanto la poesía versal, la poesía visual, el poema objeto o cierta poética gráfica que está muy cercana al aforismo o al apotegma (no tanto al chiste, como algunas veces me dicen). Todos estos aspectos de la poesía intento trabajarlos, y hay épocas en los que unos pueden a los otros… y ahora estoy más en el dibujo cabrón, el capaz de decir lo que pienso con claridad meridiana e incluso haciendo daño.
*Desencanto, decepción, melancolía, nihilismo, son algunas de las características que atribuyen a tu poesía; sin embargo, eres una persona fuertemente implicada en proyectos sociales y, por tanto, comprometida socialmente. ¿Cómo explicas esta aparente contradicción?
No es una contradicción, ni mucho menos. Mi actividad de cooperación está fuertemente trazada por el desencanto, la decepción, la melancolía y el nihilismo… estos aspectos vitales, que están muy enraizados adentro, son los que me capacitan para ‘intentar’ hacer un mundo de otra manera, de una manera acorde a mi forma de entenderlo. Llego primero al convencimiento de que todo está mal, pierdo la confianza en el hombre, elaboro una idea sobre una ‘individualidad’ capaz de lanzarse hacia fuera y la pongo en práctica en forma de ONG unipersonal y capaz de desarrollar microproyectos muy interesantes que nunca se dejan dinero en el camino. Estos ‘contravalores’ me llevan a realizarme como yo quiero y me impelen hacia los demás con tranquilidad y sin necesidad de justificar nada. Hago lo que me pide el cuerpo y como me lo dicta mi cabeza… y eso me lleva a cierto estado de felicidad personal que me va colmando.
*Creo que toda tu poesía se mueve entre dos impulsos: el de caída y el vitalista, el del desencanto y el de las palabras de ánimo, muy bien recogidos, por cierto, en el poema que cierra el libro Los 400 golpes
ESCRIBIR
Escribir para ese intento
de interrumpir el proceso
de la muerte
o para terminar con decencia
un día de todos los demonios
como éste.
Y me da la impresión de que a medida que pasa el tiempo el segundo, caso raro, va ganando terreno al primero. ¿Cómo lo ves tú?
Ja, ja, ja… la verdad es que soy un hombre de extremos y paso del uno al otro constantemente… soy profundamente vitalista en lo personal y estoy absolutamente decepcionado con todo lo que supone el ‘ser social’… y en ese camino entre los extremos me voy haciendo y deshaciendo, y voy dejando pequeños restos del naufragio… mis poemas, mi diario y mi trabajo de cooperación… y me interesa dejar esa contradicción constante muy patente en toda mi obra, porque es mi ‘yo’ más real.
*Más acorde con tu actividad vital y social parece la etiqueta poesía de urgencia que J. L. Morante utiliza para introducir tu Poesía reunida (1995-2002). ¿Crees que la poesía debe priorizar su carácter comunicativo, su intención de decir y testimoniar?
La verdad es que nunca me ha gustado el hermetismo en la poesía, ni tampoco el aparato poético churrigueresco capaz de ocultar una verdad patente. Yo veo la poesía como la mejor forma de ‘decir’ y considero un error el decir escondiendo. Por ello siempre he sido partidario de una línea clara en la poesía que la haga capaz al oído y al sentimiento de cualquiera, no solo de los diletantes intelectuales, de los profesores con culos planos o de los estudiosos especializados. Mi poética primero me define y después intenta definirme en los demás… ideológicamente, estéticamente y éticamente… y mi intención última es que termine siendo un ‘compartir’ mi proceso vital e intelectual con el más sesudo profesor y con el hombre más simple.
Mira, recuerdo ahora que en una lectura que hice en Jaén hace unos años, un borrachito con muy mala pinta que estaba al fondo de la sala, cuando acabé la lectura de uno de los poemas, comenzó a gritar eufórico: “¡Eso mismo digo yo!”… pues eso es lo que busco.
*Eres claramente un poeta que ha optado por la periferia. ¿Por qué esta opción que dificulta que se te conozca y se te reconozca como te mereces?
La verdad es que debo reconocer que poder estar en los altos circuitos de la poesía establecida es goloso, pues te publican editoriales de enjundia y te pagan, te llaman a congresos y múltiples lecturas con buen resultado en tu cuenta del banco, te reconocen públicamente (y eso siempre gusta)… pero, en contrapartida, tienes que cumplir unas normas que nada tienen que ver con la verdad poética, tienes que pasar por demasiados aros absurdos, tienes que adular a tipos que ni saludarías por la calle si no buscases algo a cambio. En Béjar se vive divinamente, apartado del mundo y de casi todas sus miserias… aquí hay una soledad y un silencio que me capacitan para hacer lo que realmente me apetece hacer y para llevarlo a cabo con absoluta libertad… así, escribo y creo en función de mi necesidad de conocimiento, no tengo más plazos que los que yo me pongo y no hay una estética ni una crítica capaces de apartarme ni un ápice de mi camino creativo, sea malo o bueno.
Y, además, siempre vienen a visitarme amigos desde los centros de poder literario y noto cómo aquí se relajan… y les explico todo lo que acabo de relatar… pero ellos vuelven siempre a ese mundo parapoético a intentar ‘pescar’ algo perdiendo siempre más de lo que puedan conseguir.
*¿Cuál es el aspecto de tu obra poética del que te sientes más satisfecho?
