Itxaro Borda es una escritora importante de la literatura vasca en euskara, con una obra poética —además de narrativa— larga y reconocida.
El caso es que buscando información en la red sobre Eli Tolaretxipi, me encuentro con la traducción que ella y Kape Fernández hicieron del poemario de I. Borda, Alpha eta omega euripean, y del que no he podido averiguar nada, excepto que existe esa traducción al castellano, al parecer publicada por J. Navas, de Córboba. Tampoco he podido localizar el libro en papel en ninguna biblioteca, ni en euskara ni en castellano, excepto en la Biblioteca Nacional y en el Koldo Mitxelena, pero desde aquí remiten a una dirección electrónica. He acudido a librerías de viejo y el resultado ha sido el mismo.
Sin embargo, el libro —en castellano— existe en la web y se puede leer. Otra cosa es que sea sencillo encontrarlo... si lo buscamos por el camino aparentemente más lógico, es decir, a través de susa-literatura.com o por medio de armiarma.com, que son los dos grandes espacios donde se aloja casi toda la literatura vasca. Y lo curioso, lo extraordiariamente curioso es que sí está ahí, pero resulta imposible llegar a él utilizando el título o el nombre de la autora, a no ser que dispongamos de un enlace, dos para ser más exacto. Un caso verdaderamente extraño. De hecho, en los espacios dedicados a la autora en los que se da noticia de sus títulos, Alpha eta omega euripean no aparece nunca.
Y para abrir boca, mientras os decidís a leerlo en su totalidad, os dejo un poema, el primero de la colección. Que lo disfrutéis.
I
Al principio —alfa— fue la
nostalgia
dueña y señora del mundo
en la profundidad de los
corazones desgarrados
que se empapaban en la
sucesión de los días lluviosos.
al principio —beta— fue el
miedo
el pilar que sostenía la
nostalgia
en las playas donde nos
deteníamos
horas y horas a contemplar
el viento del norte.
al principio —gamma— fue
la esperanza
la única herida que
compensaba el miedo
en las calles desiertas
por las que caminábamos.
al principio —delta— el
deseo de volar
se extendió durante los
largos mediodías de otoño
cuando contemplábamos las
palomas atravesar
los cielos mudos.
al final —omega— fue el
amor
la fuerza gigantesca
que nos impulsó a mendigar.
Feliz lectura.