quiero
seguir, ir más allá, y no puedo:
se despeñó el instante en
otro y otro,
dormí sueños de piedra que no sueña
y al
cabo de los años como piedras
oí cantar mi sangre
encarcelada,
con un rumor de luz el mar cantaba,
una a una
cedían las murallas,
todas las puertas se desmoronaban
y
el sol entraba a saco por mi frente,
despegaba mis párpados
cerrados,
desprendía mi ser de su envoltura,
me arrancaba
de mí, me separaba
de mi bruto dormir siglos de piedra
y
su magia de espejos revivía
un sauce de cristal, un chopo de
agua,
un alto surtidor que el viento arquea,
un árbol bien
plantado mas danzante,
un caminar de río que se curva,
avanza,
retrocede, da un rodeo
y llega siempre:
Esta es la última estrofa del más célebre poema de Octavio Paz. Los seis últimos versos son los mismos con los que comienza esta inmensa composición de 584 versos.
Los expertos en la obra del premio nobel suelen decir que es una obra circular, por eso de que acaba igual que comienza. A mí me gusta más decir que es un poema laberíntico, porque a medida que avanzamos por él vamos descubriendo nuevos significados, nuevas referencias, nuevos elementos. Tal es su carga simbólica, tan del gusto del mexicano. Y como ocurre también en muchos laberintos, solemos terminar en el comienzo.
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Esto, en principio, solo iba de poesía, pero así como las búsquedas están relacionadas, también lo están los resultados. Así que aquí os dejo la explicación que Alfonso Rivas Salmón ofrece de la famosa Piedra del Sol, origen del poema y a la que tanto le debe.