Como ya no tengo abuela, creo que puedo decir sin equivocarme que mi mejor palo es el de la poesía versal. Ahí me encuentro muy cerca de la definición de poesía que me he hecho con los años… manejo bien el idioma, el ritmo interno del poema y el método… y sé lo que quiero decir y cómo decirlo. Pero en el fondo me da igual, pues hago lo que me viene en gana sin presión alguna, y siempre quedo satisfecho, no porque me quede todo bien, sino porque hago exactamente lo que me apetece hacer, aunque sea mierda.
*¿Qué compartes, si es que compartes algo, con los poetas de tu edad?
Fundamentalmente comparto un tiempo vital muy interesante… pero poco más, pues no me adapto a ninguno de los movimientos ni a las diversas escuelas estéticas, no comulgo con sus formas de ’hacer para’, no entiendo nada de la diferencia abismal que hay entre lo que escriben y cómo viven. Los aprecio a muchos, los leo y los sigo siempre (suelo informarme diariamente de todas las novedades en poesía), pero los miro con muchísima distancia, como si fueran seres de otro mundo. Me molesta mucho que quien es capaz de ‘decir’ con dignidad no sea capaz de ‘vivir’ y ‘hacer’ con la misma dignidad.
*Eres un persona muy polifacética: diriges una editorial, tienes una ONG, escribes novela, practicas el dibujo y la fotografía, has sido concejal, eres poeta… ¿Cuál de todas estas actividades te aporta más gratificaciones y con cuál te sientes más a gusto?
La verdad es que casi nada exterior me resulta grato, y ello es fruto precisamente de mi extenso trabajo de colaboración con grupos y personas, trabajo del que siempre he salido decepcionado.
Lo que me aporta más satisfacción es mi trabajo de cooperación con Perú, conocer situaciones muy adversas de personas concretas y trabajar para mejorarlas… y ver que mejoran… y rematar un poema o un dibujo que me deje satisfecho… y tener siempre ganas de ‘intentar’ algo nuevo (un fracaso nuevo… ja, ja, ja)… lo demás me da igual, pues he llegado a la conclusión de que el hombre, tal y como está arbitrado en la sociedad actual, no merece la pena…
miércoles, 3 de enero de 2024
UN LIBRO, UN POEMA (J. Cortázar)
Editorial |
MASACCIO
Así la luz lo sigue mansa,
y él que halló su raíz y le dio el agua
urde con sus semillas el verano.
I
Un oscuro secreto amor, una antigua noticia
Un oscuro secreto amor, una antigua noticia
por nadie confirmada, que sola continúa y pesa;
el vino hace su tiempo, la distancia se puebla
de construcciones memorables.
Por las calles va Masaccio con un trébol en la boca,
la vida gira, es esa manzana que le ofrece una mujer,
los niños y los carros resonantes. Es el sol sobre Firenze
pisando tejas y pretiles.
Edificio mental, ¿cómo crecer para alzarte a tu término?
el vino hace su tiempo, la distancia se puebla
de construcciones memorables.
Por las calles va Masaccio con un trébol en la boca,
la vida gira, es esa manzana que le ofrece una mujer,
los niños y los carros resonantes. Es el sol sobre Firenze
pisando tejas y pretiles.
Edificio mental, ¿cómo crecer para alzarte a tu término?
Las cosas están ahí, pero lo que se quiere no está nunca,
es la palabra que falta, el perro que huye con la cadena,
y esa campana próxima no es la campana de tu iglesia.
Bosque de sombra, la luz te circundaba con su engaño
dulce, un fácil puente sobre el tiempo
Torvamente la echabas a la calle para volverte a las capillas
solo con tu certeza. Alguna vez
le abrirías las puertas verdaderas, y un incendio
de oro y plumajes correría sobre los ojos. Pero aún no era hora.
Así va, lleno de jugos ácidos, mirando en torno
la realidad que inesperada salta en los portales
y se llama gozne, paño, hierba, espera.
Está seguro en su inseguridad, desnudo
de silencio. Lo que sabe es poco pero pesa
como los higos secos en el bolso del pobre.
es la palabra que falta, el perro que huye con la cadena,
y esa campana próxima no es la campana de tu iglesia.
Bosque de sombra, la luz te circundaba con su engaño
dulce, un fácil puente sobre el tiempo
Torvamente la echabas a la calle para volverte a las capillas
solo con tu certeza. Alguna vez
le abrirías las puertas verdaderas, y un incendio
de oro y plumajes correría sobre los ojos. Pero aún no era hora.
Así va, lleno de jugos ácidos, mirando en torno
la realidad que inesperada salta en los portales
y se llama gozne, paño, hierba, espera.
Está seguro en su inseguridad, desnudo
de silencio. Lo que sabe es poco pero pesa
como los higos secos en el bolso del pobre.
Sabe signos lejanos, olvidados mensajes que esperan
en paredes ya no favorecidas; su fe es una linterna
alzándose en las bóvedas para mostrar, humosa,
estigmas, una túnica, un abrazo maldito.
Vuelve y contempla y odia su amor que de rodillas bebe
en esa fuente abandonada. Otros
pasan sonriendo sus visiones
y alas celestes danzan un apoyo para la clara mano.
Masaccio está solo, en las capillas solas,
eligiendo las tramas del revés en el lodazal de un cielo de mendigo,
olvidado de saludar, con un pan
sobre el andamio, con un cuenco de agua,
y todo por hacer contra tanto sueño.
En lo adentro del día, en esa lumbre
que hace estallar lo más oscuro de las cosas, busca;
no es bastante aclarar; que la blancura
sostenga entre las manos un martirio
y sólo entonces, inefable, sea.
II
La escondida
figura que ronda entre las naves
y mueve el agua de las pilas.
