Estoy cansado. Cansado de la crisis, cansado de cómo la gestionan los políticos, cansado de los medios de comunicación. No es motivador estar cansado, pero es así como me siento.
Estoy cansado de leer datos, cifras y macrocifras, análisis económicos, políticos e ideológicos sobre la crisis —y dentro de poco paleontológicos— que en su mayoría sólo sirven para justificar el ataque de unos a la posición de otros o para pretender explicar por qué hay tantas personas pasándolo francamente muy mal, sin aportar un ápice a la mejora de las relaciones entre
unos y
otros, ni mucho menos ayudar a quienes verdaderamente necesitan ayuda.
Estoy cansado de que la clase política no entienda que su labor es una labor pública y que, por lo tanto, deben ocuparse de administrar lo mejor que sepan y puedan para toda la sociedad. Y en momentos de dificultad deberían entender que la única manera de hacerlo bien es buscando soluciones en común, acordar puntos de encuentro, en definitiva: remar en la misma dirección.
La crisis, claro, no afecta sólo al sur de Europa. Quiero decir que no son sólo los
administradores de aquí o de allí quienes deberían trabajar en común, sino todos juntos. Y vigilar qué mensajes están mandando a la población para evitar lo que ya se puede apreciar, si no como fractura social entre el Norte y el Sur, sí como peligrosa extensión de tópicos dañinos.
Estoy también cansado del comportamiento, en ocasiones, irresponsable de los medios de comunicación, especialmente cuando juegan a sustentar posiciones ideológicas, a defender opiniones políticas propias o a atacar las del vecino de enfrente. Peligroso me parece, y mucho, cuando los medios se dedican a extender o jalear los tópicos malintencionados a los que antes aludía.
Estoy cansado, muy cansado, de que no entendamos que es en los momentos difíciles cuando más necesaria resulta la colaboración de todas aquellas personas e instituciones que tienen alguna responsabilidad en el gobierno y gestión de la sociedad.
Por lo que más quieran, hagan algo, busquen soluciones, tengan el valor de mirar más allá de su ombligo, salgan de su fortín ideológico y pónganse a trabajar con amplitud de miras y generosidad, porque si no lo hacen así, Europa se va al carajo, es decir, cientos de miles de personas de carne y hueso se morirán de asco, después de haberse muerto, literalmente, de hambre.