El argumento en sí resulta muy atractivo: una matemática, Olga, con una enfermedad terminal a la que ha decidido no permitir que sea ella la que ponga punto final a su vida y un estudiante universitario, Mateo, interesado en la inteligencia artificial y la robótica, deciden redactar una solicitud de trabajo en Google absolutamente atípica y singular, como la vida misma. Quien recibe y lee la solicitud realiza igualmente un informe atípico. Todo ello sirve de excusa a la autora para hablar de la falta de libertad, de la injusticia reinante, del paso del tiempo y sus secuelas, de la finalidad y el uso de la tecnología, de la comercialización de los datos, de la desigualdad de oportunidades...
Lo que me parece un tanto incoherente es atribuir a Google todas las características y efectos del mal y al mismo tiempo mandar una solicitud de ingreso. Y lo que resulta desde cualquier punto de vista exagerado, incluso como metáfora, es atribuir a la compañía los poderes de la política, las finanzas, la creencias e incluso la responsabilidad de que alguien padezca alzhéimer. En fin, que Google archive y utilice el rastro que dejo cada vez que me pongo a navegar es algo que no ignoro; que utilice la información que generamos los millones de usuarios para convertirlo en producto mercantil, tampoco. Pero de ahí a pensar que sea responsable de lo que escribo en este momento o de mi decisión de acudir esta mañana a una biblioteca media mucho trecho.
El problema del mal en el mundo no nació con Google ni con ninguna otra tecnología nueva o vieja. Nació con nosotros y desaparecerá también con nosotros. Pueden agravarlo si las utilizamos indebidamente, y pueden aliviarlo si somos capaces de manejarlas más inteligentemente. Otra cosa es si la inteligencia artificial llega al punto de singularidad, toma conciencia de sí misma y decide apartar a la especie humana de las decisiones importantes. ¿Mejor?, ¿peor? Singular. Sin duda, diferente.
Lo mejor del libro, en mi opinión, las reflexiones de carácter moral que lo impregnan, y el llamamiento a vivir más despacio y más conscientemente, más inequívocamente cerca.