Entre oraciones ajenas y pálidos sermones
eso empezó a desgajarse. Él soportaba
inmóvil, oyendo croar los grajos en los campaniles,
irse el sol arrastrando los últimos oficios. Solo,
con el incienso pegado a la ropa, un gusto a pan
y ceniza. Traían luces.
Cuando salía andaban ya las guardias.
Pintar sin cielo un cielo, sin azul el azul.
Color, astuta flauta! Por la sombra
ir a ellos, confirmándolos. La sombra
que antecede al color y lo anonada. En las naves,
de noche, veía hundirse el artificio,
confundidos los cuerpos v los gestos en una misma podre
de aire; su quieto corazón soñó
un orden nocturno donde el ángel
sobreviviera.
Pintó el pago del tributo con las seguridad del que golpea;
estaba bien esa violencia contenida
que estallaría en algún pecho, vaina
lanzando lejos la semilla.
Un frío de pasión lo desnudaba; así nació
la imagen del que aguarda el bautismo con un gesto aterido,
aspersión de infinito contra la rueda de los días
reteniéndolo aún del lado de la tierra.
Un tiempo predatorio levantaba pendones y cadalsos;
sobrevenían voces, el eco
de incendios sonoros, poemas y desentierros.
Los mármoles tornaban más puros de su sueño,
y manuscritos con razones
y órdenes del mundo. En los mercados
se escuchaba volver las fábulas dormidas; el aceite
y el ajo eran Ulises. Masaccio iba contento a las tabernas,
su boca aliaba el ardor del pescado y la cebolla
con un eco de aromas abaciales, mordía
en la manzana fresca el grito de la condenación,
a la sombra de un árbol de vino que fue sangre.
De ese desgarramiento hizo un encuentro,
y Cristo pudo ser de nuevo Orfeo, un ebrio
pastor de altura. Ahora entrañaba fuerza
elemental; por eso su morir requería violencia,
verde agonía, peso de la cabeza que se aplasta crujiendo
sobre un torso de cruel sobrevivencia.
Pintó sus hombros con la profundidad del mar y no del cielo,
necesitado de un obstáculo, de un viento en contra
que los probara y definiera y acabara.
Después le cupo a él la muerte,
y la aceptó como al pan o la paga,
distraído, mirando otra cosa
que tampoco veía. El alba estaba cerca,
la vuelta de la luz legítima. ¡Cuántos oros y azules esperando!
Frente a los cubos donde templaría esa alborada
Masaccio oyó decir su nombre.
Se fue, y ya amanecía
Piero della Francesca.
De Salvo el crepúsculo.
Tumba del poeta. Cementerio de Montparnasse. |
***
domingo, 21 de septiembre de 2014
A PROPÓSITO DE LA DIVINA COMEDIA
¿Se puede leer hoy la Divina
Comedia sin caer en un profundo aburrimiento?
Dar respuesta a esta
pregunta es, claro, tarea personal e intransferible. A mí me correspondería aquí
hablar de sus virtudes, aunque esto puede que tampoco evite el sopor personal
de cada cual, pues tal vez las virtudes intrínsecas de una obra no coincidan
con los gustos personales y sea ésta tarea insuficiente para acercar la obra al
público lector. En este caso, ¿podemos seguir hablando de la Divina Comedia
como un clásico universal? ¿Es lícito mantener como clásica la obra que hoy no
se lee si no es por obligación o imperativo académico? ¿Lo que en su momento
gustó, pero en la actualidad no gusta, qué status mantiene en la Historia de la
Literatura? ¿Aquellas obras que solo son capaces de disfrutar una pequeñísima
porción de la población lectora muy preparada, continúan manteniendo la
posición de clásicas? ¿Podemos decir que es una obra clásica la que se ha
alejado de los gustos e intereses actuales de la población? ¿Cómo definimos lo
clásico?
Vayamos, pues, con las virtudes
de esta obra, tal vez así podamos responder con mayor criterio a alguna de las
preguntas anteriores. Utilizo solamente aquellos rasgos que reconocidos
analistas y expertos en la obra del florentino han señalado de manera
reiterativa. Intento, de esta manera, buscar la mayor objetividad posible y
apartar mis propios gustos de este análisis. Y, de entre esos rasgos, me
decanto por los que tienen que ver con valores literarios, ya que de literatura
es de lo que hablamos y no de teología, por ejemplo.
El primero y más
importante de todos ellos es la fabulosa riqueza del lenguaje que aparece en la
obra. Según se nos hace saber es tal el dominio del que Dante hace gala, que
hoy, en Italia, se le considera como el “padre del idioma”, como “el sumo
poeta”. En buena medida, la utilización del toscano por su parte, hace que la
“lengua vulgar” empiece a ser considerada tan digna como el latín y tan apta
como esta para expresar grandes ideas y, en consecuencia, para construir la
literatura del país. Esta formidable destreza en el uso del lenguaje, nos
advierten los expertos, lleva al poeta a utilizar registros distintos en
función de que estemos atravesando el infierno, el purgatorio o el paraíso.
Otra cualidad, si no de la
obra sí del autor, es el impresionante esfuerzo para construirla toda ella en
tercetos encadenados (invención, por cierto, del poeta), que van
multiplicándose hasta producir 33 cantos para cada uno de los paisajes míticos
por los que el poeta-protagonista va pasando. Y no estamos hablando
precisamente de una obra breve, ni mucho menos. Todo ello exige concentración,
esfuerzo y dominio técnico. Más aún si tenemos en cuenta que se trata de una
obra alegórica, en la que el número tiene su propio significado (el tres, la
trinidad; el poema tiene 3 partes que constan de 33 cantos que junto con el
canto inicial dan un total de 100, el número de la perfección; cada territorio
se divide en 9 tramos, tres al cuadrado).
