¿Se puede leer hoy la Divina
Comedia sin caer en un profundo aburrimiento?
Dar respuesta a esta
pregunta es, claro, tarea personal e intransferible. A mí me correspondería aquí
hablar de sus virtudes, aunque esto puede que tampoco evite el sopor personal
de cada cual, pues tal vez las virtudes intrínsecas de una obra no coincidan
con los gustos personales y sea ésta tarea insuficiente para acercar la obra al
público lector. En este caso, ¿podemos seguir hablando de la Divina Comedia
como un clásico universal? ¿Es lícito mantener como clásica la obra que hoy no
se lee si no es por obligación o imperativo académico? ¿Lo que en su momento
gustó, pero en la actualidad no gusta, qué status mantiene en la Historia de la
Literatura? ¿Aquellas obras que solo son capaces de disfrutar una pequeñísima
porción de la población lectora muy preparada, continúan manteniendo la
posición de clásicas? ¿Podemos decir que es una obra clásica la que se ha
alejado de los gustos e intereses actuales de la población? ¿Cómo definimos lo
clásico?
Vayamos, pues, con las virtudes
de esta obra, tal vez así podamos responder con mayor criterio a alguna de las
preguntas anteriores. Utilizo solamente aquellos rasgos que reconocidos
analistas y expertos en la obra del florentino han señalado de manera
reiterativa. Intento, de esta manera, buscar la mayor objetividad posible y
apartar mis propios gustos de este análisis. Y, de entre esos rasgos, me
decanto por los que tienen que ver con valores literarios, ya que de literatura
es de lo que hablamos y no de teología, por ejemplo.
El primero y más
importante de todos ellos es la fabulosa riqueza del lenguaje que aparece en la
obra. Según se nos hace saber es tal el dominio del que Dante hace gala, que
hoy, en Italia, se le considera como el “padre del idioma”, como “el sumo
poeta”. En buena medida, la utilización del toscano por su parte, hace que la
“lengua vulgar” empiece a ser considerada tan digna como el latín y tan apta
como esta para expresar grandes ideas y, en consecuencia, para construir la
literatura del país. Esta formidable destreza en el uso del lenguaje, nos
advierten los expertos, lleva al poeta a utilizar registros distintos en
función de que estemos atravesando el infierno, el purgatorio o el paraíso.
Otra cualidad, si no de la
obra sí del autor, es el impresionante esfuerzo para construirla toda ella en
tercetos encadenados (invención, por cierto, del poeta), que van
multiplicándose hasta producir 33 cantos para cada uno de los paisajes míticos
por los que el poeta-protagonista va pasando. Y no estamos hablando
precisamente de una obra breve, ni mucho menos. Todo ello exige concentración,
esfuerzo y dominio técnico. Más aún si tenemos en cuenta que se trata de una
obra alegórica, en la que el número tiene su propio significado (el tres, la
trinidad; el poema tiene 3 partes que constan de 33 cantos que junto con el
canto inicial dan un total de 100, el número de la perfección; cada territorio
se divide en 9 tramos, tres al cuadrado).
Fundamental es, entre las
virtudes del texto, la enorme riqueza y variedad de los endecasílabos, la
multitud de rimas diferentes, la destreza en el uso de los ritmos y los acentos
del verso, la increíble capacidad técnica para no caer en la repetición en una
obra tan gigantesca donde por mucha variedad que haya parece que lo natural es
incurrir en ella. Es necesario advertir aquí que este tipo de habilidades técnicas
se pierden en la mayoría de las traducciones (la de Martínez Merlo intenta
mantener el ritmo interno; las de Ángel Crespo y Bartolomé Mitre conservan la
estrofa completa, pero no conozco todas las traducciones). Por otra, en la actualidad el público
lector se inclina preferentemente por las traducciones en prosa.
Reseñable es, sin duda, el
conocimiento enciclopédico de Dante con respecto a casi todos los temas y
materias, especialmente la teología de la época, sin despreciar los referidos a
la astronomía, aunque dudo de que el vasto saber de un escritor pueda ser
considerado como un mérito literario. Sí lo sería, en cambio, la gran capacidad
para crear personajes que señalan diversos analista, pero ahí ya no tengo yo
tan claro que podamos atribuir a mérito del autor el que por su obra desfilen
cientos de personajes, de los cuales creación propiamente suya serían Beatriz y
él mismo. Y en este caso no diría que se trata de una creación precisamente
literaria. En cualquier caso, de Beatriz no podemos decir que tenga una gran
personalidad.
Sin embargo, y a pesar de
todo, por muchas virtudes estéticas que queramos reseñar, el viaje acompañando
a Dante por esos tres espacios de la mitología cristiana, hoy desechados, no
impide la fatiga ni la falta de interés, porque lo fundamental resulta tan
falso y fraudulento que uno termina por cansarse. Alguien dirá, tal vez, que,
con respecto a la falsedad, otro tanto ocurre con la literatura clásica
greco-latina. No es así, porque la intención de la Comedia es literal,
mientras que la de sus predecesores es solamente literaria. Las Metamorfosis,
por citar un ejemplo, no pretende describirnos un mundo realmente
existente, y así lo entendían los lectores de ayer y lo entienden los de hoy.
Se me dirá también que la
poesía no tiene como centro de interés lo que comunica, que lo importante es la
expresión, la capacidad de creación estética que se logra a través de las
palabras. A mí, y hablo sólo por mí, no me interesa la hermosa sonoridad de una
oración con una elevada belleza formal si lo que comunica es simplemente falso
o claramente nada —¿a alguien le interesa hoy verdaderamente saber del cielo,
sus virtudes y cómo alcanzarlo?—. Pero por lo que me estoy preguntando aquí es
por la permanencia entre los clásicos de una obra que, hasta donde yo conozco y
no conozco a todos los posibles lectores, ha dejado de interesar a la comunidad
lectora.
No quiero que se me
entienda mal. No estoy diciendo que el criterio de calidad venga determinado
por la mayor o menor cantidad de personas que leen un determinado título. El best
seller, en general, carece de calidad y los libros que hoy venden millones
de ejemplares seguramente estarán fuera de la circulación dentro de un siglo.
Sin embargo, en la actualidad una persona no preparada especialmente puede leer
Romeo y Julieta y emocionarse con ella, puede leer El avaro y
soltar más de una risa, puede —me voy más lejos— leer La Odisea sin que
se le caiga de las manos, aunque quizá le resulte repugnante la escabechina que
Ulises organiza en su palacio. Ese mismo lector no llega a terminar nunca la
primera parte de la Comedia. ¿Es esto lo que esperamos de un clásico?
Pero hay más. Posiblemente
lo más importante. De un clásico no esperamos una visión del mundo tan sesgada
que deje fuera de su lectura a una gran parte de la humanidad. Yo leo La novela de Genji, y por muy diferente que sea la cultura y la época de
procedencia, el libro no me expulsa. Leo el Cántico espiritual y no
necesito la fe de Juan de la Cruz para disfrutarlo. Leo Los viajes de Gulliver
y la fantasía del relato no pide en ningún momento que admita la existencia de
semejantes lugares. La Comedia, por el contrario, exige del lector la
aceptación de unas creencias que se oponen a cualquier uso de la razón. Es más
religión que literatura, más fe que humanidad y eso no es lo que se espera de
una obra clásica.