Fundamental es, entre las
virtudes del texto, la enorme riqueza y variedad de los endecasílabos, la
multitud de rimas diferentes, la destreza en el uso de los ritmos y los acentos
del verso, la increíble capacidad técnica para no caer en la repetición en una
obra tan gigantesca donde por mucha variedad que haya parece que lo natural es
incurrir en ella. Es necesario advertir aquí que este tipo de habilidades técnicas
se pierden en la mayoría de las traducciones (la de Martínez Merlo intenta
mantener el ritmo interno; las de Ángel Crespo y Bartolomé Mitre conservan la
estrofa completa, pero no conozco todas las traducciones). Por otra, en la actualidad el público
lector se inclina preferentemente por las traducciones en prosa.
Reseñable es, sin duda, el
conocimiento enciclopédico de Dante con respecto a casi todos los temas y
materias, especialmente la teología de la época, sin despreciar los referidos a
la astronomía, aunque dudo de que el vasto saber de un escritor pueda ser
considerado como un mérito literario. Sí lo sería, en cambio, la gran capacidad
para crear personajes que señalan diversos analista, pero ahí ya no tengo yo
tan claro que podamos atribuir a mérito del autor el que por su obra desfilen
cientos de personajes, de los cuales creación propiamente suya serían Beatriz y
él mismo. Y en este caso no diría que se trata de una creación precisamente
literaria. En cualquier caso, de Beatriz no podemos decir que tenga una gran
personalidad.
Sin embargo, y a pesar de
todo, por muchas virtudes estéticas que queramos reseñar, el viaje acompañando
a Dante por esos tres espacios de la mitología cristiana, hoy desechados, no
impide la fatiga ni la falta de interés, porque lo fundamental resulta tan
falso y fraudulento que uno termina por cansarse. Alguien dirá, tal vez, que,
con respecto a la falsedad, otro tanto ocurre con la literatura clásica
greco-latina. No es así, porque la intención de la Comedia es literal,
mientras que la de sus predecesores es solamente literaria. Las Metamorfosis,
por citar un ejemplo, no pretende describirnos un mundo realmente
existente, y así lo entendían los lectores de ayer y lo entienden los de hoy.
Se me dirá también que la
poesía no tiene como centro de interés lo que comunica, que lo importante es la
expresión, la capacidad de creación estética que se logra a través de las
palabras. A mí, y hablo sólo por mí, no me interesa la hermosa sonoridad de una
oración con una elevada belleza formal si lo que comunica es simplemente falso
o claramente nada —¿a alguien le interesa hoy verdaderamente saber del cielo,
sus virtudes y cómo alcanzarlo?—. Pero por lo que me estoy preguntando aquí es
por la permanencia entre los clásicos de una obra que, hasta donde yo conozco y
no conozco a todos los posibles lectores, ha dejado de interesar a la comunidad
lectora.
No quiero que se me
entienda mal. No estoy diciendo que el criterio de calidad venga determinado
por la mayor o menor cantidad de personas que leen un determinado título. El best
seller, en general, carece de calidad y los libros que hoy venden millones
de ejemplares seguramente estarán fuera de la circulación dentro de un siglo.
Sin embargo, en la actualidad una persona no preparada especialmente puede leer
Romeo y Julieta y emocionarse con ella, puede leer El avaro y
soltar más de una risa, puede —me voy más lejos— leer La Odisea sin que
se le caiga de las manos, aunque quizá le resulte repugnante la escabechina que
Ulises organiza en su palacio. Ese mismo lector no llega a terminar nunca la
primera parte de la Comedia. ¿Es esto lo que esperamos de un clásico?
Pero hay más. Posiblemente
lo más importante. De un clásico no esperamos una visión del mundo tan sesgada
que deje fuera de su lectura a una gran parte de la humanidad. Yo leo La novela de Genji, y por muy diferente que sea la cultura y la época de
procedencia, el libro no me expulsa. Leo el Cántico espiritual y no
necesito la fe de Juan de la Cruz para disfrutarlo. Leo Los viajes de Gulliver
y la fantasía del relato no pide en ningún momento que admita la existencia de
semejantes lugares. La Comedia, por el contrario, exige del lector la
aceptación de unas creencias que se oponen a cualquier uso de la razón. Es más
religión que literatura, más fe que humanidad y eso no es lo que se espera de
una obra clásica.
martes, 14 de abril de 2009
CLAUDIO RODRÍGUEZ
A Claudio Rodríguez ya le dedicamos una tertulia en el año 2004. Hoy vuelvo a hablar de él porque el próximo día 24 presentamos un recital con poemas de su Don de la ebriedad en la biblioteca municipal de Irún.
Y con la intención de aportar un poco de luz a unos textos que no son fáciles, escribo esta entrada.
Siempre la claridad viene del cielo;
es un don; no se halla entre las cosas
sino muy por encima, y las ocupa
haciendo de ello vida y labor propias.
Así amanece el día; así la noche
cierra el gran aposento de sus sombras.
Y esto es un don. ¿Quién hace menos creados
cada vez a los seres? ¿Qué alta bóveda
los contiene en su amor? ¡Si ya nos llega
y es pronto aún, ya llega a la redonda
a la manera de los vuelos tuyos
y se cierne, y se aleja y, aún remota,
nada hay tan claro como sus impulsos!
Oh, claridad sedienta de una forma,
de una materia para deslumbrarla
quemándose a sí misma al cumplir su obra.
Como yo, como todo lo que espera.
Si tú la luz te la has llevado toda,
¿cómo voy a esperar nada del alba?
Y, sin embargo, -esto es un don-, mi boca
espera, y mi alma espera, y tú me esperas,
ebria persecución, claridad sola
mortal como el abrazo de las hoces,
pero abrazo hasta el fin que nunca afloja.
Este es el poema con el que da comienzo el libro y del que me voy a valer para realizar una aproximación al mismo.
Debemos comenzar por el título. El don de la ebriedad es el regalo que el entusiasmo, la borrachera de conocimiento, de iluminación, nos ofrece de manera gratuita. No el conocimiento que viene del estudio académico, del esfuerzo de manejarnos entre libros o experiencias, el que conseguimos mediante la investigación, sino la iluminación que se nos da en un momento y de manera inmediata, a modo de inspiración o, quizá, de revelación mística.
Así es como se nos da a entender desde el primer verso: la claridad no es algo que podamos adquirir con nuestro esfuerzo. Es un regalo, porque, en realidad, lo único que hace falta es ver, mirar de forma abierta, pues está en todas las cosas, las "ocupa". Y cuando somos capaces de ver, de aprehender el mundo, sentimos una gran alegría. Es una experiencia altamente gratificante.
En ese momento vemos claro, entendemos. Y esa comprensión puede plasmarse en un frase feliz; en un descubrimiento sencillo -no por simple, menos hermoso-; en un sentir que vivimos a la par de la naturaleza que nos rodea, al mismo ritmo. Es el momento en que presentimos que vida y acción marcan la misma hora. Es el momento en que intuimos que los seres no son creados, sino que tienen, tal vez, su causa, su origen, en sí mismos. La claridad así nos lo desvela.
En cualquier caso, la imagen, el lenguaje que utiliza C. Rodríguez es complejo, difícil de aprehender. La experiencia que quiere transmitirnos es ella misma inasible. Se intuye, se percibe un momento, pero el lenguaje común es insuficiente para transmitirla. Podemos vivirla, pero difícilmente podremos expresarla recurriendo a las formas habituales.
Este es, a grandes rasgos, el tema del poema y el del libro. Y ahí radica también mi discrepancia con el texto: ¿por qué la poesía es un don inaprensible?, ¿por qué el descubrimiento tiene que ser un arrobo místico?, ¿por qué la palabra tiene que ser incapaz de expresar lo más sublime?, ¿por qué se empeñan algunos autores en hacernos creer que sólo el rodeo irracional, la sugerencia velada, puede aproximarnos al gozo del descubrimiento?
Voy a decirlo con palabras más llanas: cualquier experiencia debe y puede ser dicha con palabras sencillas. En este sentido la experiencia poética no es una excepción. Es más, ni la poesía tiene en exclusiva la capacidad de expresar lo más sublime, ni sólo ella puede llevarnos a los más altos arrebatos del espíritu. Y el medio puede ser algo tan alejado de la expresión artística como, por ejemplo, la ciencia.
Palabras hermosas, bellísimas, magnéticas. Bien elegidas y mejor colocadas; pero palabras, poquito más que palabras.
Siempre la claridad viene del cielo;
es un don; no se halla entre las cosas
sino muy por encima, y las ocupa
haciendo de ello vida y labor propias.
Así amanece el día; así la noche
cierra el gran aposento de sus sombras.
Y esto es un don. ¿Quién hace menos creados
cada vez a los seres? ¿Qué alta bóveda
los contiene en su amor? ¡Si ya nos llega
y es pronto aún, ya llega a la redonda
a la manera de los vuelos tuyos
y se cierne, y se aleja y, aún remota,
nada hay tan claro como sus impulsos!
Oh, claridad sedienta de una forma,
de una materia para deslumbrarla
quemándose a sí misma al cumplir su obra.
Como yo, como todo lo que espera.
Si tú la luz te la has llevado toda,
¿cómo voy a esperar nada del alba?
Y, sin embargo, -esto es un don-, mi boca
espera, y mi alma espera, y tú me esperas,
ebria persecución, claridad sola
mortal como el abrazo de las hoces,
pero abrazo hasta el fin que nunca afloja.
Este es el poema con el que da comienzo el libro y del que me voy a valer para realizar una aproximación al mismo.
Debemos comenzar por el título. El don de la ebriedad es el regalo que el entusiasmo, la borrachera de conocimiento, de iluminación, nos ofrece de manera gratuita. No el conocimiento que viene del estudio académico, del esfuerzo de manejarnos entre libros o experiencias, el que conseguimos mediante la investigación, sino la iluminación que se nos da en un momento y de manera inmediata, a modo de inspiración o, quizá, de revelación mística.
Así es como se nos da a entender desde el primer verso: la claridad no es algo que podamos adquirir con nuestro esfuerzo. Es un regalo, porque, en realidad, lo único que hace falta es ver, mirar de forma abierta, pues está en todas las cosas, las "ocupa". Y cuando somos capaces de ver, de aprehender el mundo, sentimos una gran alegría. Es una experiencia altamente gratificante.
En ese momento vemos claro, entendemos. Y esa comprensión puede plasmarse en un frase feliz; en un descubrimiento sencillo -no por simple, menos hermoso-; en un sentir que vivimos a la par de la naturaleza que nos rodea, al mismo ritmo. Es el momento en que presentimos que vida y acción marcan la misma hora. Es el momento en que intuimos que los seres no son creados, sino que tienen, tal vez, su causa, su origen, en sí mismos. La claridad así nos lo desvela.
En cualquier caso, la imagen, el lenguaje que utiliza C. Rodríguez es complejo, difícil de aprehender. La experiencia que quiere transmitirnos es ella misma inasible. Se intuye, se percibe un momento, pero el lenguaje común es insuficiente para transmitirla. Podemos vivirla, pero difícilmente podremos expresarla recurriendo a las formas habituales.
Este es, a grandes rasgos, el tema del poema y el del libro. Y ahí radica también mi discrepancia con el texto: ¿por qué la poesía es un don inaprensible?, ¿por qué el descubrimiento tiene que ser un arrobo místico?, ¿por qué la palabra tiene que ser incapaz de expresar lo más sublime?, ¿por qué se empeñan algunos autores en hacernos creer que sólo el rodeo irracional, la sugerencia velada, puede aproximarnos al gozo del descubrimiento?
Voy a decirlo con palabras más llanas: cualquier experiencia debe y puede ser dicha con palabras sencillas. En este sentido la experiencia poética no es una excepción. Es más, ni la poesía tiene en exclusiva la capacidad de expresar lo más sublime, ni sólo ella puede llevarnos a los más altos arrebatos del espíritu. Y el medio puede ser algo tan alejado de la expresión artística como, por ejemplo, la ciencia.
Palabras hermosas, bellísimas, magnéticas. Bien elegidas y mejor colocadas; pero palabras, poquito más que palabras.
miércoles, 23 de mayo de 2018
ROBERT LOWELL
El año pasado Vaso Roto se atrevía con toda la poesía de R. Lowell. Casi dos mil páginas repartidas en un par de tomos pueden asustar a mucha gente. En cualquier caso, es de agradecer el esfuerzo de la casa editora por presentarnos bien recogida y bien editada la obra de uno de los más importantes poetas en lengua inglesa del pasado siglo. Las notas del traductor, Andrés Catalán, son una fuente de claridad imprescindible. Los prólogos, también.
R. Lowell es algo así como el autor más destacado de la corriente que ha dado en llamarse poesía confesional, aunque tal vez sería más exacto decir que fue el poeta de su propia biografía; de ahí la importancia de las notas que acompañan la publicación para poder situar en el contexto preciso las palabras del poeta. Aquí la anécdota biográfica sí es importante, lo que no quiere decir que no se pueda disfrutar de su poesía sin el conocimiento de cada una de las anécdotas, nombres y referencias que la pueblan, pero se pierde una parte importante.
El poema preferido de Seamus Heany era el larguísimo Ulises y Circe. Por razones de comodidad y manejabilidad os lo dejo en la traducción Luis Javier Moreno —Día a día, Losada, 2003—.
R. Lowell es algo así como el autor más destacado de la corriente que ha dado en llamarse poesía confesional, aunque tal vez sería más exacto decir que fue el poeta de su propia biografía; de ahí la importancia de las notas que acompañan la publicación para poder situar en el contexto preciso las palabras del poeta. Aquí la anécdota biográfica sí es importante, lo que no quiere decir que no se pueda disfrutar de su poesía sin el conocimiento de cada una de las anécdotas, nombres y referencias que la pueblan, pero se pierde una parte importante.
El poema preferido de Seamus Heany era el larguísimo Ulises y Circe. Por razones de comodidad y manejabilidad os lo dejo en la traducción Luis Javier Moreno —Día a día, Losada, 2003—.
I
Diez
años antes de Troya y diez antes de Circe,
suplantaron
los nombres de las cosas,
los
nombres que él, Ulises, les pusiera,
perdidos,
por entonces, nombres suyos:
mirmidones,
espartanos, un soldado de Ulises el temido…
¿Por
qué he de renovar su infame sufrimiento?
Él
ya ha obtenido su porción de gloria,
cuando
se le ocurrió hacer un caballo
de
madera, a tamaño mayor que el de una casa,
poniendo
fin así a diez años de guerra,
“A
causa del engaño”, él asegura:
“Yo
llevé a cabo lo que ni Diomedes,
ni
Aquiles, hijo de Tetis él,
ni
nadie entre los griegos,
con
su innúmera flota lograr pudo:
Destruir
Troya tal y como lo hice”.
II
¿Acaso
hay aún quién dude
que
lo mejor para una esposa sea
despertarse
a las cinco, con el sol, y para ella
disponer
de tres horas al día, suyas,
propias?
Él
ve cómo transcurre, entre azul y marrón,
su
río cotidiano, deslizándose
por
su antebrazo joven, estirado
y
entrecruzarse luego…
Como
una hoguera roja el sol se eleva,
débil
chisporrotea por las ramas más bajas,
devorando
las hojas (como hace la langosta)
dejando
intacto y sin quemar el árbol.
En
quizá diez minutos,
o
en el mismo intervalo al de su despertar,
el
sol se pondrá blanco, como suele,
cambista
indiferente que trueca noche y día,
el
inmutable, él mismo, tanto en paz como en guerra…
Alternando
producen las persianas líneas de sol y sombra,
aunque
las d ella sombra prevalezcan
sobre
la honestidad de su cómodo lecho regalado.
A
su lado acostada yace Circe,
como
tibia madera soñolienta y gustosa…
Ella
dice: “Me están contando tantas maravillas
y
soy tan dormilona,
que
siento incapaz de dar respuesta”.
III
¡Ojalá
que sin día llegase la mañana!
Él
continúa acostado y teme a los sirvientes,
sus
conductas al uso, sus palabras
insistentes,
salvajes. Se le va d ellas manos…
Su
exótico palacio, de travesía imposible,
ha
sido concebido de tal modo
que
ningún griego sobrio pueda bien navegarlo.
Tiene
miedo al chillido de los cerdos
que
bajo su ventana entierran carne,
el
que estos animales
grasientos
sean humanos y que exijan
su
lugar referente en el banquete.
Su
propio corazón se le atraganta,
pero
sólo es un mal imaginario,
luz
del alba que llega con la aurora…
“¿Por
qué he llegado a ser mi propio fugitivo,
por
qué me ha trastornado la belleza de Circe
hasta
hacerme sentir distinto de otros hombres?”
IV
Ella
abandona el lecho y su cabello
está
lo mismo que su corazón: intrincado y revuelto.
Hablan
como dos huéspedes
que
espera que sea el otro el que abandona la casa…
Esa
armonía bastarda de lo irreconciliable.
Su
decisión de abandonar a Circe
se
hace necesidad.
Compasión
es terror y ningún cisma
puede
ya quebrantar, de su débil carácter,
las
inmisericordes decisiones.
Sus
ojos se convierten en un pozo de llanto,
en
el que, hipnotizados,
caen
sus seguidores, idiotas animales.
Imposible
les es la vigilancia;
como
degenerados,
siguen
al ritmo de ella en sus impulsos,
consumiendo
sus días y dudando después
con
sumisión histérica.
De
joven tomó Ulises decisiones
sobre
comprometidas estrategias;
mas en su edad madura ha decidido
mas en su edad madura ha decidido
asumir
un futuro lleno de incertidumbre;
él
morirá, como otros, por designio de los dioses,
haciendo
que naufrague su tripulación última
en
un ignoto océano, a la busca
de
un mundo despoblado aun más allá del sol,
perdido
en los clamores más groseros
de
un vendaval ruidoso.
En
la isla de Circe diminuta,
se
le amplió la forma de contemplar el mundo
(tras
leves mezquindades, se ennobleció a sí mismo
hasta
dar con el modo de regresar a casa).
Todo
le disgustaba
en
su mítica vida empobrecida.
Nostalgia
le da el loto por su irremediable
dolor
que él ya detesta… Ella está donde está.
Su
discurso salpica
con
los coloquialismos ya caducos
de
una generación más joven que la suya
(dialecto
de moda en esta isla).
Ella
lleva consigo su magnífico tiempo…
Las
bellísimas chicas que la siguen
son
aún para Circe sus mejores amigas,
pese
a que su reputación esté dañada
más
que lo estuvo nunca la de Helena,
pero
a Helena le salvaba su graciosa apostura.
Circe
apenas si llega
a
cortadora de retales míseros
(los
desperdicios de sus cortes yacen
desperdigados
todos por los suelos:
no
usados, mal usados, chaquetones e insignias,
la
bestia degollada).
A
ella le va el desorden de su casa
(llaves
ocultas para cerraduras
ya
inencontrables,
anónimos
retratos, cosas muertas
envueltas
en papel color de polvo…),
la
oleada del vino anterior a la lucha.
Leves
placeres dejan quemaduras eternas
(el
aire se calienta por altas galerías
y
miles de termitas acaban con las vigas);
éste
es un pensamiento de mediados de otoño:
el
momento en que mueren los insectos
de
una forma instantánea,
como
quisiera uno que lo hiciese un amigo.
De
camino hacia el barco, a un árbol solitario
se
le caen de repente la mitad de sus hojas,
teñidas
por la duda,
mustias
antes de tiempo.
V
“Durante
mucho tiempo yo empapado
y
a menudo también tocando fondo
por
el verde, gran mar, de los semáforos
que
autorizaban nuestra navegación,
hallé
que mi fatiga era la luz del mundo.
La
tierra no es la tierra si yo tengo
mis
ojos en la luna, en su imagen captada
en
un único instante vacío
(duplicidad
infiel ofrecida a los hombres).
¿Tras
de tantos milenios,
no
estás cansada, Circe,
de
transformar cochinos en cochinos’
¿Cómo
podré agradarte, si yo no soy un hombre?
Por
mi supervivencia conseguí que mis huesos
perdieran
su color
(yo,
que era el que esperaba abandonar la tierra
mucho
más joven que cuando llegué a ella).
Nuestra
edad se ha tornado en porquería
inarrancable
ya de su sucia bayeta.
La
edad que cruza nuestros rostros
hacia
el final del túnel
(si
es posible la fe en las creencias)
tornará
más ligera nuestra carne.
VI
Penélope
Ulises
anda siempre dando vueltas,
ni la fragilidad de su hijo
ni la pasión por su mujer
(¡cuánto la hubiese eso confortado!)
le detuvieron nunca. Ella no encuentra hazañas
ni en su marcha a la guerra ni en su regreso de ella.
(¡Diez años para ir y diez para volver!)
Desde el muelle a su casa,
a pie y ante la vista de todos él camina.
No ha podido ninguno reconocerle en Ítaca,
aunque todos conozcan las hazañas de Ulises.
Corren más sus rodillas que sus pies
y su boca apretada se hincha de aire,
su vista se ha habituado a bienvenidas.
Él busca alguna cosa que le oriente...
Cuanto le fue una vez intensamente blanco,
una señal y referencia antes,
solamente es ahora un estacionamiento de navíos.
Qué pálida y sin suerte parecía cu cara
veinte años atrás, hasta incluso la víspera
de su embarque triunfal y carnaval de gloria,
cuando dejó a Penélope hechizada
hasta desvanecerse ella en sus brazos
a causa de la danza. El riesgo fue su oficio.
Su polvorienta ruta a mediodía es ahora su casa;
él imagina
que ella sale en su busca velozmente,
vistiendo una amplia túnica de tubo
impregnada de todos los deseos,
la que ya se había puesto
en el último mes de su embarazo.
Entonces, sin todavía necesitar gafas,
los ojos de ella estrellas parecían,
conejo acorralado... Es hoy su casa
más tolerante y más condescendiente;
ella sigue en su hogar, confortable en su entorno
con su hijo, los amigos de su hijo,
todos sus pretendientes
(el caos habitual de quienes viven bien),
con salud y riqueza contrapuestas
en sus indumentarias...
(Sólo el dolor podría justificar la fealdad).
Él ha visto ya el mundo conocido,
lo mejor y peor de los humanos;
el enorme entusiasmo de su peregrinaje
asume el peso y la gravitación
del estar vivo. Ulises entra en casa,
los ojos muy cerrados y la boca muy suelta...
El lecho conyugal le queda a un paso,
pero confunde a la hija con la madre.
No es de extrañar. Los varones le expulsan
(un animal idiota, mas perverso).
Ya está afuera;
sus no deseadas manos están ásperas,
dicen te quiero desde la otra parte
del ventanal cerrado.
A sus cuarenta años, todavía,
ella es el mejor busto de todas las presentes.
Él la mira y ella ve que la mira idiotizado;
ella se vuelve entonces
hacia sus pretendientes conociendo
que el arte mentiroso de la diosa Minerva
no devolverá a Ulises
la invencibilidad que tuvo ni tampoco
la juventud que entonces poseyera...
¡Media vuelta -Volte face-!
(Él gira al modo de los tiburones,
haciéndose visible detrás de la ventana).
Orgulloso de su cuerpo, doloridos los ojos
y satisfecho por sus cicatrices,
Ulises, instintivo asesino
en el machismo de su senilidad,
saborea de antemano el apogeo de la lucha
quebrantando las aguas por destruir su huella.
Él ha sobrepasado su tamaño.
Es uno más entre los pretendientes,
sus agallas están plegadas y en su sitio,
antinaturales rejillas de ventilación,
que con un botoncillo podrían ser cerradas,
como lo son las celdas de una cárcel...
Diez años de pasado y otros diez de futuro.
ni la pasión por su mujer
(¡cuánto la hubiese eso confortado!)
le detuvieron nunca. Ella no encuentra hazañas
ni en su marcha a la guerra ni en su regreso de ella.
(¡Diez años para ir y diez para volver!)
Desde el muelle a su casa,
a pie y ante la vista de todos él camina.
No ha podido ninguno reconocerle en Ítaca,
aunque todos conozcan las hazañas de Ulises.
Corren más sus rodillas que sus pies
y su boca apretada se hincha de aire,
su vista se ha habituado a bienvenidas.
Él busca alguna cosa que le oriente...
Cuanto le fue una vez intensamente blanco,
una señal y referencia antes,
solamente es ahora un estacionamiento de navíos.
Qué pálida y sin suerte parecía cu cara
veinte años atrás, hasta incluso la víspera
de su embarque triunfal y carnaval de gloria,
cuando dejó a Penélope hechizada
hasta desvanecerse ella en sus brazos
a causa de la danza. El riesgo fue su oficio.
Su polvorienta ruta a mediodía es ahora su casa;
él imagina
que ella sale en su busca velozmente,
vistiendo una amplia túnica de tubo
impregnada de todos los deseos,
la que ya se había puesto
en el último mes de su embarazo.
Entonces, sin todavía necesitar gafas,
los ojos de ella estrellas parecían,
conejo acorralado... Es hoy su casa
más tolerante y más condescendiente;
ella sigue en su hogar, confortable en su entorno
con su hijo, los amigos de su hijo,
todos sus pretendientes
(el caos habitual de quienes viven bien),
con salud y riqueza contrapuestas
en sus indumentarias...
(Sólo el dolor podría justificar la fealdad).
Él ha visto ya el mundo conocido,
lo mejor y peor de los humanos;
el enorme entusiasmo de su peregrinaje
asume el peso y la gravitación
del estar vivo. Ulises entra en casa,
los ojos muy cerrados y la boca muy suelta...
El lecho conyugal le queda a un paso,
pero confunde a la hija con la madre.
No es de extrañar. Los varones le expulsan
(un animal idiota, mas perverso).
Ya está afuera;
sus no deseadas manos están ásperas,
dicen te quiero desde la otra parte
del ventanal cerrado.
A sus cuarenta años, todavía,
ella es el mejor busto de todas las presentes.
Él la mira y ella ve que la mira idiotizado;
ella se vuelve entonces
hacia sus pretendientes conociendo
que el arte mentiroso de la diosa Minerva
no devolverá a Ulises
la invencibilidad que tuvo ni tampoco
la juventud que entonces poseyera...
¡Media vuelta -Volte face-!
(Él gira al modo de los tiburones,
haciéndose visible detrás de la ventana).
Orgulloso de su cuerpo, doloridos los ojos
y satisfecho por sus cicatrices,
Ulises, instintivo asesino
en el machismo de su senilidad,
saborea de antemano el apogeo de la lucha
quebrantando las aguas por destruir su huella.
Él ha sobrepasado su tamaño.
Es uno más entre los pretendientes,
sus agallas están plegadas y en su sitio,
antinaturales rejillas de ventilación,
que con un botoncillo podrían ser cerradas,
como lo son las celdas de una cárcel...
Diez años de pasado y otros diez de futuro.
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